Saturday, February 13, 2016

ODIO A LOS ODIOSOS OCHO


Deambulan por mi memoria profunda los ecos de interminables discusiones familiares sobre el abuso de la violencia y el sexo en el cine y en la televisión. Uno dos conceptos tan distintos -la violencia y el sexo- porque asociamos la proliferación mediática descontrolada de ambos con los años setenta, especialmente en España, donde el contexto de la Transición trajo fenómenos tan singulares como el del "Destape", todo un género cinematográfico en sí mismo. No sólo llegaron las tetas, también empezaron a escucharse tacos en la tele, de esos que los curas nos prohibían con severidad... Dejó de ser raro que, tras un programa nocturno de exaltación de las virtudes teologales, aparecieran unos tipos completamente destarifados que hacían cosas rarísimas, como si la llegada de la democracia hubiera en realidad supuesto la invasión de nuestro viejo país por toda suerte de alienígenas. Fue en cierto modo una era gloriosa para la televisión, todo era emergente y fresco, todo era imprevisible. Inquietaba, pero también fascinaba. 

"Dos rombos, a la cama". La gente de mi generación reconocerá sin esfuerzo el peculiar soniquete de esta frase. Nos pertenece, los jóvenes no pueden entenderla, quizá no la entiendan ni aunque se les explique. Tampoco saben la cantidad de veces que la incumplimos, deslizándonos en silencio desde el dormitorio que compartíamos -a veces con muchos hermanos- para apostarnos tras la puerta del salón, tratando de adivinar qué maravillas tan formidables se nos escamoteaban.  

Se acabaron los dos rombos, aunque mi madre tardó en ceder. Nunca entendí porque era malo ver el pubis -muy poblado de vello en aquel tiempo- de una bella actriz, y menos por qué se nos negaba la imagen de dos personas fornicando. Lo de la violencia, bueno, eso me parecía más razonable, aunque yo siempre he sabido que la violencia atrae, acaso por ello jamás podremos eliminarla. Lo último que se me ocurriría es prohibir un producto artístico. Cuento lo de los dos rombos porque creo que la libertad es un bien sagrado, y porque nunca la sociedad está tan equivocada como cuando cree poder controlar a golpe de proscripciones las mentes de los ciudadanos, incluyendo a los niños. 

Hace unos días vi "Los odiosos ocho", el último film de Quentin Tarantino. Lo reconozco, me produjo una profunda aversión. Sabía que podía suceder, porque mi antipatía por este director de culto viene de lejos. No pretendo convencerles de que, como diría alguno de sus personajes, estamos ante un "mother fucker" ni de que el tipo no sepa hacer cine. Al contrario, no tengo duda de que Tarantino tiene un buen pincel. Se advierte con claridad en esta película: la belleza de muchas de las imágenes, la destreza con la que se construyen situaciones que otro artista menor resolvería tediosamente, el impacto de los diálogos... Tarantino es bueno, acaso ese sea el problema, porque sus películas no lo son, no al menos en el sentido en que lo creen sus numerosos incondicionales. 

No estoy entre quienes deliran emocionados con "Pulp Fiction". Las dos de "Kill Bill" me parecen un entretenido tebeo para críos con tendencias delirantes, "Django desencadenado" es tan inicialmente brillante como posteriormente estúpida... Aprecio "Jackie Brown", pero no entiendo la celebridad concedida a "Reservoir dogs". No pienso ver "Malditos bastardos", "Death proof" alcanza las cimas de la puerilidad más cutre. En fin, que no sé por qué escribo esto. 

Bueno, sí lo sé. Verán. Yo creo que el cine nació como espectáculo y eso es lo que, entre otras cosas, habrá de ser siempre. Pero un espectáculo debe ser inteligente si no quiere convertirse en un divertimento ligero, con el inconveniente añadido de que quien sólo quiere divertir queda en ridículo cuando ni siquiera divierte, cosa que me pasa mucho con Tarantino, cuyas películas casi siempre empiezan bien y terminan haciéndoseme espantosamente largas. 

Debo ser yo, no me entiendo bien con su propuesta. En este momento de mi vida no puedo estar más lejos de quien, como Tarantino, presenta la violencia como una diversión. No acepto que haya una estética brillante en sus sangrientos desfiles de brutalidades, o será que a mí no me subyugan las orgías de sangre e inhumanidad. A mi me gusta el paisaje nevado con el que empieza el film, no las descargas ingentes de salsa de tomate que acompañan el retumbar de los revólveres. A mí me gusta a menudo el tratamiento de la violencia que hacen los supuestos ídolos de Quentin, Sergio Leone o Sam Peckinpah, especialmente este último, autor de joyas como "Major Dundee", "La cruz de hierro" o "La balada de Cable Hogue", tan alejadas de los pastiches posmodernos de Tarantino. Me deja perplejo que él mismo -que se proclama adorador de John Ford, y en eso coincidimos- admita que sus westerns serían detestados por el maestro -y en eso también coincidimos, los detestaría, le producirían una mueca irlandesa de desprecio-.

La violencia forma parte de la vida, a menudo es descarnada y no tiene contemplaciones, la pretensión de eliminarla del arte sólo vale para los anuncios de cocacola. Ahora bien, cuando se ofrece obscenamente, desde el cinismo más absoluto, desde el vacío propio de un mundo donde se han ausentado los valores, entonces sólo se explica como sadismo. Hay una escena en "Los ocho odiosos", con protagonismo de Samuel L. Jackson, cuyo retorcimiento moral me desató una profunda repugnancia. Incluso el gore, que reconoce como el cine X sin apuros su condición pornográfica, parece menos odioso en su exhibición de vísceras, babas y lacras. 

Sí, señores, lo que vengo a decir es que Quentin Tarantino es un sádico metido a director de cine de masas. Creo que no sabe nada sobre los problemas de la gente, que no le interesan nada los personajes, que no es capaz de explicar por qué un hombre puede llegar a comportarse como una bestia. La ética le pone enfermo porque no ha sido capaz de salir de la niñez y confunde la responsabilidad moral con las pesadas imposiciones autoritarias de padres y maestros. Es más fácil presentar personajes sin escrúpulos, tipos que no han de cargar con el fardo de los dilemas éticos, dispuestos a moverse sólo por pasiones básicas como el dinero y la supervivencia. Por cierto son todos muy machos, incluso las mujeres son muy machos y sueltan hostias como panes.  

Vivimos en un mundo inhóspito, sí, pero el cinismo es una respuesta barata, pueril y propia de cobardes. Me imagino a Tarantino en lo más oscuro de su mansión, hora tras hora leyendo cómics sangrientos y viendo películas de los años setenta... sin el más mínimo interés por lo que ocurre en las calles, en los dormitorios o en los hospitales. Nada hay en sus relatos sobre el apuro de una mujer para huir de un marido maltratador; nada sobre la angustia que lleva a un hombre a robar en un supermercado; nada sobre el dolor de un niño acosado en el aula... Cuanto más lo pienso más me convenzo de que no hay nada de nada. 

Háganme caso, ahora que ya han pasado los Goya: vayan a ver "Truman". Sabrán cómo el dolor puede ser convertido en poesía. A fin de cuentas es lo que los poetas han hecho siempre. 

4 comments:

Anonymous said...

Yo soy uno de esos que asumí, asumo y asumiré con resignación el calificativo de cínico, hipócrita, facha, super rojo, radical, inepto, e…t…c.
Siempre (desde pequeño ya sufria este síndrome) me negué a echar la culpa de los problemas colectivos al “causante” de ellos. Cuando mis compañeros de colegio levantaban como ceporros su dedo acusador señalando mi posición (mientras ellos levitaban debido a la fuerza que el director del colegio ejercía contra gravedad usando sus orejas como elemento tractor) me parecían unos cobardes, tal vez a mi se me hubiese ocurrido la idea, sí, pero ellos la perfeccionaron ahondando más y más en la intención inicial. Tampoco culpo a los políticos, es aburrido, ni a los directores de cine, ni a los músicos, en realidad a ningún director de masas (ni tan siquiera a Hitler, con todo lo políticamente incorrecto que esto suena) Desde mi pensar, las masas no pueden vivir eternamente en una sociedad tutelada por un dios, un policía, un político, un director de cine, un escritor de inmensa difusión. Con cada engaño, decepción, desilusión, desencanto… batacazo, embrutecimiento, arrepentimiento de consecuencias “no previstas” siempre está detrás un pueblo que simplemente se deja llevar por todo aquello que le resulta más cómodo.
Tarantino será lo que sea como individuo, pero no ha sido por su voluntad convertirse en el director mejor pagado de la historia, tampoco el señor segura ser el más taquillero del cine español con sus películas de exaltación de garrulismo más aldeano que uno se pueda imaginar.
Los políticos engañan = gente idiota. Los cineastas crean basura = espectadores que la compran. Los escritores escriben gilipolleces = gilipollas que añaden a su lista de opiniones las mismas.
En definitiva, me niego y siempre me he negado, incluso cuando mis compañeros me señalaban como culpable, a otorgar al pueblo una inocencia que no se merecen, ya sea cuando alegan desconocimiento, inocencia o manipulación. Pero como sé que esto es así y no va a cambiar en mucho tiempo (cosa de la qué me percaté ya en el colegio) la única salida viable para mi mente fue parapetarme en el anarquismo, tal vez lo que más me ayudo a desterrar de mi mente esas ideas del populacho enfervorecido cortando cabezas y quemando brujas en las plazas públicas.
Los corruptos, los políticos, los miserables no pueden salirse siempre con la suya, pero esto solo puede evitarlo un pueblo que deje de una vez por todas de creer en dios y de sentirse borregos tutelados, pues sin su colaboración es imposible hacer nada. Dicen que Tarantino disfruta como un enáno viendo “Que verde era mi valle” sin embargo la pasta a mansalva se la dan sus fans sedientos de ver como alguien se queda sin tripas o sin un solo litro de sangre, y pagan con gusto. –no por esto los niños debe de trincar una ballesta y cepillarse a la mitad de su instituto además de a sus padres y hermanos (tenemos que hablar de kebin) pero tal vez ayude.

Miguel Angel (MA)

David P.Montesinos said...

Hola, Miguel Ánge. No he visto la película sobre el chico de la ballesta, parece interesante, quizá imprescindible. Mi relación biográfica con el anarquismo no la asocio a la necesidad de un parapeto, respeto la historia de este movimiento por su significación dentro del movimiento obrero y porque entiendo que algunas de sus propuestas y líneas de actuación tienen algo que decir en el desarrollo de los llamados Nuevos Movimientos Sociales.

Entrando en el meollo de su argumentación, no tengo ninguna duda de que el tarantinismo responde a lo que las multitudes reclaman, es decir, una espectacularización de la violencia, una sublimación de instintos viscerales, unas formas narrativas donde los valores morales son un fardo del que uno se desprende porque así camina más ligero. Quentin ama las películas de Ford, no sólo los westerns. Bien, pero eso no cambia nada respecto a su propuesta artística. Como usted dice, la necesidad que las masas adocenadas tienen de productos de fácil consumo explica muchas cosas. Y no, no somos inocentes ante nuestra propia cobardía, es ridículo culpar a TeleCinco o a Rajoy por la bazofia que tragamos. Si hablo contra Tarantino no es porque el tipo me caiga mal -que ciertamente me cae mal- sino porque intento que quienes me escuchan se detengan a meditar sobre la verdadera trascendencia de lo que vemos y leemos. El mundo de Tarantino es intrinsecamente cruel y degenerado, no veo en él ninguna parodia -entonces quizá tuviera valor-, solo veo complacencia. No quiero ni pensar en las atrocidades que está tramando para el film que cerrará su trilogía. Pero a mí me basta con las atrocidades del telediario.

Anonymous said...

Sabes que he entendido perfectamente tu post, y también que soy el “camorrista” de la cueva del gigante. Asumo la pesadez y la incomodidad que supone, pero en el fondo mi participación no debería ser demasiado molesta, aunque mi intención sea la de provocar a sus lectores más cultos (esos que nunca participan tal vez por temor a no dar la talla intelectual) y los menos “cultos” (esos que se abstienen de opinar en un foro de lenguaje ciertamente catedrático donde se corre el riesgo de participar sin haber entendido el argumento)
También sabe que mi parapeto anarquista es un recurso de invención religiosa: “no matarás” y en mi caso “no caeré en la brutalidad de una humanidad aborregada que negocia sus desdichas con la quema de quienes designaron para guiar sus destinos. ¿Alguna ideología carece de parapetos? Soy anarquista convencido pues no veo otra forma mas civilizada de organización social.
Me decepciona enormemente que mi blog favorito no tenga la participación de debiera dada la temática que se trata. Si la gente no quiere saber nada de la responsabilidad de su existencia en esto que llamamos sociedad es mejor apagar, pero al igual que usted, no me doy por vencido.

Miguel Angel.

David P.Montesinos said...

No debemos darnos por vencidos, eso nunca, ni en internet ni en la vida. Yo no le considero un camorrista, al menos si me atengo a las intervenciones que ha tenido últimamente. La discrepancia sanamente expuesta me parece estimulante. Verá, el universo blogger anda muy de capa caída en los últimos tiempos. La gente busca otros medios, como facebook o twitter, que se prestan mucho más a intercambios fugaces e intervenciones poco elaboradas. Es lo que hay, qué vamos a hacerle.