Saturday, September 22, 2012





SANTIAGO CARRILLO

Dijo Carrillo en una reciente entrevista que lo peor de su longevidad era la sensación de haber perdido absolutamente a todos los que le acompañaron, a toda la gente de su quinta. Es la penitencia de quien sobrevive a mil batallas: deambula a solas entre los restos de mil naufragios, y es probable que de las glorias ya sólo perciba ecos que se van debilitando.

En la reciente Anatomía de un instante, donde se navega entre la ficción y la realidad histórica, Javier Cercas definía como "traidores" a los tres parlamentarios que no se dejaron amedrentar por los golpistas que entraron a tiros en el Congreso, el General Gutiérrez Mellado, que incluso se enfrentó físicamente con el Teniente Coronel Tejero, el Presidente Adolfo Suárez, que tras intentar inútilmente detener a Gutiérrez Mellado permaneció sentado y sin esconderse en medio de la balacera, y el líder comunista, Carrillo, que al contrario que el resto de los congresistas tampoco se ocultó. Tras ser liberado el hemiciclo, dijo haber estado convencido de que iba a ser asesinado de inmediato, y que no estaba dispuesto a que lo hicieran estando tumbado en el suelo como un perro. Yo intuyo que había algo más, no tanto ese porte valeroso y distinguido, aristocrático en cierto modo, de Adolfo Suárez, sino más bien la vocación de testigo de la historia que siempre tuvo Carrillo, cuya cabeza asomaba levemente entre los escaños, como queriendo poder ver lo que ocurría aún a riesgo de su propia integridad. Aquellos tres hombres valerosos habían sido considerados traidores por los "suyos" porque tuvieron en algún momento de sus respectivas trayectorias vitales la gallardía de abandonar barcos en los que ya no merecía la pena continuar, por muy ardorosamente que los hubieran defendido en el pasado.

En Santiago Carrillo convergen dos relatos de una enorme relevancia. Por una parte, el del comunismo,cuya historia a lo largo del siglo XX desemboca en una imponente sensación de fracaso, de lo cual es la metáfora más concluyente la imagen del derribo del Muro de Berlín. Por otra, la construcción de la democracia española, de la que fue protagonista decisivo desde el exilio como dirigente del Partido Comunista -por supuesto clandestino para la Dictadura- y, ya durante la Transición, por su participación en los pactos entre distintas fuerzas políticas que dieron lugar a la Carta Magna y a la consolidación del régimen de libertades más duradero de la historia de España.

Dejé de ser marxista a los catorce años, que es como decir que no lo fui nunca. Percibí muy pronto la presencia de un potente virus totalitario en aquellos a quienes, a lo largo de toda mi juventud, escuchaba toda aquella murga de la alegre camaradería de los soviets o la transformación de China en un paraíso gracias a la Revolución Cultural. Difícil no ver en la desaparición de todo aquello la promesa de una sociedades más libres y civilizadas, expurgadas al fin de los últimos resabios de lo peor del siglo que se acercaba a su fin. Pero es igualmente difícil no sentir alguna suerte de complicidad con quienes, como Santiago Carrillo, vivieron en tiempos muy duros para la clase obrera el sueño de una sociedad gobernada por las clases populares, una civilización al fin liberada de los mandarines. Recordemos Los santos inocentes y quizá no nos extrañe tanto que tantos españoles vieran en la Segunda República la promesa de un país sin amos ni esclavos. La República perdió, ya lo sabemos, y con ella y con la Guerra y la despiadada represión posterior quedó casi liquidada una tradición que creyó poder situar a España en la modernidad. En cuanto al comunismo, cuyo ascendiente sobre la República y el posterior antifranquismo es insoslayable, evolucionó después de forma sinuosa.

Cuando regresaron él, la Pasionaria y todas las demás leyendas de la lucha contra el fascismo, España ya era otra, y también lo era ya el alma de quienes creyeron firmemente en la revolución proletaria. Dentro del relato que se nos ha legado de la Transición Carrillo ocupa un lugar privilegiado. El papel que le tocó jugar y que asumió con determinación y astucia jamás fue fácil. ¿Fue él quien verdaderamente terminó de liquidar el comunismo en España? ¿Se acomodó al pacto con sus viejos enemigos para asegurarse un lugar destacado en el parlamentarismo demoliberal que tanto había denostado? ¿Le salió la vena estalinista después, cuando empezó a "purgar" a todos sus críticos en el Partido acusándolos de no ser leales comunistas? Todas estas preguntas le persiguieron hasta su abandono de la política activa, tanto como, hasta su última hora y aún después, le perseguirá la leyenda de Paracuellos, una cruel matanza de prisioneros por parte del bando republicano en los últimos momentos de la guerra y a la que el nombre de aquel joven oficial se asociará para siempre.

No estoy seguro de que Santiago Carrillo fuera de todo punto un hombre admirable. Lo que sí sé es lo profundamente mezquina que resulta la actitud de algunos medios de la derecha, para los cuales la muerte de este figura de relevancia tan incuestionable no ha merecido ni un octavo de portada. Y hay algo más, algo que en personajes como éste, forjados en tiempos que ahora parecen muy remotos, genera una profunda fascinación: Carrillo, como muchos otros de los de su quinta, era de verdad. Rectificó muchas veces, reformuló sus posiciones, pero hay una veracidad, una intensidad en las manera de defender unos ideales que parece intraducible en la cultura postmoderna. Eso se percibía incluso en sus últimos años en cada una de sus intervenciones en la radio o en las entrevistas que seguían demandándole... Ese hablar lento, esa cabeza lúcida, esa vocación de enfrentarse a la voluntad de los oligarcas del mundo de volver a convertirnos a todos en esclavos.

Insistía mucho últimamente en la necesidad de recuperar la iniciativa política frente a la tiranía del entramado financiero global. Quizá no haga falta una vida tan larga e intensa para entenderlo.

O sí.  

4 comments:

Ricardo Signes said...

Carrillo se fumó toda la historia desde los años 30 hasta la semana pasada, y salió indemne de guerras, chekas, grandes purgas, purgas más locales y así (lo cual, por desgracia, no se puede decir de muchos de sus conocidos), como si se hubiera pasado toda la vida jugando al tute, a la petanca y viendo progresar las obras del barrio. A mí me recuerda a Avinareta, el conspirador barojiano, pero más siniestro: su innegable aportación a la transición democrática no disipa un pasado demasiado oscuro, determinado en gran medida por la disciplina a un partido político de inspiración nada democrática.

David P.Montesinos said...

No discrepando de ti en lo esencial, debo precisar el porqué de mi enfoque, que es algo más generoso que el tuyo con el personaje. No discuto que a Carrillo le impulsó tanto como le pesó una formación ideológica de carácter fuertemente leninista. Llamo leninista a un tipo de pensador o activista político que asume que la ceguera de las masas requiere la guía de una minoría de élite que es la que, al final, en medio del irremediable proceso revolucionario, debe regir el aparato del estado. Ya sabemos qué devenires supuso este principio en la Europa del Telón de Acero, en la China de Mao, la Cuba de Castro o la Camboya de los Jemeres Rojos. Siempre he pensado -y esto vale tanto para ciertas versiones del anarquismo como para revolucionarios de inspiración marxista- que la historia más oscura del bando republicano en la Guerra Civil está asociado a todas estas formas de iluminismo ideológico. Y ello por no hablar de algunas corrientes posteriores que condujeron a atroces formas de terrorismo en la Europa demoliberal contemporánea.

Ahora bien, me cuesta aceptar que la historia del comunismo, y más en concreto la del PCE, se resuma en -como tú dices- su "inspiración nada democrática". Hay una larga tradición de lucha contra el fascismo durante la guerra y, luego, en la clandestinidad, que no pienso menospreciar. Y ello sin olvidar que las condiciones de posibilidad del movimiento obrero revolucionario -y me remontó a la época gloriosa de la Internacional- nos remiten a una sociedad mucho más tenebrosamente clasista e irrespirable para las clases humildes que la que hemos conocido después.

En cuanto al eurocomunismo y a algunas formas de evolución posterior que tienen la figura de Carrillo como protagonista, uhmmm, yo sería prudente con todo ello. Entiendo que cierto aire conspirador tiene que ver con la cultura del pacto que se respiraba entre las élites españolas tras la muerte de Franco. Sospecho que todo está muy condicionado por la sensación, generalizada en la época en la izquierda e incluso en la derecha, de que el PCE estaba destinado a liderar un nuevo frente popular del que luego, como sabes, ya quedó bien poco. Supongo que la estrategia que demandaba aquella situación requería cierto espíritu camaleónico y un pragmatismo a veces irritante. Quizá Carrillo fuera eso, un camaleón con grandes dotes de observador y un tanto frío y taimado, además de un tipo con una milagrosa capacidad de supervivencia.

A mí me gustaba oírle en la radio y leer sus artículos. Me pasa con otros ex-líderes de la izquierda. Curiosamente, cuando escucho al ínclito Aznar me aterra pensar que ese tipo ha gobernado este país. Pero esa es otra historia, claro.

Ricardo Signes said...

Vaya, ya me temía yo que esa nadería que escribo no iba a quedar ahí, seguramente por el carácter poliédrico de cualquier personaje enfrentadado a la Historia, especialmente cuando la nuestra aún no se ha acabado de escribir -me refiero a la del siglo XX, claro-. Entiendo tu apreciación de Carrillo, pero no me hagas decir lo que no digo. Mi afirmación de que el PC no fue un partido de inspiración democrática no es juicio de valor, pero aún es mucho menos un resumen de nada. Solo se trataba de una razón para comprender algunas actuaciones difíciles y discutibles de Carrillo.

David P.Montesinos said...

Aclarado queda, querido. Sí, Carrillo es una figura poliédrica y muchas de sus intervenciones, discutibles.

El mapa historiográfico del siglo XX está inacabado. En realidad, yo creo que la historia siempre ofrece opciones de relectura, incluso la historia remota, pero el siglo recientemente concluido está tan cerca que incluso resulta que lo hemos vivido. Eso lo vuelve problemático, pues la gran cuestión es quiénes somos y de donde venimos, y esto remite a periodos clave de aquella centuria, alguno de los cuales me consta que te interesa especialmente.