Friday, May 24, 2013



ARTURO MONTES 

* Los amigos de un blog muy seguido por los aficionados del Valencia cf, Últimes vesprades a Mestalla han dedicado esta semana un monográfico en varias entregas a la figura de mi abuelo, Arturo Montes. Gracias a su inmensa generosidad he podido homenajearle con un artículo. Mi agradecimiento y el de mi familia para ellos es inmenso.
http://ultimesvespradesamestalla.blogspot.com.es/

Cuentan que un hombre célebre hubo de detenerse súbitamente  ante las ruinas de un templo egipcio; abrumado por los vientos del desierto le sobrevino una profunda desesperanza. Todas aquellas maravillas que iba encontrándose en el curso del Nilo, joyas de piedra provenientes de un tiempo de gigantes, se arruinaban a la intemperie sin remedio. Ese hombre no sólo se afligía por la extinción de los antiguos egipcios, lloraba por todos nosotros, por la fragilidad de nuestras empresas, por la candidez de esos momentos en los que creemos que algunas cosas son invulnerables a la caducidad.

Los recuerdos de mi vida están para siempre atravesados por la presencia imponente de mi abuelo Arturo. No estoy seguro de que en los trances cotidianos fuera el hombre excepcional que yo presentía, y tampoco puedo decir -al contrario que otros nietos con sus abuelos- que llegara a establecer con él profundas complicidades, a pesar de ser no solo mi abuelo sino también mi padrino. Pero esto es completamente irrelevante, lo realmente significativo aquí es la repercusión de la leyenda, esa traza imborrable que sobre el alma de un niño deja la percepción de que el patriarca de su familia era una especie de dios vivo, algo así como un monumento andante. Y recuerdo precisamente, ya en sus últimos años, aquel caminar pesado por un pasillo interminable de la calle Guillem de Castro... aquella mirada árabe, aquel rictus de extrañeza al descubrirme leyendo una revista del Valencia en un rincón, no siendo capaz de recordar mi nombre ni seguramente mi cara porque el riego ya no le llegaba a la cabeza. 


Toda leyenda corre el riesgo de desatar alguna sombra de incredulidad, están demasiado inscritas en el territorio de la fábula como para ser aceptadas por los escépticos, que no dejan pasar en estos casos la oportunidad de exhibir una sonrisa irónica: "ya sería menos". Parece no obstante que fue verdad todo lo que me contaron, aquellas hazañas sobre un estadio recién construido en medio de lo que entonces era huerta y sobre una antigua acequia. 

En cualquier caso no es la verdad lo que me atrae, nunca he creído mucho en ella, jamás llegué muy lejos en la exigencia de exactitud y el rigor documental. Nuestro camino está demasiado iluminado por toda esa tradición oral de tíos y padres que te cuentan cosas extraordinarias para ponerme ahora a debatir si aquel gol fue en realidad producto de un centro sin intención de remate o si es verdad que jugó contra el Sporting de Gijón un partido importantísimo con cuarenta de fiebre y sacado de la cama por el capitán del equipo, Eduardo Cubells. Parece que todo es verdad, pero tras cada verdad hay siempre un mito, un acontecer convertido en trascendente sólo porque quienes estuvieron presentes -y acaso los que no estuvieron- creyeron estar viviendo algo memorable. 



Unos pocos miles de personas convirtieron en héroe a aquel coloso de cien kilos que aterrorizaba a los porteros y batallaba sin volver la cara -eso nunca- contra defensas encarnizados. Me viene a la memoria aquello que dice el cronista en El hombre que mató a Liberty Valance: "Si la leyenda es mejor que la realidad, entonces prefiero escribir la leyenda". 

Sólo aquellas cosas a las que entregamos nuestra admiración merecen seguir instaladas en el curso del tiempo. ¿Hasta cuando? Eso no lo sabe nadie, sólo podemos contar a nuestros hijos, como siempre se hizo en ese oscuro rumor de la familia del que hablaba Hegel, lo que nuestros padres nos contaron a nosotros. Y debemos hacerlo con la misma fe, con idéntica emoción. Y debemos saber que el relato no resulta ileso en el proceso, sufre frecuentes desvalijamientos y su sentido se desplaza inconscientemente cada vez que es traducido y transmitido. Todo pasa entonces de alguna forma a habitar el territorio de la ficción, y es la capacidad para construir esas ficciones lo que cohesiona a las colectividades. 


Sólo desde la protección que el relato de nuestros héroes nos depara se hace posible no sucumbir a la consternación que nos invade ante la evidencia de que los asuntos humanos son precarios y caducos. Esto debemos recordarlo siempre, especialmente en los templos. 

1 comment:

jules said...

Excelente blog, aquí les dejo el mio, ojalá lo disfruten como he disfrutado este!!!

http://biblioteca-delmundo.blogspot.com.ar