Son personas así las que logran que ese mostrenco con nombre de entelequia burocrática llamado "Sanidad pública" no se desmorone, lo cual equivale a algo tan poco abstracto como que hay quien cuida de nosotros y de nuestros seres queridos cuando estamos heridos y nos rondan la enfermedad y la muerte. En este país se vende muy barata la imagen del empleado público como un tipo acomodado y ocioso que se limita a hacer lo mínimo y sería incapaz de recoger a una persona agonizante sólo porque se hallara a medio metro de la raya del hospital. Hay, ciertamente, funcionarios que son merecedores del desprecio de la ciudadanía. Yo, que conozco el tema, sé muy bien la destreza con que eluden cualquier control y la desvergüenza con la que deambulan de aquí para allá, cobrando a fin de mes a cambio de no mover jamás un dedo por nada ni por nadie. Son, sin embargo, minoría, y una minoría detestada por sus compañeros. Sé muy bien de lo que hablo. Mal rayo parta a esos tipos, pero no se engañen: los hospitales, las escuelas y en general las instituciones públicas sobreviven porque hay personas como la enfermera que he descrito. Y son muchas más de las que la gente cree. Privaticemos los servicios, subcontratemos, impongamos esos criterios de "productividad" que tienen tan buena prensa en los cenáculos del neoliberalismo. Ya verán que bien, tendremos peor sanidad y peores escuelas... Y ni siquiera pagaremos menos.
Desde la Cueva del Gigante, lugar perdido en un territorio árido donde antiguamente se refugiaban los bandoleros, esta página intenta echar luz, y también alguna sombra, sobre los fenómenos sociales contemporáneos: las nuevas tribus, los simulacros culturales, los movimientos de masas, etc...
Wednesday, June 08, 2011
1. En noches como ésta, hay una señora con cara de malas pulgas que mantiene con vida a un montón de personas enfermas y decrépitas. No veranea en ningún paraíso exótico ni le interesa la nouvelle cousine, y las chicas guapas que salen en la serie Anatomía de Grey le dan un poquito de grima. De entre sus compañeros hay alguno que tiene tendencia a escaquearse durante sus turnos; también hay algún caso así entre los médicos. Hay noches en que le queda el segundo piso del pabellón enterito para ella; y así va, de aquí para allá, ora socorriendo a un recién llegado que no puede incorporarse a la cama, ora corriendo a por un anciano cuya esposa grita porque cree que el enfermo se está ahogando. Ha presenciado algunas escenas de muchísima violencia, por eso entiende perfectamente esos carteles de "las cosas se pueden arreglar pacíficamente" que han colocado en los últimos años en el hospital...
2 Semprún dijo que el olor de la carne quemada se iría con él para siempre... Me recuerda a Roy Batty, aquel replicante Nexus-6 y su inolvidable monólogo con el que finaliza Blade runner. "He visto cosas que no imagináis, todos esos recuerdos se perderán para siempre, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir." Dijo Primo Levi, otro sobreviviente de aquel infierno, que la experiencia de los campos, por más que no se haga otra cosa que recordarla, es en esencia "incomunicable". Yo no estuve en Buchenwald, tan solo puedo leer a Adorno con devoción cuando nos enseña que nuestro deber es "educar contra Auschwitz, educar a los jóvenes para que el horror no se repita". Pero no soy capaz de ir más allá; puedo presentir el horror, asomarme a las puertas del infierno como uno de esos turistas que acceden a los hornos crematorios, apagados ya desde hace sesenta años, pero sólo eso.
3. Me han alegrado esta mañana de sábado. En ocasiones los perdedores nos complacemos con la noticia de una pequeña victoria en un lugar lejano. Los cines Alamo Drafthouse me han arrebatado el corazón con su última campaña publicitaria. Estas salas, de las que por lo visto son habituales algunas celebridades de la cinefilia como Quentin Tarantino, tienen a gala la protección del derecho a ver películas en silencio que tienen sus espectadores, de tal manera que el simple hecho de hablar durante la película o encender el móvil reporta la expulsión del recinto sin derecho a devolución del importe de la entrada.
Recientemente, una cliente que encendió el móvil y a la que, como a cualquier otro espectador, se le había avisado reiteradamente de las normas del lugar, fue expulsada de una de las salas. A continuación envió un mensaje de móvil a la empresa para quejarse por lo que consideraba un atropello. La retahíla de insultos y gritos y el nivel intelectual que muestra la indignada moza en su llamada inspiró a los dueños de Álamo Drafthouse para lanzar un video promocional cuya protagonista era, precisamente, la señora en cuestión. El mensaje no puede tener mayor eficacia entre aquellos que, como es mi caso, entramos a un cine con la única pretensión de ver una película en paz sin ser molestados; ninguno querríamos que semejante patana estuviera en un cine junto a nosotros, aprobamos sin dudarlo que la echaran.
Al final del video, la empresa explica su filosofía y le da las gracias a la interfecta: "De ninguna manera admitimos que la gente utilice el móvil en nuestras instalaciones. Advertimos insistentemente antes de la película de esto, pero en ocasiones hay clientes que violan las normas, de ahí que saquemos sus culos de nuestros cines. Gracias, mujer anónima, ha sido impresionante."
Voy a dejar a un lado mi educación ilustrada y a ser muy contundente en esto: me produce una profunda repugnancia la gente que me impide ver en silencio las películas en el cine. Si entra usted en un cine y paga siete euros para dedicar el rato a recibir llamadas de móvil o insultar al malo de la película, es que o es usted gilipollas, o es un maleducado, o las dos cosas. Casi siempre que entro en una sala de cine, y en especial los fines de semana, lo hago con temor: miro con desconfianza a los grupos de simpáticas ancianitas que amenazan con pasarse la proyección contándose la película y exhibiendo en público de la manera más impúdica sus estúpidas opiniones sobre el film, o sobre Zp, o sobre sobre la zorra de su nuera, que será una zorra, sí, pero que al menos en ese momento no se dedica a amargarme la vida como la zorra de su suegra. Me pasa lo mismo con los grupos de adolescentes que a poco de entrar ya han desenfundado ese móvil que hace de todo, excepto, sospecho, incrementarles el número de neuronas.
Señores de Alamo Drafthouse, han llenado de esperanza el corazón de un hombre derrotado: les amo. (El vídeo está en youtube, no se lo pierdan)
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2 comments:
Hace ya algún tiempo que me pasa como a usted. Ir al cine dejó de ser una experiencia grata para convertirse en una pesadilla.
Lo único que me pregunto es cuántas veces tendré que pedir silencio, o en qué parte de la sala se sentará menos gente y, así, no correr riesgos innecesarios; nunca voy los domingos a media tarde, ni a ninguna sesión que el público considere "típica": o voy entre semana o espero a que todo el mundo haya visto la película antes que yo para acudir -arriesgándome muchas veces a que la quiten antes-.Las molestias van desde los móvil hasta los niños sin padres -o con ellos, que es peor-, pasando por las señoras que en realidad son criticas de cine frustradas o pitonisas que saben siempre lo que pasará en la siguiente escena ("ahora entra el chico..."), o los adolescentes cuyos padres les dan la paga para perderlos de vista un rato y acabo sufrirlos yo -deberían darme a mí la paga, ya que soy niñera a tiempo parcial-.
Me indigna la falta de consideración de mis vecinos, pero más me indigna que los propietarios de los cines no se ocupen de lo que ocurre en sus instalaciones. "Usted pague la entrada y, si luego no puede ver la película, ya se las apañará con el patán que le molesta." Una vez te adentras en la sala estás expuesto... y lo peor de todo es que has pagado.
Lo que usted cuenta de ese cine me parece casi un milagro: un espacio en el que no se considera normal que la gente utilice el móvil. Deberían aprender en los cines de mi ciudad.
Nada más, un saludo.
PD: Respecto a lo que comenta de las instituciones públicas y de sus trabajadores, no sé si estoy tan de acuerdo con usted. Yo entiendo que hay gente muy válida que hace que el sistema se sostenga pero, me apuesto lo que quiera a que no podría darme el nombre de un sólo funcionario al que el médico le ofreciera una baja y no se la cogiera.
Comparto sus experiencias cinematográficas, de hecho he llegado a acostumbrarme a ver cine por las mañanas, y la verdad es que me ha resultado grato. No aspiro a estar sólo en una sala, pero sí a que compartir un espacio con otros seres humanos no suponga que mis derechos vayan a ser pisoteados. Lo que dice de las salas me recuerda a la de cierta vecina mía que una vez tras otra alquila su piso a personas por lo general de conducta desordenada. Ella, que vive en otro lugar, cobra cada mes puntualmente, yo pago las consecuencias, y ella se desentiende de todo lo que pueda ocurrir. En los cines suele ser así: la figura del acomodador parece que ya no es rentable, de manera que a mí, una vez he pagado, me puede pasar de todo que al cine se la refanfinfla.
Lo del médico y la baja no sé si lo entiendo bien, no sé si es que a usted le ha ocurrido algo así. La baja médica es un derecho que uno tiene. No aceptar una baja me parece pundonoroso pero desaconsejable, si es que con ello se pone en riesgo la salud del trabajador; en cuanto a la posibilidad de abusar de las bajas médicas, me parece correcto que el sistema inspeccione y sancione tales conductas.
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