Saturday, September 05, 2015


SETENTA AÑOS DE LA ONU.



El pasado 29 de agosto el diario El País concedió su tribuna a un personaje que, acaso no suene demasiado al gran público, y que, sin embargo, figura en la lista de la revista Time como el economista más importante del momento y uno de los cien personajes más influyentes del planeta. Jeffrey Sachs dedicó su artículo a conmemorar el setenta aniversario de la fundación de las Naciones Unidas, organización a la que el prestigioso economista de Harvard se encuentra en la actualidad vinculado, yo diría que con amplia responsabilidad, pues se le considera el primer asesor del Presidente Ban Ki-Moon.

El artículo no habría de despertar sospechas respecto a la sinceridad de la misión a la que Sachs vive entregado: erradicar a través de las instituciones de la ONU la pobreza extrema y las epidemias, considerando también como una prioridad la sostenibilidad medioambiental, como se manifiesta en los titulares de los Objetivos del Milenio. Al final de un escrito amable y optimista, el lector corre el riesgo de sentirse aliviado y considerar que el único gran problema de la ONU es de financiación, se trata de que paguemos algo más, total un euro o así más al año, no parece gran cosa para solucionar los problemas del mundo. El autor no se permite un mínimo toque de sabor ácido, no hay imputaciones, no resultan dañados ni las grandes potencias ni los agentes financieros ni las multinacionales. No sabemos quién se aprovecha de las hambrunas, es decir, quién las crea, ni cómo Naciones Unidas puede legislar y hacer cumplir sus normas para sancionar a quienes se benefician de que el planeta sea cada día menos hospitalario.

¿Lo es? No, según Sachs, de lo que se deduce que mi pretensión de que en el mundo avanza la pobreza, que las diferencias entre ricos y pobres se abisman y que la cantidad de guerras y focos de violencia han multiplicado las situaciones de emergencia es fruto de mi pesimismo patológico. Mientras otros nos lamentamos ante la incapacidad que está demostrando en estos días Europa para resolver la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, Sachs se felicita por el reciente gran éxito de la comisión rectora para la paralización del programa nuclear de Irán. Sachs atribuye los méritos a la comisión rectora, negando expresamente la especie de que lo decisivo ha sido la presión de los EEUU, en cuyo caso el verdadero artífice habría sido Obama. Estaría bien que fuera como quiere hacernos creer Sachs, pero dudo mucho que las autoridades iraníes hayan cedido por el miedo a la opinión pública internacional y la enorme autoridad moral que ejerce la organización que preside Ban Ki-Moon. Igualmente Sachs responsabiliza a la ONU y sus instituciones especializadas por la reducción mundial de la pobreza extrema, entre otras proezas de las que se vanagloria –en materia de igualdad sexual, salud o escolarización- antes de pedirnos más dinero.

Miren, soy profesor de Ética, creo en la necesidad imperiosa que nuestra especie tiene a efectos de su pura supervivencia de una organización transnacional con poder legislativo capaz de obligar a los poderes mundiales a cumplir los derechos humanos, y así lo expongo y debato en clase con personas que ya tienen edad para preguntarse por qué, por ejemplo, han muerto ya varios niños de hambre o se ha ahogado un refugiado en el Mediterráneo desde que yo he empezado a escribir este artículo. Si, como sospecho, la ONU no es capaz de generar en la actualidad ese poder –que es en gran medida un poder sancionador- en relación a aspectos tan trascendentes como la distribución de la riqueza, la salud pública, la escolarización, la igualdad, la explotación y el abuso infantil, la paz o el medio ambiente, lo que falla no es la organización misma, sino la disposición de sus actores hegemónicos a suministrarle los recursos adecuados, que por cierto son bastante más que recursos económicos.

¿Racanería? No, me temo que el problema es mucho más complejo.

Saber quién es de verdad Jeffrey Sachs puede ayudarnos a entender algunas cosas. Concédanme unos días.

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