Monday, August 11, 2008




VERANO








¿Qué tal el verano? Yo, de pena, la verdad es que me estoy aburriendo más que el rinoceronte del museo de animales salvajes disecados de Onda (Castellón). La razón es que se me ha ocurrido la marcianada de meter obreros en mi casa para que medio la adecenten. Vienen mañana y, por lo visto, amenazan con quedarse, hasta el punto de que no sé si pedirles un alquiler. Este tipo de situaciones configuran un panorama de futuro fatalmente previsible: polvo, escombros, mamporros del mazo de Thor contra el tabique, desorden, la cara de tonto que a uno se le pone mientras se pregunta por qué han hecho aquí esta regata o cuando se secará el enlucido de la pared. "¿Y la ilusión que te dará después cuando la casa esté terminada?" Sí, tanta como la de ver los números rojos de mi cuenta de ahorro o que se les olvidó a última hora tirar el altillo ese tan feo del pasillo... y entonces a ver quien les encuentra.











Les cuento todo esto para alegrarles un poco el caluroso día. Siempre he pensado que la manera más directa de obtener el cariño de nuestros congéneres no es ser guapo ni vestir elegantemente ni invitarles a subir a tu nuevo coche, sino sufrir algún tipo de desgracia. Quizá ustedes se han quedado en su puta casa sin vacaciones, o quizá están ahora en medio de un atasco infernal o aguantando a sus odiosos niños en una playa atestada... pero eso no es nada comparado con los hastíos hacia los que mi vida se encamina en este mes de agosto. ¿Que usted trabaja en agosto?, pues sí, pero al menos no tiene la casa como Berlín tras el bombardeo de los aliados, puede ver la tele por las noches y la comida no le sabe a polvo ni le huele a pintura acrílica.






¿Mi peor verano? No, los ha habido que han resultado peores. El verdadero problema es la pérdida de la ilusión, palabra que por cierto prefiero a esperanza. La proximidad del verano, en esos momentos del año en que los días empiezan a alargar, es la promesa más pura de la felicidad: el aire puro de las montañas, los cuerpos agitándose sobre las frías aguas del río, la emocionante impaciencia de las maletas y los detectores de los aeropuertos, las conversaciones nocturnas de los hoteles en lenguas inconcebibles, los girasoles al borde la carretera, las familias árabes de vuelta a Tánger... Quizá con el verano ocurra lo mismo que con el amor o con Florencia... no es la realidad, la cosa en sí, lo que nos conmueve, sino la idea. Esto me sucede a mí con este verano, que sé que no viajaré, que no sentiré esa inquietud del avión o el tren a punto de partir, que no habrá fotos de espesos bosques ni lágrimas en la despedida... que todo lo más invitaré a Benito y Manolo a alguna cerveza cuando acaben de levantar paredes y trazar regatas.







Acaso, después de todo, el verano no es otra cosa que literatura. No me gusta mentir, sin embargo. Tuve un amigo en la adolescencia, Braun, que era un verdadero prodigio inventándose goces y avatares que convertían la vida del Sultán Seik en un tostón al lado de sus aventuras. Con diecisiete años se pasó la noche "follando con la tía más buena del instituto, ya sé que no me vais a creer", se veía a escondidas con la novia del matón del barrio, era camello de hachís y "de cosas más fuertes" y trabajaba para una discoteca de "Relaciones". Un día, alguien menos paciente que yo, le cogió del cuello y le amenazó con rompérselo si seguía contando mentiras... a lo que Braun contestó que a veces "no soy consciente de mentir, seguramente es que me creo yo mis propias fantasías". Me gustaría vivir en una novela... quizá en cierto modo todos nos hemos montado nuestra propia novela y es eso lo que nos hace la vida soportable, pero no me veo en la situación de perder la lucidez con tanta facilidad como Braun. Podría por tanto decirles que he pasado el verano llorando bajo la lluvia en la Plaza de San Marcos o durmiendo en lo alto de una duna del Sáhara, pero me temo que éstas son aventuras del pasado. Si yo mintiera sobre mi fortuna, mi belleza o mi verano, me sentiría como un deficiente que vive arriba de mi casa y que en ocasiones le entra a la supermacizorra del piso octavo -valor no le falta- intentando impresionarla con el cuento de que se pasa el fin de semana en las discotecas de la ruta esnifando cocaína y pinchando discos porque trabaja de DJ.


Bien pensado, todo tiene su reverso. En ocasiones he dicho "qué bien voy a pasármelo" cinco minutos antes de empezar un recorrido por las estancias más grises del aburrimiento más horroroso. Quizá después de todo aún pueda encontrarle el gusto a este verano de papeleos, obreros, noches largas y calles solitarias... "Sólo se descubre un sabor a los días cuando se escapa a la obligación de tener un destino", dice Cioran. Es cierto, algunas de las mejores cosas de mi vida han pasado cuando menos previsibles resultaban, cuando a uno no se le ocurría planificar la diversión -que es por definición no planificable, como la emoción-... cuando he esperado trenes durante horas interminables, he observado el deambular de los insectos o he tenido los minutos necesarios para observar como declinaba el sol tras las montañas.





La estrella ausente, de Gianni Amelio, explora genialmente ese misterio de los momentos muertos, esos entreactos de la vida en los cuales decidimos al fin hablarle al vecino invisible, esos semáforos en rojo donde nos pasamos horas interminables y durante los cuales, a veces, descubrimos el amor más sincero del mundo en una anciana que lleva a su hijo a la piscina. Vean La estrella ausente, quizá entiendan mejor ese timing de los chinos que tanto nos desconcierta y del que tanto oímos hablar estos días con eso de las Olimpiadas.



Me aburro... Bueno, quizá no, quizá soy infinitamente feliz y solo me dé cuenta dentro de unos años, cuando sea más viejo y no sea mi casa sino mi cuerpo el que esté en obras. Mañana vienen los obreros, ¿quien me mandaría a mí...?

6 comments:

Anonymous said...

Ánimo, David. Yo he estado en Alemania, hospedado en Sasbachwalden, pasando unos días y disfrutando de un fresquito reparador en ciudadades como Friburgo. Visité la Universidad, claro. ¿Rastreando las huellas de Heidegger? No: yo me comportaba como un turista ordinario. Ahora me voy a Alicante y a Santander, en un ir y venir que me salvará del aburrimiento y del calor de Valencia. Yo no hago obras en verano. Mi última experiencia con chapuzas es invernal: con un carpintero que para revestir un armario necesitó un mes de golpes, sierras, serrín e invasión doméstica. En verano sólo me he atrevido a pintar yo mismo en un par de agostos o tres. ¿El primero? Cuando desapareció la Unión Soviética. La caída de la URSS me sorprendió enluciendo el salón de mi casa. La verdad es que no se lo recomiendo a nadie.

Lo dicho: ánimo.

Fdo.: Justo Serna

Anonymous said...

Eso, tú sigue contando tus viajes y hurgando en mis heridas. Siempre he pensado que uno emprende grandes obras por pura imprudencia o inexperiencia, por esa insensatez de no calibrar la distancia entre el sueño y la realización. Un sabio que presumía de vago dijo que cada vez que le tocaba coger un tren o incluso bajar a por el pan tenía que leerse primero la biografía de Alejandro Magno para animarse, tal que así le parecía la empresa que iniciaba. Seguid pasándolo bien, seguid. David.

Anonymous said...

Amigo David, espero que te sean leves esas reformas y lo lleves con filosofía, nunca mejor dicho.
El problema de las reformas, como el de otras tareas ingratas y onerosas, es que te pasas el curso relegándolas al verano, para luego no poder evitar lamentarlo.

Yo de momento no me he aburrido mucho: he leído una décima parte de lo que pretendía, pero esa suele ser la media para todos. Eso sí, algunos días me los tomo sabáticos (y no precisamente los sábados, que es cuando más trabajo; donde trabajo -como en todo el gremio hostelero-, cuanta más fiesta más trabajo, esa es la primera ley no escrita que uno aprende). Como decía un profesor mío del instituto, las vacaciones no son para no hacer nada, sino precisamente lo contrario, para hacer nada ("per a fer el no res, la no cosa" decía él), nada de provecho. El problema de esto es que uno llega a un punto en el que el propio hecho de descansar cansa.

Esta mañana he estado con nuestro amigo Alejandro Lillo. El hombre se va una semanita a Praga y me ha pedido que le sustuya en la Academia en la que da clases de repaso. Me he acordado de ti porque buena parte de mi cometido (aparte de velar por mi integridad física y sobre todo mental) será explicar a Nietzsche, Hume, Descartes o Platón. Espero que sus alumnos se apiaden de mi y colaboren un poco, aunque la verdad, viéndolos encerrados toda la mañana con sus apuntes y con el calor insufrible que hace en Valencia, me siento un privilegiado.

Hablando de alumnos y como sé que te interesa el tema, te mando un enlace sobre un libro que acaban de publicar. Su título es "Hijos de la Logse" y como puedes imaginar, su tema no es otro que el fracaso escolar que ha traido esta ley y sus variantes.
http://www.casadellibro.com/fichas/fichabiblio?codigo=2900001263954

En fin, que ya queda menos para que todo vuelva a la normalidad, a la par alagunos odiosa pero necesaria rutina

Anonymous said...

El estar de obras es siempre horrible. Yo prefiero hacerlas cuando estoy trabajando, así, al menos, no tengo que sufrirlas a todas horas, en vivo y en directo, ya que tengo la excusa de tener que irme a trabajar. A la vuelta de cada jornada te toca, eso si, la "sorpresa, sorpresa": a ver qué han hecho hoy y cómo. Pero los desastres no se minimizan si estás presente, qué va, por el contrario lo que se maximiza es el cabreo interior cuando estás full time. En fin, esa es por lo menos mi experiencia.
En cuanto a la otra experiencia, la de un agosto en la ciudad, yo la veo de otra forma. He de confesar que encuentro cierto morbo en la soledad de las calles, en la disponibilidad casi absoluta de aparcamientos, cines y restaurantes; en el plácido tempo que se respira en las tertulias nocturnas con los pocos amigos que quedan también; en el ritmo pausado que adquiere el trabajo, sin el teléfono sonando a todas horas, y la posibilidad de hacer aquello que tienes arrinconado por culpa de las urgencias diarias del resto del año. Me gusta, en fin, esa suave indolencia que nos invade a todos y que todos justificamos por aquello de que, a ver, estamos en agosto y, pobrecitos de nosostros, estamos aquí, trabajando... Siento que llegue septiembre y, con él, el bullicio y el ritmo trepidante, y el deseo de que llegue el finde para poder respirar, y la constatación de que los findes son muy cortos, y la desesperación de pensar en que el verano, agosto, está muy lejos aún.
David, disfruta de tu ciudad, adherida ahora, aún sin saberlo, al movimiento lento, una de las slow cities, mira por dónde ...
Saludos indolentes
Ana C.

Anonymous said...

Gracias a ambos por escribir y por estar.

Respecto a la cuestión filosófica de tu sustitución te ofrezco mi ayuda en lo que necesites, Paco. Desconocía lo del libro sobre los hijos de la logse pero gracias por la información y por el enlace porque me interesa y mucho. Creo que hay algo en todo este asunto que tiene eso que justo serna llamaría valor microhistórico. Algo está pasando en la escuela que tiene valor de síntoma, pero no ya del futuro que viene,sino de cosas que están pasando al conjunto de la sociedad. Por cierto, no te pierdas el artículo humorístico de Toni Martínez hoy en el País, sostiene la hipótesis de que todos somos becarios pero no nos atrevemos a confesarlo, incluso sarkozy es becario y sueña con que le hagan conserje estable, no te lo pierdas. Está en la revista de verano.

Sugerente y poético post, Ana.No se me había ocurrido lo de trabajar para evitar el full time. Sabía que iba a ser aburrido, pesado e incluso doloroso, pero debo confesar que por momentos he llegado a sentir miedo a algún vecino energúmeno irritado por los golpes de martillo, a que caiga un cascote a la calle y mate a alguien, a que el obrero de turno caiga por el balcón, en fin una fiesta continua., y solo llevo cuatro días.

Comparto la sensación de que las calles vacías ejercen cierta fascinación. Hoy, por ejemplo, en Valencia, el aire parece limpio y el cielo azul, cosa rara por estos bascosos lugares. Tres días con la casa hecha cisco pero sin obreros, sí creo que va a ser un hermoso fin de semana, pese a todo.

Álvaro said...

No te preocupes, David, lo último que vas a tener con albañiles en casa va a ser aburrimiento... que si perseguirlos para que no se meen en el hueco del armario empotrado, que si ponerte detrás de ellos para ver cómo la hacen hasta que te enseñan la raja del culo, que si recoger por las noches las bolas de papel de aluminio que esconden después del almuerzo, que si hacer recaos porque se han dejado una paleta, el tapajuntas...
Vas a estar de todo menos aburrido.
Y más si tienes suerte de que sean extranjeros, entonces encima podrás aprender idiomas.