Tuesday, July 19, 2022

UN CALOR DE MUERTE


 




A efectos de higiene de debate quizá no sea lo más presentable aprovechar este espantoso calor para recordar a los amigos que estamos en medio de un proceso devastador conocido como “cambio climático”. Vale, soy un oportunista, pero debo recordarles que fue el líder mundial de los negacionistas, Donald Trump, quien aprovechó una intensa nevada sobre Washington para aseverar que la “existencia del invierno es una prueba definitiva en contra del cambio climático”.


Hace ya mucho que entendí que sostener la polémica con gente así no merecía la pena. Un experto en lógica definiría el negacionismo climático como un rotundo caso de la falacia “ad baculum”, consistente en negar una afirmación porque las consecuencias de que sea verdadera resultan insoportables. Yo, por ejemplo, puedo considerar que un gobierno con la ultraderecha es algo demasiado horroroso como para que ocurra, pero la realidad es que ya tenemos gobiernos autonómicos de coalición con Vox, y es muy posible que obtengan el mismo éxito con el gobierno central. Que sea pavoroso no lo hace menos factible.


La perspectiva del cambio climático dibuja escenarios que están entre lo inquietante y lo apocalíptico. En el mejor de los casos, vamos a tener que cambiar drásticamente nuestra forma de vida, renunciando a muchos elementos que asociamos con el bienestar; en el peor, estamos ante una catástrofe irreversible y es cuestión de tiempo que volvamos el planeta inhabitable… Quizá es cuestión de menos tiempo del que pensábamos.


La respuesta negacionista es irresponsable y pueril. Cuando escuchaba a un líder con tantos seguidores como Esperanza Aguirre cuestionar a Manuela Carmena por su “fobia a los automóviles”, lo que yo me preguntaba es si la ciudadanía está preparada para entender las dimensiones del problema en el que nos hallamos y del cual no hemos más que empezado a percibir las consecuencias. Cuando la señora Ayuso habla de “socialismo o libertad”, se está refiriendo a los procedimientos estalinistas por las cuales se afea a la gente que abuse del transporte privado o se le demanda que haga un uso responsable del aire acondicionado. También piensa en medidas tan bolivarianas y propias del Gulag marxista como cargar de gravámenes fiscales a las empresas que contaminan, en especial a las de los combustibles fósiles.


Más allá de demagogos y espantajos de la política, mucho me temo que hay otros agente más poderosos interesados en acariciar los oídos de tantos y tantos millones de ciudadanos a los que no les gusta que se les diga que vamos al desastre por nuestra propia culpa. El fenómeno de las puertas giratorias -asociado en España sobre todo a las eléctricas - así como la problemática de la financiación de los grandes partidos, explican por qué la posibilidad de crear tejido legislativo capaz de entrar de verdad en el problema es ahora mismo sumamente precaria. Una de las razones por las que he apoyado la inclusión de UP en el gobierno Sánchez es la sensibilidad hacia la cuestión climática -y la ecológica en general- que arrastran las fuerzas políticas asentadas a la izquierda del PSOE. Temo que los resultados a día de hoy sean decepcionantes, incluso a pesar de la creación de un ministerio para la transición ecológica. Ahora bien, al margen de que el poder de España no es el de un país central en Europa, por lo que difícilmente va a arrastrar a grandes potencias, tampoco podemos esperar que un gobernante adopte medidas poco populares si sus votantes no les empujamos a tomarlas.


Ya ven, una vez más el asunto gramsciano por excelencia: la hegemonía. No hay otra, debemos trabajar duro para instalar en las multitudes la convicción de que necesitamos una transición energética eficaz, rápida y concluyente. Hay que convertir el cambio climático en una prioridad, la gran prioridad global. Es cierto que la descongelación del escenario de la Guerra Fría operado por Putin “diversifica” las amenazas sobre el planeta. Al peligro nuclear reactivado por la invasión de Ucrania, añadimos el riesgo de horrorosas hambrunas provocado por las nuevas dificultades sobrevenidas sobre la gestión global de los alimentos. Y, sin embargo, el tema ruso, antes que la inflamación armamentística o la independencia energética, lo que a mí me sugiere es la necesidad de imponer pautas de austeridad en el consumo tanto como la de acelerar la activación de las energías renovables.


Esto no va a ser fácil. La política tiende a ser lo contrario de lo que debería ser, es decir, cortoplacista. Hablando de largos plazos, podemos preguntarnos por qué queremos tener hijos si no estamos dispuestos a legarles un espacio habitable. El problema, no sé si lo han notado, es que los efectos del cambio climático son ya altamente perceptibles, de manera que, incluso por puro egoísmo, deberíamos preguntarnos si vamos por el camino correcto. Como el ex-Presidente Aznar, podemos también decirle a Greta Thunberg que debe volver al aula y deponer su desobediente actitud. O, como Rajoy, argüir aquello de su primo el meteorólogo: “¿quién sabe qué tiempo hará pasado mañana?” Cada uno debe elegir a quién quiere parecerse.


Hace dos años presenté un libro sobre la periodista canadiense Naomi Klein, quien encuentra una secuencia lógica entre sobreexplotación capitalista, desigualdad y desastre climático. En “Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima”, Klein plantea la necesidad de un “Green New Deal”, es decir, algo así como un Plan Marshall sobre el planeta que una las voluntades de todo el planeta para detener el desastre y hacer posible el futuro del hábitat y, por tanto, de la especie. Sería grato esperar que los gestores se encargaran de hacer el trabajo, pero, como tantas veces ha sucedido en la historia, las transformaciones más profundas y decisivas tendrán que venir de abajo. Será, pues, una vez más, la movilización de la gente lo que posibilite una transformación de las dimensiones que precisamos en este momento crítico de la historia de la civilización. Dice Naomi Klein:


“En Occidente, los precedentes más habituales que se invocan para mostrar la capacidad real de los movimientos sociales para actuar como fuerza histórica transformadora son las célebres movilizaciones por los derechos humanos que tuvieron lugar a lo largo de todo el siglo pasado, y entre las que destacan las de los derechos civiles, de las mujeres y de las personas homosexuales. Y todos esos movimientos lograron incuestionablemente cambiar el rostro y la textura de la cultura dominante. Pero el desafío que tiene ante sí el movimiento climático solo podrá superarse por medio de una transformación económica profunda y radical, y no hay que olvidar que todos esos movimientos del siglo XX se impusieron más claramente en las batallas legales y culturales que libraron que en las económicas. “


Sí, estamos hablando de abolir o, en todo caso, de hacer mutar drásticamente el capitalismo. La incertidumbre es máxima, pero estamos ante la mayor batalla por la supervivencia de la historia. Y la estamos librando ahora.



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