Sunday, March 03, 2024

ESCATOLOGÍAS COTIDIANAS


 
No ser Isabel Preysler ha dañado mi vida de muchas maneras. Una de ellas es que en mi casa solo hay un WC. Con los años he descubierto que esta circunstancia convierte mi vida y la de mi familia en una aventura digna de Alejandro Magno. Si a Preysler se le estropea un inodoro, le quedan otros dieciocho; si me pasa a mí, puede sobrevenir lo de esta semana, la cual –y perdonen el chiste fácil- ha sido una semana de mierda.

Grosso modo... El domingo detecto algunas pequeñas anomalías en el funcionamiento de la simpática máquina. El lunes, ante la evidencia del problema, pues cae agua a borbotones desde mi tubería, aviso a mi seguro. Me envían un “fontanero”, o eso decía ser. Tras inspeccionar el territorio, llega a la conclusión de que no sabe cuál es el problema, pero que le va a decir al seguro que es cosa de la finca, con lo que ellos no aportarán ninguna solución.
La pregunta ¿y entonces para qué cojones tienes un seguro de hogar si cuando se rompe una cañería no te lo arreglan y has de pagar tú?, es ciertamente muy oportuna. Me ha dejado huella el interfecto. Se burló de mí diciendo que “me tocaba irme a cagar al bar”. Le pedí un informe urgente y me dijo que “tranquilo, ya lo haré esta noche pero después de una cervecita”. Debió tomarse más de una, pues diez días después sigo esperando el informe de mi seguro.
No voy a entrar en muchos más detalles. El seguro de la finca determinó que el escape era de mi bajante y tuve que avisar yo a una cuba, la cual, como ya me había advertido algún vecino, entendió fácilmente que era un fuerte embozo y lo liberó en cuestión de segundos. Trescientos y pico euros que, no tengan duda, ya he reclamado a mi seguro, Caser, para más señas, a la espera de que me digan que no es cosa suya y me dé el gustazo de ponerles una denuncia que -también hace falta este chiste- se van a cagar.
Dejo mis problemas, que ya tienen ustedes bastante con los suyos. Solo se me ocurre pensar en lo lejos que queda la lírica del mundo cuando se estropea un wáter. Se te quitan las ganas de decirle a tu pareja que la amas, de escribir soflamas contra los enemigos del pueblo o de celebrar un cumpleaños. Solo piensas en ir al Corte Inglés porque suele tener los aseos limpios.
Afirma el siempre ocurrente Zizek que la relación que establecemos con nuestra mierda tiene implicaciones dignas de la antropología cultural y, acaso, también del psicoanálisis. Se podría definir una cultura nacional –dice el esloveno- a partir de la singularidad de sus inodoros.
Sabemos que desde los neandertales siempre hemos instituido formas de alejar nuestra industria excrementicia. Es más o menos lo mismo que con los cadáveres pero con menos religión y, en consecuencia, menos ritualismo. Los romanos, por ejemplo, desarrollaron una tecnología tan avanzada y compleja como la de las cloacas, y parece que todo alto gestor de la capital imperial contaba con un mapa de la distribución del subsuelo de la urbe. El Medievo no fue capaz de mantener aquello, de manera que hoy nos imaginamos a los habitantes de aquellos burgos fortificados como particularmente malolientes. ¿Estoy diciendo que un sistema de alcantarillado es sinónimo de civilización? Sí, eso digo, y también que lo distintivo de la barbarie es precisamente la ausencia de una política de desechos.
Si yo entiendo bien a Zizek, la gran ventaja de nuestro modelo es que, más que eliminar los residuos, lo que hacemos es simplemente apartarlos de nuestra vista. Nosotros solo tenemos que excretar… a partir de ese momento todo desaparece por una red de tubos que conectan con una misteriosa red de alcantarillas de las que apenas nada sabemos. Esto significa que podemos trazar una larga biografía sin tener que entablar ningún tipo de relación con nuestras deposiciones. Como con aquellos morlocks de “La máquina del tiempo”, duendes del subsuelo se ocupan de todo y nosotros nos olvidamos absolutamente de ello, de ahí que podamos preocuparnos solo de opinar sobre la amnistía a Puigdemont o hacernos selfies para instagram.
Esta es, sin embargo, una crítica que no vale para mí, perdonen la inmodestia. No es solo lo de mi wc de esta semana. Cuando ejercí de presidente de la enorme finca donde habito, tuve la oportunidad de conocer seriamente el infierno de los sótanos. Como Nexus 4, “vi cosas que no imagináis”. Pero hay algo que sí debo referirles, es una muestra de la indignidad humana, pero no la de los desechos biológicos, sino la que anida en el alma. Una empresa que vino a inspeccionar las tuberías me dijo que si influía en la comunidad de propietarios de forma que los contratáramos a ellos para cambiar las bajantes “tendrían un detalle conmigo”… Especificaron después, sin yo preguntar, la cifra en euros.
Los envié a cagar, claro. Yo no me vendo, y menos por quinientos euros.

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