Friday, November 04, 2011







POR QUÉ NO LEO A JOSÉ MARÍA IZQUIERDO





Si han visitado ustedes la isla de Lanzarote, probablemente hayan tenido la oportunidad de visitar la Cueva de los Verdes. De no ser por los carteles que la anuncian como reclamo turístico, uno pasaría por delante del agujero que le da entrada y se quedaría sin saber que se trata poco menos que de una ciudad subterránea. De ella en mi visita no llegué a ver el final, pese a la larga caminata por los angostos tubos volcánicos que componen el laberinto. Yo -pese a lo que pueda hacer pensar el nombre de este blog- no soy muy de cavernas, de manera que mientras el guía nos explicaba que los habitantes de la isla se escondían -todos juntitos- en aquel antro cada vez que avistaban barcos de piratas y buscadores de esclavos, yo me inspiraba en el lugar para acordarme del célebre mito que Platón traslada por boca de Sócrates en el Libro VII de La República.

Como es sabido, el mito en cuestión refiere la historia de unos prisioneros que, atados y cara al muro de la caverna desde su mismo nacimiento, son engañados por unos titiriteros, los cuales, ayudados por la luz de una antorcha que ilumina artificialmente la estancia, les hacen creer que las sombras que arteramente proyectan sobre la pared son seres reales. En algún momento, uno de los prisioneros escapa de sus ligaduras y emprende la subida a la escarpada cuesta que da salida a la caverna. Cuando los ojos se le acostumbran al mundo exterior, la vida que acaba de abandonar se le revela como el reino del engaño y la ignorancia, una siniestra comunidad dominada por fabricantes de sombras que, suscitando falsas opiniones en los habitantes, consiguen mantenerlos en la esclavitud y ser para siempre los amos de una caverna para la cual no parece existir alternativa. Apenado por el engaño del que son víctimas sus compañeros, el liberado, pese a que le sería más grato no regresar y limitarse a gozar de su nueva vida, opta por regresar a su antigua morada para convencerles de que están siendo engañados y que deben abandonar aquel reino de las sombras para salir a la luz. Obviamente fracasa: tras reírse de él por considerarlo un loco, los esclavos terminan asesinándole, pues, en el fondo, no pueden soportar el temor que les causa reconocer que toda su vida es una farsa.



Este mito suele recordarme también a lo que hace un par de décadas se llamó la Batalla de Valencia, alimentada por el supuesto propósito de Catalunya de apoderarse de las tierras del Sur. El diario Las Provincias, que informaba diariamente sobre las aviesas intenciones de Jordi Pujol de robarnos la receta de la paella y encaquestarle una barretina a la Mare de Deu, se convirtió en el laboratorio ideológico de un partido político, Unió Valenciana, dique de contención frente a una invasión que, gracias a su heroica labor, nunca llegó a producirse. Con mucho acierto, todo aquel conglomerado de prensa ultramontana, políticos estridentes y aldeanos y tías marías que gritaban a favor de la cultura autóctona sin haberse leído un libro en su puñetera vida, fue denominado así: la Caverna.


No es nuevo pues todo este asunto del fanatismo de la derecha que ha vuelto tan popular entre la clientela de los medios de Prisa al periodista José María Izquierdo. El suyo no es necesariamente un currículum brillante si hablamos de talento e ingenio, pero sí es el de un hombre con poder, no hay más que ver la lista de cargos que ha ejercido dentro del grupo editorial. En su blog y en sus intervenciones matinales en la Ser, Izquierdo se presenta como "Catavenenos", es decir, como aquél que, habiendo acostumbrado su cuerpo a pequeñas dosis de las sustancias más tóxicas, sobrevive a su diaria ingesta, avisándonos de los males que pueden ocasionar a los que no tenemos el cuerpo habituado a tales consumos. Izquierdo ha acuñado ya un par de etiquetas ciertamente afortunadas para denominar al ejército mediático que se dedica diariamente a demonizar a la izquierda y cantar las virtudes del PP, FAES, la Iglesia vaticana, y, en ocasiones, hasta del franquismo, la pena de muerte y todas esas lindezas que en mi casa nos lo hacían pasar bomba a mí y a mis hermanos cuando se las oíamos defender a voz en grito a mi abuela, que resulta que simpatizaba con la Falange y era partidaria de canonizar al Caudillo. Les llama "Cornetas del Apocalipsis" y "Chicos del Coro", que no se aleja demasiado de aquello de la Caverna.

Además de las colaboraciones referidas, el periodista tiene ya tres libros publicados a vueltas con el uso de la demagogia, el tono panfletario y la técnica del insulto, la calumnia y la descalificación que se han convertido en una constante en la prensa reaccionaria de nuestro país.
Pues bien, resulta que no sigo al Catavenenos, no compro sus libros, no acudo a sus mesas redondas y he optado por apagar la radio cuando él aparece. No lo he contado hasta ahora por qué, seguramente por una cobarde comodidad, no he querido molestar a personas que me son caras y que sí le siguen, pero creo que el proceder que ha hecho popular a Izquierdo contiene riesgos considerables, y me parece oportuno dar cuenta de ellos.



El primero que asume tales riesgos es, por supuesto, el propio Izquierdo. Y tiene razón en una cosa: el material con el que dirime su ejercicio periodístico es sumamente tóxico. Así, sus libros, su blog y sus apariciones en la radio son una recopilación de frases extraídas de los medios cavernarios y que por lo común hacen ostentación de dogmatismo, homofobia, sexismo, intolerancia... Basta leer un par de las que selecciona del día anterior y uno ya sabe que o le da por reírse de lo imbécil que puede llegar a ser un facha o le entran ganas de vomitar. Yo no me imagino el infierno con fuegos eternos, sino en una celda donde no puedo ver salir el sol ni escuchar a los pájaros, pero estoy rodeado de El Mundo y La Razón, en la tele ponen todo el día Intereconomía, y por la radio salen César Vidal y Federico Jiménez Losantos. No se trata de que yo discrepe de tales medios; discrepo de Daniel Bell y de Vargas Llosa, pero les leo con frecuencia y sin fastidio. Hay personas de derechas que me han hecho ver puntos de vista de los que yo carecía y que, en algunos casos, incluso he adoptado. De igual manera, circulan por todas partes opiniones etiquetadas "de izquierda" sobre el terrorismo, Palestina, la política exterior de los USA, el liberalismo o la cultura de masas que, de no ser adecuadamente contestadas por perspectivas supuestamente conservadoras, volverían cojo e infructuoso cualquier debate. No, no es éste mi problema con la Caverna española, no me preocupa que haya quien piense distinto a mí -más bien me preocuparía lo contrario-, mi problema es que todo lo que tiene que ver con ese ejército está movido por el odio y huele a rencor y a violencia.

Da igual que algunos se expresen a base de gritos e insultos y otros adopten sonrisa flemática: todos forman parte -utilizo la expresión de Izquierdo- de un coro destinado a convencernos de que cada día que pase con la izquierda en el poder avanzaremos un paso más hacia el apocalipsis. Su objetivo no es entrar en diálogo ni convencer, sino adoctrinar. No sería difícil buscar el origen sociológico de toda esta trama cuyos integrantes parecen competir por ver quién encarna la verdadera "línea dura" de la derecha española. Este país está lleno de personas que jamás han leído un libro y que necesitan algún tipo que hable con convicción y les ilustre respecto a los verdaderos culpables de sus fracasos en la vida. Rodríguez Zapatero, del que me separan muchas cosas, ha sido un chivo expiatorio perfecto para esta estrategia. ¿Tiene el gobierno socialista la culpa de que las cosas vayan mal? Creo que tiene una parte, pero es inútil detenerse en la microcirugía de detectar las claves de esa culpabilidad, pues enseguida viene por detrás el que matará moscas a cañonazos y decidirá que Zp tiene la culpa de la crisis mundial, de que llueva, de que pierda el Madrid y de que nuestra novia nos deje por un cantante de rap. No me angustia gran cosa que el segundo presidente socialista de la democracia española haya sido tratado injustamente, lo que de verdad me inquieta es que el mayor de los nutrientes de la democracia deliberativa, el diálogo, ve envenenados muchos de sus pozos cuando entra en escena toda esta legión de fascistas.




Hablemos claro: el dichoso Coro está formado por historiadores de pacotilla, opinantes cuyas interpretaciones están gobernadas por el odio, cínicos que aprenden a decir exactamente lo que su público desea escuchar, rojos arrepentidos que van a las teles de los fachas porque en la izquierda ya no se les hace caso, beatos feos y regordetes que parecen echarle la culpa al PSOE de lo poco que han follado y de lo plastas que son las novelas que publican... Izquierdo refleja la producción intelectual de todo este hatajo de fanáticos y resentidos en sus libros. ¿Vale de algo? Miren, en el bloque donde vivo, en mi trabajo, incluso en mi familia, he de convivir con personas con las que ya hace mucho que llegué a la conclusión de que es inútil intentar entrar en diálogo. A un allegado que ve Intereconomía y pone en el móvil el sonsonete del Cara al sol yo puedo intentar explicarle amistosamente por qué creo que el franquismo es uno de los regímenes más criminales de la historia del siglo XX, pero si él se niega a escuchar, no digo ya a ser convencido, entonces la presunción de que podemos entendernos es una ingenuidad. La posibilidad del diálogo -en esto tiene razón Jurgen Habermas- requiere un delicado amueblamiento que cuesta trabajo conseguir y que hay que esforzarse en preservar. Si no se dan las condiciones adecuadas no hay diálogo, ni siquiera aunque la gente hable; en ese caso no hay deliberación, sólo hay poder y el habla el sustitutivo de las armas. Llevo toda mi vida soportando a personas que no entienden de que va todo esto de la discrepancia. Me he cansado, estoy harto.

No me interesa nada perder el tiempo en esta caverna, no le veo ningún sentido a emplear un solo segundo repasando el veneno que han destilado hoy los chicos del coro contra la socialdemocracia, las feministas, los homosexuales, los inmigrantes o los marginados. Intento convencer a mis alumnos de que lean a Daniel Defoe y a Mary Shelley y de que, como decía aquella canción tan gitana de Rosario, vayan "por la vida sin odio ni rencor". Yo no lo he conseguido del todo, siento odio con más frecuencia de la que desearía. Por eso no quiero más venenos, ya tengo bastantes.

4 comments:

Tobías said...

A todo ese conglomerado blaverista del que hablas se le denominó también el “bunker barraqueta”. Bunker porque no era sino el nuevo revestimiento regionalista de quienes habían sido fieles al Régimen y ahora sentían pavor ante los cambios democráticos que se avecinaban; y “barraqueta” porque su valencianismo era irracional y paleto, como dice el dramaturgo Manuel Molins, solo entendían de “la barraqueta, la pinteta i la paelleta, tot es xicotet, tot es una miqueta”.


No debería intervenir en esto porque sé que tienes razón, que cualquier intento de argumentar por mi parte sería ir incluso contra lo que creo más acertado. Es lo mismo que cuando intento negar mi ateísmo para decantarme por el escepticismo menos comprometido y aristocrático. Acaba venciendo el espíritu de combate al servicio de la razón que busca derribar todo aquello que se oponga a su imperio.

La caverna es violenta, rencorosa y fascista, con ese fascismo que se disfraza de liberal para ser digerible pero que, apenas saca la patita, reconocemos a la loba en celo de la que hablaba Bertolt Brecht. ¿Y qué hacemos ante esto? Yo tampoco puedo dejar de sentir odio, sé lo que representan y soy consciente de lo que quieren hacer con mi país. Por supuesto, no me refiero al señor Izquierdo y a las sospechosas batallitas entre el Grupo Prisa y la Brunete mediática, hablo más bien de una preocupación por la cultura ciudadana y la defensa de algo que pueda aproximarse a una democracia. Se puede optar por mantenerse al margen de aquellos con los que no cabe la discrepancia y el debate, pero nos queda la diatriba y el combate, la denuncia como postura ética contra quienes envilecen la democracia y falsean la historia para legitimar la sin razón. No se trata del sano debate del Agora porque no cabe tal cosa, se trata de combate en la trinchera y de no ceder un palmo. Ya decía Cioran que el escéptico está al servicio de un mundo agonizante; bueno, pues no es cuestión de ponérselo fácil a esta gentuza, el veneno que difunden se extiende con rapidez y acaba inficionando una cultura política ya muy insana de por sí.

David P.Montesinos said...

Veamos, intento reflexionar y, si hace falta, rectificar mis posiciones.

Quizá se pueda entender que mi consejo es olvidarse radicalmente de la caverna, definida ésta no tanto como pensamiento de derechas como renuncia a todo lo que suene precisamente a pensamiento, algo que no es exclusivo de la derecha española, pero que ha creado todo un estilo, " coro de apocalípticos", -siguiendo la expresión del propio Izquierdo- que convierten los medios de comunicación en trincheras de propaganda y adoctrinamiento.

Creo que no se puede uno limitar a "pasar" del tema sin más, de acuerdo en esto. Si yo afirmara taxativamente lo contrario estaría contradiciéndome, pues yo mismo, escribiendo sobre el trabajo de recopilación de barbaridades de Izquierdo, estoy dedicándoles mi post a ellos. Tampoco me parece mal que historiógrafos sumamente acreditados se hayan preocupado por ejemplo de refutar a Pío Moa.

Ahora bien, mi consejo sería mantenerse a distancia, evitar convertir esto en una guerra de trincheras donde el enemigo te invita a contestar con disparos continuamente a los disparos. Creo que hay una labor que hacer para convencer a la gente de que todo ese mundo de las copes, razones y tdts partis es tóxico, cínico y antidemocrático. Pero si trato de convencer a algunos congéneres de esa toxicidad no es para estar continuamente explicando por qué esa gente no tiene razón, sino por qué entiendo que deben dejar de leerles y escucharles, que es exactamente lo mismo pienso de ciertos programas altamente nocivos de Tele Cinco.

Me parece que tienes razón, pero insisto, el pensamiento liberal-conservador es capaz de exhibir planteamientos ideológicos que pueden estimular extraordinariamente la reflexión y el debate. Creo que se debe entrar en diálogo sólo si se mantienen ciertas condiciones. Y con esta gente no se dan. Miedo me da el poder que pueden llegar a alcanzar.

Anonymous said...

¿Se te ha ocurrido imaginar dónde los hubiera ubicado Dante?
El albañil recoge al final de su tarea los cascotes en una paletada pero a veces no sabe el lugar para arrumbarlos.
Lo cierto es que molestan bastante e impiden el trabajo del siguiente día.
Conozco algunos buenos conservadores que se avergúenzan con voz pequeña, pero en todas partes cuecen habas.
Detella.

David P.Montesinos said...

Hola, Detella, disculpa por la tardanza pero estoy literalmente fuera de combate por un resfriado que parece digno de una condena bíblica. Yo los enviaría al séptimo círculo infernal del que habla Dante, es decir, ese en que se juntan los violentos y los injuriosos. También creo recordar que hay uno antes de aguas oscuras y fétidas donde aparecen curas y cardenales; no les iría mal por aquello de sus filias vaticanistas.

No entiendo, ya que lo dices, y creo que con razón, por qué dichos conservadores avergonzados no intentan que la cosa cambie, por qué -como tú dices- se expresan con la boca pequeña. Hay infinidad de personas de izquierdas a las que en su momento se les hizo pagar muy caro el que afirmaran que el estalinismo era una deriva odiosa del marxismo. ¿Por qué no encuentro esa capacidad para la disensión en la derecha española? Se diría que el debate no forma parte de sus hábitos, por eso parecen un corifeo.