VIOLENCIAS.
Lo siento por mi amigo el psicólogo, pero algunas cosas no me las invento. Es posible que mi subconsciente albergue mucha furia contenida y que no me haya quitado enteramente de la cabeza la enseñanza del solar contiguo al colegio, aquello de que si no estás presto a devolver la primera hostia que te caiga, sucumbirás a la ley de la selva y nadie te respetará, de manera que te caerán nuevos golpes, no te seleccionarán para el equipo y serás invisible para las chorvas. Pero éste es en realidad un planteamiento clásico y fácil de entender. Por contra la violencia que percibo actualmente por doquier se explica, creo, por causas más confusas, y responde a sentimientos vinculados a la incertidumbre, por ejemplo la incapacidad de la gente para proyectar su vida y sus relaciones con un sentido mínimamente lógico y previsible. Es, si se me entiende, una violencia histérica y provocada por la desorientación.
1.No sé si a ustedes les pasa como a mí, pero me asiste de manera creciente la sensación de que el mundo se está volviendo majara. Puede que mi mal sea el típico del paleto, que en cuanto veo a unos tipos haciendo algo que yo no suelo hacer me invade la presunción de que están locos, que es lo que uno suele pensar cuando no entiende algo. Recuerden si no aquello de Obélix, que llama locos a todos los que no comen jabalíes, no beben la cerveza fría o no se divierten soltándoles hostias a los legionarios. También me vale ese chiste del que va por una autopista y avisa a la policía con el móvil de que hay un loco que va en contra dirección, y luego viene otro, y luego otro...Vamos, que resulta ser él y no el mundo el que ha enloquecido.
Es higiénico tomar esta precaución, cualquier psicoanalista lo recomendaría: plantearse que el amenazante desorden exterior que uno percibe no es sino la proyección del caos que se ha ido apoderando de su alma. Una vez le confesé a un amigo psicólogo el profundo malestar que, por aquel entonces, me asaltaba a consecuencia de la aspereza cada vez mayor que detectaba en las relaciones entre los seres humanos, especialmente en la relaciones de los seres humanos conmigo, que soy sin duda uno de los humanos que más me importa. Unos cuantos incidentes en los que yo me sentía víctima inocente de la violencia de otros me convencieron de que la crisis económica o cualquier otra causa propia de los tiempos estaba volviendo a la gente más agresiva y descortés. En un momento dado llegué a pensar que salir a la calle suponía un riesgo considerable, aunque no ignoraba que si obraba en consecuencia y me encastillaba en mi casa podía ser que me pasara algo con los alquilados del séptimo izquierda, bastante aficionados por lo común a insultarse y amenazarse, lanzar enormes cantidades de agua sucia por el balcón o gritar "jodeos, catalanes de mierda" cada vez que alguien le marca un gol al Barça. Mi amigo me sugirió que la violencia que parecía envolverme por todas partes estaba en realidad dentro de mi alma, que era yo el que de alguna forma estaba demasiado cargado de cólera y de ansias de venganza, con lo que si lograba calmarme y darle paz a mi espíritu el peligro exterior desaparecería.
La bronca a gritos que esta semana me propinó una señora en medio de la calle ha reavivado en mí el sentimiento de que mejor me iría si saliera a la calle con una cota de malla. Sí, como la que llevaba el Capitán Trueno, no estoy para metáforas. Al parecer, la simpática señora se equivocó de persona y de situación, no era yo el verdadero destinatario de sus gritos e improperios. Tampoco estoy seguro, dicho sea de paso, que el tipo al que yo suplantaba fuera digno merecedor de tal tormenta de ira, pero, sinceramente, y perdonen por mi cobardía y mi espíritu insolidario, hubiera preferido que fuera él quien se llevara la bronca, pues yo soy de naturaleza más bien sensible y entre gritos me ofusco. Por suerte, no me pasó lo que a un antiguo alumno mío de Talavera de la Reina, que padecía depresión y crisis de angustia porque una banda de facinerosos de su barrio le pegaron lo que allí llamaban con aparente calma una "paliza por equivocación". Lo mío de anteayer fue más bien una "bronca por equivocación", que te deja con mucha cara de tonto pero con la nariz entera y los morros intactos.
Lo siento por mi amigo el psicólogo, pero algunas cosas no me las invento. Es posible que mi subconsciente albergue mucha furia contenida y que no me haya quitado enteramente de la cabeza la enseñanza del solar contiguo al colegio, aquello de que si no estás presto a devolver la primera hostia que te caiga, sucumbirás a la ley de la selva y nadie te respetará, de manera que te caerán nuevos golpes, no te seleccionarán para el equipo y serás invisible para las chorvas. Pero éste es en realidad un planteamiento clásico y fácil de entender. Por contra la violencia que percibo actualmente por doquier se explica, creo, por causas más confusas, y responde a sentimientos vinculados a la incertidumbre, por ejemplo la incapacidad de la gente para proyectar su vida y sus relaciones con un sentido mínimamente lógico y previsible. Es, si se me entiende, una violencia histérica y provocada por la desorientación.
¿Cómo reaccionar ante ella? Por supuesto, no desde la misma estúpida histeria. No sulfurarse, no vivir acelerado, no poner cara de atroz desconfianza cada vez que un congénere se me acerca, no negarme a escuchar, no ver al otro como un obstáculo que me ralentiza el paso, no ir por el mundo con el vaso de la paciencia permanentemente goteando...No sé, creo que seguir consignas tan sencillitas es lo más revolucionario que podemos hacer ahora mismo.
2. No es difícil imaginar cuál es la cadena causal que lleva a un suceso tan deleznable como el de los Mossos d´Esquadra arreando porrazos a un grupo de personas indefensas y pacíficas. Un preboste del consistorio decide que las celebraciones de la Champions pueden, en unión de los campamentos del 15-M, formar un cóctel explosivo, asunto sumamente comprometedor en una ciudad que ha sufrido en los últimos años altercados de orden público más que considerables. Se sabe que los acampados van a dificultar el desalojo al estilo Gandhi, es decir, permaneciendo en el suelo y obligando a los agentes a que se los lleven en brazos y de a dos. Como esto es imposible dada la masividad de la resistencia, se decreta la dispersión a porrazos. Todo muy lógico. De una lógica repugnante, diría yo. Se debe vivir muy tranquilo cuando uno está plenamente convencido de que el orden público requiere majar a palos a unos caballeros que molestan. Yo no tengo las cosas tan claras en la vida, por eso no voy con porra por el mundo. Por eso y porque no soy un sádico.
Por cierto, los manifestantes tienen razón: violencia es trabajar sin contrato o que el médico sólo tenga tres minutos por paciente. Eso y los porrazos de los Mossos.
3. Muchas veces se habla de la conveniencia de legislar contra el cine violento o contra ciertos videojuegos, pues se entiende que algunos crímenes pueden estar directamente vinculados a la intoxicación que producen estos consumos. Soy poco partidario de limitar la libertad de expresión, pero me pregunto qué saldría si dispusiéramos de un aparato que cuantificara con precisión el grado de toxicidad intelectual y moral que emana del consumo de ciertos periódicos, canales televisivos o emisoras radiofónicas. Cuánto odio, cuánto rencor, qué forma de razonar más simplista y mediocre, cuan poco han hecho el amor en la vida o han jugado en la calle estos tipos tan feos, tan fachas y tan desagradables que se dedican a cobrar por insultar a Rubalcaba o a Zapatero. Hay momentos en que no se distingue a un "contertulio" -a cualquier tumulto tabernario le llaman hoy tertulia- de esos hinchas de graderío que se pasan el partido insultando al árbitro. Da igual que el penalty esté bien pitado, estos "analistas" cargados de ira ven el mundo como quieren verlo, o como sus seguidores les piden que lo vean, aunque sólo sea para confirmar que la culpa de sus problemas y fracasos en la vida no lo tienen ellos mismos, sino los socialistas, el grupo Prisa o, como diría Franco, el contubernio judeo-masónico que no cesa en su empeño de socavar la sagrada unidad de la patria.
Gritan e insultan. Siempre. Qué aburrimiento.
3 comments:
De niños o de adolescentes, muchos hemos sentido la inminencia de los violentos. Quienes no somos hercúleos veíamos venir el tortazo que nos estaba reservado. Contaré brevemente una anécdota del colegio datada en 1971.
En segundo de bachiller –el segundo de bachiller anterior a la EGB--, un muchacho del Barrio del Cristo (Valencia) nos tenía acogotados. ¿Su nombre? En el colegio nos llamábamos por el apellido. Pongamos, pues, que se llamaba Armero. Imponían mucho su apellido y su apariencia física. Era un tipo musculoso, cetrino, algo achaparrado. Jugaba maravillosamente al fútbol y le sobraban fuerzas para realizar bien y pronto cualquier ejercicio físico.
¿Qué almorzaba Armero? Recuerdo que a media mañana, en la hora del recreo, sacaba de su cartera un inmenso bocadillo en cuyo interior siempre había un filete no menos grande. Yo temía su cólera, pues era un muchacho al que le gustaban las broncas: en algún momento la tomaría conmigo, me decía.
Un día me vio sacar de mi cartera mi sándwich, un anémico tentempié con una hamburguesa dentro. Se dirigió a mí y me propuso hacer un intercambio: yo me comería el bocadillo y él mi piscolabis. Hablo de comienzos de los setenta. Por aquellas fechas, un sándwich era algo muy moderno y el bocadillo de Armero era... demasiado contundente y rústico. Pero como yo era glotón quería devorar aquel manjar.
Dicho y hecho: a partir de aquel día, Armero y yo nos intercambiamos el almuerzo, cesando toda amenaza. Es más: pasé a ser uno de sus protegidos. Me sentía seguro y sabía que no habría violencia que me amenazara.
Lo recuerdo ahora y aún me avergüenzo.
No sé por qué habría de avergonzarse. Armero y usted encontraron una manera civilizada de establecer un vínculo. A mí, Bolaños, que era el matón oficial de mi colegio, se limitaba a coger prestado mi bocadillo y arrearle un bocado descomunal. Hacía lo mismo con otros pobres mortales y así almorzaba cumplidamente, sin necesitar traerse su bocadillo de casa. Aquello era lo que en Sudámerica y en relación a la corrupción institucional llaman "la mordida", es decir, cuando un funcionario o un policía te sugieren que pagues por determinado servicio. Era una "mordida" in sensu stricto.
Hombre, sr. Montesinos, me avergüenzo porque mi acuerdo con Armero significó que yo no hice nada: simplemente salvarme de esa amenaza. El tipo iba a seguir --y siguió-- abroncando a otros. No le he contado lo que pasó después. Brevemente: al curso siguiente dejó de aparecer. O lo habían expulsado o había abandonado los estudios. Ya sabe: no había educación obligatoria como ahora y un padre podía retirar a un hijo si suspendía todo o casi todo. En fin. La historia de Armero es muy real. Fue un intercambio de mordidas.
Post a Comment