MONTES, UN FUTBOLISTA
Permítanme la soberbia de hablar de mi familia.
Cuenta la leyenda, una de las innumerables que relatan acontecimientos sorprendentes sobre aquella estrella de los años veinte, que un anciano con muchos años de acudir a Mestalla musitó moribundo algo en la cama de un hospital. El médico se acercó para oír mejor… esperando algo así como una última voluntad, un postrero delirio de reconciliación con Dios y con el mundo, pero no iban por ahí los tiros: “Montes, regateja… Montes, regateja…”, dijo el viejo… y expiró.

Cuando Augusto Milego y sus amigos fundaron el Valencia Club de Football en el Bar Torino allá por 1919, faltaba muy poco para que un chico anormalmente corpulento y de pocas palabras acudiera al campo de Algirós con un amigo que quería probar con el nuevo equipo de la ciudad. “Este no mos val, però el seu amic, eixe xic gran que s´ha quedat darrere la porteria pareix que li pega bé al baló, crida´l a vore.” Al siguiente domingo Montes debutaba de blanco y negro… muy poquito después ya era el ídolo de aquella hinchada incipiente del Valencia fundacional.

Jamás, en contra de lo que se ha dicho, se llevó mal con Cubells, con quien compartía el estrellato en el equipo. Cubells era un “siete” pequeño, bullicioso y ratonero… Montes era un “nueve” a la inglesa, grande, aguerrido, de los que no volvía la cara jamás, así se la partieran de una “pilotà” o de un codazo. Se la rompieron por cierto muchas veces, pero nunca el defensa de turno se fue de rositas… “a mi no me les fan de vades”, solía decir incluso de viejo. La falsa rivalidad de aquellos dos genios se trasladó al graderío… La polémica creció, nació el mito de la guerra civil entre “montistas” y “cubellistas” y, lejos de perjudicar al club, aquello fue más bien lo que le hizo grande. Algirós se llenaba de gente expectante por tomar partido en la polémica, se quedó pequeño… Y entonces ya no hubo más remedio que cerrar aquel patatar de poca monta y llevarse el equipo a un lugar digno de aquel club que amenazaba con hacerse grande, muy grande. Montes hizo Mestalla, solo por él y por lo que arrastraba su rivalidad con Cubells se construyó aquel teatro de los sueños que ahora los especuladores se han empeñado en destruir para hacer edificios de oficinas.


La inauguración del nuevo estadio se llevó a cabo en 1923, de día, porque aún tardó décadas en llegar la iluminación eléctrica, con un partido ante el Levante –llamado entonces Gimnástico- que el Valencia ganó por 1 a 0… Adivinen quien logró el gol, adivinen ustedes, incrédulos del mundo entero, quien marcó el primer tanto en la historia del estadio que, irremediablemente, yo asociaré para siempre con el Valencia CF así le construyan en no sé qué Avenida el mejor campo de Europa. Y después ya la leyenda… Fue Arturo Montes, el Príncipe de Benicalap, quien le marcó los cinco goles al Zette de Francia en el primer partido internacional del Valencia en la historia. Fue él quien generó un altercado de orden público cuando se negó a jugar porque tres envidiosos le silbaban… fue él quien, obligado por una hinchada enfervorizada, hubo de salir de la cama con cuarenta de fiebre para jugar un partido decisivo, marcar dos goles y volverse al “llit”.


Las lesiones y el hartazgo le retiraron a los 29 años. Salió como saldrá Albelda… peleado con unos directivos mezquinos que le doraron la píldora durante años mientras les convino… Esto es muy de la gente que viene de la huerta: un poco insolentes, un poco chulos, muy poco dispuestos a hacer el papel de siervos que los mandarines les reclaman.
Recuerdo el día en que murió en 1981. La arterioesclerosis había reducido el tamaño de su cuerpo. Allí estaba postrado su cadaver en un camarín del tanatorio. Parecía muy pequeño entonces.
Pero fue muy grande.
Pero fue muy grande.