Friday, April 01, 2016

EN EL PARQUE

Port Aventura pasa por ser el único parque de atracciones que funciona bien en el Estado, donde Madrid parece haberse estrellado con el de la Warner y Valencia... bueno, de Terra Mítica será mejor que no hablemos de momento. 

Es un lugar para la diversión, desde el momento en que entramos presentimos que no nos es dada la posibilidad del aburrimiento. Todo está perfectamente planificado para que disfrutemos sin riesgos, para que seamos irresponsables, y esa sensación nos acompaña desde que llegamos a uno de los hoteles directamente gestionados por el Parque. Todo es bonito, el baño se prohíbe hasta el verano, pero la calma casi amniótica de la piscina nos hace soñar con una felicidad sin dramas ni matices. Los niños son la coartada perfecta: la mala conciencia que arrastramos cuando los llevamos a vulgares atracciones de ferias de extrarradio desaparece aquí, donde no hay carteristas ni adolescentes malcarados ni tipejos obscenos que piropean a las chatis desde el micrófono de la Tómbola.

Pero la cultura en Port Aventura es lo que en cualquier parque temático, un simulacro que se exhibe en sus fetiches, desde una pirámide escalonada en honor a viejos dioses sangrientos hasta un pueblo del far west donde no falta ni la casa del barbero. En segundos pasamos del México azteca a Polinesia. Siempre la misma adrenalina ante la cuesta abajo de las más colosales montañas rusas, el mismo estupor hipnotizado ante el tío vivo, que se viste de tazas de té o caballos de pieles rojas en función de si estás en China o en los USA. El exotismo en el sentido más banal de la palabra, la experiencia y su dolor desrealizados en la lógica del entertainment. 

"Sólo es un juego". Sí, y acaso ese sea el problema. De la misma manera que se celebra el juego desprovisto de su parte maldita, de su auténtica aventura, de su riesgo, de su desafío en el sentido más nietzschano de la palabra, se deja salir al niño que llevamos dentro para hacernos partícipes de una fiesta en la que celebramos la renuncia a transformar el mundo, a ser críticos. Por eso no se nos da respiro ni un momento, ese horror vacui del Parque que promete permitírnoslo todo sólo nos prohíbe una cosa, pensar. 

La teoría clásica -pensemos en la Escuela de Francfort- denunció en su momento el carácter manipulador de la industria cultural característica de la sociedad de masas. Se trataba de confiscar la cultura para trivializarla y someterla al estándar del mínimo común denominador. Pero el capitalismo ya ha superado con éxito esa fase, el ocio ya no sólo está para compensarnos por la explotación alienante, ahora el entertainment trata de invadir la realidad misma, someter a su lógica del funny todo lo que quedaba más allá de las alambradas que, como si de un campo de reclusión se tratara, cercan el Parque.

Eso explica que todo -la educación, la información o la política- se sometan a ese mismo lenguaje de la exciting experience que creemos que sólo gobierna los centros de diversión. Cuando salimos para acceder al parking nos sentimos abandonados, es una sensación de la que hablan muchos norteamericanos que acaban de pasar por primera vez en su vida por Disneylandia. Ignoramos que la prosa a la que retornamos por la autopista ha sido invadida ya por la lógica de los Parques. Y no es que esa prosa sea hoy más dulce, el mundo sigue siendo inhóspito y cruel. Es verdad que al menos el malestar que en él nos sobreviene no nos aturde con la panoplia del entertainment como en el Parque, pero todo se andará como ya amenazó Aldous Huxley en "Un mundo feliz".

No hay noticias de un entorno urbano clásico al salir del Parque. Nada sabemos de la Vila-Seca, a cuyos habitantes imaginamos satisfechos por lo que supone Port Aventura para la zona. Avenidas que parecen dignas de un suburbio norteamericano, edificios nuevos, inmensas naves comerciales que en un pueblo de pescadores y arrieros hubieran parecido ciencia-ficción hace cinco décadas... apenas nadie deambula por ahí, adivinamos que sólo se da ya el traslado en automóvil.

Ya en la autopista pienso en la multitud de familias de clase media vascas que se han aglomerado en el Parque durante estos dos días. La mayoría hablan euskera. Probablemente muchos lleven a sus hijos a escuelas etiquetadas como progresistas. Algunos hablan de negocios a través del móvil mientras se suben a una atracción con los críos. Entre quienes trabajan en el parque hay una mayoría de hijos de la inmigración andaluza y de hispanoamericanos. Acaso haya pocos que cobren más de seiscientos euros por mantener una sonrisa permanente. Al menos ellos saben algo que los autosatisfechos clientes ignoran: los deseos sólo se realizan al precio de la sumisión, la libertad que ofrece el Parque está perfectamente precodificada y, por lo tanto, es falsa. 

Tengo que citar a este respecto el deslumbrante análisis de Las Vegas que realizó Bruce Bégout en "Zerópolis", pues en él se inspiran muchas de las intuiciones que guían este escrito: "Cuando uno viene a este lugar, no por el juego o la diversión sino para trabajar, sólo tiene una urgencia: forjarse un caparazón que le permita resistir el polvo y la imbecilidad." 

2 comments:

Anonymous said...

¿pero... que coño es esto? Usted es un extraterrestre. El artículo es sencillamente brutal. ¿qué se puede añadir a esto? cualquier comentario solo significaría ensuciar una obra maestra.

Usted se ha tomado algo.

MA

David P.Montesinos said...

Gracias, pero si le interesó el artículo debo aconsejarle fervorosamente que lea los dos ensayos que la editorial Anagrama publicó en español a Bruce Begout. He citado "Zerópolis", pero tiene una especie de novela sobre el tema, "Le Park", en la cual plantea la posibilidad de un parque integral, algo así como un agujero negro que succiona todo lo real hasta el punto de convertirse en el espacio para cualquier "experiencia" posible: la diversión, la familia, pero también el sexo perverso, las aventuras con riesgo de muerte, la cárcel... Es sumamente inquietante. También le aconsejo el otro ensayo publicado en Anagrama, "Lugar común", un trabajo muy sorprendente sobre el motel americano.