SEXISMO LINGÜÍSTICO
Imposible no sucumbir a la tentación de posicionarse en relación al fuego recién avivado -y nunca, por lo visto, definitivamente extinto- del sexismo lingüístico. A grandes rasgos, la batalla se dirime en torno a dos ideas-fuerza: 1. El lenguaje incorpora residuos de la sociedad patriarcal, ergo si no modificamos algunos de sus usos seguiremos bombeando oxígeno a las antiguas formas de dominación de la mujer que todavía sobreviven; y 2: Es estéril intentar guarecer al lenguaje de trazos discriminatorios, de manera que -por más que fomentemos formalismos farragosos y a veces hasta neuróticos- no es en el lenguaje sino en las relaciones sociales donde nacen y se administran los auténticos daños de la opresión de género.
El lío se ha vuelto a montar en estos días porque la RAE ha querido salir al paso de ciertas guías que han menudeado en los últimos tiempos y que asesoran a conferenciantes, escritores y hablantes en general respecto a las prácticas lingüísticas. La Academia tiene un problema similar al de los agentes de tráfico, los jueces o los árbitros de fútbol, que todo el mundo se siente en condiciones de juzgar y censurar su labor -designándolos como causantes de sus desdichas-, pero que no podemos pasarnos sin ellos, pues su ausencia sería el momento inmediatamente anterior al caos. Es cierto que el informe de sus expertos respecto al tema adopta un tono paternalista algo irritante, lo cual asocio al riesgo de oler un poquito a rancio que arrastra toda institución que apoya su legitimidad en la tradición. Son menos excusables algunas inconsecuencias que abren flancos muy cómodos para sus enemigos.
Dice la RAE que no se deben modificar reglas como la del género masculino que funciona también como neutro, pues forma parte de una tradición muy acrisolada en la cultura hispano-hablante. Si el papel de una institución mediadora es aceptar la tradición como criterio de verdad y de justicia, entonces se diluye la autoridad moral desde la que pretende prescribir nuestros actos de habla, pues del pasado provienen costumbres admirables que debemos preservar, pero también otras odiosas, en cuya abolición definitiva debemos comprometernos. Aún así la RAE ha modificado criterios normativos y ha incluido usos lingüísticos que anteriormente juzgó intolerables. Esto supone, y así lo admite la misma institución, que la lengua es un organismo vivo que los hablantes construimos juntos día a día. Vivir es habitar el lenguaje, por eso mismo no se entiende que se apele a la tradición como garante único de corrección, ya que es precisamente la evolución de las mentalidades y, por tanto, de las relaciones entre los seres humanos, lo que hoy nos pone en situación de plantearnos abolir el sexismo lingüístico. Y la razón es clara: ya no es legítimo el machismo, por más que sigamos encontrándolo por todas partes.
No es fácil en cualquier caso ser Academia. A la gente le molesta que vengan unos tipos con aire de suficiencia a decirle cómo tiene que hablar. Y, sin embargo, y aunque suene mal, la función de la RAE sí es prescriptiva, es decir, sí tiene la facultad de tolerar o prohibir usos de la lengua castellana, y la tiene porque los castellano-hablantes le hemos habilitado para ello.¿Es sexista la RAE? Supongo que habrá académicos que lo sean y otros que no, cosa que me importa bien poco. Lo que no creo es que el lenguaje sea sexista, o mejor, no creo que el carácter sexista que en origen gesta algunas prácticas lingüísticas nos convierta en sexistas a sus usuarios, de la misma manera que evitar las prácticas en cuestión no nos libra de ser unos machistas. Si uno tiene las edificantes costumbres de zurrarle a su mujer, de insinuarle a las chatis cochinadas cuando está en el bar con los amigotes -qué majos- o de ponerse a la defensiva cuando descubre que su nuevo jefe es una fémina, entonces vale de bien poco que diga "compañeros y compañeras".
Miren, uno de los mayores hijos de perra que he conocido era un empresario que tenía una academia privada para sacarle los cuartos a padres que tenían la ingenuidad de enviarle a sus hijos para que estudiaran por las tardes, a ver si recuperaban las asignaturas suspendidas. El tipo metía en plantilla de profesores sin contrato a jóvenes incautos e ilusionados, recién salidos del horno de la Facultad, les pagaba el primer mes para que se confiaran y luego dejaba de hacerlo, con lo que estos se quedaban semanas y meses trabajando gratis confiando en que antes o después cumpliría su promesa de pagar los adeudos. Había quien ponía el asunto en los juzgados, e incluso quien amenazaba seriamente con pegarle dos tiros a aquel bastardo, pero la mayoría terminaban desistiendo y dejándolo correr, pues a fin de cuentas "tampoco es mucha pasta y no me voy a meter en líos por eso." Pues bien, adivinen, el bastardo en cuestión fue el primer caballero al que, para referirse a un grupo de personas de las que yo formaba parte, entre las que había mujeres y varones, nos llamó "vosotras". Se justificó diciendo que las nuevas normas lingüísticas -les hablo de hace unos veinte años- aconsejan usar el femenino cuando la mayoría de los aludidos sean féminas. No sé si para casos en los que el auditorio contenga cientos de personas hay previstos sistemas de contabilización de individuos de uno y otro sexo, pero sospecho que, además de salir caro y resultar algo farragoso, se crearía un problema con aquellos individuos que según uno los mira no se acaba de saber si son chatos o chatas.
No se si ven a dónde quiero ir a parar. Lo que a mí me chirría de todo este asunto es el exceso de atenciones que concita. Ni me parece estúpido el esfuerzo que el feminismo clásico ha hecho para evitar ciertos modos sociales -y eso incluye por supuesto el lenguaje- que resultan degradantes y discriminatorios, ni me parece que la RAE y quienes nos negamos a la dichosa coletilla femenina en cada frase seamos por ello unos machistas. En cualquier caso, si lo somos, mucho me temo que al menos yo no voy a perder demasiado tiempo en actos de contrición, pues sospecho que si el infierno me aguarda es por cosas bastante peores que no hacer como el ínclito Cayo Lara, a quien recientemente se le escuchó la siguiente frase: "voy a echar una mano a los compañeros y compañeras del partido para que los ciudadanos y ciudadanas cordobeses y cordobesas...".
Dijo Robert Hughes (La cultura de la queja. Trifulcas Norteamericanas, 1993): "Si estos afectados retorcimientos del lenguaje hicieran que la gente se tratara con mayor respeto y consideración, se les podría encontrar alguna justificación. Pero no es verdad, la idea de que puedes cambiar una situación buscando una palabra nueva y más bonita para denominarla surge del viejo hábito americano del eufemismo, el circunloquio y la desesperada confusión sobre la etiqueta, provocado por el miedo a que lo concreto ofenda (...). Cuando baje la marea de lo políticamente correcto -como acabará por pasar, dejando la previsible basura de palabras muertas en la playa social- será, en parte, porque los jóvenes acabarán hartos de tanta mojigatería verbal en los campus. Los impulsos radicales de la juventud son generosos, románticos e instintivos, y se marchitan fácilmente en una atmósfera de corrección tonta y obsesiva."
Desde la perspectiva de Hughes la cultura de la corrección política corresponde no tanto al postmarxismo como al postpuritanismo rampante en las universidades norteamericanas desde los 80 y los 90. Con indudable gracia, plantea que ni los españoles llamamos "personas pequeñas" a los enanos de los cuadros de Velázquez, ni los franceses llaman "el verticalmente desajustado" a Pipino elBreve. Quizás sea este el error de Hughes, creer que el problema es solo norteamericano.
A ver si, al menos en estas gilipolleces, no les secundamos, amigos y amigas.
A ver si, al menos en estas gilipolleces, no les secundamos, amigos y amigas.
9 comments:
Me contaba un profesor universitario que en la carrera de historia se han obviado las distintas guerras en el currículo por considerarlas políticamente incorrectas. Estos críticos sexistas y “pacifistas” cuentan, no obstante, con una solución. Tal vez en el futuro se hable de “encuentros púnicos” o, para hablar con propiedad, de “Congresos púnicos- romanos primer milenio”, aunque en nuestros telediarios ya se les han adelantado y hablan de “conflictos”. Los grandes imperios comerciales decimonónicos pueden ser vistos a través de la consolidación del “comercio justo” versus “comercio injusto”; y la ciencia, en términos de “energías renovables y alternativas”. Temo por las consecuencias a largo plazo que esto pueda sobrellevar. La Ilíada, la Odisea y el Cantar del Mío Cid corren serio peligro por su contenido altamente belicista y sexista. Tal vez los Nibelungos- por sus valores “transversales, es decir, por la presencia heroica de las Walkirias- se salve. Pero, ¿y los demás? Los mundos de yupi cada vez están más cerca. Junto a los cuerpos cada vez más anoréxicos de nuestras modelos –próximos a la tumba-, circularán las versiones cada vez más delgadas de las obras literarias e históricas convenientemente maquilladas. Eso sí, algunas de estás obras científicas y literarias tendrás añadidos sustanciosos. Cuando se mencione la teoría de la evolución cada una de las especies tendrá su enmienda. A la evolución del mono se añadirá la de las monas, así como la del resto de las especies: rinocerontes y rinocerontas . Me pregunto si Lynn Margullis se habrá tomado la molestia de feminizar el mundo animal como dios manda; si no lo ha hecho me va a oír. Todo ello me recuerda a la evolución de la palabra idiota. Esta designaba psiquiátricamente a una persona de cociente intelectual bajísimo. Luego, por las reminiscencias negativas que conllevaba, se llegó al término “subnormal”. Posteriormente este también se consideró un insulto. Felizmente estos genios del lenguaje,“verticalmente desajustados”, han descubierto un circunloquio que admite la variación de los géneros: discapacitados y discapacitados psíquicos y psiquicas. ¡Qué los dioses-as nos pillen confesados-as!
Pues sí, querido Joaquín, la cosa está jodida, con perdón. Este asunto abre caminos a toda suerte de bromas, pero el tema es serio. Recuerdo cierto libro que se llamaba algo así como "Cuentos para niños y niñas políticamente correctos". Caperucita, presentada como una persona de género femenino y edad infantil, se terminaba aliando con una especie protegida (el lobo) y con una señora de la tercera edad para entre los tres machacar al varón opresor, blanco y de mediana edad que era el cazador.
No está mal como reducción al absurdo. Yo creo que cierta depuración de las formas tuvo una justificación en aquel tiempo en que, por ejemplo, una parlamentaria subía al estrado y los mendas de rigor se pegaban codazos comentando si estaba buena o si era tonta. Hoy en día, la insistencia cansina en afearnos la costumbre de decir según qué cosas recuerda a aquello del cole de no decir caca, culo, pedo y pis. Creo que la historia del feminismo merece algo mejor que esto. Me pregunto si detrás de esta neurosis post puritana que insiste tanto sobre la epidermis de las cosas no hay una decidida voluntad de que nada cambie en profundidad. Por cierto, me divierte mucho que se insinúe que éste es un mal privativo de la izquierda. ¿Recuerdas aquel invento de los "daños colaterales" en las sucesivas guerras del Golfo? Fue un invento de los republicanos para que no dolieran tanto a la distancia las atrocidades que se estaban cometiendo. Alguien dijo que no era la verdad, sino el lenguaje, la primera víctima de toda guerra.
Te felicito por la claridad con que planteas el debate, David, y agradezco el tono desenfadado de tu artículo y el de la respuesta del ínclito Huguet, señor de Gotham. No obstante, puntualizo aquí algunas cosillas -por incordiar más que nada, ya me conoces-.
1. La autoridad de la Academia no es del orden moral, afortunadamente, sino lingüístico.
2. Sus criterios tampoco "apelan a la tradición como garante único de corrección", afortunadamente también.
3. A veces coincido con sus criterios; otras, no tanto, pero desde luego yo no les he habilitado. Es más, hay académicos a los que deshabilitaría si pudiera.
4. ¿De qué hablamos cuando hablamos de "sexismo en el lenguaje"? Me da la impresión de que ahí se amontonan cuestiones muy diferentes: de semántica, de sintaxis y de morfología, y cada una merece una respuesta concreta.
5. La lengua no habla solo de lo que somos sino de lo que hemos sido. En ella está grabado nuestro ADN social. Por ejemplo, decimos que "ha ocurrido un desastre" por una antigua creencia en la influencia de los astros en los aconteceres de la vida. Hoy la astrología ha perdido predicamento, pero no creo que nadie pregone desde el departamento de astrofísica de alguna universidad la abolición del término. Por otra parte, la misma naturaleza del signo lingüístico permite que casi nadie piense en los astros cuando se habla de desastres. Igual que nadie piensa en forúnculos cuando hablamos de incordios. Y, que yo sepa, ningún zurdo se enfada cuando se habla de siniestros.
5.El sentido común es una buena herramienta lingüística. Si antes no había mujeres que se dedicaban a la judicatura, es lógico que no existiera el femenino de juez. Puesto que "jueza" no violenta en nada las reglas gramaticales, ¿por qué no aprovechar la potencialidad de la lengua?
6. Muy distinto me resulta la asociación a fuego del género gramatical con el sexo. En alemán la palabra "Mädchen" (chica, muchacha) pertenece al género neutro, lo cual no ha ocasionado todavía ninguna reivindicación. En castellano los hombres pueden ser "artistas", "pianistas", "deportistas", "futbolistas" e incluso "funambulistas" sin menoscabo de su sexualidad.
7. Los plurales reduplicados y la sustitución de plurales por singulares colectivos (el alumnado, la muchachada...) me parecen un insulto al sentido común de los hablantes, pero, claro, cada quien es libre para indignarse, incluso con los artículos y los indefinidos. Lo malo es que la poda a la que invita esa indignación conduce a una especie de esperanto aséptico y tontaina (obsérvese que no digo tontaino) bajo la que late la ilusión de que entre el signo y el referente la relación es perfectamente biunívoca.
Me parece increíble. No ya solo porque un blog que considero administrado por un tipo medianamente culto (lo que conlleva rechazar ciertas invitaciones a barbacoas de carnaza repletas en colesterol) dedique una entrada a esta estupidez... además unos supuestos constantes (citados) se tomen todo esto en serio.
Parece bastante claro que, con la que está cayendo es de suma importancia cambiar los participios. Seguramente todas las mujeres están sufriendo como locas. Y sus maridos solidarios... Y los comunistas...
Menuda bola para el liberalismo satánico el saber que la izquierda dedica su tiempo en solucionar estos problemas... Menuda preocupación para los ricos (seguro que después de leer nuestras opiniones se mueren de pena o en el mejor de los casos abdican)
Están desmontando el sistema que se había conseguido gracias a un equilibrio de fuerzas entre trabajadores y empresarios, comenzó con la globalización, la multiplicación desaforada de mano de obra y oferta de trabajo (drama al que abrieron las puertas cuatro estúpidos alienados creidos de izquierdas)
Si la evolución es la consecuencia de una izquierda que avanza... Reniego del postmodernismo, de la izquierda, de la estupidez.
me quedo con mis ideas anarquistas. Reforzadas con cada nuevo desastre.
Pseudo izquierdistas: no solo pierden el tiempo y le hacen el caldo gordo a los rollizos y colorados empresarios, además es que les dan la razón.
No existe la izquierda, ese es el problema.
Coman globalizacion señores.
Hironias
Veo señor Signes que se encuentra usted en forma. Le debo agradecer la precisión de su intervención, que me permite enterarme de cosas que desconocía -lo del "desastre" y lo del "incordio", verbi gratia-, lo certero de su argumentación y el asesoramiento que le demandé y usted me concedió para elaborar este artículo. Son méritos suficientes los que contrae para que ahora me dedique a afearle la conducta de empezar diciéndome lo mucho que me quiere -yo también a usted- para a continuación delectarse abriéndome en canal.
Comparto la crítica a esta especie de esperantismo tontaina, como usted le llama, y también la reivindicación por aprovechar la riqueza del lenguaje, cuyas posibilidades son inagotables y nos pueden enriquecer a todos.
Solo un par de cosas. Yo creo que sí hay una autoridad moral en la RAE, o al menos, debe saber investirse de legitimidad, pues su tarea es prescriptiva, y no prescribe simples "formas", pues, como creo que usted, las prácticas lingüísticas son la vida misma. Otra cosa es que haya algunos cretinos en ella, también los hay en las cátedras, pero a mí me parece que, pese a todo, debe haber hombres sabios gobernando los espacios culturales. Yo tampoco les he elegido, pero, aunque no siempre comparto lo que dicen, acepto su autoridad, o mejor, acepto que la lengua castellana discurra en base a unas normas. La lengua valenciana, por ejemplo, pasó largo tiempo por razones políticas sin la referencia de una autoridad habilitada para prescribir las prácticas lingüísticas y eso le ha hecho un daño irreparable. Lo que intento simplemente es justificar por qué presto oídos a los señores académicos.
Otra cosa. Es cierto que no siempre apelan a la tradición, no creo haber dicho tal cosa, lo he apuntado como supuesto por extensión porque, en el caso que nos ocupa, sí parece ser ese su argumento determinante. Yo creo que tienen razón en lo sustancial: no es aceptable caer en excesos que llevan al ridículo y a la esclerosis comunicativa -ya ve el ejemplo de la frase de Cayo Lara-, pero no creo que contestar que la tradición desaconseja cambiar ciertas prácticas porque son machistas sea un argumento suficiente. Yo prefiero razones como las que usted ofrece.
Hola, Hironias. Siempre es bienvenido y siempre le agradezco sus intervenciones, aunque a veces carga usted contra mí de una manera que no sé hasta qué punto realmente se me puede aplicar. Dicho de otra forma: no sé si formo parte de toda esa izquierda "pseudo" a la que usted se refiere. Y si formo parte, no estoy seguro que referirme a la cuestión del sexismo lingüístico sea suficiente para determinarlo. En todo caso lo será la posición que yo sostenga con respecto a ello.
Creo que es un error eludir sin más el problema, como entiendo que usted reclama. No es solo cuestión de que cuatro idiotas pretendan justificar su puesto y sus subvenciones dedicándose a martirizarnos con el supuesto machismo que afluye de nuestras expresiones. Creo que la corrección política es uno de los síntomas del espíritu del tiempo, una infección que consiste en recubrirlo todo de formulismos asépticos para conjurar el temor a las relaciones entre seres humanos, que son cualquier cosa menos asépticas.
Creo que este asunto, por ridículo que parezca, nos invita a pensar y a debatir, no sobre desinencias y adjetivos, sino sobre los mecanismos de dominación, las formas que van tomando en nuestro tiempo y las cortinas de humo que lanzan para no ser descubiertos.
Siento que no le haya gustado el artículo ni las intervenciones posteriores. A mí sí me suelen gustar las suyas.
No, David, su entrada no es el motivo de mi crítica, es un pretexto, no elusivo, desde luego, sin embargo sí abundo en un ambiente que creo dice aun sin opinar.
Seamos sinceros; su blog no solo lo leemos unos cuantos "desgraciados" + unos cuantos amigos suyos (que por cierto saben muy bien lo que dicen.) muy bien preparados intelectualmente.
Mi impresión es que todo es monitorizado. De otra manera sería imposible aniquilar voluntades. Nos estamos jugando mucho (algunos se están jugando mucho, la realidad es que a nivel personal ya lo tengo todo vendido)
No puedo pasar por alto lo que representa el absurdo en tanto fuente de distracción que disipa esfuerzos hasta el hastío.
Nos la están metiendo doblada y nuestros mejores elementos se sienten llamados a debatir detalles lingüísticos que como bien dijo usted hacen flaco favor a causas más importantes.
Siento mucho haberme expresado mal, le aseguro que no solo le respeto, también le admiro aunque no compartamos todos los puntos de vista. Un saludo.
Hironias
Corrijo la errata antes de que aparezca por ahí Huguet y me tire el diccionario a la cabeza: "furúnculo" y no "forúnculo" (no sé en qué foro estaría yo pensando).
Le agradezco su generosidad, y no creo que se haya expresado mal.
Comparto lo esencial de su intervención, creo que todo esto tiene algo de teledirigido o, como usted dice, monitorizado. Me recuerda este término a la jerga clínica, y quizá sea especialmente afortunada la metáfora justamente por ello: es como si hubiéramos caído en manos de una secta de terapeutas, empeñados en curarnos de ciertas enfermedades a las que apuntan nuestros actos cuando gritamos, cuando nos enfadamos, cuando meamos, cuando follamos, cuando jadeamos... Unos convalecientes muertos de miedo por los virus que nos recorren y a los que han convencido de que necesitamos medicación y atención clínica permanente.
Hizo usted anteriormente mención a su afinidad con el anarquismo. Me interesa ese punto y antes lo pasé por alto. Creo que hay algo en los nuevos movimientos sociales que reclama una revisión de esa figura histórica que muchos han dado interesadamente por muerta.
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