FELIPE GONZÁLEZ,
SHELDON COOPER Y MOURINHO.
1. Presencio por la noche la entrevista del Follonero con Felipe González. Fascinante personaje. Presiento desde hace muchos años en el ex-Presidente el peso de una inteligencia privilegiada. Es algo más que aquello del carisma. Carismático fue Adolfo Suárez, pero una vez cumplido el ciclo que le reservó la historia, su talento sólo le sirvió para prolongar de forma estéril un proyecto de poder basado en algo tan ridículo como el puro personalismo: nadie supo nunca que era aquello del "centro democrático y social" salvo él mismo. También José María Aznar ejerció, y sospecho que continúa haciéndolo, un considerable liderazgo entre las derechas españolas. Regatearle el prúrito del carisma a estas alturas es un error, nos puede parecer un tipo detestable, pero tiene legiones de seguidores. Yo hablo de otra cosa, hablo de inteligencia, de finura en la mirada y capacidad para la reflexión distanciada. De eso nunca andaron sobrados Suárez y Aznar, juicio aplicable por extensión a Zapatero y a Rajoy.
Felipe fue carismático porque supo dotarse de la aureola de los ganadores. Dio a entender a millones de españoles que él era el mesías destinado a hacerles abandonar para siempre su condición humilde, y consiguió que le creyeran. Pero ese crédito tiene una caducidad, y desde que salió ya han sido muy pocos los que le han echado en falta. Felipe es hoy para muchos el cerebro de una de las operaciones publicitarias más exitosas que ha conocido este país. Por eso, una vez colapsada la fe en un proyecto socialdemócrata -destinado según su propia mitología fabricada desde Suresnes a transformar en profundidad la sociedad española del posfranquismo- Felipe no es para la mayoría mucho más que ese tipo que se libró por los pelos en las investigaciones sobre
el Gal, o e l caballero que ahora cobra un pastizal por ser asesor de tal o cual empresa de postín.Felipe González exhibe músculo de líder político veterano cuando esquiva a Jordi Évole en las preguntas comprometidas, acomodando el terreno para dar la respuesta precisa mientras explica al entrevistador las cualidades de algunos bonsais de los que legó al Jardín Botánico. Sólo he conocido una persona en mi vida con esa mirada que escruta al interlocutor, esa inteligencia tan atrozmente rápida, esa maestría para marcar los tiempos durante el diálogo y encontrar la frase precisa en el momento clave para desactivar cualquier sombra de peligro. No diré quién es, pero hay algo en este tipo de personas que me inquieta y me seduce terriblemente: la sensación de que nunca sabré si lo que me están diciendo es lo que verdaderamente piensan. ¿Mentiroso? Lo es, sin duda alguna, un maestro incomparable en el arte del ilusionismo, pero es bastante más que eso, pues una depurada técnica para la evasiva o el embuste son condiciones sinequanum para el ejercicio profesional de la política, por lo que no sería suficiente para dedicarle este artículo. Hay algo en FG que quizá ni siquiera saben este tipo de personas extraordinariamente dotadas y que, por cierto, suelen estar solas: la inteligencia les pesa. Se advierte simplemente cuando caminan por la calle. Hay por eso algo de anomalía casi monstruosa en los hombres inteligentes. No alcanzar esas alturas me ha privado de muchas cosas, pero me ha permitido ser razonablemente feliz.
Hay algo muy triste y desolador en este personaje que abdujo a la izquierda española en Suresnes, una oscura maldición que se diría tramada por las brujas de Macbeth. La derecha -al contrario que con ZP, al que nunca han llegado a entender- está obsesionada con él porque cree que es el símbolo de la venganza obrera, roja y andaluza contra la aristocracia que rodeó a Franco. Creen que es malo, y llevan razón, no tengo duda de que lo es, y todavía -se intuye en algunas de sus respuestas más enigmáticas- parece creerse dueño del poder de prestidigitador suficiente para convencernos de que lo que él hizo era lo que debía hacerse. "Es fácil juzgar cuando no se está en el timón". A mis ojos Felipe será siempre el epítome del fin de la ilusión y la inmersión en el cinismo de la realpolitik. No es extraño que su genuino alter ego, Alfonso Guerra -otra figura siniestra que provoca la misma extraña atracción en la derecha- reivindicara en algún momento la figura de Maquiavelo.
2. THE BIG BANG THEORY es la única sit-com realmente ocurrente que he visto en años. La figura de Sheldon Cooper es el imán en torno al cual gira todo el enredo. La serie es ligera, obviamente, pero las claves que identifican al personaje central y a sus secundarios no lo son tanto. Sheldon y sus amigos, todos varones y geniales especialistas en ciencias físicas,
viven marcados por una tara que hoy tiene nombre: son frikis. Así como Sheldon -por eso desencadena todos los gags- vive aparentemente cómodo en su anomalía radical y enfermiza, los demás se resisten, tratan de escapar a su condición monstruosa buscando en la vida cotidiana lo que los seres normales consiguen con aparente felicidad: que las chicas les quieran. Obtener un contrato de colaboración con la Nasa o demostrar una complicadísima hipótesis astrofísica y, al mismo tiempo, pelearse por una bolsa de patatas fritas o pasar las tardes disfrazado de Batman discutiendo si la Mujer Maravilla tiene o no poderes paranormales: en esto consiste la monstruosidad.
Hay algo en el friki que lo mantiene en la inmadurez permanente, como el proyecto de un adulto que se abortó para siempre por miedo a salir de las cavernosas comodidades de la infancia. Por eso se pasa la vida delante del ordenador, sobreestima el valor de la erudición académica sin dejar de tomarse completamente en serio a los héroes del cómic, o pasa sus noches rumiando cómo decirle a la vecina que le gustaría besarla siquiera una vez antes de morirse. Algunas personas dicen ser frikis. Están equivocadas, el friki no sabe que lo es, o, en el caso de que lo sospeche, entiende perfectamente que se trata de una condición indeseable y desgraciada.
Tentativa de una definición del friki: es aquel que, incapaz de asumir lo concreto, es decir, la realidad de las relaciones, queda varado para siempre en los medios que prometen ofrecerlas. Esto explica entre otras cosas porque se pasa la vida delante de internet.
Otra tentativa: el friki se viste de Superman porque no quiere asumir que el único héroe posible es Clark Kent. Hemos de hablar de este tema, es menos baladí de lo que parece, pues la anomalía del friki define el marco espacio-temporal en el que nos hallamos.
3. MOURINHO es uno de las celebridades más repelentes que he conocido. Todo lo que representa es sucio, vulgar y desagradable, incluyendo esa mirada avinagrada con la que, al tiempo que reclama nuestra complicidad, parece destinarnos su desprecio. Algunos madridistas ilustres como Javier Marías o Carlos Boyero vienen advirtiéndonos desde hace tiempo del deterioro de la imagen del club de fútbol más admirado del mundo viene sufriendo por su culpa. "Lo que es bueno para Mourinho es malo para mí", ha dicho Boyero en reiteradas ocasiones.
Pero Mou -cuya poder no pienso despreciar ni por un instante- es algo más que un veneno para la credibilidad moral del Real Madrid. Si analizamos todo lo sucedido en el partido de hace unos días en Villarreal llegamos a la conclusión de que sólo un tipo que tiene inexplicablemente abducido o aterrorizado a medio mundo puede permitirse el lujo de montar el numerito que montó y negarse después a acudir a la rueda de prensa, humillando como de costumbre a una prensa que se lo cobra barato, pues continúa al día siguiente rindiéndole pleitesía y riéndole las gracias.
No reconozco en Mourinho ni una sola de las virtudes que hacen seductor a su Moriarty, Pep Guardiola. No es inteligente, ni hábil, ni oportuno... Ni siquiera sabe vestir, y tengo mis dudas respecto a las enormes virtudes que se le atribuyen como técnico. En realidad no le concederíamos ni un minuto de no ser porque entrena al club de fútbol que hoy, en la figura de su presidente, uno de los hombres más ricos que existen, simboliza el verdadero totalitarismo de nuestro tiempo, la dictadura del dinero. Durante el franquismo la prensa temía hablar contra Santiago Bernabeu porque Franco era madridista; ahora un periodista deportivo sabe que una mala crítica puede ponerle de patitas en la calle porque el Madrid es intocable, dado que no hay empresa mediática que no aspire a vivir de sus migajas. Algunos seguidores del Barça han dicho siempre que el Madrid es fascismo: nunca lo creí, nunca al menos lo vi tan claro como ahora.
2 comments:
Lo reconozco, odio profundamente a Felipe González, y solo amenazado por terribles males estaría dispuesto a aceptar que mantengo un mínimo respeto por sus capacidades políticas e intelectuales. Vale, ya sé, exagero, es un tipo carismático, inteligente, que se mueve en las altas esferas como pez en el agua… por supuesto, incluso sería muy poco generoso por mi parte negarle que transformó esté país de tal forma que ya no lo reconocía “ni la madre que lo parió”. Nos puso en la modernidad, nos acercó a Europa y, de acuerdo, que haya tanta gente seducida por su liderazgo no puede significar otra cosa sino que es un político casi inigualable en la historia de nuestro país. Triste historia, todo sea dicho, no precisamente pródiga en figuras políticas de talla. Por cierto, mi poca vinculación por el personaje viene de lejos, todavía recuerdo su último debate con Aznar, un Aznar irritante y estúpido que acabó merendándose, ante la sopresa de todos, a un rival que parecía iba a destrozarlo intelectualmente al primer soplido.
Para mí es imperdonable la traición que llevaron a cabo los nuevos líderes socialistas nacidos de Suresmes, una traición concretada en su aceptación de liderar el otro partido dinástico que daría apariencia a un sistema democrático que aseguraba el triunfo, una vez más, de las oligarquías dominantes. Además, González asimiló de manera entusiasta los modos más lamentables de hacer política que parecían propios de la derecha: la chulería, el desprecio a la voluntad popular, la represión policial ante cualquier tipo de contestación, el abandono de la ética, el terrorismo de Estado, el clientelismo político.
Vi la entrevista del follonero, tú dices que escapó con habilidad de los temas más escabrosos, yo volví a reafirmarme en algo de lo que estaba convencido: este tipo nunca fue un demócrata, es un personaje nacido del franquismo que cumplió la labor enconmedada a satisfacción: desactivar la ruptura democrática y asegurar un sistema en el que los partidos serían poderes fácticos que cuidan antes de sus intereses personales que de la nación, y todo ello mientras los grandes privilegiados económicos del franquismo superaban el cambio de régimen sin apenas alterarse.
El Real es otra de mis fobias menos inconfesables. De las formas y métodos del portugués o de la degeneración progresiva de una entidad que se pretendíó modélica, no voy a decir nada, que ya lo dices tú mucho mejor. Comparto la asimilación que haces entre el Madrid actual y el fascismo, lo que me recuerda alguna de las teorías clásicas sobre el tema: cuando el gran capital se dio cuenta de que su margen de beneficios se veía seriamente cuestionado por nuevas fuerzas emergentes, no tuvo inconveniente en entregarse a soluciones expeditivas, al abandono de las formas democráticas y al diálogo social, mientras cedía a un líder carismático y a su tropa de pretorianos los destinos de la nación. Lo importante es el beneficio, si puede conseguirse a las buenas, perfecto, pero si no hay más remedio no queda sino entregarse a una figura providencial cuya voluntad será ley.
Comparto muchas de tus reflexiones respecto al personaje en cuestión, no así el sentimiento de hostilidad absoluta que le manifiestas. No es que me provoque simpatía, no me la provoca, pero reconozco que leo y escucho cualquiera de sus intervenciones y que suelen parecerme lúcidas. No sé si es un demócrata convencido, temo que esa es una duda que habríamos de plantearnos respecto a muchos líderes políticos, en especial los que han alcanzado en algún momento una mayoría absoluta: es como si agradecieran la confianza que tan imprudentemente les regala la ciudadanía para alejar automáticamente a éste de todo marco de decisión. Los grandes partidos políticos no parecen tener mayor interés en nada que no sea fortalecer las condiciones de su autorreproducción, como si fueran empresas. Acaso lo sean, pues dan trabajo y opíparas pensiones a mucha gente. González y Guerra han sido figuras de partido en toda la extensión de la palabra, y el PSOE me parece un paradigma del principio partidocrático en el régimen de libertades que se fragua tras el franquismo.
No me gusta González, no le añoro en absoluto, pero me causa desazón la impotencia de la social-democracia para erigir un proyecto de gobernanza digno del proyecto de estado social y de derecho que construyeron la etapa más próspera y justa que se ha conocido en Europa y en el mundo. No digo que tal cosa se lograra durante el felipismo, pero temo que todo lo que ha venido y lo que vendrá termine por convertir a González desde la mirada de la historia en lo que siempre deseó ser y nunca creí yo que fuera: el Olof Palme español.
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