DOMINGO. El Madrid-Barça no es un clásico del fútbol, sino de la cultura. Supuestamente, la opción que uno toma entre los Beatles y los Rolling Stones, Pepsi y Coca Cola, Disney y el Manga o Angelina Jolie y Jennifer Anniston, determina nuestro perfil como consumidores, como ciudadanos y como habitantes del planeta. Se pretende que ser merengue o blaugrana lo conduzca a uno a similar encrucijada. Dado que desde siempre a soñé con ser un futbolista de fama, me suelo preguntar si el jugador que sale a la cancha para disputar un partido que va a ser visto –a veces con encendida pasión, como si se tratara de una cuestión de honor colectivo- por miles de millones de personas, es consciente de que en cada pase de riesgo que dé al portero, en cada momento en que no marque a tiempo por centímetros el fuera de juego, podrá estar lastimando la ilusión y la paz espiritual de medio planeta. Todo es de mentira, claro, la sociedad de consumo nos hace creer que la identidad puede tramarse en una elección de marca, y la hipnótica liturgia colectiva del estadio parece tan capacitada para convocar a los dioses como lo estuvieron en su tiempo los cánticos del sacerdote maya en lo alto de la pirámide. Todo es un simulacro, pero nuestra situación como espectadores no es muy distinta a la que se diseña desde los media para las noticias de política, las guerras o las catástrofes humanitarias.
El símil suena repugnante, sí, pero usted y yo compartimos la misma indefensión, el mismo estéril sentimiento de culpa cuando se nos informa de los atentados y el hambre, la misma viscosa sensación de impotencia ante la pantalla que nos satura de noticias terroríficas y después nos pone publicidad y a Belén Esteban En tiempos en los que se puede hacer turismo hasta por Auschwitz, y los programas del corazón son -no bromeo- los que sostienen los viejos hábitos del debate y la reflexión, el dr
amatismo del locutor en la retransmisión del clásico parece justificable.
El símil suena repugnante, sí, pero usted y yo compartimos la misma indefensión, el mismo estéril sentimiento de culpa cuando se nos informa de los atentados y el hambre, la misma viscosa sensación de impotencia ante la pantalla que nos satura de noticias terroríficas y después nos pone publicidad y a Belén Esteban En tiempos en los que se puede hacer turismo hasta por Auschwitz, y los programas del corazón son -no bromeo- los que sostienen los viejos hábitos del debate y la reflexión, el dr

LUNES. Gana el Barça. Nadie duda de que Laporta y Florentino son igualmente malos, pero ¿qué hombre con poder no habrá de serlo? En cuanto a los futbolistas, Cristiano Ronaldo consigue parecerse a los malos de Karate Kid: musculoso de gimnasio, prepotente, con cara de no poder divertirse acostándose con todas las mujeres que le atribuyen porque, como a todo Narciso, le es imposible disfrutar con nada que, como un espejo, no se limite a retratarle, a devolverle su imagen reduplicada...
Cristiano es una metáfora del ascenso social de la banalidad y la insignificancia. Autista y prepotente, incapaz de habitar valores éticos, su lógica es la del objeto, nacido para ser admirado. Su idea del esfuerzo es la de un gimnasio donde neuróticamente se reiteran una y mil veces los mismos ejercicios, el mismo ceremonial ascético. Cristiano, sin que nos demos cuenta, es la apoteosis del aburrimiento. No significa nada, no es un inmigrante árabe afirmándose en la metrópoli como Zidane ni un juguete roto salido de los suburbios como Maradona… Es una criatura del “florentinato”, el hombre que hipnotiza a quienes, inexplicablemente, le entregan una y otra vez el poder del club de fútbol más glorioso del mundo: Cristiano es pura mercancía fetichizada y de consumo fácil. El destino de ambos es conducir al madridismo hacia la catástrofe, pero sus adeptos creerán en Florentino, en su poder ilusionante hasta el último momento.
Cristiano es una metáfora del ascenso social de la banalidad y la insignificancia. Autista y prepotente, incapaz de habitar valores éticos, su lógica es la del objeto, nacido para ser admirado. Su idea del esfuerzo es la de un gimnasio donde neuróticamente se reiteran una y mil veces los mismos ejercicios, el mismo ceremonial ascético. Cristiano, sin que nos demos cuenta, es la apoteosis del aburrimiento. No significa nada, no es un inmigrante árabe afirmándose en la metrópoli como Zidane ni un juguete roto salido de los suburbios como Maradona… Es una criatura del “florentinato”, el hombre que hipnotiza a quienes, inexplicablemente, le entregan una y otra vez el poder del club de fútbol más glorioso del mundo: Cristiano es pura mercancía fetichizada y de consumo fácil. El destino de ambos es conducir al madridismo hacia la catástrofe, pero sus adeptos creerán en Florentino, en su poder ilusionante hasta el último momento.
MARTES. Empiezo a intuir un trasfondo perverso en la omnipresencia de las autoridades eclesiásticas en los medios. Si yo fuera Papa –y debo decir que me seduce serlo- controlaría a mis empleados con mayor eficacia, no ya para que evitar que abusaran de niños, sino para que no se pasaran la vida diciendo toda la sarta de memeces que les hacen aparecer en los medios. Pero el juego es más profundo: dicen barrabasadas en las que no creen ni ellos mismos porque, en estos tiempos, cualquier incorrección, cualquier salida de tono contra los homosexuales, las mujeres o los condones te permite salir en las portadas de yahoo noticias o en los noticiarios más vistos, es decir, los del tipo “El hormiguero” o el de Wyoming. El abandono definitivo del espíritu renovador de apertura a la sociedad del Vaticano II ha quedado completamente olvidado porque ser bueno ya no es mercantilmente eficaz. Ya nadie con dos dedos de frente o sin alma de fanático es capaz de creer seriamente en autoridad moral de Roma. Ratzinger lo sabe, por eso su gente se las arregla para que olvidemos lo fundamental, que el atractivo de una institución empeñada en co
ndenar todo aquello que hace que la vida resulte soportable es tanto como ninguno.

MIÉRCOLES. Cuando era crío llegó al colegio un extraño personaje. Era cura, había viajado como misionero por todo el mundo. Como el androide de Blade runner, podía decir a los demás curas de la Orden, un hatajo de cobardes que apenas salían de la sacristía a unas calles que les resultaban inhóspitas, aquello de “he visto cosas que no podéis imaginar”. Al llegar no nos hizo rezar, no intentó, como hacen todos los mediocres, ganar adeptos para la causa ni extender la buena imagen de la Iglesia, ni confesarnos, ni aburrirnos para que, como pretenden la mayoría de los funcionarios del Señor, aprendamos a detestar la vida tanto como ellos. “Voy a explicaros a Dios como nadie lo ha hecho nunca”. No recuerdo lo que dijo, pero salía del recinto y pasaba horas en el banco de un parque mirando pasar la vida. Un día me senté junto a él y le dije “no creo en Dios y además soy comunista, Padre”, y él sólo contestó que le gustaban las personas como yo. Y poco después volvió a África o a Hispanoamérica. ¿Dónde están hoy aquellos hombres que todavía creían en el poder del mensaje evangélico para cambiar el mundo? El proyecto de renovación de la Iglesia Católica, encarnado en la figura de Juan XXIII, ya es sólo un recuerdo del pasado, desgraciadamente.


JUEVES. El asunto Garzón me hace recordar lo dicho por Todorov, antiguo fugitivo del terror estalinista de Bulgaria, en relación al carácter imprescriptible de los Crímenes contra la Humanidad. La memoria histórica no es una banalidad ni el producto del resentimiento y la venganza, la amnesia es el principio del fracaso de todo sistema democrático. Pero la revisitación del pasado tiene un riesgo: puede sacar a luz la vergüenza de quienes, no participando activamente del horror, decidieron ignorarlo. Lo preocupante no es que vayan a destruir al Juez, lo preocupante es que no se entienda que las leyes de punto final contra las dictaduras y sus escuadrones de la muerte son el producto del chantaje. Por encima del chantaje local está el Derecho Internacional, eso es lo que parece que, en la judicatura española, solo Garzón está dispuesto a asumir. Esto seguirá siendo imposible mientras no se acepte, en un país donde aún campean estatuas a caballo de uno de los peores criminales del siglo XX, que el olvido decretado por las leyes no pone punto final al derecho de las víctimas.
VIERNES. Hablando de Todorov -en las horas de las exequias por Kaczinsky, presidente de Polonia-, tiene toda la razón cuando se queja por la indulgencia con que la intelligentsia francesa, empezando por Sartre, trató al horror estalinista. Cuando Solzhenitsyn vino a contarnos los horrores del Gulag, muchos intelectuales de izquierda le tomaron por un loco, un mentiroso o un agente de la CIA. Tiene razón Todorov, desde luego, el modelo totalitario de la Europa del Este es la continuación del horror de los campos y la deshumanización del fascismo, y es odioso que algunos, por una especie de fidelidad ideológica mal entendida –incluso hoy sucede algo así con el castrismo- optaran por descreer de quienes revelaban la tragedia. Pero hay algo en lo que se equivoca: Todorov ve en la herencia moral de la educación estalinista, por ejemplo entre sus compatriotas, los búlgaros, la causa de que hoy no haya manera de articular regímenes sanamente democráticos en la Europa del Este… La práctica masiva del tráfico de influencias, la cultura de la delación, toda esa suerte de miserias humanas en que se traman los regímenes totalitarios,ha instruido a los eslavos durante más de medio siglo en la iniquidad moral y la insolidar

SÁBADO. Un fenómeno natural como el del volcán islandés habría resultado irrelevante en otros tiempos. Hoy, la extensión por Europa de la nube de cenizas, provoca un caos organizativo que no tiene precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Olvidamos que ahora mismo se levantan sobre el aire miles de aviones cada minuto, mientras que hace medio siglo, un vuelo era un acontecimiento casi excepcional. (Hace muchísimo, cuando mi padre cogía un avión, nos explicaba a mi hermano y a mí a qué miembros de la familia teníamos que dirigirnos si no regresaba). Un sistema perfectamente racionalizado, como el de la aviación, las redes informatizadas o los controles de seguridad alcanza en nuestro tiempo una capacidad productiva inimaginable en otros tiempos, es monstruosamente eficaz. Pero, paradójicamente, su potencia le hace al mismo tiempo terriblemente débil. Un simple imprevisto, como un hacker, un volcán que empieza a lanzar cenizas o un tipo con un cutter crean una turbulencia que termina por hacer colapsar todo el sistema. En otro tiempo, ello habría requerido decisiones individuales improvisadas y atrevidas, pero hoy, el sistema hace imposible tal cosa. Se acabaron los héroes, los aviones se
guirán en tierra.
Se me ocurre una pregunta. Alguien me dijo que hay tantos aviones que si todos los que están en el aire hubieran de aterrizar no cabrían en los aeropuertos. ¿Dónde los guardarán si la nube de ceniza termina por neutralizar todo el tráfico aéreo en Europa?
Y una pequeña maldad: quizá este sábado por la mañana sea el más feliz en la vida de una joven pareja que cometió el error de comprar su casa –era más barata- al lado de un aeropuerto. Hoy no pasan aviones por encima del tejado ni tiemblan los muebles ni el ruido ensordecedor les recuerda a cada momento que el mundo es un lugar inhóspito y que vivir es un castigo; hoy miran al cielo cogidos de la mano mientras escuchan a los pájaros.

Se me ocurre una pregunta. Alguien me dijo que hay tantos aviones que si todos los que están en el aire hubieran de aterrizar no cabrían en los aeropuertos. ¿Dónde los guardarán si la nube de ceniza termina por neutralizar todo el tráfico aéreo en Europa?
Y una pequeña maldad: quizá este sábado por la mañana sea el más feliz en la vida de una joven pareja que cometió el error de comprar su casa –era más barata- al lado de un aeropuerto. Hoy no pasan aviones por encima del tejado ni tiemblan los muebles ni el ruido ensordecedor les recuerda a cada momento que el mundo es un lugar inhóspito y que vivir es un castigo; hoy miran al cielo cogidos de la mano mientras escuchan a los pájaros.