Friday, July 05, 2019

MARICÓN EL ÚLTIMO

"Maricón el último", me espeta mi compañero Victor cuando, bastante hastiados, abandonamos el aula donde acaba de concluir una de esas pesadísimas reuniones de profesores. Le miro con sorna porque es gay, y la frase me recuerda a esas  que en el colegio religioso  -varones only- donde me crié se utilizaban para estigmatizar a los afeminados. Que recayera sobre ti la más mínima sospecha respecto a tu hombría era lo peor que podía pasarte. Recuerdo lo que uno de los más machotes de la clase me dijo un día ante un póster de Ornella Mutti: "si no te gusta ésta es que eres maricón". 

Yo descubrí mi tediosa heterosexualidad con siete u ocho años, en casa de mis primos, ya adolescentes. Guardaban, con la inaudita aquiescencia de sus mayores, algunas fotografías de mujeres desnudas. Provenían de publicaciones de Inglaterra, a donde habían viajado, imbuyéndose de un espíritu democrático que me hizo pensar que más allá de los Pirineos existía el paraíso. Yo admiraba aquellos cuerpos con una devoción religiosa, despertando emociones y promesas que mi inmadurez infantil no era capaz de asimilar. ¿Qué hubiera sentido si esa emoción la hubieran despertado cuerpos masculinos? Supongo que lo habría ocultado celosamente, habría entendido qué es eso de la reclusión en el armario. Pero mi sexualidad era la correcta, o eso pensaba entonces, cuando podías darte el lujo de formar parte del ejército que maltrataba y acosaba a los maricas. 

Hemos aprendido mucho desde entonces. Se me ocurre una maldad: he conocido tantos hijos de perra, he visto actitudes tan repelentes en gente con gustos sexuales "normales", que si guardara alguna reserva contra quienes practican la homosexualidad, tendría que ponerles muy abajo en mi lista de detestables, pues siempre he pensado que  hay cosas mucho peores que irse a la cama con quien la Madre Iglesia dice que no es adecuado. En cualquier caso, no tengo esa reserva. Es más, ya hace mucho que entendí que me habría ido mejor en la vida siendo gay, pero, como dijo el gran Billy Wilder: "nadie es perfecto". 

Este fin de semana se celebra el Día del Orgullo LGTB. Es una jornada reivindicativa, un acto político en toda la extensión de la palabra... no en vano su fecha conmemora los disturbios de 1969 en Nueva York, cuando la comunidad gay se rebeló por primera vez contra la intolerable persecución policial que sufrían. A menudo he escuchado críticas hacia el componente espectacularizado y algo hiperbólico del desfile. Se equivocan: el Orgullo, sobre todo el madrileño, vinculado a la liberalidad del barrio de Chueca, atrae a mucha gente porque es divertido. Proclamar a los cuatro vientos que uno se siente bien siendo lo que es, exhibirlo de forma incluso impúdica, es la mejor manera de escapar a la condición de víctima... Hay en las carrozas y el jolgorio un componente de autoparodia que me parece sano, nada te hace más fuerte que abandonar la circunspección y saber reírte un poco de ti mismo. No soy homosexual, al menos no lo soy a día de hoy, pero siempre me he sentido bienvenido al Orgullo, y eso sólo merece agradecimiento. 

De algunos incidentes de los últimos meses podríamos inferir que, pese a todo, no aprendemos nada. La barbarie del animal que amedrentaba el otro día -"en defensa de los niños", decía el tipo- a un chico gay en un McDonald´s no es más escandalosa que la incorporación de un partido neofascista como Vox a las instituciones. De igual manera, sonroja un episodio tan ridículo como el arrinconamiento de la bandera arcoiris en el ayuntamiento madrileño bajo el pretexto de que la bandera de España "es más inclusiva".

...Nadie dijo que esto fuera a ser fácil, pero, no nos engañemos, los avances han sido inmensos, seguramente impensables hace sólo tres décadas, cuando España se quitaba la caspa de una dictadura que enviaba a la Brigada Social a dar palizas a los "pervertidos" con las leyes de "peligrosidad social" o de "vagos y maleantes" en la mano. Lo primero que debemos entender es que las actitudes violentas que en ciertos momentos parecen recrudecerse responden al miedo de quien empieza a entender que el movimiento de emancipación homosexual -y es exactamente lo mismo que pasa con el feminismo- ya se ha hecho imparable, de ahí que los homos y trans vayan por ahí como quien no tiene nada que ocultar, como quien -incluso- se siente orgulloso de ser quien es... no me extraña que moleste a algunos obtusos. Entiendo que la emergencia de Vox resulte inquietante, pero debemos advertir que su éxito es precisamente consecuencia de un fracaso de proporciones históricas: el de quienes pretenden seguir "normalizando" ciertos privilegios intolerables en democracia y las conductas abusivas que propiciaban, los cuales no tienen ya otro fundamento que el haber durado miles de años.

Se me ocurre otro aspecto desde el que poner en valor la orgullosa reivindicación que viviremos mañana. Muchos intelectuales, creo que algunos con buen tino, se dedican en los últimos tiempos a lamentar insistentemente la descomposición de las viejas certezas, el desplome y la banalización de todo lo que era sólido y valía la pena del viejo mundo. El capitalismo de los tiempos de la globalización, no lo dudo, es una fuerza devastadora que amenaza con uniformizarnos a todos, lo cual constituye una forma de dominación quien sabe si aún más peligrosa que el antiguo autoritarismo. Ahora bien, que ejército, iglesia o patria, instituciones gloriosas del modelo patriarcal y victoriano, se hayan deslegitimado en nuestro tiempo, me parece más una oportunidad que una pérdida. La deconstrucción de la familia patriarcal que han llevado a cabo los jóvenes, las mujeres o los gays, movimiento sísmico que encuentra su epicentro en los años sesenta, constituye a mi entender el campo abierto para la construcción de nuevas formas de subjetividad, de familia, de relaciones afectivas... la posibilidad en suma de construir la propia biografía desde una libertad que acaso hace décadas sólo podía imaginarse como utópica.

Y sí, estoy hablando de política... La vida privada es política, los cuerpos son política... Eso el Poder lo supo siempre, como tan magistralmente nos explicó Michel Foucault en la senda de Nietzsche, por eso es importante que lo asumamos todos. 

Mañana habrá mucha gente en Madrid divirtiéndose y, acaso sin saberlo, luchando contra el fascismo y la intolerancia. Maricón el último.

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