Friday, July 19, 2019

ALGUNAS DUDAS RAZONABLES

La emergencia de un partido político se hace posible desde dos condiciones: la existencia de la política misma y la viabilidad de la representación.

Más allá de mi vicio -tan filosófico- de ponerlo todo en duda, no deberíamos dar por hecho ninguno de los dos factores. Lo político supone la capacidad para organizar libremente lo que es común. Si hacemos valer esta definición, los regímenes autoritarios no son estrictamente políticos, pues se basan en la dominación y, sea cual sea el volumen de aceptación que alcanzan, requieren siempre el ejercicio del terror. Lo que debemos preguntarnos automáticamente es si podemos asegurar que no vivimos en alguna forma de régimen autoritario. Respecto a la segunda condición, la representación, temo que tendemos a dar por hecho que los mecanismos institucionales que la articulan tienen la facultad de garantizarla. 

El optimismo democrático tiende a desatender estos interrogantes. Asume que la contienda partidaria institucionalizada a través de un marco constitucional es suficiente para gestionar la convivencia desde una cautelosa y responsable traducción de la voluntad ciudadana. No se asumen aquí las críticas del marxismo tradicional respecto al carácter formal, y por tanto inane, de la democracia en regímenes capitalistas. Tampoco la versión posmoderna de la alta política como simulacro, es decir como teatralización sobreactuada de una representación que, precisamente porque no existe, necesita invadir todos los territorios de la información y convertirse en espectáculo del Poder para hipnotizar a las masas. Como afirmaba Baudrillard, el gobernante se sienta ante una máquina cuyos mandos no responden. 

No afirmo que en tales sospechas anide la verdad, es más, sospecho que ambas arrastran derivas nihilistas sumamente peligrosas, algunas de las cuales conducen a la pura pasividad y otras, las más repelentes, a Vox. Lo que sí digo es que tenemos derecho a preguntarnos por el nivel de calidad de nuestra democracia. Su historia en cualquier nación, y desde luego, en la nuestra, está atravesada de engaños, promesas incumplidas, corruptelas y mezquinas batallas de intereses. 

Podríamos pensar que el trayecto cotidiano de la política española ha consistido durante décadas en mantener la "pax augusta" del bipartidismo. La escenificación de batallas supuestamente descarnadas entre las dos grandes organizaciones, PP y PSOE, con episodios de juego sucio especialmente infames, habrían mantenido la sugestión de que realmente existía la política. La dificultad que tenemos para distinguir entre el ideario llevado a cabo desde las carteras de Economía por parte de Rato y el de Solchaga o Solbes da a entender que en España, país periférico en el seno de Europa, no se ha ejercido auténtico poder político, sólo ha habido gestión de las instrucciones de la Troika. 

Algunos acontecimientos imprevistos y propiciados por el desorden creado por la crisis han alterado este paisaje. Dado que difícilmente podría ilusionarme con el secesionismo catalán o con la emergencia parlamentaria de la ultraderecha (de Ciudadanos no hablo, pobrecitos), habré de referirme a dos que llegaron a parecerme muy significativos. 

El primero fue la exitosa irrupción de Podemos, partido que consiguió capturar el espíritu reivindicativo del 15M para llevar a cabo el gran desafío de los detractores a los Indignados: "si queréis hacer política abandonad los campamentos e ingresad en el Parlamento". El segundo fue la resurrección del cadáver político de Pedro Sánchez. Tras encastillarse en el no a Rajoy frente al "fuego amigo" del aparato del Partido, Sánchez cautivó desde la nada a las bases para hacer saltar por los aires toda la lógica burocrática y jerarquizada de una organización que fue capaz de poner boca arriba. 

Yo nunca creí seriamente en que Podemos hubiera llegado a los salones del poder para hacernos asaltar los cielos, como con una mezcla de petulancia y oportunismo publicitario nos vendieron Iglesias y su séquito. Tampoco me sentí en condiciones de asegurar que el milagro producido en Ferraz, que se tradujo en una renovación colosal del apoyo social al Partido Socialista, trasladara al gobierno de la nación una gestión digna de llamarse "de izquierdas"... Siempre supe que todo podía tener mucho de espectáculo, que podía no ir mucho más allá del simulacro. 

Pero permítanme una última digresión. Leo últimamente a gente a la que respeto referirse a "las élites" o al Ibex 35 como el nuevo mantra de la izquierda que sustituye a aquello de la "casta". Me gustaría pensar que es una estupidez conspiranoica del señor de la coleta, una receta para movilizar en su favor al adolescente con ínfulas de bolchevique que llevamos dentro. Me gustaría pensar que no hay gente muy poderosa en el mundo financiero presionando a Sánchez para que la bicha, es decir, Unidas Podemos, no entre en el gobierno de España. No se si ven a dónde voy a parar y qué sospechas me asaltan. 

Me importa un rábano que se lleven bien o mal Sánchez e Iglesias o que se miren con el rabillo del ojo en los consejos de ministros del gobierno coaligado. Me da completamente igual si con el pacto ceden un milímetro más o menos en sus intereses partidarios. Pacten de una vez. Si no tienen agallas para ello o los poderes fácticos se lo prohíben háganse a un lado, dedíquense a otra cosa y no me hagan perder más el tiempo. Por lo que es yo, no pienso votarles más. No es el gobierno de los próximos cuatro años lo que está en juego, es la credibilidad de la política. Piénsenlo.       


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