Thursday, October 18, 2018

REGRESO A JONIA

Hace dos mis seiscientos años, un señor ataviado con una túnica se puso a pensar a orillas del Mediterráneo Oriental. Se llamaba Tales, vivía en la polis de Mileto, en la Jonia. Se preguntaba que demonios era "Esto", es decir, las tierras y los océanos, las tribus y sus leyes, las complejas ambiciones humanas y su relación con el destino, los movimientos de los astros, el coraje de los salmones en su enloquecida determinación de desplazarse río arriba hasta desovar, el dolor de los amantes abandonados, la deriva de los navíos en la tempestad...

Decidió, sin permiso de los dueños del Templo, que explicar la electricidad de los relámpagos por el capricho de los dioses sólo podía mantenernos en la ignorancia. Construyendo la filosofía desde la cuestión esencial que define todas sus búsquedas -"¿por qué el ser y no más bien la nada?"- los primeros maestros pensadores iniciaron la conversión de esa península de Asia llamada Europa en la civilización de la Razón. Con Tales, Heráclito, Parménides o Sócrates no sólo se funda la filosofía, con aquel clan admirable de hombres dispuestos a convertir en razones el asombro irrumpe en el Mediterráneo la Ciencia misma.  Sólo desde ese impulso se hicieron posibles la democracia, el derecho, la lógica o la tragedia, piezas maestras del legado con el cual la legendaria Atenas ha fecundado al conjunto de la civilización. 

Hace unos años derramé lágrimas de rabia. Llevo toda mi vida luchando en defensa de la presencia de la filosofía en la escuela. De la supervivencia del más originario de los saberes depende mi salario, pero no trabajo como profesor de filosofía por casualidad. Hago exactamente lo que hace casi tres décadas decidí que quería hacer, y no me he arrepentido ni por un instante. Ni siquiera lo hice cuando la necedad del ministro que decidió aplicar la solución final a la asignatura de filosofía en las enseñanzas medias me invitó a pensar que habría vivido más tranquilo siendo profesor de inglés o de tecnología. 

El colectivo de profesores de mi especialidad ha luchado a brazo partido durante el último lustro para recuperar la dignidad arrebatada por aquel acto de barbarie que pretendía acabar de un plumazo con una tradición intelectual milenaria. Estas horas son por ello de una enorme felicidad para nosotros. No es momento de rencores, Wert será felizmente olvidado, y lo será incluso para los suyos, que esta semana han tenido el valor de rectificar. Debo agradecer también al Presidente Sánchez que haya sido bajo su gobierno cuando ha empezado a revertirse definitivamente aquella terrible injusticia. Aunque no puedo dejar de referirme al esfuerzo llevado a cabo por Podemos, auténtico factotum de esta noticia que me parece magnífica para el conjunto de la comunidad educativa, empezando por quienes verdaderamente dan sentido a la institución educativa: los alumnos. 

Hoy es un día muy feliz. "Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender", dijo el maestro de la filosofía española contemporánea, José Ortega y Gasset. Enseñar a pensar es enseñar a gestionar el asombro que la existencia misma nos produce. He vivido los últimos años temiendo que mi destino profesional se redujera a cuidar niños, enseñar materias insignificantes o hacer fotocopias. Ahora sé que enseñaré a Platón y a Kant hasta el día de mi jubilación. Permítanme despedir este artículo con otra frase Ortega, una que define de una vez por todas mi manera de entender la enseñanza de la filosofía, la que tengo presente cada mañana cuando entro en un aula:

"Siempre que enseñes, enseña también, a la vez, a dudar de lo que enseñas".  

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