Friday, April 19, 2013



ESCRACHES

Una caja aparece "escrachada" en medio de la calle en un relato de Cortázar. El participio invita a pensar que la caja no simplemente ha sido abierta: está arañada, desvalijada. El uso actual del término tiene sin embargo su origen inmediato en las expediciones que los familiares de los desaparecidos de la dictadura argentina realizaban a los domicilios de los torturadores y asesinos cuya esperanza, una vez restaurada la democracia, era poder quedar en el anonimato. El escrache es entonces una forma de delación pública, y sucede porque personas que han cometido faltas terribles no están siendo perseguidas por las autoridades competentes. 

Tengo mis dudas de que este caso pueda trasladarse a nuestro contexto, en unos días en los cuales el uso del término en cuestión se ha hecho tan insistente que, acaso el escrache dé nombre en los futuros libros de historia a los días que vivimos, de igual manera que, pongamos por caso, otros días fueron los del estraperlo. Desde la semántica será o no correcto hablar de escrache -no creo que esto haya de preocuparnos demasiado- pero lo que designa, aunque también corresponda a una estrategia de delación, debe ser diferenciado de lo que designaba para el caso argentino. 

No he hablado demasiado de este asunto, seguramente porque cuando lo haces tiendes a crear inmediatamente lo que en la Lógica se llama un "hombre de paja", pues, dado el enconamiento de las posturas, si criticas esta práctica, estás ignorando la profunda maldad de políticos y banqueros que dejan en la calle a personas que no pueden pagar unas hipotecas abusivas, y si dices algo a favor, entonces has abandonado automáticamente la vía de la democracia y corres el riesgo de que Cospedal o algún genio de la TDT Party te acuse de nazi o de etarra. 

No me gusta esta iniciativa, no estaría dispuesto a participar en ella si alguien me lo solicitara. Es preciso recordar a menudo que cuando se rebasan las fronteras ya no de la legalidad sino de la legitimidad democrática, estamos creando un precedente de cuyas implicaciones no podemos desentendernos, salvo que pretendamos que las trampas y los atajos sólo son inaceptables cuando los usa el enemigo, el cual, ya se sabe, siempre persigue intereses malignos. 

Soy profesor en un Instituto, sé lo que supone que alguien proyecte intimidarte y condicionar tus decisiones mediante la intromisión en tu espacio privado, que es un espacio de supervivencia. He criticado durante años ese repugnante espectáculo de los paparazzi que acosaban durante días enteros a un torero o una tonadillera, apostados como buitres a la puerta de su casa para fotografiar a menores o provocar un momento de violencia que multiplicara el precio de la noticia; he denostado sin ambages las maniobras de intimidación que los amigos de los terroristas llevaban a cabo sobre personas que no compartían sus ideas u objetivos. No veo por qué ahora hemos de aplicar otro rasero: políticos, banqueros, árbitros de fútbol, médicos, periodistas, profesores o lo que demonios sea uno, todos estamos expuestos a que se cuestione nuestro trabajo, incluso a recibir presiones poco razonables, pero el ámbito de la privacidad debe ser sagrado para todos, y resulta tanto más preocupante el acoso domiciliario cuando hay niños de por medio. 


Este razonamiento vale también para algunos a los que ahora se les erizan los pelos de indignación pero nada decían de quienes, desde grupos que se autoproclaman defensores de la vida, acudían en masa a las clínicas para vigilar, gritar, insultar y aterrorizar a médicos y a mujeres.  

Ahora bien, que albergue fuertes reservas respecto a este tipo de estrategias reivindicativas no significa que desvalorice los dramas  que las han desencadenado. Los desahucios que en estos últimos meses se vienen produciendo masivamente son en muchos casos verdaderas atrocidades que sólo pueden encontrar su lógica dentro de un sistema corrompido. Puedo negarme elegantemente a no acudir a un escrache, pero, ¿qué haría si fuera yo el desahuciado? ¿Qué barbaridades no sería capaz de urdir y llevar a cabo si mi familia y yo diéramos con nuestros huesos en la calle? Tertulianos y miembros del gobierno llaman "nazis" a los escrachadores y no recuerdan ni por un momento la tragedia de los afectados, se me ocurre que seguramente jamás han tenido un problema serio en su vida. 

Con estas actitudes no es extraño que aparezcan encuestas en las que una mayoría conteste que al país le iría mejor sin partidos políticos, una actitud preocupante porque desliza hacia un escepticismo propio de minorías nihilistas a sectores masivos de la población española. Esta recurso desesperado al cinismo tiene algo de "síndrome Titanic", es decir, la gente presiente que los poderosos   están preparando los escasos botes que hay para salvarse ellos mientras las puertas de las bodegas permanecen cerradas porque los pobres van a hundirse con el barco. 

¿Es "nazismo" el escrache? Dudo mucho que Dolores de Cospedal -muy fecunda en los últimos días a la hora de poner adjetivos a los que le fastidian- tenga ni la más pajolera idea de lo que fue el nazismo para quienes lo sufrieron de verdad, y, de la misma forma, dudo que entienda nada de la humillación de quedarse sin trabajo y sin casa. En cuanto al desahuciado, tiene derecho a sentir odio y volverse cínico. Los partidos, en especial el que gobierna, están envenenados por la corrupción; el susodicho gobierno, tan patriota él, parece haber aceptado sumisamente que España ya no se gobierne a sí misma y que aquello de la soberanía nacional es cosa del pasado; las ganancias están privatizadas, pero las pérdidas se colectivizan; los recortes de derechos constituyen una humillación cotidiana... ¿Quieren que siga?


Hace unos pocos años, cuando llegó la crisis, cualquiera profetizaba que o se tomaban medidas o estallaría una fuerte conflictividad social. ¿Qué esperábamos? ¿Creíamos que esto sería un remanso de paz mientras a la gente le va cada vez peor? Rajoy dijo en una entrevista, ante la evidencia de que la crisis tenía más recorrido del que se creyó, que "algunas personas se están impacientando", preferiré no calificar el valor de esta intervención, pero insisto en la pregunta: ¿qué nos creíamos? Podemos seguir viviendo en los mundos de Yupy y pensar que un veinticinco por cien de paro y el deterioro de las instituciones de protección que han traído los recortes van a ser contestados con un silencio pasivo y obediente o, en todo caso, con cartas de queja a los periódicos. 

Mucho me temo que el 15M o los escraches terminen siendo poca cosa para la violencia que puede estar aguardándonos si el Titánic sigue haciendo aguas. 

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