ESA EXTRAÑA AFICIÓN
A MALTRATAR A LA GENTE
1. La escena que les describo transcurre hace ahora exactamente un año en la lectura de una tesis doctoral de Filosofía a la que fui invitado a asistir en el distrito universitario de Castellón. Una de las miembros del Tribunal que debe evaluar la lectura de la tesis llega de forma considerablemente impuntual al acto. Desconozco las razones y si llegó a excusarse. Durante su intervención, exageradamente larga, durante la cual no mira ni una vez a los ojos al tesinando, lo fríe a críticas de toda índole, le exige que aclare expresiones y opiniones que ella ya ha sentenciado -a veces con sorna- como intolerables. Declara una y otra vez que no le gusta ser obsesiva con las cuestiones formales, pero pone pegas interminables a la forma de citar, a supuestas incongruencias sintácticas, al estilo de las citas, qué sé yo. El ataque es tan inmisericorde e insistente, que supera todas las líneas rojas del ensañamiento y la inquina personal.
Se puede y se debe criticar la labor del aspirante a doctor, para eso se convoca a un tribunal a un acto académico por el que debemos sentir un respeto absoluto. Se puede incluso demandar que la tesis no se apruebe -como me cuentan que pidió esta profesora- , aunque tal cosa es extrañísima y puede dar lugar a un casus belli entre profesores o departamentos. Lo que no entiendo es el placer por destrozar a alguien que, en ese momento, es el más débil. Curiosamente, la interfecta abandona la sala por algún tipo de urgencia justo en el momento en que acaban sus intervenciones los miembros del tribunal y corresponde al tesinando -como manda el reglamento- responder a todas las críticas y observaciones que se le han hecho. De esta manera deja claro a éste el poco interés que le produce lo que pueda contestarle. La presidenta del tribunal -que ya anteriormente le ha reído alguna gracia a su compañera, siempre a costa de la supuesta debilidad de la investigación presentada- apremia al aspirante desde el principio, otorgándole un escaso tiempo de respuesta, algo que no ha hecho con los intervinientes, a los que ha dejado explayarse a sus anchas. Eso sí, durante una de las intervenciones ha recordado con gravedad al tesinando que nodebe interrumpir bajo ningún concepto a los miembros del Tribunal.
Finalmente, el Tribunal delibera, aprueba la propuesta de Doctorado con una nota particularmente triste y todos se van a comer, por supuesto a cuenta del joven aspirante, el cual se tiene que gastar -siguiendo una ley no escrita y particularmente estúpida e innecesaria- una fortuna en el ágape con el que agasajar a quienes acaban de convertirle en Doctor. Me imagino que les preocupa bien poco si está en el paro o si sus finanzas desaconsejan un esfuerzo de esta índole. También me malicio si durante la comida le dirían que el vino era una mierda. Después se fueron a casa, durmieron con la conciencia tranquila y siguieron publicando artículos y dando lecciones magistrales sobre feminismo, sobre la explotación capitalista de las clases oprimidas o sobre los fundamentos teóricos del autoritarismo académico. Qué desfachatez.
2. No me subleva que se le diga a alguien que no está acertado o que lo que hace contiene importantes defectos. Es duro que echen por tierra el trabajo de uno y hay que estar hecho de hierro para que no te afecte. Todos le hemos dicho "No" a alguien que nos presentaba el resultado de su esfuerzo o que nos ofrecía muy convencido su opinión sobre algo. Mal vamos si, por una mal entendida diplomacia dejamos que otros, en especial si son amigos o allegados, empantanen su vida porque no quisimos avisarles a tiempo de que elegían caminos equivocados.
Lo que no soporto es el maltrato. El catálogo de mis defectos es extenso, pero soy una persona amable. Tengo -como humano que soy- malos momentos y soy vulnerable al estrés, pero suelo saber rectificar y pedir excusas si he tratado a alguien de manera inmerecidamente hosca. En algún caso, por fortuna ya lejano en el tiempo, la brutalidad con la que me he conducido hacia alguien me persigue para siempre como uno de esos fantasmas que a uno se le aparecen por las noches. Esta convicción en favor del buen trato no convierte mi alma en más ni en menos digna del infierno que la de cualquier otro, sobre todo porque el que mis formas pretendan ser corteses no significa que no tenga negra el alma. Pero esa no es la cuestión. Lo que yo creo es que en un tiempo de desorientación como el que corre, las pautas básicas de la relación entre las personas se hacen más valiosas, y mayor ha de ser por tanto el esfuerzo por cultivarlas y protegerlas.
Por eso un ejercicio de escarnio tan horroroso y gratuito como el que presencié hace ahora un verano por parte de algunas personas muy autosatisfechas con su curriculum y su académica circunspección me viene hoy a la memoria.
Preguntado respecto al sentido de su fe, el Dalai Lama, que es un tipo muy socorrido para eso de
las frases célebres, contestó que "mi religión es la amabilidad". No creo que hagan falta grandes dosis de budismo para entender según qué cosas, basta con no ser un bárbaro.
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