Friday, December 16, 2011








EL AGORA




1.Los atenienses del Siglo de Pericles se reunían en el ágora, una gran plaza abierta que constituía el centro de la vida comercial y política de la polis. No conviene dejarse marear por el empeño de los seguidores de Sócrates en desacreditar a la Ecclesia, primer régimen de gobierno democrático de la historia, y al que declaraban envenenado por la demagogia de los sofistas y el caos de los múltiples intereses particulares. Platón tenía sus razones para odiar a la Asamblea, cuyos mayoría aprobó la condena a muerte a Sócrates. El suyo fue un momento políticamente convulso, seguramente propenso a este tipo de barbaridades, y nadie ha dicho nunca que los pueblos no se equivoquen. Demasiado a menudo aquellos griegos prestaban oídos a halagadores y corruptos que aprovechaban el turno de palabra para engatusarles con el poder persuasor de su elocuencia.

Tampoco es gratuito el reproche de que aquella democracia contenía lo que, desde nuestra perspectiva moderna, constituye una profunda contradicción: la sociedad helénica era esclavista, como lo fue insistentemente el mundo antiguo hasta que el mensaje cristiano tuvo la fuerza suficiente como para convertirse en referencia ética fundamental de esta pequeña península de las estepas asiáticas que conocemos como Europa. Ciertamente la Asamblea gobernaba de manera directa, con espíritu de referendum vinculante, y se cuidaba con reglamentos muy escrupulosos de que a ningún ateniense le tentara apoderarse de las instituciones y arrogarse una representación que nadie habría de concederle. Sin embargo el principio del gobierno inmediato por las masas, traducido en la celebre consigna -"un hombre, un voto"- no oculta ante nuestros ojos la evidencia de que la categoría de ciudadano sólo se atribuía a un sector relativamente pequeño de la población total de Atenas, de manera que quedaban excluidos de la Asamblea las mujeres, los metecos (nacidos en el extrajero) y, por supuesto, esa absoluta mayoría silenciosa constituida por los esclavos.

La gran pregunta que nos plantean hoy el 15-M y otros movimientos con espíritu de reivindicación popular y participación no mediada en la gestión de los asuntos públicos -como la Primavera Árabe o los Indignados de Wall Street- es si resulta posible trasladar a la actualidad el espíritu del ágora antigua, entendiendo que, en este caso, el carácter "abierto" de la Asamblea implica su universalidad, eso de lo que precisamente careció la democracia fundacional en la polis.

Algunas personas piensan que Internet podría hacer posible este viejo sueño. Empatizo profundamente con esta expectativa, pero creo que la gran reflexión colectiva en medio de la que nos hallamos está todavía por madurar. No me preocupan todavía en exceso las indudables dificultades técnicas de un procedimiento asambleario donde la apertura del ágora fuera sustituida por una virtualidad desespacializada que podría muy bien simular la participación ciudadana en vez de potenciarla. Y ya sabemos de qué manera tan obscena se resuelve la lógica de las mayorías en internet, donde la apoteosis de la democracia es el número de entradas que tiene la última gilipollez de Lady Gaga o los resultados de un sondeo sobre si Zp tiene la culpa de la crisis. Lo que verdaderamente me interesa es concretar por qué hemos dejado de creer en la representación, que es lo que realmente está en juego en todo este asunto.


Los griegos jamás habrían aceptado que otro gobernara por ellos; de hecho estaba muy mal vista la costumbre de rehusar la asistencia a la Asamblea, una actitud propia de gente mezquina y que prefería entregarse a cualquier causa privada antes que pronunciarse sobre los asuntos que afectaban a la convivencia y a la salud de la ciudad. La democracia contemporánea se sostiene sobre la hipótesis de que podemos ser representados, es decir, que debemos confiar en personas expertas en la administración de la res pública a los que votamos cada periodo, descargando sobre sus espaldas la responsabilidad de decidir lo que habrá de ser de todos. Son poderosas las razones por las que hoy muchas personas, en especial personas jóvenes, dudan de que las instituciones partidarias dedicadas a obtener la representación para gobernar sean -como proclaman serlo- herramientas de una voluntad colectiva. Sin embargo, creo que determinadas consignas -muy populares durante los momentos más intensos de la movilización que vivimos antes del verano- dan por hecho imprudentemente que podemos vivir sin partidos ni sindicatos, instituciones mediadoras que, con acierto o sin él, configuran un sistema de mediaciones sin los cuales, las masas podrían quedar peligrosamente desamparadas ante riesgos como el de las tiranías y los populismos.


En cualquier caso, con o sin políticos profesionales, lo que pone sobre la mesa este nuevo movimiento social, que no estaba contemplado en el programa de nuestra aún joven democracia, es que tenemos la obligación de ejercer presión sobre los poderosos -los que gobiernan desde las instuciones, pero también, o sobre todo, los que lo hacen desde el capital-, obligarles a que se nos escuche y pronunciarnos enérgicamente ante los desmanes que tan frecuentemente cometen.

2. Me causa una profunda repugnancia la campaña publicitaria con la cual una importante empresa de telefonía se inspira en el 15-M para crear una atmósfera de "buenrollismo" en torno a la mercancía que vende, cuyo mercado es fundamentalmente juvenil. Discrepo sin embargo de alguna opinión que ya he visto circular por la Red, según la cual la campaña parodia el movimiento de los Indignados.


El del marketing es un mundo sumamente complejo, tanto como el que rodea la conflictiva personalidad de Don Draper, protagonista de la fabulosa serie televisiva Mad men, que gira en torno a una empresa de publicistas de la Avenida Madison de Nueva York en los años sesenta. Mad men debe ser vista por cualquiera que quiera interesarse por un relato televisivo que, además de brillante e inspirado, acredita una factura escrupulosamente respetuosa con el espectador, al que, al contrario de lo recurrente en cuestiones televisivas, deja de considerar como un ente pasivo, adicto y fácilmente manipulable. Pero, sobre todo, debe verse -y se me ocurre que debería ser de visionado obligatorio en institutos y universidades- si lo que se pretende es entender las claves del capitalismo contemporáneo. Recuerdo el modus operandi de Draper -todo un cool hunter de hace casi medio siglo, cuando tal concepto ni siquiera existía- y se me ocurre que lo que pretende la campaña citada, lejos de burlarse de los Indignados, es capturar su reflujo, seguir las buenas vibraciones de su estela para provocar la empatía de una potencial clientela que es sobre todo juvenil. El problema es que no les ha salido, seguramente porque una cosa es ir de cazador de tendencias por el mundo y otra es ser, de verdad, como Don Draper, es decir, publicista de talento.

Analicen cada uno de los anuncios que constituyen la ambiciosa campaña. Son asambleas populares que deciden cómo ha de configurar su oferta de telefonía móvil la empresa en cuestión. Se diría que crean una presión popular sobre los ejecutivos de la empresa, a los que uno imagina como unos tipos más bien oscuros que se remueven dentro de sus trajes, ansiosos de que la gente les diga exactamente lo que deben hacer para satisfacerla. Democracia en estado puro. Se nos intenta insuflar la idea de que, en tanto que consumidores, podemos obligar al capitalismo a plegarse a nuestros deseos. En la medida en que seamos muchos, a éste le será más difícil resistirse, un principio que ha hecho mucha fortuna en el mundo de las telecomunicaciones de consumo, pues se asume que en la medida en que se multiplican los usuarios de una determinada red, el coste de la misma se abarata.

Los spots recogen vagamente algo de la atmósfera que se respiraba en los campamentos, pero lo hacen con bastante torpeza. Alguien propone en tono de ciudadano exigente una oferta de precios por llamada, hay quien le apoya y quien exhibe su discrepancia, un viejales suelta una gracia que la gente ríe, una señora de mediana edad aprovecha la coyuntura para hacer una insinuación sexual hacia un vecino más joven que ella, la masa asamblearia vitorea y aplaude... El mundo del gran capital ha sido derrotado, pues la maquinaria productiva queda sometida al empuje de la voluntad popular. El pequeño problema es que lo que han conseguido no es un buen remedo de las asambleas del 15-M, más bien se parece a la serie Aida, una comedia de situación particularmente cutre y particularmente exitosa de Tele Cinco que tiene esa virtud tan sainetera de provocar hilaridad de la gruesa a partir de la supuesta sabiduría de las clases populares.

Las asambleas ciudadanas promovidas por los Indignados son otra cosa, desde luego. De ellas, esta campaña publicitaria sólo es un torpe simulacro, casi una parodia, aunque no sea esa su intención. Me parece más cercana al espíritu de aquellas asambleas la contracampaña que circula últimamente por la Red. No se la pierdan, sabrán algo más sobre la potente empresa de telefonía que nos va a hacer a todos más libres y felices vendiéndonos sus aparatitos.
http://www.youtube.com/watch?v=z9fagh8RA70

4 comments:

Anonymous said...

Habria que preguntarse si todos los moderadores se hacen la misma pregunta. Se plantean las mismas cuestiones.

Hironia

David P.Montesinos said...

No estoy nada seguro de ello, Hironia.

Joaquín Huguet said...

Le preguntaba a un alumno con un retrato del Che Guevara en la camiseta quién era ese señor. Él me respondió que era una especie de Jesucristo o cantante de rock. Uno de los talentos del capitalismo- como el de otra multinacional, lo iglesia católica- es que sabe fagocitar y metamorfosear, como las cucarachas que sobrevivieron a la catástrofe de Hiroshima, el veneno que lo ataca y convertirlo en un jarabe milagroso que lo hace más fuerte. En muchos anuncios se incita a la "rebeldía", a ser tú mismo y sublevarte contra las injusticias del mundo. Lo del anuncio de esa compañía telefónica es un milagro de la adaptación publicitaria por la rapidez con que ha sabido asumir un movimiento social, pero no olvides que su eslogan- muy bueno, por cierto- es "M...., compartida la vida es más". ¿No podría ser ésta una consigna socialista?

David P.Montesinos said...

Hola, Joaquín, disculpa en primer lugar la tardanza en contestar, pero llevo un par de día entregado al consumo, que es lo que prescribe la naturaleza espiritual de estas fiestas, y que también es lo recomendado por el nuevo gobierno, y ya sabes que soy obediente.

No tengo ninguna duda de que el PSOE podría desarrollar una campaña publicitaria como ésta. Es más, ya lo ha hecho, y de peor calaña, nunca han escatimado perversidad en esto del marketing, del que siempre han creído entender más que la derecha. Recuerda aquella mamarrachada del doberman del PP -insinuábase que era Alvárez Cascos-, o aquello tan bonito de "OTAN, de entrada no". Lo que pasa es que yo creo que una inspiración publicitaria como la de los indignados, por extraño que parezca, podría ser aprovechada hasta por la derecha más rancia. Es cuestión de quitar piojos y perroflautismo y darle a la cosa un toque guay. A fin de cuentas es lo que hacen en esas reuniones tan enrolladas donde todos los de las juventudes peperas se sientan en el suelo alrededor de algún líder y ponen cara de no queremos ser pijos y nos gusta la informalidad.

El individualismo, la rebeldía, el no a las supuestas convenciones, la libertad, en suma, la publicidad no se entendería sin todas estas claves precisamente porque su misión es convertir en mercancía vendible, es decir, en puro juego de signos, aquello que se trata de asfixiar.