Friday, September 06, 2019

LA VIDA

No suelo hablar de mi vida privada. Es en parte porque a ustedes no les importa... Es literal, no les importa; si la conocieran llegarían fácilmente a la conclusión de que es más bien gris. Mi biografía, todo sea dicho, contiene algunos matices perturbadores, pero de ellos estoy especialmente poco dispuesto a ponerles a ustedes al corriente. 

Resulta que en este regreso estival he decidido hacer una excepción, voy a contarles mi estiaje: me he pasado el verano, gran parte de él, cuidando gallinas. Ya sé lo que piensan: el bueno de Zuckerberg no ha inventado facebook para que un impresentable cuelgue fotos haciéndole mimos a gallinas en una montaña perdida y encima diga que está encantado. No se crean, yo, como cualquiera, también me he hecho fotos con cara de imbécil sosteniendo la Torre de Pisa, también puedo poner un retrato de mi madre y decir lo mucho que quiero a mi familia, o exhibir una cena tropical donde me sirvieron pizza de iguana y mis familiares escriben "wuaaaaapo" (cosa que no piensan en absoluto). Tales cosas me parecen ridículas a rabiar, pero tampoco es muy razonable lo que yo hago, es decir, juntar letras para explicar que no me gusta cómo es el mundo o que Pedro Sánchez es idiota y esperar que a ustedes les parezca interesante y me digan lo listo que soy. 

Por eso he decidido contarles algo de mi vida, aunque sea para que me hagan ustedes un poco de caso. El dueño de la casa de montaña que me dejó de guardés en su rancho me explicó detalladamente cómo cuidar el huerto, enfrentarme a la ingente maleza, regar los frutales, ahuyentar a la mosca del tomate, alimentar a los hamsters, evitar que el cabrón del gato se zampara a las ranas... Pero lo más trascendente eran las gallinas: además de alimentarlas, debía dejarlas a su aire durante el día y encerrarlas en sus jaulitas por la noche, pues en caso contrario un zorro aficionado a merodear por la zona acudiría sigilosamente por la noche y haría una carnicería digna de "La matanza de Texas" pero sin sierra (no es broma lo del zorro). La primera noche que intenté encerrarlas se me resistieron como ustedes no imaginan. Protagonicé escenas dignas de una peli de Ozores hasta que conseguí atraparlas una por una. Una hora y pico reptando entre barro y mierda para enjaular quince gallinas... Para ser doctor en filosofía no es un mal ejercicio de humildad.  

En los días siguientes cambié de estrategia. Me armé de paciencia, me senté pacíficamente junto a ellas, les hablé, satisfice sus deseos de agua y comida y, mi gran acierto, dejé de mirar al gallo con cara de "¿qué pasa, chulo?", como equivocadamente hice el primer día. A poco ya hacían cola para que las acariciara en el cuello, en la cresta -mola un montón-... Creo que aprendí incluso a dormirlas con palabras tiernas y mirada cómplice, eso que hacen los magos de poca monta que presumen de hipnotizar a las gallinas. 

En un rato libre de los alegres trabajos agropecuarios, la civilización me sacó de aquel bucólico estado a través de un whatsapp, anunciándome el fallecimiento de una persona con la que he trabajado durante casi tres lustros. Tardé en asumirlo, no estoy seguro de haberlo hecho todavía. Hay personas que uno cree que no mueren, que son de alguna forma indestructibles. Ella era de esas, o al menos lo parecía. 

No es mi intención amargarles la vida atrayéndoles a la lectura de este texto con cuatro gansadas para luego recordarles lo que ya saben pero prefieren con buen sentido, no pensar demasiado: el barquero nos aguarda. 

Disculpen si resulto soberbio, pero no tengo ninguna duda respecto al carácter casual y finito de mi existencia. Sólo voy a tener esta vida, es más, sólo tengo este instante, este aliento, este presente... Me parece mucho más soberbio creer que uno nació con un destino y que le espera algún tipo de inmortalidad. Mi única batalla es aprender a vivir con la certeza de mi caducidad, respetarla sin temerla, sin dejar que me paralice y sin consentirme un solo lamento ante lo inevitable. La muerte tiene algo de escándalo, crea la sensación de que somos víctimas de una monumental estafa. Pero no es cierto, la vida no es un timo, es una oportunidad. Si pudiéramos beber de aquel lago de la inmortalidad del que hablaba Borges seríamos inmensamente desgraciados y descubriríamos que la muerte, si no existiera, habría que inventarla. 

Las balas pasan cerca, más a medida que te acercas a la ancianidad. Honremos a los caídos viviendo con honor -y con humor- la vida que esos alegres compañeros ya dejaron para quedar en nuestra memoria hasta el día en que, como ellos, ya sólo existamos en la memoria de aquellos a los que tuvimos el coraje de amar hasta el último suspiro.

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