Saturday, May 11, 2013






HUELGA

Llevo toda la vida padeciendo este tipo de actitudes para ahora soprenderme, y, sin embargo, no deja de maravillarme que personas de mis alrededores y a las que juzgo cotidianamente como sensatas adopten ante el debate político actitudes tan intolerantes, tan refractarias a aceptar y respetar cualquier forma de discrepancia. 

Pienso en la huelga que hemos vivido en los últimos días en el sector de la educación. En muchos claustros de escuelas primarias e institutos se han producido debates muy intensos. Si las grandes organizaciones sindicales creen que cuando nos llaman a la huelga nos tiramos alegremente en plancha, convencidos de que no yendo un día a clase vamos a hacer desmoronarse los bastiones del capitalismo, es que, como poco, están mal informados. "No es por el dinero", oigo decir a algún compañero reticente a la convocatoria. Sí, si es por el dinero, ¿qué otra causa puede haber?  Y, sobre todo, ¿no es a fin de cuentas por nuestro sueldo por lo que vamos al trabajo? A mí me gusta mucho dar clases, pero me gusta más irme a tomar el sol a un parque o escribir poemas en el metro; si acudo a trabajar es porque de mi sueldo vivimos yo y otras dos personas, si un día no voy al trabajo porque ejerzo el derecho de huelga, la patronal se encarga de pegarle un buen mordisco a mi nómina, con los consiguientes desperfectos en el presupuesto familiar del mes, algo por cierto especialmente poco grato si tenemos en cuenta que, como empleado público, he sufrido ya unas mermas de sueldo tremebundas. 

No me quejo, siempre he dicho que me considero afortunado, aunque la expresión misma -"tengo suerte, aún he de dar gracias por no ir al paro"- oculte una peligrosa carga de baja autoestima, como si alguien me hiciera un favor por permitirme hacer mi trabajo, como si un profesor no rindiera un servicio valioso a la comunidad y poco menos que hubiera de agradecer su generosidad al conseller del ramo, el cual financia el sistema educativo con el dinero de la gente y no con el suyo, dicho sea de paso porque creo que a veces se nos olvida. 
Y aún así estoy feliz y orgulloso. Y he hecho la huelga del nueve de mayo. Creo que era un buen momento para convocarla, entre otras cosas porque al día siguiente se tramitaba la Ley Wert en el Congreso. No creo, como se jactan los sindicatos, que la susodicha haya sido retirada provisionalmente por el supuesto éxito de la convocatoria, en todo caso es el resultado de un largo proceso reivindicativo en el que hemos participado durante el último año y medio profesores, alumnos y padres, de todo lo cual esta huelga es sólo un paso más, y en ningún caso el último. Pero, sobre todo, tengo la impresión -y perdonen el cinismo, pero es la realidad la que termina pareciendo un sarcasmo- de que el Gobierno Rajoy nunca ha pensado seriamente en reformar la educación, o, en todo caso, se puede permitir el lujo de dilatar el proceso hasta próximas legislaturas, pues en este área los gobiernos autonómicos -a veces los suyos, a veces, como en Catalunya, los de otros partidos, incluyendo los nacionalistas- ya le han ido sembrando el terreno. 

Si pasamos por encima de toda la serie de torpezas que ha ido exhibiendo la Ley en sus distintos borradores, lo que detectamos - además de un profundo desconocimiento de la realidad escolar, mucha demagogia para oyentes de tertulias reaccionarias y ninguna atención a la opinión de los profesionales, es decir, los docentes- es la intención de eliminar cualquiera de las trabas que todavía existen para los conciertos escolares o, lo que es lo mismo, para que la Iglesia Católica -gran beneficiaria de la financiación pública de su proyecto de evangelizar a los niños españoles- incremente todos los privilegios con los cuales compite con los centros públicos. ¿Hace falta ahora mismo un nuevo marco legal para que la brecha social propiciada por una doble red educativa se siga ensanchando? No, para ello basta con seguir con los recortes, de los cuales, como sabemos bien los trabajadores, los grandes perjudicados son los alumnos de la enseñanza pública. 

Creo que mi postura es diáfana, y alberga una determinación a pelear que no admite dudas ni quebrantos. Tengo, puede que por algún tipo de experiencia biográfica que no viene al caso, una fe en el valor de la enseñanza pública que no pienso dejar que ceda ni un centímetro, así continúe la derecha española -y los sectores sociales que les animan a hacerlo- con su proyecto de convertir los centros públicos en destartaladas unidades de atención a niños pobres, torpes, conflictivos, minusválidos o inmigrantes. Si quienes se dicen firmemente católicos creen que Jesucristo habría estado en este asunto de su lado, entonces es mejor que Dios no exista, pues de lo contrario el infierno va a hacer overbooking. Allá ellos, yo no tengo ninguna duda respecto a mi lugar en la batalla y respecto a la coherencia moral de mi postura.  

Precisamente porque sé muy bien qué bando es el bueno en esta batalla que se está dirimiendo ahora mismo en el seno de la sociedad española -que no es otra que el debate sobre la función integradora de la educación, y, más en general, sobre el futuro del estado social y las instituciones del bienestar público- me siento legitimado para mostrar mi disconformidad con algunas actitudes que detecto entre mis compañeros de trinchera y que vienen incomodándome desde hace muchísimo. Desde que era casi un adolescente me he ido integrando en diferentes organizaciones de izquierda, y no he dejado de toparme desde entonces con actitudes que a veces rayan el fanatismo y, otras veces, lo sobrepasan claramente. 

No me refiero en este caso a los sindicalistas, los que he conocido a lo largo de mi vida -y he conocido a muchos- siempre me ofrecieron síntomas demasiado evidentes de que lo que había después de su aparente fortaleza de convicciones era un fuerte sentido estratégico, una inclinación a la disciplina de organización y al cálculo electoral que, si nos sirve para denostar a los políticos, vale exactamente igual para los "compañeros" de las organizaciones de trabajadores, unas organizaciones a las que necesitamos, pero que parecen muy poco dispuestas a tomar nota de lo que pensamos los trabajadores, a los cuales representan. Si supieran la cifra real de profesores que han hecho huelga en mi instituto, quizá se replantearan el oportunismo de la huelga del jueves, pero lo dudo mucho, pues ya se han apresurado a declarar dicha huelga como un gran éxito -los alumnos no fueron a clase, claro- y a apuntarse como un logro suyo la postergación de la Ley Wert. No creen que hayan hecho nada mal, no va a haber manera de sugerírselo, entrar con ellos en diálogo sobre la posibilidad de que se equivoquen es inútil.

Pero sé muy bien desde hace décadas como son los sindicalistas, lo que me desalienta es la actitud de algunos compañeros que parecen incapaces de entender que, para algunas personas, la convocatoria de una huelga no es un toque de corneta al que hay que responder marcialmente y sin hacerse preguntas. Algunos de los compañeros que no han hecho huelga tenían dudas respecto a la conveniencia estratégica de la convocatoria. Que otros piensen que ésta es una actitud equivocada o, incluso, que son víctimas de un desánimo que no podemos permitirnos, me parece razonable, lo que no entiendo es que cuando exponen sus reservas se les menosprecie o se les descalifique por su "cobardía", más teniendo en cuenta que algunos tienen una larga biografía de huelgas a sus espaldas. 

Es cierto que hay en la izquierda una tradición de desunión que no acosa de la misma forma a la derecha. Pero es que "izquierda" significa justamente eso, ser capaz de cuestionarse lo que se presenta como argumentos de autoridad, no aceptar la corrupción ni la deshonestidad de los que mandan, unos mandos que, precisamente porque representan a quien representan, están obligados a vivir permanentemente bajo el interrogante. Si no querían discrepancias ni dudas debían haberse metido en la Legión, en la parroquia del barrio o en el Partido Popular. 

A mí me también me molesta esa tendencia a un radicalismo de gauche divine que termina degenerando en elitismo cultural, absentismo en la lucha y abstencionismo electoral, y que asiste a muchas personas que dicen ser de izquierdas. Pero me molesta todavía más la negativa al diálogo que exhiben algunas personas de aire leninista, esas que no se permiten el lujo de la duda ni pretenden permitírnoslo a los demás. Hay quien nos incita a reunirnos y hablar, pero lo que pretenden no es un diálogo, pues en el diálogo no se trata de defender y hacer valer una postura ya claramente predefinida para persuadir a los demás. Quien solo quiere convencer ha nacido para manipulador, no valora la posibilidad de que la visión del interlocutor le aporte algo que él no tiene, y no lo valora porque no piensa escuchar, lo cual le convierte en un sordo funcional. El momento en que el otro interviene es solo un escollo a eludir, la expresión de resistencia de un débil que hay que vencer. Eso no es dialogar, eso es catequizar, y para ello están los púlpitos y las clases de Religión. 

Metamonoslo en la cabeza: la izquierda no gobierna España actualmente no porque el país sea de derechas, sino porque cada vez que la gente le otorga poder, lo que hace a continuación es juzgar si se han satisfecho sus expectativas, lo cual supone que una decepción equivale a una abstención, que por cierto no es exactamente lo mismo que una deserción. Es quien provoca el desencanto el verdadero desertor, y esto vale para el PSOE tanto como para otras organizaciones menos moderadas, pues no es moderación o radicalismo de lo que estoy hablando. Si nos resistimos a intentar seguir dando razones, si anulamos la posibilidad del diálogo con la excusa de que la urgencia de las situaciones exige determinación, entonces dejamos de tener aliados y ya sólo pedimos súbditos. 

Para es mí es imposible porque jamás me he sentido en posesión de la Verdad, no como algunos compañeros para los cuales la duda parece ser el Mal. Antes que odiar a Wert o ser de izquierdas, prefiero seguir siendo libre. 

Pequeño-burgués que me parieron. 

6 comments:

Anonymous said...

La decepción es forma de vida. Hacer huelga o no, queda en un segundo plano si se consideran los verdaderos problemas por los cuales se tendría que sacudir al poder.

Siguen sin solucionarse las demandas de quienes alertamos de un 50% de fracaso escolar.

Temo que el corporativismo atroz que fecunda en la carrera docente sea equiparable al que se asume como inevitable en "fuerzas y cuerpos" de un estado que jamás entendió aquello de la libertad de expresión o el significado de democracia.

Mal vamos si tenemos que explicar por qué hacemos huelga o no... En una sociedad decente los convocantes de esta huelga jamás hubiesen tenido tal capacidad. En una sociedad indecente, como en la que vivimos; los responsables de idiotizar al pueblo reclaman sean reconocidos sus servicios.

La cuestión no radica en si disponemos de una educación publica o privada, si no si la educación "gratuita" sigue siendo una basura que deja fuera al 80% de sus victimas dando razones a los postulados más radicales de la derecha.

La cuestión se centra en los resultados. Creo los ultraliberales pueden ser unos hijos de puta, pero no gilipollas.
Mientras el sistema educativo europeo contempla como un triunfo la fabricación de becarios para los USA, estos se felicitan de un modelo que les sirve para no gastar un dólar más de lo necesario. Si todos dependen del sistema nadie lo cuestiona. Si se hacen huelgas, quienes sostienen el método, reivindican su papel; obviando los resultados reales de su trabajo:

Complices.

David P.Montesinos said...

Iba a empezar diciendo "yo no soy un cómplice", pero no, no voy a hacerlo. Quienes me conocen -y conocerme es saber lo que hago en mi trabajo y en mi vida cotidianamente- saben muy bien cuáles son mis complicidades. El sistema educativo alberga, ciertamente, muchas complicidades con los procedimientos de explotación de seres humanos que rigen la vida económica, cada vez con menos trabas legales. Un simple ejemplo, la fase de prácticas en empresas de los nuevos ciclos formativos y planes de cualificación, los cuales proporcionan una mano de obra gratuita estupenda. Este caso es uno entre otros. Pero me resisto a pensar que la solución es abandonar el sistema. Fuera del aula yo sería menos corporativo, no actuaría como un servidor de un sistema aberrante, no sería un cómplice... Fuera del aula yo no sería nada, ese es el problema.

Comparto la idea de que no es cuestión de pública o privada. Tengo mis dudas respecto a la legitimidad de la enseñanza privada, entendida como un modelo de élite destinado a futuros líderes y todas esas cosas, pero nunca la prohibiría, no soy un estalinista. Ahora bien, la privada es una cosa -es un puro negocio y lo sufragan sus clientes- y la concertada es otra. Ésta última está igualmente mercantilizada, pero vive de la subvención pública, nuestro dinero, amigo, sufragando prácticas profundamente anticonstitucionales y promocionando la brecha social a través de la escuela.

La educación pública -yo nunca la llamaría gratuita o, como usted, lo pondría entre comillas- no es una basura, no todavía, pero todo se andará si no la defendemos, y toca defenderla desde el aula y desde la calle.

Ricardo Signes said...

Yo tampoco prohibiría la privada, pero sí que intento evitar que los que mandan sigan queriendo convertir la pública en un sumidero donde van a parar los que sobran de la privada bien por falta de dinero, bien por falta de capacidades intelectuales o por ambas. Tal como están concebidas las instituciones de enseñanza privadas y concertadas, son escuelas de desigualdad. Lo cual seguramente está en concordancia con su propio modelo de sociedad. El tío listo de Wert viene ahora a querer apañarlo todo, y como desconfía de maestros y profesores, pues se lo monta en plan salvador solitario y nos mete una reforma de la educación como quien mete una hostia a unos haraganes ineptos. Y encima quiere que le demos las gracias. La clave está en que seamos más productivos. ¿Y cómo se mide eso en el aula? Muy fácil: con las notas. Las pequeñas variantes circunstanciales como número de alumnos en el aula, diferentes niveles, diferentes capacidades, dificultades económicas familiares, etc., etc. no afectan al cociente de dividir alumnos por notas. Si te sale un 5´2 eso es lo que vales, porque es que, además, serán personas ajenas al propio centro -es decir personas que desconozcan todo de las circunstancias personales de cada alumno- los que determinarán las notas definitivas de final de cada etapa. Conceptos como adecuación y cooperación, tan esenciales en la escuela pública, serán desplazados por los de competencia y rentabilidad.
Hablábamos el otro día en tu artículo anterior de la deriva de la genialidad a la gilipollez, pero era una derrota vaga, inconsciente, la que seguía ese proceso. Ahora, con esta reforma mostrenca es un plan guiado.

David P.Montesinos said...

Hola, Ricardo. Mucho me temo que cualquiera de las manifestaciones de satisfacción que se escucharon en los últimos días, cuando algunos infelices interpretaron precipitadamente que la Ley Wert se había ido al cesto de los papeles gracias a la huelga, ha revelado ahora su ingenuidad cuando, muy pocos días después, la Ley ha sido aprobada por el Consejo de Ministros. Lo más irónico es que no solo no ha cambiado en lo sustancial respecto a sus anteriores borradores, sino que incluso ha perfilado aún más los aspectos más reaccionarios del borrador, por ejemplo los relacionados con la asignatura de Religión.

Las intenciones de la Ley son dos: beneficiar a los intereses de la Iglesia, no tanto con la asignatura de Religión, que me parece un tema escandaloso pero menor, como con los beneficios a la escuela concertada, y, en segundo lugar, abaratar al máximo la escuela pública. Esto último, por si algún ingenuo, no supone reducir la inversión inútil, supone más bien desviarla hacia la enseñanza que está en manos privadas, lo cual supone que nuestro dinero va a ir a parar a fomentar negocios privados. Eso sí, la enseñanza pública va a salir seriamente dañada.

Hay que echar a esta gente del gobierno, es así de sencillo.

Anonymous said...

¿Cómplice?
Usted es un profesor, un padre, una pareja, un trabajador, una persona con una formación un tanto superior a la media (básica) y que por lo que sabemos públicamente de usted, no tiene una idea clara de casi nada.
Usted no puede ser cómplice de lo que no conoce. Lamentablemente el 99% de sus compañeros tampoco entienden los movimientos de una partida en la que solo figuran como piezas que se desplazan en el tablero. Los peones solo saben que van a ser “devorados”.
Le pregunté y no contestó; la derecha, el ultra liberalismo:
¿son gilipollas?
Solo existe una forma de imponer un sistema: demostrando que es mejor. Todas las huelgas que se hagan al respecto están de sobra., Lamentablemente “hay que derrocar a este gobierno” en su pluma resulta una broma…. Si usted formase parte de la clase intelectual de este pais: vergonzoso.
Clase intelectual, que por cierto, usted se afana en proteger censurando aquellos mensajes que resultan “demasiado incomodos”
Si, gratuita, lleva comillas, lo que no lo lleva es “pública”, esa enseñanza siempre es de pago.

David P.Montesinos said...

No acabo de entender el tono irritado en el que se pronuncia. En cualquier caso intento entender todo lo que me dice, le leo con detenimiento, a veces me ha dicho cosas que me han servido, otras veces no estoy seguro de entenderle, y otras simplemente discrepo. Yo no censuro "mensajes incómodos", salvo que contengan insultos hacia personas concretas, no sé por qué dice eso.

¿No tengo una idea clara de nada? Permútelo por "no me siento en posesión de la verdad", pero sí, sí tengo cosas claras, otra cosa es que usted no esté de acuerdo, cosa que me parece muy legítima, pero no pienso darle la razón por complacerle.

Lo de derrocar a este gobierno no es una broma, le suene a usted a lo que le suene, me parece una necesidad, y una necesidad urgente. Por mi parte pienso invertir grandes esfuerzos en ello.

Todos los servicios públicos se pagan, los pagamos, no todo el mundo, claro, los ricos, como dijo Zygmunt Bauman, son "gorrones de impuestos". Eluden pagarlos pero se aprovechan de lo que entre todos hemos construido.

No sé por qué se enoja conmigo, no soy su enemigo, sólo intento intercambiar ideas y mejorar mi visión de las cosas. No sé qué es lo que le resulta tan irritante.