Saturday, February 11, 2017

A VUELTAS CON "LA DESFACHATEZ INTELECTUAL", DE SÁNCHEZ-CUENCA

Leo con mucho interés el ensayo que publicó el pasado año Ignacio Sánchez-Cuenca, La desfachatez intelectual, sobre el cual Justo Serna escribió un artículo que ahora recupero y que a su vez fue contestado por el autor. Conviene leerlos ambos, como creo que también es aconsejable leer el libro, aunque parece que un año después haya cesado ya el rebombori que creó en su momento y que, sospecho, hizo que Sánchez-Cuenca se ganara múltiples enemigos entre la casta de los intelectuales. Me viene ahora a la memoria aquello que decía Woody Allen de que los intelectuales son como los mafiosos, sólo se matan entre ellos. 

Siempre he creído en la necesidad imperiosa de la crítica cultural, entendida como denuncia de los excesos y las imposturas, de los abusos de la razón y de la sinrazón, de la pretenciosidad de los consagrados y la autocomplacencia de los "todólogos", esos que creen poder opinar sobre cualquier cosa sin más aval que el de su supuesto prestigio. Hay matonismo entre los intelectuales españoles más célebres, los cuales son retribuidos generosísimamente por despotricar contra la pérdida de los tradicionales valores ciudadanos, la devastación de la patria, la venalidad de los políticos o el deterioro de la educación. 

La tesis que sostiene el ensayo cuestiona de raíz los supuestos que determinan el crédito intelectual. Nación atrasada -él no lo dice, pero lo deduzco yo de sus argumentaciones-, España jalea el modelo escritural "holístico" y desprecia el "analítico". En otras palabras, los celtíberos dejamos que nuestras creencias sean gobernadas por impostores provenientes en su mayoría de la profesión novelística, falsos sabios que firman semanalmente columnas o tribunas en las que, sin fundamento ni documentación ni mínimo rigor pontifican sobre cualquier cosa, desde el referéndum catalán hasta la subida del precio de la luz, los juicios de la Gurtel o la ordinariez de las masas que llenan los estadios, ven reality-shows en la tele o cantan canciones de Shakira en el karaoke.

Bien. Sigo leyendo el ensayo. Me va asaltando cierta incomodidad y no acabo de saber por qué. Advierto que Sánchez-Cuenca nos tira de las orejas, refunfuña, nos invoca a recuperar el oremus porque hemos prestado ojos y oídos a fulanos a los que -por más que lo niegue una y otra vez- dibuja como auténticos impresentables. 

No creo que mi engorro se deba a que el libro achaca toda suerte de añagazas y supercherías a escritores a los que atiendo e incluso deparo afecto, como son Javier Cercas o Antonio Muñoz Molina. A fin de cuentas cualquiera dice alguna inconveniencia de vez en cuando, y si Sánchez-Cuenca hace una selección concienzuda y descontextualizada de sus artículos, seguro que aparecen pasajes algo arbitrarios o escasamente valiosos. La cosa se compensa cuando me hace reír al poner a parir a los capitostes del "machismo discursivo", Arturo Pérez Reverte, Félix de Azúa o Juan Manuel de Prada. No se olvida de Fernando Savater y tiene el buen gusto de desenmascarar la solemne pobreza de los artículos políticos de Mario Vargas-Llosa, contra cuyas pavadas reaccionarias no se atreven a meterse -esto siempre me ha sorprendido- ni los más conspicuos influencers  de la izquierda española. 

En cualquier caso, y trato de ser honesto, da igual que se meta con los que a mí me caen bien o con los que me fastidian... sigo incomodado mientras avanzo en la lectura de La desfachatez intelectual. 

Yo no soy criticado en el libro porque a mí sólo me leen mis amigos. Pero a efectos morales da lo mismo: ¿debería limitarme a hablar sólo de Kant o Descartes, dado que soy doctor en Filosofía? Tuve un amigo en la Facultad al que envié a pastar cuando me harté de que se irritara hasta las trancas cada vez que un compañero emitía una opinión sobre cualquier cosa. Ante su continuo fastidio no quedaba sino escuchar a los clásicos y a los expertos, guardando un silencio monacal, claro. ¿Y soy yo experto en algo? ¿Estoy según aquel amargado o según Sánchez-Cuenca para hablar de algo o debo sencillamente refugiarme en el silencio? Sería lo más cómodo, desde luego. ¿Puedo escribir sobre la paternidad, sobre el perro que no para de ladrar en el piso de arriba, sobre mis alumnos más pelmas, sobre el ruido de las Fallas, sobre la dicha de leer a Poe, sobre la privatización de los servicios hospitalarios? Y, por otra parte, ¿debo dejar de leer a autores cuyos artículos me interesan, me aportan cosas que no sabía, me divierten, me emocionan?

Yo creo que el libro de Sánchez-Cuenca tiene valor como lenitivo, es casi un acto de higiene leerlo, y la higiene es siempre un comportamiento de seres civilizados, no de energúmenos. Comparto la especie de que debemos recurrir al análisis riguroso de quienes realmente conocen el terreno para saber qué ocurre en determinados ámbitos especializados. Yo, por ejemplo, no leería a Savater hablando sobre las causas del incendio de una fábrica de Paterna, pongamos por caso. Ahora bien, que por ser novelista ya haya que desconfiar de la opinión política de un articulista me parece un consejo poco constructivo. Los lectores son adultos y deben entregar su crédito a quien lo merezca. Yo no leo nunca a Pérez Reverte, no le creo. Sí leo a Muñoz-Molina porque, pese a que a menudo discrepo de él, no me parece un impostor, y creo que a sus casi sesenta años está capacitado para hacer diagnósticos sobre los males del país. 

Y, por cierto, Todo lo que era sólido es un libro que conviene leer. Yo lo hice con enorme placer, discrepo de él en algunos puntos, no en otros... Diría que contiene algunos errores considerables, lo que no creo es que su autor no esté cualificado para hablar sobre la corrupción, la herencia del 92, la especulación inmobiliaria o la pervivencia de la anomalía religiosa del país.

Seguiré leyendo a Muñoz-Molina, seguiré leyendo incluso a Sánchez-Cuenca. 

3 comments:

Anonymous said...

Cada época ha dado a luz a sus propios intelectuales y lo seguirá haciendo en el futuro. Algunos pasan incluso a la posteridad. Creo que a estas alturas del siglo 21, cuando el legado intelectual supera millones de millones de ideas, análisis, dictámenes, descripciones y prescripciones –sobre todo enfocadas al cumulo social- parece necesario que la clase intelectual haga una pausa en su función de “esclarecer los misterios sociales” y pase a examinarse a sí misma, sobre todo si tenemos en cuenta que en estos tiempos “líquidos” cada nueva aportación intelectual puede ahondar en errores –tal vez aun no descubiertos- que se iniciaron con la creencia, la moralina o la falta de datos.

Los intelectuales han aumentado de forma exponencial en lo cuantitativo convirtiéndose en una auténtica pila de elementos inconexos donde es casi imposible distinguir aportaciones cualitativas ni tan siquiera para sus respectivas áreas de especialización. –salvando las ciencias puras-
En otras épocas, los intelectuales podían ser determinantes en el devenir social puesto que sus principios se sustentaban en la coherencia; con frecuencia anteponían sus convicciones a su propia vida, libertad o comodidad. La visión romántica de esos intelectuales a veces indómitos para el poder o sus resortes se aprovecha hoy en día por los intelectuales como si fuese la herencia de un granjero que se mató a currar para que sus descendientes pudiesen dedicarse a pasárselo de puta madre sin dar palo.

Creo que la respetable intelectualidad actual que a menudo juega a componer puzles sin la foto de referencia, si bien no siempre está en línea con el poder sí lo está con el mercado -incluso aquellos que lo critican con aparente convicción-. Tal vez el intelectual “liquido” sea aquel cuya trascendencia esté ligada a cualquier tipo de conveniencia política. Si la sociedad vive en un tiempo líquido, los intelectuales –incluido Bauman- también, con el agravante de que aquellos intelectuales que intentan analizar o diseñar el sistema social se encuentran abrumados por una sociedad cuya cantidad de variables ha ido aumentando de forma exponencial hasta superar la capacidad de proceso del pensamiento intelectual tipo. Los analistas que se aferren al sistema clásico no podrán pasar de plasmar en algún libro su propia perplejidad. En el mejor de los casos solo una pequeña parte de una realidad que en conjunto les desconcierta.

En cualquier caso se está difuminando en el pensamiento del intelectual la frontera que separa adaptación con elección. Explicar la evidencia tal vez sea la deformación innata de una clase intelectual que asume la imbecilidad de la sociedad como una constante invariable. Tal vez el cúmulo social no sea en conjunto demasiado inteligente ni hábil, pero ha ido saliendo adelante casi siempre con todo en contra y sin el concurso relevante de los intelectuales que lo analizaban.

MA

David P.Montesinos said...

Me viene a la memoria el célebre ensayo de Julien Benda, "La traición de los clérigos", donde, desde una posición supuestamente externa a los devenires sociopolíticos, el autor imputa a los intelectuales haberse convertido en parte del aparato propagandístico de partidos, agentes económicos y grupos de poder. Benda cree ser capaz de hablar todavía desde posiciones ajenas a dichas luchas, lo que me suena peligrosamente a platonismo. Alguien me dijo que el historiador debe ser objetivo pero no imparcial. El problema del planteamiento de Benda es que el hecho de defender los valores del universalismo ético no te libra de adoptar la inclinación partidaria, es más, te debe incitar a ello. En ese sentido, la traición del intelectual equivale tanto a prostituirse entregando su libertad de opinión a un bando de forma incondicional como a permanecer en la cómoda neutralidad de quien pretende formar parte de una casta moralmente superior que no necesita mojarse en los asuntos cotidianos que perturban a la polis.

Como usted dice, los intelectuales deben juzgarse a sí mismos, uno debe elucidar la posición desde la cual sitúa sus recusaciones. Occidente no es grande por su tecnología devastadora o su pujanza económica o militar, sino por su capacidad autocrítica, no en otra cosa consiste la Ilustración, única luz realmente firme que nos alumbra sin alucinarnos. El libro de Sánchez-Cuenca debe ser cuidadosamente leído porque constituye una llamada al orden, como diría Kant, es una labor policial y por tanto negativa, pues echa broncas y pone multas, pero necesaria, pues desde ese esfuerzo depurativo se legitima el pronunciamiento. Mi problema con el texto de Sánchez-Cuenca es que la demanda más que razonable de pulcritud y documentación en las intervenciones termina convirtiéndose en un "guarden silencio, dejen a los expertos"... algo que él se empeña en negar porque, en mi opinión, estamos en aquello de la "exculpación no pedida, culpabilidad manifiesta".

Anonymous said...

He sentido cierta ansiedad con lo que le ha llegado a la memoria (no per se sino por ciertos acontecimientos recientes que me ha hecho recordar) Benda está guardado en el baúl que cerré al terminar la adolescencia. Mis abuelos maternos se hicieron las américas trayéndose a la vuelta unas amistades que al parecer les marcaron para siempre. Ciertos personajes como E.Mallea o P.Bianco fueron parte de su equipaje de regreso. En 3º de EGB mi abuela se relajaba mientras le leía corazón o viajes por España mientras mi abuelo me secuestraba –un poco más adelante- para amenizar el paladeo de su puro escuchándome leer a Benda o Tolstói entre otros. Unos ingenuos... cándidos incluso cuando el... puto fascista les jodio la vida.

Llevo más años de los que puedo recordar refiriéndome a la intelectualidad –en cualquiera de sus clases- como intelectualoides. Poniendo en evidencia –en la medida de mis posibilidades- que su discurso no representaba la expresión de la libertad sino la demostración de su dependencia del poder. El intelectual tipo actual no se molesta en traducir a palabras el sentir del pueblo; le pone etiquetas.


Lo más lamentable es que además de prostituida no tiene posibilidad de reconversión fuera del artefacto en el que funciona. Han cedido tanto que han perdido toda posibilidad de asimilar porque han sido asimilados por un sistema de recompensa de eximente moral sin más contrapartida que la inoculación –como en matrix- del sentir haber hecho lo correcto bajo la premisa de la ética responsable.

La realidad es que el cumulo social se toma a cachondeo el refrito intelectualoide de plagios sin recato, disputas tronistas, crónicas de un pueblo contadas por historiadores subjetivamente objetivos o a los expertos en aquello que no ha ocurrido –nuevas tecnologías consecuencias-devenires- La cuadrilla de ridículos economistas que aparecen por las tv con sus pizarras soltando auténticas imbecilidades o los opinadores profesionales con o sin reputación que les garantice un pontificio, deberían ser recluidos en Sálvame de luxe o gran hermano 24h para disfrute de una audiencia que pasa de ellos mucho antes de que el Sr. Sanchez-Cuenca se percatase del barullo marujil con el que los intelectuales nos molestan cada día en tv, radio, prensa -solo les queda ocupar las plazas.-

El gustazo de experimentar la intelectualidad –desde mi pensar- se obtiene cuando en una clase de secundaria o bachillerato se es capaz de convocar y conducir un brainstorming sin límite moral. En la época estudiantil universitaria la inhibición de alumnos y profesores lo hace imposible. La micro intelectualidad de un aula o un blog perdido en el espacio es el ultimo reducto para hacer germinar de nuevo la semilla de una divergencia que reclama ser resucitada desde la ilustración.

MA

(Espero que aumenten los requisitos intelectuales para hacerse policia(alguien dijo que un profesor tiene en común con estos la necesidad de mandar) lo que espero es que el Sr ZC no haya encontrado su vocación policial -si es que la tiene- factible en sus trabajos)