Friday, September 26, 2008







JODIDO ESTRÉS













Casi siempre son la ingenuidad y la inexperiencia –y ya tiene delito a mi edad- las que me inclinan a complicarme la vida con empresas que a usted le pueden parecer menores pero que a mí terminan resultándome hercúleas. No fue el coraje el que me llevó a la osadía de subir al Dragón Khan, esa montaña rusa que alcanza velocidades increíbles y te pone seis veces boca abajo en una pequeña barcaza que a cada segundo parece a punto de saltar por los aires… fue la imprevisión. Alguien dijo “sube” y yo, que soy gilipollas, subí, tan fácil como si te dicen que te tires por la ventana y va y tú te tiras. Que después pasé los tres minutos más largos de mi vida, que mi corazón no se infartó de puro milagro y que por primera vez en mi vida noté ya en el suelo que las piernas me temblaban como si yo fuera un flan dhul… sí, es lo que tiene esa especie de estúpida vocación de Capitán Trueno que le lleva a uno a meterse en pantanos de lo que no sabe como va a salir después.


Nadie me obligó a meterme en obras, ninguna ley determinaba que debía pasarme el verano preparándome para acceder a tal o cuál plaza de la Universidad donde, bien pensado, tampoco se me ha perdido nada. ¿Qué profunda tara mental nos hace creer que seremos más felices viviendo en una casa más bonita? ¿Qué nos hace pensar que si nos contratan en la universidad es porque somos estupendos y nos sentiremos realizados espiritualmente explicándoles Kant a unos jóvenes a los que les interesará tan poco como a los adolescentes del instituto? Y finalmente, y aún asumiendo que a lo mejor a nuestro alrededor nos quieren un poquito más si de vez en cuando nos metemos en uno de esos fregados para “ser mejores, crecer espiritualmente” y todas esas fruslerías, ¿qué nos hace pensar que la estima de los demás merece tantos esfuerzos?










El resultado del Dragón Khan fue el vértigo, el de la reforma ha sido la desaparición de mis ahorros, y el de la Universidad que probablemente escojan a otro –y además harán bien-… pero el poso que a mí me queda es una misteriosa propensión al estrés. Mi padre me dijo una vez –ya en la fase experta de su vida- que mirando hacia atrás lo que le parecía más grato de su biografía no eran sus grandes logros, las aventuras, los emocionantes momentos de entrega a toda suerte de riesgos… sino más bien aquellos en que pudo estar tranquilo. “Los domingos pintando, leyendo el periódico, pasear por la playa con tu madre, la siesta bajo las palmeras… nada fue tan memorable y a la vez tan precario, ninguna felicidad estaba más en peligro… siempre, sobre aquellos momentos tan dulces de despreocupación, se levantaban las nubes amenazantes de algún desastre, siempre el destino me tenía alguna jugarreta preparada… y todo terminaba saltando por los aires.” Si a medida que voy cumpliendo años me va dando la impresión de que tenía razón, ¿por qué entonces tanta ambición? ¿de dónde vino este demonio que nos devora por dentro y nos empuja a buscar y a buscar lo que, de todas maneras, tampoco podrá calmarnos? Dijo Cioran que la pereza le dominaba de forma tan enfermiza que para decidirse a bajar a por el pan tenía antes que prepararse leyendo la biografía de Alejandro Magno.





Alejandro, Marco Polo, Magallanes…. esos nombres que infectaron dulcemente mi adolescencia me resultan ahora más incomprensibles que nunca… ¿qué buscaban? ¿qué querían encontrar tras los procelosos océanos?






Pero mi verdadero temor no habita esa tendencia a la pereza que a fin de cuentas no es cosa de la edad, pues me acompaña desde niño, y no me ha impedido en cualquier caso visitar medio mundo y subirme a las montañas más lejanas. Mi verdadero temor es el stréss. El stréss es una reacción del sistema nervioso ante el miedo a no poder seguir a la caravana y quedarnos atrás… marginados, abandonados, convertidos en parias o excluidos.... Desde que adquirimos uso de razón, nuestro entorno nos acostumbra a una serie de pautas y hábitos de conducta ordenados, una lógica disciplinar que la sociedad exige de nosotros para su propia supervivencia tanto como la nuestra. Quienes tienen facilidad para asimilar esa lógica tienden a sufrir menos y se adaptan mejor… quienes por la razón que sea –desde la falta de atención hasta la pereza o la pura estupidez- fracasan en su proceso de socialización terminan siendo alcohólicos o simples desechos de la vida o terminan volviéndose “aceptables” a cambio del esfuerzo inmenso claudicar en su indisciplina, no sin dejarse el alma llena de cicatrices y la sonrisa franca de la infancia dañada para siempre.
De mi mala socialización me han quedado algunas taras: un misterioso temblor ante la presencia de cualquiera que no forme parte de mi entorno más inmediato –y eso es decir dos o tres personas-, cierta propensión a la cólera que me hace cerrar los puños con rabia todas las mañanas hasta que consigo controlarla con el primer café y un inusual estilo de insomnio que se me va a apoderando con la edad.

Esto último viene preocupándome últimamente. Voy a la cama y concilio el sueño con pasmosa facilidad, pero dos y tres horas antes de que suene el despertador –que empieza ya a no servirme para nada- algún Espíritu de las Navidades Pasadas viene a recordarme que ese día he de madrugar para no llegar tarde al trabajo. Cuando era crío me quedé dormido una vez y llegué muy tarde a clase… No pasó nada, no me pegaron ni me castigaron ni los compañeros se rieron de mí, pero aquella falta de impuntualidad me creó un trauma. Sin darme cuenta, había claudicado, me había socializado… exactamente igual que unos años antes, cuando dejé de ir como me gustaba, es decir, en pelotas por el mundo, y asumí que tenía que vestirme y no ir por ahí mostrándole mi pequeño pene a las señoras. Así vamos interiorizando la obediencia que nos convierte en seres civilizados. Desde entonces ya no duermo tranquilo. Siempre una obligación que cumplir, alguien que puede molestarse o reñirnos por nuestra inobservancia, un inspector con pinta de Padre freudiano esperando reloj en mano nuestra llegada para reñirnos





Tuve una novia a la que irritaba la desidia con la que evitaba leer la mayoría de facturas o acudir al banco a revisar las cuentas. Le contestaba que, dado que soy propenso al stréss, temía que, como sucede a los hipocondríacos, el disponer de información terminaría privándome del sueño. Ella me reprochaba una y otra vez que aquello no era más que una excusa… pobre, nunca entendiste nada… Atribuimos a los demás una fortaleza de hierro que consideramos perdonable en nosotros, y cuando descubrimos que tienen debilidades, como la de no poder dormir por miedo a todo o como la de amarnos más de lo que pensábamos… entonces nos damos cuenta de que su sufrimiento era tan insoportable como el nuestro...



“Yo sobreviví al Dragon Khan”. Tengo una camiseta que lo dice. Tengo otra de “sobreviví a mi ex” y ahora voy a hacerme la de “sobreviví a una reforma”. Creo que mi salud cardiológica es buena… pero ando algo somnoliento por las mañanas. Ustedes me entienden.

8 comments:

Anonymous said...

Vaya! Veo que sí, realmente te preocupa el tema del estrés, es lógico, no es algo para tomarlo a risa, pero quizá deberías ir a que te lo miraran, no? No sé... es un simple consejillo jeje. Yo también tengo insomnio, y no es por ningún trauma ni nada por el estilo ni nada que me preocupe, creo que es mas bien que estoy nerviosa, pero el caso es que no sé por qué u.u' Espero que se te solucione ese problemilla del estrés.

Muaks^^

Ali

David P.Montesinos said...

Supongo que somos egoístas, las cosas nos empiezan de verdad a interesar en la medida en que nos afectan directamente a nosotros o a nuestros allegados. Piénsalo respecto a una película o una novela, es difícil que nos interese un personaje o una peripecia que no está para nada engarzada con algo de nuestra propia vida. Besos.

Anonymous said...

Puede que los momentos más inesperados, aquellos que parece que nuestra mente no controla, en los que totamos decisiones que sin duda nuestro cerebro no ha pensado dos veces, no sean los más gratos ni los que mejor recordaremos... ¿pero como sería una vida sin estos momentos?

Caeríamos en la rutina, en la aburrida e inagotable rutina... una vida privada de cualquier tipo de acontecimiento inesperado, de emociones no controladas. Perderíamos un poco lo que yo creo que muchas veces es la sal de nuestra vida, eso que nos hace sobrevivir al aburrimiento constante.

Fui este verano a Terre Mitica y si no fuera porque me ayudaron a actuar un poco sin pensar no habría subido en nada de nada, porque para miedosas yo la primera, pero no me arrepiento de ninguna de las decisiones impresibles que tomé ese día, ni de la mayoría de las que he tomado en mi vida.

No digo que esté bien eso de actuar sin pensar, porque nos puede llevar a cometer uno y mil errores... pero tampoco debemos descartarlo como algo que no nos puede deparar buenos recuerdos. De hecho los mejores recuerdos que tengo son de cosas que hice sin pensarmelo dos veces, pero supongo que conforme sea más mayor y tenga más experiencia en la vida sí que tenderé a buscar momentos más tranquilos y a valorarlos como también se merecen. Cosas de la edad supongo...

Un saludo

David P.Montesinos said...

...pero te aseguro, Amanda, que no por la edad deja uno de hacer cosas irresponsables, quizá la edad no te haga evolucionar de la manera que supones... a lo mejor está ahí la gracia

Alba said...

Joder que pasada de video, no tiene desperdicio: El sientendo la musica como loco, el tio que le mira con cara de decir ¿que coño?, el público..xDDD

Muy bueno la verdad es que si..

Anonymous said...

David, divertidísimo post. Lo he leído como un lenitivo para mi propia desazón. Te referiré mis propias experiencias relacionándolas con las tuyas. No sé, por si te sirven de algo.

Primero. Aún no he hecho reformas en casa (a pesar de que tiene veinticinco años la vivienda). No me me siento orgulloso: metí a un ebanista que estuvo un mes --un mes-- golpeando la madera para hacer un armario. El resultado del mueble fue horroroso, de pésimo acabado. ¿Por qué lo meteríamos en casa? Aún no me he repuesto.

Segundo. Yo competí por una plaza de profesor universitario el año 1991. La obtuve. Me produjo mucho estrés, claro. Luego me propuse aprender, leer, escribir y vivir: no competir más.

Tercero. He subido al Dragon Khan. Pero también a otras montañas rusas (EuroDisney, Terra Mítica). Me produjo tanto placer que aún estoy esperando a que alguien me vuelva a llevar. Se lo digo a mis hijos, pero no les veo intención.

David P.Montesinos said...

Estoy por llevarte yo, Justo, pero en ese caso te subes tú solo, pues de lo contrario verás a tu lado a un hombre ridículamente dominado por el pánico. Una experiencia de vértigo interesante me la contó un amigo este verano respecto a una visita al sur de Vietnam. Un templo de esos que se erigen en un cerro, a medida que uno va subiendo por la angosta torre, abierta, atravesada por los vientos, se suma al mirar abajo la altura del templo a la que ya has dejado atrás en el cerro. El tipo que me lo dijo, al contrario que yo, se considera sumamente resistente al vértigo, y dice sin embargo haberlas pasado canutas. A mí me entra sudor solo de pensarlo. Gracias por encontrar un hueco para pasar por aquí y ojalá tus ansiedades actuales, que me consta que son serias, se suavicen con el paso de las semanas.

David P.Montesinos said...

El video al que se refiere Alba es el de Simpathy for devil, de la mítica actuación de los Stones con la "protección" de los Ángeles del infierno, buscad en you tube, buscad, como ella dice es un alucine por muchos motivos, todo un epítome del mundo de los años sesenta. Quedaos con la cara que le pone el hell angel a Mick cuando este empieza a contorsionarse en la escena.