Saturday, October 18, 2014

EN SEVILLA



EN SEVILLA

Paul Virilio tiene razón: la alta velocidad supone la desaparición del paisaje. Una hora y media entre Valencia y Madrid es como volar sobre la tierra, nada que recuerde a aquellos borregueros de mi juventud donde el viaje era una experiencia en sí misma. Entonces el color de los trigales tenía su historia que contar, las interminables paradas en villorrios adormecidos te daban idea de lo lentamente que el país rompía sus amarras con el feudalismo, las ventanas abiertas por el calor sin refrigeración y los vagones de fumadores te situaban dentro de una atmósfera que invitaba a soñar al ritmo de las viejas novelas del XIX. Todos hemos ganado, claro, ahora ya no perdemos el tiempo como antes, pero por el desagüe de la euforia y el vértigo de la modernidad se diluye la experiencia del espacio y del tiempo. Éste se convierte en una pura mercancía que administramos hasta la neurosis, aquél simplemente deja de existir... A tanta distancia como impone el tren ultrarrápido -similar a lo que ocurre con internet- simplemente el espacio deja de tener lugar, pues hemos esquivado su experiencia.

Llego de noche a Sevilla. En una calle estrecha del centro histórico me encuentro con un grupo de cofrades que trasladan unas imágenes pensando en la aún lejana Semana Santa. Experimento la primera turbación en la ciudad, me encuentro ante un paisaje envuelto en una atmósfera cultural densa. El vacío uniformizador de la globalización se retira ante un ritual atávico que al tiempo que se exhibe como espectáculo apunta a una zona de sombra que no se puede intercambiar como mercancía. Cuando viajo busco cosas así, quien tenga problemas de vocabulario le llamará turismo.

Camino por la calle San Eloy y compruebo que los chinos aún no han adquirido los bares en Andalucía. La gente no va encontrar las raíces del cante jondo a un local dirigido por las criaturas de la globalización. 

Estamos en España, de eso no puede haber ninguna duda. Un antiguo compañero, entusiasta partidario del secesionismo catalanista, nos corregía cada vez que nombrábamos a España: "España no existeix", espetaba con la severidad de quien se siente en posesión de la verdad. Que España sea el mal, eso no voy a discutirlo, todo gran Estado lo es, seguramente toda patria nos forma para destruirnos como seres humanos. Lo que no hay manera de tragarse es eso de que lo español es la impostura, por oposición a ciertas nacionalidades "naturales". Claro que también podemos no salir jamás de nuestra casita y quedarnos viendo TV3 si lo que queremos es seguir creyendo semejante majadería. 

Siempre que voy a Sevilla me viene a la cabeza La tesis de Nancy, del tan injustamente postergado Ramón J.Sénder. Nancy escribe a su prima Betsy sobre las costumbres españolas en el año 62: todo lo interpreta equivocadamente, el relato convertido en epístola termina siendo una larga sucesión de malentendidos. En su lectura descubrimos, mucho antes de que estallara el boom, que el turismo es una mentira. En contra de lo que prometen los prospectos de las agencias de viajes extranjeras, no hay manera de conocer Sevilla a través del turismo porque nadie como los andaluces es tan astuto para convertirse en lo que el turista le está pidiendo. Por eso a cualquier arroz le llaman paella o los caballos de los carros aparcados junto a la catedral menean estilosamente la crin. Andalucía miente, y aún así, amamos su manera de mentir. 


Sevilla para un continental es una ciudad mediterránea, pero para un mediterráneo es atlántica, casi tanto como Lisboa. El hito del Descubrimiento, convertido en mito, impregna el paisaje mucho más allá de las grandilocuentes majaderías de Calatrava y sus imitadores. El Guadalquivir hace presentir la travesía oceánica rumbo a las Antillas. 

El clericalismo es la tragedia de Sevilla, como lo es de otros lugares destinados por vocación natural a la heterodoxia y la alegría. Lo que Sevilla tiene de cutre, lo que tras encontrarse con ella y amarla te empuja a marcharte de nuevo es ese tufo de sacristía, de colegio de monjas, de venalidad mezquina... Esos tipos repeinados que solo pueden vestir con camisa y que no han pegado un polvo digno en su vida, esos niños ridículamente vestidos como en los años setenta... En ningún lugar es tan patente la represión como en el que es propenso a cantar a cada momento a la alegría de la vida. De no haber sido por los falsos conversos, a los que machacaba el Santo Oficio, o los gitanos de Triana, Sevilla sería un sombrío poblacho manchego más. 


No comments: