Wednesday, July 06, 2022

CHICHO Y BALBÍN

1. Dicen que uno tiene lo que se merece. Yo no me lo creo mucho, pero, nos guste o no, llevamos a rastras nuestro pasado. No hemos elegido los agentes que nos han formado -o deformado-; somos antes víctimas que responsables de Torrebruno, José María García, Naranjito, Otan-de-entrada-no, el destape... Pero es lo que somos... tanto o más que Cuadernos para el diálogo, la izquierda clandestina, Raimon o las correrías delante de los grises. Somos La Clave, pero también el Un, dos, tres. 


Chicho Ibáñez Serrador... no recuerdo un solo día de mi vida sin conocer ese nombre. Incluso esa cara, porque aunque supuestamente él era el tipo entre sombras, le encantaba salir y ser reconocido. Como Alfred Hitchcock, al que siempre soñó con parecerse, se dejaba ver en sus películas, al modo del autor que firma su obra. En el Un dos tres aparecía a veces cual Zeus tronante para resolver entuertos con los concursantes y advertir a Kiko o a Mayra -y por tanto a toda España- que era Él quien, al menos los viernes por la noche, gobernaba este país. 


Todo era pura tramoya en el Un dos tres. Pero era una mentira que funcionaba, pues sus decorados, su cultura kitsch y sus emociones manipuladas alegraban un presente que todavía nos parecía gris y tercermundista. 


Chicho fue, o pudo ser, un gran director de cine. Pero no supo o no le dejaron explotar las zonas más oscuras de su alma con la maestría de su ídolo británico, de ahí que su legado se quede en un par de hábiles rarezas cinematográficas como "¿Quién puede matar a un niño?" o "La residencia". Al final, sospecho que para su desdicha, Chicho tiene un legado esencial que es el Un dos tres. Y nos lo lega a todos los boomers, qué vamos a hacerle. 


2. José Luis Balbín es un personaje incómodo para el sector más acomodado y pro-sistema de la izquierda española. Socialista o quizá incluso anarquista, pero radicalmente enemistado con el PSOE, habitó su pasión por la democracia sistemáticamente al margen de aquella izquierda que, en algún momento, creyó tener tan cogido por los huevos al país, que se permitió el lujo de decidir por nosotros, los ciudadanos, qué debíamos y qué no debíamos ver en la tele. 

Por eso no fue Suárez, que también lo intentó antes sin llegar a consumar el crimen, sino González quien se cargó La clave. Demasiada gente valiosa opinando sin restricciones ante millones y millones de aldeanos, demasiada libertad, demasiada democracia. 

Los gobiernos ya no necesitan recurrir a medios tan franquistas como la censura directa. Las opiniones, por fundadas que sean, han dejado de ser armas realmente dañinas. Los debates , por llamarlos de alguna forma, son en televisión talking-shows, mucho más ajustados al formato "Sálvame" o "El chiringuito" de lo que los actuales periodistas influyentes son capaces de admitir. 

No se puede vivir del pasado, es cierto. Pero permítanme que, por unos momentos, me deje llevar por la nostalgia de aquel tiempo en que gente que merecía la pena hablaba sin prisas y sin gritos... cuando parecía que los argumentos debían ser pulcros, se pronunciaban sin prisas y parecían capaces de derribar gobiernos y transformar sociedades enteras. 

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