Saturday, March 08, 2014




ANTONIO MUÑOZ MOLINA: 
LA EDAD DE LA RAZÓN

Recién concluyo Todo lo que era sólido, ensayo de Antonio Muñoz Molina al que expertos y lectores reconocen primeramente como novelista. He llenado mi volumen de subrayados y anotaciones; inútil intentar dar cuenta de ellos, necesitaría más que una reseña y, desde luego, mucho más que la entrada de un blog. 

Estamos ante uno de esos textos cuya lectura, más que aconsejable, diría que resulta imprescindible y, sobre todo, urgente. "¿Qué nos ha pasado?", se pregunta una pareja ante los pecios de un naufragio amoroso tan violento como inesperado. Este libro contesta a esa pregunta, nos asalta a empujones para que avivemos el seso y entendamos qué nos ha pasado a los españoles, hijos de una patria que se creyó ejemplo universal de conquista de libertades y emergente prosperidad; un país que en apenas un soplido se ha ido a la mierda, desmantelado sin contemplaciones por una recesión que ya no reconocemos como mundial ni llegada de ultramar: ya es nuestra crisis, ya sabemos todos -incluso quienes como el actual Gobierno rezan por el nuevo ciclo de bonanza caído del cielo- que esta debacle nos la hemos buscado nosotros. 

Lo que nos ha pasado, dice AMM, es que hemos vivido en el cervantino Retablo de las Maravillas. Los prodigios que los espectadores decían sin rubor estar viendo pasar eran mentira, todo fue un simulacro, el rey iba desnudo, la corte no era prodigiosa, sólo había caído en manos de los corruptos, pícaros sin gracia entregados a un pillaje impune. Cuando algún aguafiestas indocumentado denunciaba el trampantojo lo sacaban de la escena a tomatazos. Convertida la democracia en una bochornosa oligarquía de políticos y empresarios sin escrúpulos, España ha sido saqueada por unos cuantos como en el imperio del XVII, aunque contaban con la tolerancia y el beneplácito de una plebe hipnotizada por la demagogia y la esperanza de que les tocara algo de aquel oro que parecía olerse hasta en las chabolas. No había motivo para censurar a los corruptos porque todos estábamos destinados a forrarnos. Como en esas empresas en árbol que surgen de la nada para timar a la gente, cuando ha llegado el momento los más listos se han largado con la pasta y el resto se ha quedado con la deuda, el país en los huesos y el futuro echado a perder por décadas, quien sabe si para siempre. 
"Lo que era sólido"... en muy poco tiempo el sentido de las cosas que costó siglos construir saltó por los aires como una faluca arrastrada por una tormenta gigantesca. Creíamos haber dejado atrás ese pasado provinciano y humilde del que en el fondo nos avergonzamos y nos habíamos convertido en un país cool. Pero ignorábamos que los diarios extranjeros presentaban una España grata y de Almodóvar con la misma ligereza con la que después afirmaban que con la crisis aquí nos dedicábamos a rebuscar en los cubos de basura y la violencia se había apoderado de las calles.


Acaso tampoco este escrito tan enérgico no diga demasiado que no supiéramos ya. Y, sin embargo, la maestría con la que logra que nos reconozcamos en su lectura nos obliga a leer de un tirón hasta el final. No estoy seguro de compartir todas las conclusiones de Muñoz Molina. No creo ser un cándido, como él insinúa, por presentir valores épicos en aquellos defensores de la libertad que lucharon con la República y cuyos cuerpos asesinados terminaron en el olvido de las cunetas del franquismo; tampoco estoy seguro de que la izquierda traicione su laicismo cuando, una vez en el poder de los ayuntamientos, varió su posición respecto a ciertos actos religiosos y aceptó proteger, por ejemplo, las procesiones de la Semana Santa, un bien cultural que, como la arquitectura religiosa o los viejos códices, merece a mi entender resguardo institucional sin que tal cosa tenga nada que ver con los privilegios de la Iglesia o los pactos más inconfesables con el Vaticano. También, puestos a insistir en la loa a quienes durante los años del bonanza aceptaron valientemente quedarse solos en la resistencia frente a la corrupción y los abusos del poder, me hubiera gustado encontrar en las doscientas cincuenta páginas del texto alguna alusión al Juez Garzón, qué le vamos a hacer. 


Pese a ello, consigue convencerme y, por momentos, incluso conmoverme. No voy a olvidar fácilmente el pasaje, ya hacia el final del libro, en que confiesa su inquietud e insomnio en el apartamento de Nueva York mientras sus hijos pasan la noche en un campamento de los Indignados del 15M. A la preocupación de un padre por la seguridad de sus hijos se une la autoexigencia de reflexionar sobre lo que está pasando. Nadie lo esperaba: miles de personas quedaron en el centro de las ciudades para manifestarse y, en contra de lo que cualquier alguacil podía esperar, optaron por no volverse a sus casas y quedarse indefinidamente en las plazas públicas. La incapacidad del stablishment -el de derechas, pero también el de izquierdas- para entender nada, es esa la pista que nos revela que los acampados tenían razón en lo esencial: el país estaba siendo vendido y la ciudadanía guardaba silencio, acaso paralizada de terror o contagiada por la misteriosa hipnosis de quien -iluso- cree que el peor de los males no puede llegar y que la crisis es pasajera. 

¿Lo es? Nada está escrito, AMM insiste mucho en negarse a aceptar cualquier tipo de fatalismo como los que el Gobierno lleva años practicando; la especie de que "no se puede hacer otra cosa" es aún más nefasta que la del irresponsable optimismo que, desde el "todo es posible", llevó al crack. Lo que haya de pasar dependerá de nosotros, de nuestra voluntad para detener la corrupción, el despilfarro, la devastación de los servicios públicos esenciales. Acaso, y en esto el autor de Úbeda también es especialmente insistente, no hayamos sabido valorar las libertades y el bienestar cuando los disfrutábamos como bienes caídos del cielo, amnésicos respecto a lo mucho que en el pasado hubo que batallar metro a metro para conseguirlos. En medio del desastre, cuando sin duda estamos pasándolo muy mal y tiene pinta de que podemos ir a peor-siempre se puede ir a peor, la historia ofrece ejemplos rotundos a ese respecto-, llega el momento de valorar de verdad lo que nos queda. Vienen años de hierro, esto es muy claro, pero es posible que en ellos la incompetencia y la estafa habrán de tenerlo más difícil para disimularse bajo retóricas populistas y mantener la impunidad. 

"No tendremos disculpa si no hacemos todos lo poco y lo mucho que está en nuestras manos, en las de cada uno, para que no se pierda lo que tanto ha costado construir, para asegurar a nuestros hijos un porvenir habitable, si no los alentamos y los adiestramos para que los defiendan. Ya no nos queda más remedio que empeñarnos en ver las cosas tal como son, a la sobria luz de lo real. Después de tantas alucinaciones, quizás sólo ahora hemos llegado o deberíamos haber llegado a la edad de la razón."

No comments: