Friday, January 13, 2012








HUMANIDADES

1. Llevo más de una década viviendo en mi actual domicilio. Han cambiado muchas cosas en este barrio y en mi vida desde entonces, pero hay una que ha permanecido idéntica. En el tercer piso del edificio vecino, diviso diariamente una ventana con una luz de flexo que está casi siempre encendida. Hay un joven que estudia. Lo hace de manera sosegada, sin ansiedad, sin prisas, no por falta de intensidad; al contrario, su actitud serena es propia de quien se sabe embarcado en una misión ambiciosa y de largo recorrido. Sospecho que prepara una oposición, y puedo imaginar que se trata de una de esas que requieren años interminables de trabajo. A veces, mientras yo me dispongo a encender la tele para ver un partido de fútbol y disfrutar del descanso que creo haberme ganado, observo antes de bajar la persiana que, como siempre, mi vecino estudia. Cuando el partido ha acabado y me dispongo a acostarme, la lamparita de mi vecino continua encendida.

Deseo que apruebe y consiga lo que se ha propuesto, un objetivo al que lleva un tramo muy significativo de su vida con tan admirable tenacidad. Jamás he hablado con él, no sé cómo se llama... Si me lo cruzara por la calle es posible que no lo reconociera. Creo que aún no sabe que suelo observarle y que en silencio le admiro. Si algún día la tenue luz que asoma desde su mesa junto a la ventana llega a desaparecer, yo no sabré si finalmente ha aprobado o si simplemente ha desistido. Quizá entonces me sobrevenga la melancolía, habré perdido algo.


¿Saben? Estoy un poquito hasta los huevos, para que se me entienda bien. Me cansa ese discurso tan simplista y tan eficaz que descarga sobre los empleados públicos la responsabilidad de los desastres económicos que han fabricado no sé si los ejecutivos de los bancos, los especuladores o los políticos, pero no desde luego las enfermeras de los hospitales públicos, ni los jueces, ni los maestros, ni los bedeles de los ayuntamientos. Me acaban de bajar el sueldo una vez más. Me han quitado los sexenios, que les aseguro que me costaron mucho de conseguir. Trabajé como un animal para sacar las oposiciones de profesor de enseñanzas medias a principios de los noventa y, disculpen la soberbia, pero obtuve el número uno de mi quinta. No lo logré por listo, porque de eso ando más bien justito, sino porque estudié como un cabrón.


No acabo de saber qué es lo que legitima a un tipo que ha heredado el negocio de sus padres a pasarse el día despotricando contra el Ministerio de Hacienda, los funcionarios, los asalariados "que no se implican y que sólo piensan en irse cuanto antes a casa" o los sindicalistas, y eso cuando no les pega por meterse también con las mujeres o los inmigrantes, todos los cuales tienen también, por lo visto, la culpa de que las cosas no funcionen. Tienen razón en que el país no funciona, pero España no es un país ineficaz sólo porque funciona mal la administración pública. En España hay magníficos empresarios, pero la nación sufre también de una lamentable cultura empresarial, de igual manera que, junto a algunos funcionarios que no merecen el cargo que ostentan, hay una mayoría de empleados públicos que se ganan su sueldo, un sueldo que, por cierto, nos recortan una y otra vez.

Soy profesor y empleado público, por tanto estoy expuesto a sospechas por doble motivo. Puede que lo merezca, y no me parece inaceptable ser objeto de un permanente interrogante respecto a la calidad y eficacia de mi trabajo. Pero acéptenme un par de pequeñas reservas. La primera es que se informen antes de juzgar respecto a los merecimientos de cada cual. Llamar a alguien "vago" sin conocerle es insultarle, y a mí pueden perderme el respeto si les place, pero mi autoestima no van ni a rozarla. Dejemos que se sigan deteriorando las condiciones del servicio que ofrecemos -que no tiene que ver solo con el salario que percibimos los profesionales- pero, por favor, no contesten después en las encuestas que lo que necesita este país es una mejor educación. Me vale igual para la sanidad, la justicia y los demás sectores de la administración pública. Seamos consecuentes.

Ojalá apruebes, amigo. (Por cierto, mientras escribo estas líneas, en la noche del viernes, y me dispongo a apagar el ordenador para hacer la cena, pego una ojeada a su ventana. Hay luz, como siempre. Se me ocurre si no hay una cierta santidad en esa determinación tan invencible)


2. Una joven cajera se disculpa ante nosotros por no estar en la caja cuando nos disponemos a pagar. Las empleadas de este supermercado de franquicia alemana suelen parecerme personas tristes. Somos amables con ella. Lo somos siempre con las personas que están trabajando y nos prestan un servicio. A veces, cuando la gente entra en un lugar así, tiende a olvidar que lo que tiene delante es una persona. Mira con afecto a mi bebé, que le devuelve una sonrisa desde el carrito.

Una allegada trabajó durante algún tiempo en una franquicia que no nombraré pero que goza de un prestigio considerable. Fue maltratada de manera indecente, cosa que, por cierto, le ha ocurrido en otros trabajos similares que ha tenido, algunos de ellos al cargo de empresarios desaprensivos de esos que despotrican contra todo excepto contra su propia inmoralidad y su ineptitud. Sistemáticamente las cajeras eran abandonadas a los pies de los caballos ante los conflictos que, por distintas razones, generaban momentos de irritación y tensión entre algunos clientes. "Dile lo que sea, quitátelo de encima como puedas". Esta es una frase muy oída en este tipo de lugares. Pero debemos reparar también en la actitud que, a veces, tenemos como clientes. Con frecuencia descargamos nuestra ira sobre los subalternos: cajeras, bedeles, enfermeras... Nos sentimos estafados, de acuerdo, pero levantamos la voz contra el más débil, sin atrevernos a hacer valer los medios adecuados para que nuestra reclamación -perfectamente legítima- siga el curso adecuado. Esto es muy español, parece.

Esta chica me contó que, en una ocasión, un cliente airado le echó la bronca por la política de la empresa. Le contesto, lógicamente, que acudiera al director. Este le dio una serie de explicaciones. El cliente cambió ante él de actitud, se comportó como una persona flemática y mesurada. Al abandonar el despacho del director, cuando ya dejó de tenerlo delante, volvió a calentarse, se lo pensó mejor, entendió -a destiempo- que las explicaciones no le habían convencido... Y adivinen a quien volvió a levantarle la voz. A la cajera, sí. Extraigan conclusiones. Acordémonos de que, tras las cajas, las ventanillas o las toneladas de impresos, lo que hay son personas, material sensible, humanidades. Son seres humanos los que sufren los recortes que con tanta convicción aplican los políticos cada vez que Moody o algún otro señor feudal de nuestro tiempo baja la calificación de la deuda.

3. Merche, protagonista de Cuéntame, es operada de un tumor en un pecho en el último capítulo de una serie cuya trascendencia creo que no ha sido debidamente valorada, seguramente por papanatismo. Gradualmente va conociéndose la gravedad de lo que, inicialmente, parece poder ser un simple quiste. La tragedia se cierne sobre los Alcántara. Su marido tiene que esforzarse en ocultarle las dimensiones del problema. Merche, con un pecho recién operado, le reprocha que le haya ocultado la verdad sobre su estado. Tras los pertinentes análisis médicos las noticias no son buenas. Antonio trata de mentir nuevamente a Merche. Ésta le mira y le obliga a decirle -esta vez sin remilgos- la verdad. Cuando Antonio se derrumba y empieza a llorar sobre el hombro de su esposa, ésta entiende, por primera vez, que ya no es la única víctima, que vuelve a ser ella la que -incluso a las puertas de la muerte- puede levantar el ánimo de su marido, que tiene que ser ella quien, como siempre ha hecho, defienda a su familia.


-"No voy a morirme", le dice en ese momento, uno de los más duros y emotivos en la historia de esta larga saga.


Ojalá tuviera yo el valor de aquellas madres de hace treinta años.

10 comments:

Justo Serna said...

Hola, David. Muchas gracias por la reflexión profunda y levemente irónica que plantea en mi blog a propósito del aforismo y de los saldos. No sé qué decirle. Llevo viviendo veintitantos años en el mismo piso y me pregunto cuando veo a mis vecinos. Me pregunto sobre la condición humana y la respuesta siempre es corta o entrecortada. Como algo sentencioso. Para bien y para mal. Y cuando veo las series televisivas, igualmente me pregunto.

Incluso con ‘Cuéntame’, justamente cuando Merche sale del quirófano. Admito que no me gustan la ambientación, la dirección y los ruidos de fondo de la serie (me advirtió sobre ellos mi hijo). Pero Imanol Arias es muy creíble. También Ana Duato. En fin, no sé qué tiene que ver esto con el aforismo. Tampoco sé qué hace la gente para vivir mejor. Viendo el capítulo de Merche en el hospital (en realidad son un par), me pregunto para qué seguir. ¿Para qué seguir si total vamos a morirnos? Como Manuel Fraga. Pero inmediatamente me corrijo con Joan Fuster: mientras escriba, aún vivo. Escribiré, pues. Aunque sean retalitos o billetitos.

Ayer, unos amigos me regalaron un póster con el retrato policial de Frank Sinatra. Las referencias son a mi ‘crooner’ querido y a ‘Los Soprano’. Me ‘llegó’ el obsequio. Me llegó mucho.

Aún no me he repuesto. Estas cosas son las que te dan vida o vidilla.

Joan Climent said...

¡Qué bien cuentas las 'historias' y qué bien escritas están! Un placer leerte.

David P.Montesinos said...

Estimado señor Serna, creo que, además de la imagen de Sinatra que le han hecho llegar, tiene usted motivos para sentirse muy bien estos días. Me refiero a su participación en el coloquio de la Económica.

¿Sabe? Llevo media vida leyendo a caballeros que ponen entre interrogantes eso a lo que lee precipitadamente a Lyotard llamaría el “relato de la Ilustración”. Niezsche, Freud, Adorno, Heidegger, Foucault… Y a veces tipos bastante más idiotas han sido presentados como enemigos del proyecto de la modernidad, cuando, en realidad, yo creo que lo que han hecho es cargar hasta sus últimas consecuencias con la obligación autoimpuesta por aquellos señores con peluca: preguntarse por los confines de la razón, averiguar sus límites, prevenirnos contra los usos incontrolados del saber. El espíritu dieciochesco se sustenta ante nuestros ojos a partir de un relato, una mitología cuya epopeya se presenta paradójicamente como la de una empresa de desmitificación. Y, sin embargo, el poder de seducción que ejercen sobre mí aquellos señores que luchaban apasionadamente por difundir el ansia del saber entre las gentes, enfrentándose con ello a oscuros y poderosos poderes fácticos, es si cabe cada día más inmenso.

Tengo un buen amigo en la RSEAP, hemos hablado algunas veces sobre esta institución. Perdonen si me pongo cursi o solemne, pero el espíritu con el que la fundaron me parece tan vivo como siempre. Me pregunto si el poder del oscurantismo y la servidumbre no requieren para ser afrontados muchas más RS, hoy tanto como entonces. Moderar un coloquio así me parece hermoso y memorable. Ya ve, tengo cierto fetichismo con los lugares y la instituciones que soportan bien el paso del tiempo, nada me parece que tenga más nobleza que esa tenacidad. Creo que iré a escucharles.

Respecto al asunto de “Cuéntame”, la verdad es que no había caído en lo de los ruidos de fondo. En cuanto a la ambientación, creo que es bueno que no le guste, a mí tampoco me gusta. Pero es que es ese color desvaído, esos cazos de colores y los vasos de Duralex, esas frases hechas cuyo sentido se escapa ahora a los jóvenes… Es así como yo recuerdo ese tiempo. Creo que es un relato lleno de contradicciones y defectos. Tiene una irritante facilidad para “blanquear” ciertos episodios de la historia reciente, como queriendo ofrecer de las cosas una versión que satisfaga a la mayoría y nos conforte. Y, sin embargo, hay algo que me hace volver de forma recurrente a esta saga. Creo que sé lo que es, ya lo hablaremos si le apetece algún día sacar el tema.

David P.Montesinos said...

El placer es mío, Joan, por leer y por tener la generosidad de decírmelo. Gracias, me ha animado una tarde que amenaza con ponerse melancólica.

Anonymous said...

David, no me gusta defender al funcionario en base a que ganó unas duras oposiciones, cualquier trabajador pasa duras pruebas para acceder a su puesto e incluso aquellos que al terminar la carrera nos encontramos con un negocio heredado, hemos de trabajar cada día para tratar de mantener con cierta dignidad el legado paterno.
Lamento hacer un discurso simplista pero opino que no se puede generalizar y que algunos sectores del funcionariado os han hecho mucho daño a todos los demás, por ejemplo aquellas imágenes de los empleados del Juzgado de Valencia fichando a las 8 sin siquiera aparcar el coche para largarse tranquilamente a llevar a sus hijos al colegio o a lo que les diera la gana y te aseguro que era una práctica cierta, constante y aceptada por todos o la antipatía, cuando no mala educación, de muchos funcionarios de los propios Juzgados o, en general, de los departamentos de “burocracias”, sí, esas eternas burocracias que podrían ser más sencillas y menos desagradables y no deberían obligarte a llenar de mierda tu chaqueta para poder cambiar a tu hija sin perder tu valioso turno.
Ayer en el gimnasio, que en mi vida y la de mis compañeras sustituye para el cotilleo a la odiosa peluquería, intentamos citar alguna profesión que hoy no resulte odiosa para el resto de los mortales: en el sector de la banca son todos unos ladrones, los abogados lo siguen siendo, los dependientes están hartos y te tratan con desdén, el sector de la construcción se lo llevó todo al bolsillo en las vacas gordas así que ahora que se jodan, los inmigrantes nos roban el trabajo ¿sigo?.
Creo que os odian sólo por una cosa, porque tenéis trabajo seguro, qué pena.
Lucrecia

Anonymous said...

Yo admito que me gusta mucho "Cuéntame" pero para mi la serie es Mercedes Alcántara, no sé si la serie es fiel reflejo de la época pues no lo recuerdo con claridad pero no tengo duda de que Mercedes refleja otra realidad, la lucha de tantas mujeres españolas por tratar de hacerse un hueco en la sociedad sin dejar de lado su papel de madres, de motores de la familia, con esa valentía que yo también envidio.
Lucrecia

David P.Montesinos said...

Contesto primero a lo segundo, y por cierto no creo que debamos disculparnos por seguir una serie que lleva una década contrayendo méritos más que notables. Yo no diría que Merche sea la serie, pero sí es clave en ella, es una figura vertebradora dentro de una saga cuya historia probablemente se disgregaría. Creo en cualquier caso, visto ahora desde la distancia y la aparente superioridad que está hallarse en el futuro, que tanto Antonio como Merche, aunque de maneras diferentes, son víctimas y héroes de una sociedad que les dotó de un mapa moral repleto de contradicciones.
Creo que es cierto lo que dices de ella, pero yo entiendo a Antonio Alcántara. Me siento animado a perdonarle sus excesos, me gusta su lealtad, su carácter emprendedor y ese esfuerzo tan indomable por mejorar. Creo que la España contemporánea se ha forjado a partir de un proceso de transformación como el que han sufrido los Alcántara. Todos ellos.

David P.Montesinos said...

Dentro y fuera de la función pública hay personas que se tienen que labrar su fortuna día a día, y otras a las que se lo han dado casi todo hecho.Estoy harto de comprobarlo. A partir de aquí, uno debe preguntar a su propia biografía cuál es su lugar y qué méritos ha contraído para juzgar a los demás. En hospitales, colegios y oficinas de toda índole conozco a héroes y conozco a villanos; hay empleados públicos que deberían ser enviados a la calle sin contemplaciones y otros que, sin que lo sepa el público, sostienen edificios enteros porque hacen más de lo que se les pide. Sé muy bien lo que estoy diciendo porque llevo casi veinte años en la enseñanza pública y mi conclusión está muy asentada: dos personas con el mismo sueldo e incluso con la misma bata blanca son absolutamente distintas. Ignorar esto me parece tan simplista como afirmar que todos los abogados son unos sinvergüenzas, una afirmación que de vez en cuando yo escucho y a la que siempre me opongo.

No defiendo al funcionario sólo porque haya pasado una oposición. Lo que intento hacer ver es que lo que tengo me lo he ganado yo. Y de ello, lo que más valoro es el respeto y el aprecio de mis compañeros y de mis alumnos (no pienso llamarles "clientes" porque los servicios públicos son servicios, no negocios) Presiento un profundo rencor social contra aquellos que, como es mi caso, somos malos por ser profesores y lo somos también por ser empleados públicos, y me siento en la obligación de resistirme a perder la autoestima, que supongo que es lo único que me va a quedar si el común de los españoles -esos que en las encuestas siempre dicen que lo prioritario es la educación- siguen incrementando su rechazo a mi trabajo.

Anonymous said...

Hola,

me gustaría felicitar al autor de este blog por sus artículos y también participar en este debate diciendo que no soy funcionario ni lo seré teniendo en cuenta mi edad. Dicho lo cual, no estoy de acuerdo con la señora Lucrecia en alguna de sus apreciaciones.

A mí me aparece que sí se puede destacar el hecho de aprobar una oposición como un valor positivo, y no es verdad que en el sector privado se pase por nada semejante para tener un trabajo, por muy duro que sea el acceso a dicho puesto: da igual que se trate de dirigir un banco o Inditex; dígales a los aspirantes que tendrán que pasarse años preparándose para las pruebas sin saber si el trabajo será suyo y ya verá los que se quedan. Me parece más que justo que a cambio, y a falta de sueldos altos, se les ofrezca seguridad; recordemos que los funcionarios siempre han sido gente con sueldos modestos -recuerden al protagonista de Cuéntame- .

Por otro lado, seguro que lo que hacen algunas personas en su trabajo en el juzgado de Valencia es despreciable, lo que no entiendo es por qué eso le tiene que hacer mucho daño a otro cuando lo único que comparten es haber superado unas pruebas de acceso; como usted dice, todos pasamos por pruebas diarias. Lo que yo puedo decirle, por mi trabajo, es que no conozco a ningún autónomo honrado; hasta el más decente me pide que incluya el papel higiénico o los rotuladores de su hija como material de oficina, y de esa pequeña estafa para arriba, todo lo que usted imagine: trabajos sin declara -incluso con iva cobrado, trabajadores sin contratar,.... estoy más que harto de oír como excusa que "todo el mundo lo hace" , "ya pagaré cuando no tenga que hacer tanto papeleo", "los emprendedores lo tenemos muy mal".... Y, sin embargo, no veo a los españoles ni la mitad de afectados por este tema que por los "vagos" que son los funcionarios.

Cuando oigo a alguien decir que la mayoría de los funcionarios son unos "vagos" o unos "adocenados", siempre me entran ganas de preguntarles que con quién los comparan; supongo que será comparados con los ciudadanos alemanes o los suecos o los finlandeses porque, señora, un español comparado con otro español es exactamente igual aunque uno sea funcionario y otro no.

Nosotros, los españoles, todos, vivimos muy cómodos con la corrupción de baja intensidad. Así que, si lo que pedimos es una sociedad más responsable, nada que objetar, pero si pedimos más inspectores para pegar palos a los funcionarios y bajadas de sueldos "para que aprendan" tendremos que pedir también más inspectores de hacienda para los autónomos y más impuestos también.

Me gustaría recordar para acabar, que España es un país con una proporción bajísima de funcionarios así que, si tenemos problemas, yo creo que deberíamos buscarlos en otra parte.

Nada más, un saludo para todos.

David P.Montesinos said...

No le conozco, amigo, pero quiero darle las gracias por su intervención, exactamente igual que a Lucrecia, que creo que ha expresado coherentemente un punto de vista que no contemplaba mi artículo.

Coincido con usted respecto al escándalo que despertó el diario Levante con el absentismo sistemático de los funcionarios de Justicia, no veo por qué eso ha de hacernos daño a todos, como no veo por qué la mala profesionalidad de algunos de mis compañeros, que la hay, ha de aplicarse por extensión a los demás. En cualquier caso, me ha parecido que Lucrecia se refería no a sus propios sentimientos, sino a una cuestión de imagen.

Respecto al resto de su intervención, coincido en todo, y en especial en lo referente a la indulgencia que en este país se tiene con la corrupción. La prueba fehaciente la tenemos en la Comunitat Valenciana, donde un partido en el poder, carcomido por la corrupción y con su líder en el banquillo, incrementa su poder por encima de la mayoría absoluta anterior. Ver para creer, parece increíble que se nos diga entonces que el problema somos los empleados públicos.

Bueno, sí hay un punto en el que me gustaría matizar. Yo sí conozco autónomos honrados, aunque prácticas como las que usted cita son con frecuencia habituales. En cualquier caso trataría de evitar este tipo de generalizaciones, pues pueden deparar la misma injusticia que denunciamos cuando presentimos un rechazo general hacia la condición funcionarial.

Mi agradecimiento de nuevo.