Wednesday, August 12, 2020

LA CORONA INCUESTIONABLE


Hace como tres décadas, cuando la democracia era joven y suscitaba euforias y temores, se puso de moda una frase algo irritante: "Respeto tu opinión, aunque no la comparto". Aquello se decía con cierto fastidio, como si fuera resultado de un duro adiestramiento. Dejamos de usar la frase de marras cuando entendimos que el disenso constituía el nutriente esencial e imprescindible del sistema... era pues mucho más que algo simplemente "tolerable". 

Las aventuras del Emérito, asunto que nos entretiene mientras el covid decide si nos mata, me invita a pensar que, tras casi medio siglo formándonos para la libertad, sigue habiendo muchos que no consiguen entender de qué va el tema. 


El de la república es probablemente el único concepto político que me ha seducido siempre sin remilgos. Sin perjuicio de que, obviamente, excluye la posibilidad de una jefatura dinástica, los valores republicanos que de verdad me seducen son los que asocio al poder de la sociedad civil, la participación ciudadana, la separación de poderes, el bloqueo institucional de toda forma de monopolio o la fiscalización permanente de los agentes públicos. La ausencia en esa lógica de un monarca es casi más un "a resultas" que un principio... simplemente cae por su propio peso. 



¿Les he convencido? Si me contestan que no, me va a parecer muy bien... Seguiré intentándolo, aunque ya les adelanto que emplearé más esfuerzos en predicar contra otras prácticas que envenenan la sociedad española. Si ahora escribo sobre el asunto es porque algunos usos que proliferan con la polémica desvelan unos déficits de formación democrática que me parecen preocupantes.  




No recibo con desagrado algunos de los mensajes en favor de la Corona que escuchamos a estas horas. Puedo ponerme estupendo y recordar al mundo lo que todos sabemos, que la restauración borbónica -con don Juan puenteado- es una imposición de Franco. Pero fue Juan Carlos I, convenientemente asesorado por tipos a los que respeto como Fernández Miranda o Suárez, quien protagonizó el astuto "desvío" que truncaron finalmente los planes del tirano. Podemos dudar de la honradez y la firmeza de convicciones de Juan Carlos, pero, conviene no olvidarlo, el Caudillo jamás albergó entre sus propósitos "modernizadores" la intención de regalarnos una democracia digna de tal nombre. 


Hay otras partes del relato hagiográfico de Juan Carlos I que me resultan mucho más dudosas. Ahí está, por ejemplo, la del 23F, un melón que -me temo- va a tardar poco en abrirse... y les adelanto que alcanzará proporciones escandalosas, con salpicaduras considerables hacia algunos de los más reputados padres de la patria. Todo lo demás me parece panoplia campechana, revista Hola, hipocresía y una red de prácticas "indecorosas" -las llamaré así, puesto que hablamos de reyes-, que se han ido ocultando tras el célebre pacto de silencio. 


Yo no pretendo convencer a nadie de mi republicanismo... Lo que digo es que el debate es legítimo, o, lo que viene a ser lo mismo, es perfectamente aceptable poner en cuestión el modelo dinástico de la jefatura de estado y exigir a sus defensores que ofrezcan razones a favor de su supervivencia. Si la solución es que el momento es inoportuno, cabe preguntar cuándo lo será, pues hasta ahora fue inoportuno siempre. Si simplemente se desautoriza al discrepante -y eso es lo que se está haciendo-, entonces estamos ante una imposición tan por la fuerza como la que llevó a cabo el dictador cuando nombró a Juan Carlos sucesor.


En este sentido, permítanme unas pocas aseveraciones... creo que son de mera precaución, un poco como aquello que Habermas consideraría condiciones mínimas para el diálogo.


1. El objetivo de quienes cuestionan la institución monárquica no es desestabilizar el Estado ni socavar las bases constitucionales, sino -tengan razón o no en su propuesta- mejorar la calidad de la democracia. El problema a ese respecto lo tienen quienes consideran que el debate no puede tener lugar porque "es peligroso" o tachan de entrada la posición del interlocutor como perversa. 


2. La asociación que se efectúa insistentemente entre las críticas a la Corona y el carácter supuestamente autoritario o "bolivariano" de Podemos, como si por formar parte del Gobierno uno estuviera deslegitimado para cuestionar un aspecto del sistema, por importante que sea, sí es una maniobra tóxica. El vicepresidente no solo puede  plantear dudas sobre el futuro de la Monarquía... está obligado a hacerlo, pues los valores republicanos forman parte del discurso con el que surgió su partido y se presentó a elecciones. La "fractura" ideológica que eso plantea respecto al sector socialista es, a mi entender, un feliz síntoma de la pluralidad del gobierno de coalición.   

3. La legitimidad democrática de la institución Real es, como poco, discutible. El hecho de que mis padres votarán a favor de la Carta Magna no excluye la posibilidad de que el texto sea sometido a revisión. Me refiero obviamente al célebre punto tercero del primer artículo, donde se define España como una monarquía parlamentaria tras haber aseverado, en el punto segundo, que la soberanía reside en el pueblo. La feliz paradoja que define a un marco legal democrático es que crea las reglas del juego que permiten cuestionar la validez misma de sus instituciones. Lo diré con más sencillez: a mí nadie me ha preguntado si quiero tener un Rey. La especie según la cual quien rechaza la Corona está rechazando el sistema constitucional de libertades es profundamente malintencionada. 


4. La idea de que los sectores republicanos están aprovechando de forma torticera los actos del Emérito para extender la infección a la institución monárquica al completo está planteada de forma tramposa. "Si el Presidente de la República que tanto deseáis fuera un corrupto, ¿habría por ello que dinamitar el sistema al completo?". Hay una pequeña diferencia de entrada: al Presidente corrupto lo pueden juzgar los tribunales, cosa que no está claro a estas alturas que suceda con el monarca, dadas las singularidades de su inviolabilidad. Asimismo, la distinción entre persona e institución que tanto se recalca es de dudosa aplicación en el caso de la monarquía: al Presidente podemos elegirlo y por tanto deponerlo, cosa que no sucede con el Rey, el cual solo puede dejar el trono motu proprio, es decir, a través de una abdicación. En cualquier caso, y más teniendo en cuenta lo que siempre se nos ha dicho, que los españoles eran juancarlistas más que monárquicos, no sé de qué nos extrañamos cuando los republicanos cargan ahora los cañones contra la institución... No se trata de oportunismo, pues el principio republicano que recusa al Trono se basa precisamente en que su existencia ampara actos tan reprobables como los que este señor viene llevando a cabo desde hace mucho tiempo. No es, insisto, oportunismo, es más bien un "ya os lo dije". 


5. Que en España haya firmes republicanos me parece poco motivo de escándalo. No son peligrosos para el sistema porque no lo son sus ideas, y lo que es peor, porque no somos mayoría en un país en el cual, por motivos en mi opinión equivocados, la ciudadanía parece seguir presintiendo que necesita un Rey. A mí me preocupa más que durante casi medio siglo la prensa y, por tanto, la libertad de expresión, han vivido recluidos bajo los confines de un pacto de silencio que prohibía investigar o difundir cualquier circunstancia o comportamiento que pusiera en peligro el prestigio de la Casa Real. ... Omertá, creo que lo llaman los mafiosos. 


Quizá no tengamos razón ni futuro quienes aspiramos a vivir sin reyes, pero mucho menos futuro tiene la democracia española si no entendemos que la controversia está sobre la mesa. 


... Y no ha hecho más que empezar. Al tiempo. 



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