¿DÓNDE ESTÁN LOS NIÑOS?
Una de las primeras cosas que llama la atención cuando se viaja a naciones "tercermundistas" es la cantidad de niños que se ven por todas partes. Es muy característico por ejemplo del Mahgreb: uno llega a una aldea y te salen por todas partes para pedirte cosas, para mirarte, para enseñarte su camiseta del Madrid o que sepas que conocen a Iker Casillas. Corría agosto de 1997 en Rabat, con bastante menos calor de lo que la gente imagina, y una joven marroquí me relató que, al llegar al Puerto de Marsella para ir a estudiar a París, lo primero que le desconcertó era la ausencia de niños correteando por las calles. "¿Dónde están los niños?", preguntó, pero ningún francés le supo contestar, quizá porque tampoco entendieron la pregunta. Ese silencio le hizo entender por primera vez lo que significaba vivir en Europa.
A uno pueden gustarle más o menos los asuntos infantiles, pero con los niños se da una paradoja: suelen molestar, pero si desaparecen es que algo inquietante está pasando. Solemos creer que esos ancianos de zonas rurales que regalan casas y trabajos para que vengan familias tienen problemas emocionales y necesitan nietos, pero lo que en realidad pretenden es sentir, al precio que sea, que su propia decrepitud no es el final de todo lo que con enorme esfuerzo levantaron. Lo que intentan trayendo niños, a veces de países muy lejanos, es que el aire vuelva a poblarse con los rumores de cuando había vida, reabrir la vieja escuela de la que conservan un retrato en blanco y negro lleno de personas conocidas que ya han muerto... Volver en suma a intoxicarse, siquiera como espectadores, con todas las ilusiones y los dramas de la vida, como si ésta pudiera no acabarse con ellos, como si tanto haber arado el mundo hubiera por fin servido para algo. Se me ocurre que quien no teme ver morir su pueblo no llega nunca a entender esto.
No me gustan demasiado los niños, no creo entenderme especialmente bien con ellos. Mi profesión docente es vocacional -lo sé desde hace tiempo- pero prefiero que las personas recorran el mapa de la infancia en compañía de otros, al menos hasta ese momento tan incierto en que uno se asoma a las primeras luces de la condición adulta. Es entonces cuando aparezco yo en las vidas de mis alumnos, esa fase de la biografía en que uno tiene que darse cuenta de que las convicciones en las que ha vivido eran prestadas por otros, y que llega ese instante tan angustioso en que uno va a decidir qué va a hacer de su vida, qué clase de persona está dispuesto a ser.
Las miradas de desaprobación que uno recibe cuando dice estas cosas -más si tienes la mala suerte de ser mujer, condición muy poco recomendable cuando se trata de estos temas- incrementan su agresividad cuando resulta que vas a tener un hijo. ¿Por qué vas a ser padre si no quieres a los niños? Yo, dicho sea de paso, nunca he manifestado que no quiera a los niños, sólo que no me gustan. Me gustan los adultos, me fascina esa lucha por emerger en el cuerpo infantil del adulto que en el niño se prepara.
No se entienda que, reivindicando el fin de la infancia, estoy recuperando en realidad los valores más atorrantes y reaccionarios que me transmitieron a mí en la escuela aquellos señores tan peculiares con sotana. No, los sistemas educativos represivos sólo pretenden estrangular el componente indómito del infante para preparar en él la larga serie de claudicaciones que le convertirán en lo que ellos llaman un "sujeto responsable", es decir, en un siervo. Lo que a mí me interesa del final de la infancia es que con él se inicia el verdadero drama de la existencia humana, cuando ya no es aceptable seguir posponiendo la exigencia de tomar las propias decisiones y asumir los propios valores, unos valores que, probablemente, serán distintos -e incluso contrarios- a los que a uno le han transmitido.
Así son las cosas, así han sido siempre. Por eso me preocupa lo que estamos haciendo con los niños. Tenemos la petulancia de creer que los estamos educando mejor de lo que nunca se ha hecho, pero yo advierto que estamos preparando una generación de sujetos dependientes, irresponsables e irresolutos. Haciéndonos la cuenta de que los protegemos contra toda suerte de males, les impedimos que aprendan por sí mismos que la vida mancha, convirtiéndolos así en unos seres inmunodeficientes. Nos hemos fabricado una imagen ideal de la infancia y hemos decidido -con un talante tiránico acaso mayor que el de nuestros represivos y victorianos padres y abuelos- que nuestros niños permanezcan eternamente recluidos en ella. Al mismo tiempo, pese a lo mucho que decimos amarlos, hemos construido para las nuevas generaciones un inhóspito entorno de paro y precariedad, como para convencerlos de que nunca por sí mismos tendrán una vida tan plácida como la que nosotros les dimos. Qué absurdo, ¿verdad?
Voy a ser padre por primera vez en apenas unos días. Podría convencerme a mí mismo diciéndome cualquiera de esas fruslerías tan socorridas que aparecen cuando uno se pregunta por qué va a tener un hijo, pero la verdad es que no sé decir cuál es mi razón. Sé lo que todo el mundo me dice respecto a las maravillas de la maternidad y a lo inigualable de todas esas sensaciones que supuestamente se aproximan. Yo sólo soy capaz de preguntarme, como tantas otras veces en que se me ha venido encima una tormenta, si voy a estar a la altura.
Mientras espero que la enfermera nos llame para el tocólogo, me sobreviene una pregunta un poco tonta: ¿cómo será la España que conocerá mi hija? Mientras tomo estas notas improvisadas
observo a dos mujeres musulmanas. También están cerca del parto y llevan un par de críos alrededor cada una. Alborotan, gritan, ríen, se ponen de pie sobre las sillas... Se me ocurre que son estos los niños por los que preguntó la estudiante marroquí cuando llegó al Puerto de Marsella.
15 comments:
Querido David, precisamente ayer nos acordamos Alejandro y yo de ti. Nos preguntábamos si ya habría nacido tu hija. Qué momento tan maravilloso, y a la vez desconcertante, cuando la veáis por primera vez.
¿Sabes? Yo tampoco dejo de preguntarme por la España que conocerá Helena.
Todo mi cariño para ti y para tu chica.
Parece que faltan aún unos días.
"Maravilloso y a la vez desconcertante", creo que contrapesas sabiamente las cosas, Isabel. En estos días uno no para de amargarse la vida con la radio o los periódicos, tienes la sensación de que esa especie de vampiros de nuevo cuño que llaman "especuladores" no solo no descansan en agosto sino que esperan precisamente a esos momentos de guardia baja para meternos el colmillo a todos. Demonios, parece que todo esté a punto de irse al garete. Curiosamente se me ocurre al mismo tiempo escribirle a mi hija algo así como esto: "El día que naciste las pocas personas que no se habían ido huyendo del calor de la ciudad estaban en el cine viendo la precuela de El planeta de los simios, que prometía ser un bodrio infumable. Vivíamos una recesión tremebunda. No terminaba de saberse cuál era la canción del verano..."
Sí, querida, un mundo incierto para nosotros y para nuestras niñas. Besos para Alejandro, espero que esteis descansando, un poco al menos.
Te aseguro, David, que tu niña sí te gustará. Al principio, como dice Isabel, te desconcertará. Su gran desvalimiento te parecerá extraño. Te preguntarás a cada instante qué es lo que necesita, qué es lo que piensa o siente cuando te sonríe, aún sin saber quién eres. Aunque ahora se dice que reconocen las voces que oían desde su encierro acuático. Puede ser.
Después verás sus tremendos esfuerzos para descubrir su propia identidad, separada de la vuestra y te maravillarás.
Pero hay una etapa -larga, larga- entre los tres años y la adolescencia de la que hablas, en la que se convierten en unos pequeños monstruos, nos tiranizan, nos absorben.
Está claro que a mí, igual que a tí, me gusta más esa otra edad en la que puedes escribir en sus páginas aún vírgenes, con la esperanza de que les quede algún bagaje con el que enfrentarse a la vida. Cuando pueden preguntar, debatir, oponerse, crearse a sí mismos, en tu presencia.
En fín, feliz paternidad, David. Un beso veraniego para tí y tus lectores. Saludos, Isabel.
David, un fuerte abrazo. Todo mi ánimo. Te escribo rápidamente, bajo una techumbre que me asfixia la conexión 3G. Pero quería animarte, no sé. Abrazos
Gracias, Marisa, tomo nota de todo lo que dices, en lo que adivino experiencia pero también ternura. De eso que dicen ahora de que reconocen las voces prenatales no me sorprendo. Ya me he dado cuenta de que la interacción se realiza ya desde entonces, es realmente sorprendente. Espero que sea feliz y relajado el resto de tu verano, lo vamos a necesitar todos.
Gracias por los ánimos, Justo, cada vez que en verano alguien me dice que anda desconectado pienso que está en el lugar adecuado para pasar el verano. Todo mi afecto.
Uno no está a la altura nunca, con eso más vale contar desde el inicio, pero hace lo que puede.
No estoy segura de estar de acuerdo con lo que dice de lo que hacen los adultos respecto de los hijos. No pretendo negar una evidencia pero los padres tampoco tienen tanto poder. Hay algo que, afortunadamente nos sobrepasa y se impone. No sé quién dijo que los hijos, son también hijos de la vida. Eso nos libera.
El final de la infancia no llega de repente. Los adultos también hemos de contemplar impotentes el inevitable sufrimiento que para los ninos supone crecer y madurar. En ese aspecto los padres no pueden hacer otra cosa que acompanar. Desde mucho antes que emerja "ese adulto" los ninos empiezan a vislumbrar que están más solos de lo que parece, que hay muchas situaciones que tienen que empezar a resolver en su relación con el otro. Que tiene que aprender a encajar las pérdidas, sean las de un amigo que se marcha u otras más dramáticas.
En fin, Sr. Montesinos, los anormal sería que usted no tuviese incertidumbre en estos momentos. Seguramente el mundo que contemplará su hija no será muy diferente del que tenemos y será el suyo.
Saludos desde cabo San Vicente, donde los atardeceres son espectaculares y esperanzadores.
R.
Debido a que mis vacaciones han pasado a ser constantes y al escaso alcance de mí pensión, aquí sigo, con el único consuelo de un pequeño ventilador, escudriñando el correo y los blogs amigos, por si alguien dice algo.
De todos modos, como bien dices, este descanso veraniego nos va a venir bien a muchos de nosotros, para tomar carrerilla para lo que se nos viene encima. No podemos descuidarnos, hay quien está pidiendo a voces el adelanto del adelanto...
Como decía mi abuela: hagas lo que hagas, pontge bragas (con perdón).
Qué bonito lugar, R., le envidio. Alguien dijo que "educa toda la tribu". A veces creo que es eso lo que nos falta; acaso tenemos más artefactos materiales e intelectuales que nunca para protegerles, y sin embargo están más solos de lo que nunca han estado. Lo advierto en mis alumnos, a veces me pregunto si han estado con amigos de su edad en la calle tanto como yo estuve.
Mi incertidumbre es cotidiana, desde luego, es casi una condición existencial, pero nunca alcanza una expresión tan angustiosa como cuando a uno le da por la maternidad. Creo que en esto pensamos igual.
Lo del adelanto del adelanto a lo que se refiere Marisa nos da para toda suerte de chistes. Es como lo de rizar el rizo, o como aquello de Liliput y Blefuscu, los dos pueblos que aparecen en el primer viaje de Gulliver, eternamente en guerra por la cuestión de si los huevos hay que cascarlos por el medio o por la punta. O eso que pasa cuando llueve, que por más que la gente ha pedido agua luego no deja de aparecer quien te dice que "no llueve como tiene que llover". En fin...
Esos Locos Bajitos
A menudo los hijos se nos parecen,
asi nos dan la primera satisfaccion;
esos que se menean con nuestros gestos,
echando mano a cuanto hay a su alrededor.
Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, hay que domesticar.
Niño,
deja ya de joder con la pelota.
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.
Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.
Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocacion.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada cancion.
Niño,
deja ya de joder con la pelota.
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.
Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj,
que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un dia
nos digan adios.
Estas estrofas de Serrat dicen más sobre el tema que plantea usted que cualquier cosa que ahora mismo se me pudiera ocurrir. Confieso que se me hace muy difícil escuchar a Juan Manuel cantándolas, sin que se me ponga un nudo en la garganta.
Se me viene encima un aluvión de sensaciones relacionadas con mi infancia y siento una opresión en el pecho al no poder decirles a mis padres, ya muertos, que hace mucho que les perdoné todo, que ellos lo hicieron lo mejor que supieron, pero que el oficio de padre es el más difícil del mundo.
Creo que yo tenía quince años o por ahí cuando Serrat editó aquella canción. La escuché atentamente y tuve la impresión de saber, por primera vez, algo de la visión que de este laberinto del amor paterno-filial tiene el otro lado, es decir, el de los padres. Yo tengo siete hermanos, la mayoría con apenas un año de diferencia entre sí. He de leerme la biografía de Alejandro Magno o algún cíclope por el estilo ante de pensar en la aventura gigantesca que supone una biografía marcada por algo así. Y resulta que son mis padres los que se lo cargaron a la espalda, seguramente sin amor al oficio y sin vocación. Yo, simplemente, no habría sido capaz. Es lo único que se me ocurre decir.
Creo, si usted me permite, que la opresión que siente en el pecho no desaparecería si hubiese usted podido cumplir su deseo, porque en realidad creo que lo causa, más que algo que uno no llegó a darles en vida, es el hecho -escandaloso- de que se hayan ido para siempre. Nuestros padres deberían morir el mismo día que nosotros, es concebible que dejen de cuidarnos y de sernos necesarios, pero no que dejen de vivir, eso no estamos preparados para entenderlo, no hay religión que pueda resolver esa contradicción.
Por cierto, voy a ponerme la canción de la que usted habla, es el momento... Hacía muchísimo que no la escuchaba, y sí, es muy hermosa.
Me emocionó la entrada.
Claro que estarás a la altura, siempre lo has estado.
José Luis Cervera
Simplemente gracias, José Luis.
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