Saturday, February 23, 2013





El mundo me ama, y tengo pruebas que lo demuestran de forma concluyente. Hay personas que me llaman -muchos nada menos que desde Hispanoamérica, si me guío por el acento- para ofrecerme contratos de telefonía que me ayudarán a mejorar mi vida, una vida por cierto particularmente deprimente, pues resulta -pásmense- que no tengo móvil. Algunos son tan generosos que acostumbran a llamarme justamente a la hora de la siesta, sacándome así de mi aburguesado letargo vespertino. No tengo duda de que con ello quieren mejorarme, que es lo que pretenden los que nos aman, aunque imagino que no les gusta tener que hacerlo al precio de importunarme, más si encima a veces pierdo la paciencia y les cuelgo tras enviarlos a la mierda, que parece mentira que me educaran en colegio de pago. 

Me ama, sí, y ya tiene mérito porque no le correspondo, pues a mí Él me parece feo, me cae mal y además suele ponerse pesadísimo.  Pensándolo bien, ni siquiera estoy seguro de que me ame a mí, creo más bien que lo que quiere es mi cuerpo y mi dinero. Lo de mi cuerpo se explica porque todos los días me surge en el mail una chati de bastante buen ver que dice querer conocerme y chatear conmigo. (Yo creo que lo que pretende es follar, ni "amistad sincera" ni hostias, es una pantera lujuriosa) Hay otra razón: todas las semanas, y a veces varias a la semana, mi cuerpo es requerido para que haga bulto en alguna manifestación o protesta civil. No digo que no tengan motivo para el acto reivindicativo e incluso para una revolución a lo bestia como las de otros tiempos, pero no estoy seguro de que quienes se han propuesto colapsar el centro de la ciudad un sábado sí y un martes también  se hayan planteado seriamente que organizar una movilización social contra el capitalismo, contra la devastación de la sanidad o de la escuela pública, contra la opresión de Palestina, contra los desahucios, contra el maltrato animal, y una interminable etcétera, incluyendo los robos arbitrales al Levante, puede terminar creando tal confusión en los viandantes -supuestos receptores de tales expresiones de protesta- que el efecto será más bien el de la anestesia. 

Esa misma tontera es la que a mí me entra cada vez que abro mi correo y me encuentro docenas de peticiones de firma solidaria por parte de alguna ONG contra millones de distintas prácticas atroces, desde la tortura de los presos de Guantánamo, hasta la lapidación de una adúltera en un país islámico, pasando por la contaminación de los mares. "Emplea sólo dos minutos de tu tiempo en leer esto y firmar la petición, David, los desgraciados del mundo te necesitan". Si lo hiciera cada vez, no sé si ayudaría a que este planeta resultara algo menos inhóspito, pero sí sé que después tendría que hacer rodar una petición por miles de millones de correos con un eslogan del tipo "firma para que David pueda dormir" o "para que no se vuelva loco del todo", o "para que su familia se libre de una vez de las paranoias que le entran cada vez que colapsan su mail"...

En cuanto a lo de mi dinero, debo decir que mi poder adquisitivo es modesto, pero al mundo le da igual, no titubea en intentar sacarme el poco que tengo, e incluso el que no tengo, pues sospecha que, incluso en estos tiempos de aridez crediticia, no dudaré en pedirle un préstamo al banco para retribuir al mundo por el amor que me dedica. 

Por ejemplo, ayer, encontrándome yo algo apresurado, tuve al entrar en un estanco que explicar a una chica muy mona -de esas con uniforme que Marlboro y similares ponen en estos lugares- que no fumo tabaco rubio, que el negro que me ofrecía tampoco me interesaba, y que deseaba enormemente comprar lo que necesitaba y largarme cuanto antes. Todo se vuelve así farragoso, el mundo me quiere, y como yo no le hago todo el caso que necesita, se pone un poco pelma. 

Para terminar de arreglarlo, yo voy y le denuncio, al mundo, digo. Verán, hoy mismo he presentado una reclamación en un afamado centro comercial de origen francés, supongo que ya se imaginan a cuál me refiero. Resulta que la megatienda en cuestión ha desarrollado una técnica que me causa una especial irritación. No voy a hablarles -aunque podría- de los infortunados empleados de distintas marcas o del propio centro que caen sobre mí como lobos para que beba un té, pruebe una mermelada de grosella o compre condones de sabor a fresa ácida; no, me estoy refiriendo al misterioso proceso que se desencadena repetidamente cuando me acerco a las cajas para pagar por las mercaderías que he elegido. Resulta que sistemáticamente, da igual la hora a la que vaya, la cola de pagar está colapsada. Si suponemos que los ideólogos de la empresa han hecho prestigiosos masters sobre gestión y logística de superficies comerciales y que no aprobaron copiando o haciendo sobornos, podemos inferir que asocian su éxito comercial a la satisfacción del cliente. Esta máxima de sentido común colisiona con la evidencia de que no sólo yo, también los numerosos compañeros de cola juran en hebreo cuando no solo tienen una intolerable cantidad de personas por delante, sino que además la cajera ha de frenar continuamente porque los productos suelen estar mal etiquetados y debe llamar por teléfono a tal o cual sección donde, normalmente, tardan mucho en atenderla y en solucionarle el problema. 

¿Es que son idiotas? No, son unos desaprensivos, me refiero a los ejecutivos de la firma francesa en cuestión, pero no colapsan las colas e irritan a sus clientes porque no sepan gestionar adecuadamente el local; lo que pretenden es justamente generar esa irritación y rentabilizarla. Para ello han creado una "innovación comercial" muy inspirada, unos cajeros automáticos similares a los de los bancos que leen los códigos de barras y te cobran tus compras. Como el proceso trae cierta complicación, hubo durante meses una joven que adiestraba a los clientes sobre cómo llevarlo a cabo, todo un curso gratis. Se diría que la firma francesa nos ama tanto que quiere que trabajemos para ella. Eso sí, lo hacemos gratis, o mejor, al precio de que ellos eliminen a sus trabajadores y hagan insufrible la vida para las cajeras "humanas", que reciben las broncas de los malhumorados clientes, los cuales siguen prefiriéndolas a ellas que a las automáticas para echar broncas. En suma, que para librarnos del fastidio de las colas interminables que ellos mismos han propiciado astutamente, hemos de trabajar nosotros de cajeros, una brillante solución para ahorrar costes que, por fortuna, Mercadona, El Corte Inglés y similares aún no se han planteado porque a lo mejor son unos capitalistas explotadores, pero no piensan que su clientela sea imbécil. Lo curioso es que las rentas obtenidas no irán destinadas a la contratación de nuevo personal, sino a que los gerifaltes del gran almacén en cuestión adquieran nuevos yates, especulen más en la Bolsa u organicen fiestas con más confetti para sus repugnantes vástagos. (Llámenme demagogo, me la refanfinfla)

Claro que lo de las técnicas de optimización logística, que consisten básicamente en tomar el pelo a los clientes y en exterminar física o psicológicamente a los empleados, no es asunto sólo de grandes almacenes. Como la cosa va de denuncias, les informo de que estoy en la semana de las reclamaciones por escrito, y que tan solo unos días antes de lo que acabo de relatarles, reclamé también a una célebre cadena de videoclubs. 


Yo les cuento. Como apenas puedo ir al cine por mis obligaciones, se me ocurrió recientemente que una buena manera de ver estrenos más o menos recientes era volver a alquilar películas en un videoclub, ese negocio que supuestamente moría hace unos años ante la llegada de la tele por cable y por el acoso de la piratería. La cadena a la que me refiero puso en práctica hace una década una estrategia muy de killer comercial, de esas que la gente como Naomi Klein identifica con el modelo Starbuck´s (Leer el imprescindible No logo. El poder de las marcas) Consistió en imponer unos precios absolutamente competitivos para ir cerrando los videoclubs familiares, estrategia eficaz porque el mercado -es decir, todos nosotros- cedió y las pequeñas tiendas abandonaron, hasta el punto de que hace como una década que donde yo vivo ya tan solo hay una tienda de alquiler de films y, obviamente, pertenece a la cadena en cuestión. 

Sigo, hace unas semanas acudí a la tienda y solicité el alquiler de una peli. Se me dijo que me tenía que hacer "socio de la empresa", una denominación muy curiosa para alguien que, como yo, solo aspira a ser un humilde cliente ocasional. El caso es que para eso había de aportar mi DNI, cosa que no me gusta pero que entiendo. Cuál sería mi sorpresa cuando la dependienta me exigió amablemente una factura de la luz, el teléfono o el agua, cosa que obviamente no llevaba encima y que, en cualquier caso, tampoco veía por qué tenía que entregarle. La joven me explicó que esta política se debía a que "habían tenido muchos problemas con clientes". Sospecho que algunas personas en el pasado se habían quedado películas jugando con la volatilidad del domicilio o el número de tfno. Lo que me pregunto es que si alguien les ha robado y tienen su DNI, no entiendo por qué no les denuncian en base a esos datos, y mi conclusión es que no resulta rentable con algún roba-gallinas que se ha apropiado de tres películas. Conclusión, que para que ellos se protejan contra un riesgo ha de cargar el cliente con una exigencia abusiva. No sé a ustedes, pero a mí no me da la gana darle una factura de mis pagos de agua al primer tipo que me sirve un café o me cobra un boleto de la loto. 


La cosa no acaba aquí. Mi explosión de cólera llegó cuando, una semana después, tras decidir sumisamente acceder a la exigencia de la empresa, llevé un par de facturas, a ver cuál les apañaba más. La dependiente me contestó que no podía aceptar unas facturas de cinco meses atrás, que tenían que ser "actualizadas", y que "actualizadas" significaba del último mes. Es ese el momento en que decidí rebelarme, presenté el libro de reclamaciones, me quedé mi copia, y, tras asumir que la empresa no me haría ni caso, me dirigí a casa para tramitar la consiguiente denuncia en la Asociación de Consumidores. 

No tengo ninguna duda respecto a lo abusivo de ciertas exigencias de las empresas a sus clientes. Como si viviéramos en un estado policial, ayer te pedían el DNI, hoy una factura de la luz, y mañana tendremos que dejar que nos fotografíen el pene para identificarnos. Y me hago otra pregunta: ¿de verdad sólo pretende la cadena en cuestión que no le robemos películas? Planteémonos las garantías de que las bases de datos a las que va a parar la información que les hemos dado no termine cayendo en manos de las empresas que viven justamente de buscarnos en nuestro domicilio para jodernos la siesta o enviarnos publicidad nominal que no hemos solicitado. 


Recientemente les animé a no acudir a los centros comerciales los domingos. Les animo ahora a hacer lo que, por estúpida indolencia, yo he dejado de hacer durante años, es decir, denunciar eficazmente los abusos en vez de quejarse o lamentarse en la cola de un centro comercial o ante una infortunada dependienta. Denuncien, apoyen el esfuerzo de las asociaciones de consumidores, algunas de las cuales -y pienso concretamente en Facua y en su actual portavoz, Rubén Sánchez- han conquistado un territorio en los medios desde el que advertir a los consumidores de tantas y tantas estrategias de las empresas para engañarles, manipularles y estafarles. Se me ocurre cómo deben odiar en ciertas reuniones de ejecutivos a ese tío que sale con frecuencia en la tele desenmascarando las geniales estrategias de optimización de beneficios que se les ocurren. 

A mí me parece admirable su coraje. 



12 comments:

Anonymous said...

Es terrible, ya casi han conseguido que siquiera te inmutes cuando el "amable" funcionario de la Comisaría de turno que te atiende para tramitar el DNI, tras un duro camino hasta conseguir tu cita, recoge tus huellas como si fueras un delincuente y la última moda del Ministerio del Interior, te obliga a escribir unas notas que puedan servir como prueba de grafología. Se me ocurrían tantas cosas que decirle a él, al gobierno y a la Santísima Trinidad que me quedé sin palabras y sólo acerté a decir ¿Pero por qué? Para una prueba de grafología ¿Pero por qué? Pues para éso. Me dejó sin palabras. A mi, que me gano la vida hablando.
¿Dónde está el libro de reclamaciones al Gobierno? ¿En el Defensor del Pueblo? Cientos de abogados le hemos presentado reclamaciones para que recurra contra la absurda e inconstitucional ley de Tasas Judiciales con la que Gallardón nos avergüenza y acaba de contestarnos que no va a presentar recurso porque considera que con la demagoga y absurda rebaja que ha hecho el Ministro, se han satisfecho las reclamaciones... y una mierda... con perdón.
Lucrecia

Rodericus said...

Una aclaración, Hipercor ya ha ha incorporado el sistema de auto-facturación de los clientes, al menos en el centro de Cornellá del Llobregat. Con poco éxito también.

Saludos.

David P.Montesinos said...

Hola, Lucrecia. Si esa es la respuesta del Defensor del Pueblo, que me aspen si entiendo algo. Lo del libro de reclamaciones del gobierno es una buena pregunta, no se me había ocurrido. Contestaría que instituciones como la que acabas de nombrar, que tanto costó por cierto de conseguir en años ya avanzados de Transición y de la que tanto se esperaba, u otras tan insignes como la del Tribunal Constitucional, cuyos miembros, ay, resulta que son elegidos por los grandes partidos, y viva la división de poderes.

Hoy he ironizado sobre el exceso de manifestaciones públicas, pero concretamente la de hoy con motivo del 23 f, me parece plenamente justificada. Y me lo ha parecido más cuando he escuchado las necedades de un portavoz gubernamental, quien asociaba a los manifestantes con el fascismo de los golpistas del 81. Como dijo el ínclito Trillo, manda huevos.

David P.Montesinos said...

Hola, Rodericus, y gracias por la información. No estoy seguro de que vaya a tener tan poco éxito, también despertó hostilidades en su momento lo de la gasolina autoservicio y ha terminado imponiéndose, cosa que vale también para los cajeros de los bancos. Si se ponen de acuerdo todas las superficies, el truco sería muy fácil: colas insufribles donde hay personas atendiendo, agotamiento nervioso y claudicación final con pasadita por el autopago porque no quieres tirar la tarde en la cola dichosa.

Insisto, debemos reclamar. En primer lugar a la tienda, en segundo al organismo autonómico correspondiente y, si se puede, a las organizaciones de consumidores. De lo contrario sólo habrá un inútil malestar, y como nos dirán lo que dijo Andrea Fabra: "Que se jodan".

Francisco Fuster Garcia said...

Amigo Montesinos, me sumo a tus denuncias tan bien explicadas y razonadas. Desgraciadamente, lo que pasa en este país a nivel de consumidores y derechos es que la gente cree que no merece la pena el esfuerzo y el tiempo que implica la reclamación teniendo en cuenta la escasa probabilidad de que la queja prospere. Suceden cosas tan absurdas como que hace un par de días llegó a mi casa una carta de mi compañía de telefonía móvil. Mi padre se sorpredió porque no eran las fechas habituales en las que nos suelen llegar las facturas (nos llegan juntas porque estamos en la misma compañía). Mi estupor fue mayor cuando abrí el sobre y veo un texto de estos impersonales (aunque encabezado con un "Estimado Francisco"; a mí también me quieren...) en el que me pedían disculpas por el deficiente trato de su servicio de atención al cliente hacia mi persona. Sin haber hecho yo ninguna reclamación (que recuerde), se les ocurre pedirme disculpas por las interminables esperas a las que te someten cuando llamas para consultar cualquier duda, pero lo hacen con una absurda carta que llega meses después del agravio en cuestión.

De todas formas, y al margen de casos personales, creo que hay un problema de fondo en esto. El viernes fui a mi antiguo instituto invitado por una ex profesora que había leer a sus alumnos "La busca" de Pío Baroja. Hablando del contexto histórico de la época, un alumno me preguntaba por el "regeneracionismo". ¿Qué querían los regeneracionistas?, era exactamente la pregunta. Yo le respondí que, como dice la palabra querían regenerar el país de arriba a abajo (les puse un paralelismo con la situación actual en la que todo el mundo pide una regeneración democrática), pero que los regeneracionistas no eran tontos y sabía que eso pasaba en primer lugar por un regeneración moral e individual. Por la vía de educar a una población analfabeta, como la española de principios del siglo XX, y por la obligación de que cada uno abandonara ese egoísmo de la picaresca y el intentar sobrevivir a costa del vecino, lo que hoy en día se traduce en esa economía sumergida que campa a sus anchas, por no hablar de la evasión fiscal y otros comportamientos de este orden que acaban minando el Estado del bienestar. Cuando esos lazos de solidaridad se rompen, nace esa desconfianza de todos con todos que acaba en situaciones tan ridículas como que, para alquilar una peli, tengas que presentar una factura de la luz. Quien nos lo hubiera dicho hace unos años...

Leda said...

Amigo David, imagino que se refiere a ese centro comercial de origen francés en el que coincidimos hace un par de semanas con nuestros respectivos retoños…

Yo creo que lo que tratan de vendernos es que somos usuarios de la más exclusiva innovación tecnológica. Hay gente que se siente importante con estas cosas. Y lo peor de todo es que no les ha ido mal: las veces que he ido a comprar a este centro comercial no cabía ni un alfiler.

En la nueva reestructuración que han hecho en el de Paterna (lo tengo al lado de casa) no solamente han habilitado un lugar de autocobro, tipo cajero automático como usted dice, sino que al igual que en las salas de espera de cualquier servicio público, una maquinita parlanchina te indica el número de caja que te “va a atender” y, mientras recorremos el paseíllo de la cola (de la que ya no puedes escapar hasta que no pagas) aparecen ante nuestros ojos chicles, caramelos, papas, revistas varias, etc., etc. etc., que no dejan de cumplir una función social: hacernos más agradable ese tiempo de espera favoreciendo que incluyamos en nuestro carro ese pequeño objeto de consumo que ni nos va ni nos viene; o que hinchemos al niño a gusanitos para que deje de llorar de una puñetera vez.

Pues bien, para su/nuestra mayor indignación le informo que al igual que El Corte Inglés, esta “megatienda” abrirá también todos los domingos y festivos; concretamente la del Saler y la de Campanar. Y no por ello sus empleados cobrarán ese día de trabajo como horas extras o como festivo, sino como día laboral corriente y moliente: sus domingos pasarán a cualquier día de entresemana, según me ha informado una cajera de dicho centro. También podrían crear nuevos puestos de trabajo para estos días… pero va a ser que no.

Saludos.

David P.Montesinos said...

Hola, Paco, gracias por tu comentario, sumamente interesante, como siempre. Me parece oportuna la alusión a Baroja y a los regeneracionistas. Yo creo que lo que Joaquín Costa y compañía intentaron en los albores del siglo XX tenía algo de utopía: romper de alguna forma con todos los atavismos que habían mantenido lo hispánico en una postración histórica que tenía mucho de una megalómana falta de lucidez. Abrirse de lleno a la sociedad científica que en Europa ya estaba asumida era un desafío ilusorio para un país que se negaba a superar la condición imperial y gloriosa que se atribuía. Faltaban muchos años de conflictos terribles, caciquismo y "reserva espiritual de Occidente" para que el sueño de los regeneracionistas superara las barreras más inexpugnables.

Lo ingenuo sería creer que han caído todas.

David P.Montesinos said...

Va a ser que no, Leda, me lo temo igual que usted. Yo tengo una conclusión más maliciosa que la suya. El local en el que coincidimos recientemente tiene buenas ventas sólo ocasionalmente, se lo digo porque por motivos que usted imagina -en concreto los cochecitos para niños- acudo con frecuencia. Yo creo que la marca planea cerrar ese lugar o, cuanto menos, reconfigurarlo reduciéndolo, pues probablemente piensa que no le es rentable mantenerlo. Si usted acude al que hay en la otra parte del río, a cinco minutos en coche, verá que los autopago no son utilizados apenas, pues se ha implementado un sistema de gestión de cajeros hábilmente racionalizado y que funciona a satisfacción de los clientes. ¿Por qué? El realmente extraño. El centro que no funciona tiene así una misión experimental, han asumido que no es rentable y han decidido darle usos misteriosos.

Se me ocurren un par de sugerencias para los genios en cuestión. Los clientes podríamos extraer los productos que deseemos de los camiones, llevarlos a los palés correpondientes y pasarlos por taquilla. Otra opción -siempre pensando en optimizar el servicio, es decir, en echar trabajadores- sería tener los cacahuetes y las olivas a granel y envasarlas y etiquetarlas nosotros. La lista puede ser interminable...

Ricardo Signes said...

Lo de no tener móvil es una declaración de principios que me recuerda gratamente a los guiños identificatorios de los lectores de libros de "Farenheit 451". Y casi tan extraño me parece que alguien mantenga tan afinada su capacidad de indignación como para protestar por escrito por un atropello cotidiano más. Estoy contigo, pues: antes de que nos pongan un código de barras en la frente hay que protestar por escrito, con copia cuñada y, si es en la administración, con registro de entrada. Los españoles somos tan vehementes en lo verbal como indolentes para la escritura, de modo que, ante la disolución del individuo, hay que coger papel y boli, como don Quijote una lanza y un escudo.

Anonymous said...

No sabia que Facua hubiese participado en la elaboración de las reglas que rigen la relación productor – consumidor. Si es así, desde luego se cubrieron de gloria.


Las manifestaciones son un medio para los pueblos en determinadas circunstancias. Las manifestaciones son recurso del poder cuando las circunstancias exigen una revolución. Fiestas como el 15M y derivados son la prueba de como los mandatarios y mercachifles actuales son capaces de promover una revolución de juguete evitando asi una revolución de verdad.

Asi estamos. No acudiremos el domingo al centro comercial, compraremos el viernes lo que comeremos el domingo. Encenderemos la tv, pondremos la lavadora, el microondas, veremos futbol, compraremos gasolina, tomaremos unas cañas en la tasca e incluso acudiremos a un ambulatorio para que le miren el chichon al niño que cada vez que se monta en el monopatín se da una hostia.

Me viene a la cabeza la secuencia final de la película “detachment”. Solo, ante un aula vacía, destruida,el profesor sigue dando clase en un barco ya hundido; “con una fuerte depresión de ánimo únicamente comparable al despertar del fumador de opio, la amarga caída en la existencia cotidiana, el horrible descorrerse del velo. . Una frialdad, un abatimiento, un malestar del corazón. Una irremediable tristeza que ningún aliciente de la imaginación podía desviar hacia forma alguna de belleza. La casa usher, no era un espacio, era un estado de ánimo.”

David P.Montesinos said...

Acaso, querido Ricardo, nos encontremos ante entuerto digno de caballeros andantes. Este es un país muy bocazas, con frecuencia ves corrillos -en nuestro trabajo sin ir más lejos- de personas indignadas que vociferan y agitan el puño con tono amenazante y que, finalmente, todo lo más descargan su ira sobre alguna pobre cajera, que, por supuesto, no tiene ninguna culpa.

David P.Montesinos said...

No es misión de Facua, estimado amigo, tomar parte en la gestación de tales reglas, en todo caso su función es a posteriori, es decir, denunciando abusos e incumplimientos. Soy un firme partidario de este tipo de asociaciones y creo que estaríamos peor sin ellas. Mi consejo es que los consumidores se acerquen a ellas para solicitar consejo y, si cabe, protección. Ser consumidor supone a menudo encontrarse en lastimosos estados de indefensión. Y es muy claro: hay que defenderse contra quienes abusan.

Vi recientemente la película a la que se refiere, "El profesor" se la ha llamado aquí. No me encandiló, pero me gustó, entre otras cosas, esa referencia al relato de Poe sobre el desmoronamiento de una estirpe, que en este caso es, me temo, el de la escuela pública.