NITROGLICERINA
Después de que, por pura cobardía -no me gustan las explosiones- optara por abandonar Valencia durante unos días, casualmente los cuatro más ardientes de las Fallas, regresé a casa dispuesto a disfrutar de la tranquilidad que queda en las calles de mi amada ciudad tras la resaca mascletera. Cometo la imprudencia de poner el contestador: la empresa de transportes TNT -vaya con el nombrecito- me comunicaba que tenían un paquete enviado a mi nombre y que les llamara para que me lo hicieran llegar. Dada la ansiedad con que esperaba dicho paquete, tuve la tentación de preguntarles dónde estaba su almacén para ir yo mismo a recogerlo. Opté por el confort de lo convencional y, dado que son transportistas, decidí dilatar mi infantil impaciencia y les llamé para que me lo trajeran a casa. Esa misma tarde no podía ser, lógicamente, pero podíamos quedar al día siguiente, miércoles. Yo debía salir de casa por la mañana no más tarde de las 12 horas, por lo cual le pedí al telefonista que me asegurara que los del camión pasarían antes. Madrugué y me dispuse tras el desayuno a disfrutar de una dulce espera, suspirando con el momento en que abriría mi caja y disfrutaría como un crío con su literario y deseado contenido. La cara de tonto que a uno se le va poniendo cuando espera en vano horas y horas necesita un Velázquez para ser retratada en toda su profundidad. Llamé irritado a la empresa. "Tranquilo, yo hablo con el conductor y le llamo en unos minutos". Pero la telefonista no me llama y tengo que marcharme. Llamo a la hora de comer, se pone otra telefonista y me comunica, tras largas gestiones, que el conductor se ha equivocado de calle, y que el nombre de la mía es idéntico al de otra calle del extremo opuesto de la ciudad. El haber tenido yo la prevención de incorporar bien clarita a la dirección el distrito postal no ha resultado una medida exitosa por lo visto. Decido armarme de paciencia:
-"Bien, traigánmelo esta tarde, les espero",
-"No señor, esta tarde va a ser imposible"
Me decido en plan Rambo a ir a por mi paquete en persona, pero la central está lejos de Valencia, en uno de esos polígonos industriales sometidos a las leyes del bandidaje, con lo cual decido recuperar el discurso de la paciencia. Como la siguiente mañana he de pasarla -como todo Cristo- en mi centro de trabajo, le doy a la señorita la dirección de dicho centro, todo muy detalladito para que lo entiendan y, si le va el bolígrafo, lo apunte correctamente. No importa que yo no esté, firmará la conserge, no importa que no haya parking, yo le pago la multa... pero traiganme mañana el paquete, por favor.
Al día siguiente movilizo al ejército de conserges del Centro. Pasan las horas, bajo una y otra vez preguntando ansiosamente por el paquete, hay una conserge que empieza a mirarme con lástima: soy como su sobrino yonqui que ponía la misma cara cuando en el centro de toxicómanos no llegaba la metadona. A la una, desesperado, llamo a la simpática empresa TNT, y me vuelven a decir que no lo entienden y que van a llamar al conductor. No hay respuesta. A las tres vuelvo a llamar y, después de muchas intentonas, por fin se ponen. Me tranquilizo antes de hablar, explico al enésimo empleado el problema, quien no parece extrañarse de que su empresa trabaje como Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio. Amenazo con una denuncia y se pone un poquito serio. Cae en un irregularidad del tipo "yo me lavo las manos" y me da el móvil del conductor, al que llamaré a partir de ahora -siguiendo con el símil historietista- "Manolón, condutor de camión". "¿Qué?", dice el tipo con tosquedad, mientras yo hago un esfuerzo por visualizarlo y no me quito de la cabeza al Doctor Zaius, el gorila malo de El planeta de los simios. Me dice que no ha encontrado el sitio, que le han dado mal el albarán y que la culpa es de los de administración. La conserge, que me ha dejado llamar desde el teléfono de consergería, me mira con sorna, pero luego empieza a preocuparse, pues me quiere bien y advierte que mi cara es similar a las de los preinfartados.
-"Esta bien", digo, una vez más armado de cristiana paciencia. "Le espero aquí el tiempo que haga falta, traigámelo esta tarde."
-"Ah, no, yo ese barrio no lo hago por la tarde"
Soy en ese momento un hombre asustado, lo reconozco. "Este hijo de una hiena rabiosa me ha perdido el paquete, o si no, es capaz de quemarlo si le digo que le voy a llevar al Tribunal de Crímenes contra la Humanidad", pienso. Compréndame, el miedo y el dolor quiebran la voluntad de los hombres, nos convierten en unos miserables. Decido arrastrarme, cercano como me hallo a los síntomas del Síndrome de Estocolmo: "Se lo suplico, traigame mañana el paquete, traigamelo, se lo pido por favor". Se me pasa por la cabeza ofrecerle dinero, soy como esos padres angustiados ante el secuestrador de su hijo: "Haré lo que usted me pida, y nada de policía, se lo juro" El tipo se despide hasta mañana con el pecho inflado por la convicción -que mi tono le ha reforzado- de que él no es el culpable, de que puede hacerlo todo mal, desde incendiar la ciudad hasta aplastar a su madre con una bombona de butano, que los culpables siempre vamos a ser los demás.
A medianoche me despierto en medio de una pesadilla empapado en un frío sudor. Mi lucidez es absoluta en medio de las horas más inhóspitas: "Esto no ha terminado", dice mi mujer que grito no se sabe si despierto o dormido.
Llega el día más deseado. "Va a salir bien", me digo pese a los malos augurios de la noche anterior. Empiezo mi jornada laboral con alegría impostada y algún cántico, ayvó, ayvó...Tensa espera, las horas vuelven a desgranarse, una tras otra, con encarnizada crueldad... Miro de vez en cuando de reojo a la conserge, cara de negativa y de lástima, a sus ojos soy un hombre dañado. A mediodía, y ante la perspectiva del fin de semana yermo, me decido a ir al teléfono con la firme resolución de empezar a chillar y amenazar con hacer rodar cabezas. De pronto, la conserge me anuncia que mi mujer está al teléfono: "Han llamado de la empresa que te mandó el paquete, les he contado la historia y les han montado una de miedo a los de TNT. Estos han llamado aquí y dicen que el camionero dejó el paquete ayer en su destino." Es obvio que Manolón les ha mentido. Lo más alucinante es que a continuación le llamo al móvil."¿Qué?", dice el ángel del infierno con evidente molestia. Me comunica que ha dejado el paquete media hora antes donde le pedí, que había macetas a la entrada, una conserge a la derecha y una fotocopiadora a la izquierda. Pero a ver, hombre de Dios, ¿dónde demonios has dejado el paquete?. De nuevo la paciencia, me trago las lágrimas, pero ¿por dónde has entrado con el camión?, ¿seguro que no te has confundido de pueblo o de planeta, hijo de Azrael? Repentinamente, un relámpago de inteligencia atraviesa mi mente nublada por el rencor... Lo tengo, Manolón ha dejado el paquete justo en el Instituto de Formación Profesional que hay detrás del nuestro. Le cuelgo, decido ir en persona a por mi paquete. Pienso que los tipos que lo han recibido pueden decir que es suyo, me convenzo por el camino de que el paquete va a salir de allí conmigo por mis cojones, así tenga que liarme a hostias. Efectivamente, hay macetas fuera, también un conserge -"yo no zé na, pregunte ahí"- y una oficina en frente.Entro, me envían a un despacho. Abro la puera, hay un tipo con los pies sobre la mesa que ha destripado la caja y está leyendo uno de los libros.
-"¿Le gusta el libro?"
-"Pues, mire, como viene de la Editorial Popular pensaba que sería del Jiménez Losantos o algo así, ¿y usted quien es?
-"Pues yo soy el autor, y resulta que no soy Jiménez Losantos"
Mi cara de ecce homo le impone desconfianza, me da el paquete sin rechistar.
Pues sí, señores, el paquete contenía los veinte ejemplares del ensayo que Editorial Popular ha tenido la generosidad de publicarme. Seguro que ahora entienden mi ansiedad. Es más dudoso que lo entiendan Manolón y sus amigos de TNT (Nitroglicerina), empresa de transportes a domicilio. Reflexionen, piensen en la clase empresarial española, cómo funciona, con qué criterios contrata personal, en qué condiciones los mantiene... De momento, envienme los paquetes por correo normal. Llega tarde pero, como funciona por bolsa de trabajo, todavía no tienen en nómina a Manolón. No encontró la calle donde había que ir a apuntarse. Feliz via crucis.
4 comments:
Si el paquete llegó a tus manos y a ti no te dió un infarto, esa es la prueba de que Dios existe. Amén!....y felicidades por el libro.
¡¡Grata sorpresa!! Desde el exilio mallorquín nuestra enhorabuena por la publicación de tu libro. Estate seguro de que lo leeremos ávidamente. Un fuerte abrazo. Susana.
Tengo que reconocer que yo envié esos libros. No sabía que esto había ocurrido de forma tan lamentable. Lo tendré en cuenta para otras ocasiones...
Saludos,
Eduardo
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