Saturday, March 15, 2014

ROUCO O BERGOGLIO




 Hace tanto tiempo que venimos quejándonos del espíritu reaccionario que domina la Iglesia Católica que la sustitución de Rouco Varela debería como mínimo suscitarnos el alivio. Rouco es un reaccionario, encarna los valores patriarcalistas y represivos que permiten asociar al alto clero con la extrema derecha, ergo su desaparición es una feliz noticia. Respecto a si sustituto respira los aires nuevos que parecen llegar del Vaticano no dispongo de noticias concluyentes, pero todo hace pensar que así es, pues lo que no se cuestiona es que a su antecesor no le cuadraba en Roma un "progresista" como Bergoglio. 

¿Y el propio Papa Francisco? ¿Es el hombre que parece ser? Acaso no sea ésta la pregunta, mejor será preguntarse si su llegada al Trono de Pedro forma parte de un proyecto realmente serio de renovación. Si observamos la trayectoria de la institución en nuestro país durante el último cuarto de siglo el panorama es poco esperanzador. El proceso histórico que pobló las sacristías en un tiempo de jóvenes con mentalidad obrerista y pro-democrática se revela hoy como un fenómeno coyuntural e intransitivo, de aquello quedó apenas nada. La Iglesia española, si atendemos a las actitudes que predominan entre sus jerarcas, no se conforma con mantener su hostilidad hacia la libertad de las mujeres, los anticonceptivos o el polimorfismo familiar, lo realmente irritante es la naturalidad con la que se aleja del mensaje evangélico a la hora de alinearse con la oligarquía económica y entregar su fidelidad sin ambages a las fuerzas políticas que encarnan los valores de la desigualdad y la brecha social. Sonroja la evidencia de que sus colegios, pagados con el dinero de todos, constituyen un reducto para preservar a las clases medias y altas del contagio de menesterosos e inmigrantes. En este sentido organizaciones con tan mala fama como el Opus Dei no son una anomalía dentro de la trama eclesiástica católica, son más bien su horizonte, su referente moral. Wojtyla y Ratzinger lo tuvieron muy claro, por eso el episcopado español fue inmensamente feliz durante sus reinados. 

Ridículo negar que con Bergoglio se advierte un cambio de ciclo. ¿Supone su irrupción en la escena el retorno del espíritu del Concilio Vaticano II? Dicho de otra forma, ¿encarna el jesuita una nueva tentativa de tener un Papa como Juan XXIII? Tengo mis dudas, pese a la contundencia que exhibe el Santo Padre en sus intervenciones públicas, que en nada recuerdan a las de sus predecesores, en especial Juan Pablo II, causante de una involución histórica de proporciones colosales en el espíritu de la Iglesia y de quien, a estas alturas, ya podemos decir que se puso ese nombre precisamente para esconder la intención de alejarse absolutamente tanto de Juan como de Pablo. 

No sé, me cuesta no ser escéptico con este asunto. Predije -y acerté- que la fumata blanca saldría de la chimenea de la Sixtina para proclamar un Papa de Hispanoamérica, donde se halla el mayor granero mundial de adhesiones para el catolicismo, un granero ahora seriamente amenazado ante la vertiginosa infección de credos de origen protestante desde México hasta el cono Sur. No es censurable que la institución plante batalla a sus competidores en el mercado del espíritu -es a fin de cuentas de lo que viven curas y monjas-, lo que me pregunto es si en la elección de Bergoglio hay algo más que un reposicionamiento estratégico o, si se me entiende mejor, la respuesta de la jerarquía al miedo a que la empresa vaya a la quiebra. Sea o no sincero en los cardenales que se reunieron en la Sixtina el propósito de volver a la "Iglesia del Pueblo", lo que no puede mantenerse durante mucho tiempo en un mundo como el nuestro es un proyecto ecuménico con planteamientos tan ridículamente obsoletos como los que suscriben los obispos españoles.

Temo que sea demasiado tarde. No soy creyente, bien lo sabe Dios, pero estoy muy lejos de considerar que al mundo le iría mejor sin la fe. Sospecho que el desierto moral que han dejado tras de sí un cuarto de siglo de hipocresía y de afinidad con el mundo del capital puede pasarle factura a quien, como Bergoglio, plantea sinceramente la necesidad de una profunda reforma. Acaso en esto consista la posmodernidad de la que tampoco se libra el Vaticano: simular la revolución cuando esta ya pasó de largo. Entre los años sesenta y setenta tuvieron la oportunidad de sumarse a una corriente de renovación de las costumbres que ha transformado en profundidad los mapas morales en muy poco tiempo. Terminaron perdiéndola, el tren ya pasó, lo que tenía que cambiar en nuestras vidas ya ha cambiado, la sociedad lo ha hecho sin la Iglesia y a ésta le ha pillado el toro, de ahí esa sensación general de que ser joven y hacer caso a un sacerdote equivale a ser un débil o un enfermo. Es, a fin de cuentas, lo que Nietzsche ya profetizó: llegará el día en que sólo acudan al confesionario los inútiles.  Es tarde, me temo, prefiero a Bergoglio que al polaco, pero eso no cambia lo esencial: como la revolución ha pasado de largo, la Iglesia ya sólo puede simularla. 


Pero el destino guarda una ironía cruel para quienes se apresuren a felicitarse por esta derrota: el tiempo podría haber pasado igualmente para su viejo enemigo, el laicismo. Para éste es también tarde si advertimos que las majaderías de Dan Brown han hecho más mella en el prestigio de la Iglesia que tres siglos de porfía de la ilustración, desde Descartes y Kant hasta Nietzsche o la Escuela de Francfort pasando por Feuerbach y Marx. De igual manera, los hispanoamericanos no se borran a la carrera tras leer a Voltaire y Heidegger, ni siquiera por venganza por lo que el Vaticano hizo con la Teología de la Liberación, sino para adherirse a los Testigos de Jehová, el sexo tántrico y el psicoanálisis. 

Todo mensaje en favor de la liberación de los cuerpos y las almas parece hoy en día más barato que nunca, como si se pudiera decir cualquier cosa sin que pasara nada. Francisco no será Juan XXIII, sólo le dejarán simularlo.     




1 comment:

Ricardo Signes said...

Esas derivas religiosas en América Latina son también las nuestras. Ya lo dijo George Bernard Shaw: "Lo malo de no creer en Dios es que ahora se cree en cualquier cosa".
Un saludo