BOLONIA
Mis alumnos no asistieron hoy a clase. Lo hicieron como Dios manda, quizá incluso demasiado como Dios manda. Recibieron a un enlace sindical que les explicó los motivos de esta movilización, solicitaron los permisos paternos correspondientes para abandonar el centro haciendo uso del derecho de huelga, y hoy, simplemente, se ausentaron.
El motivo fundamental de su protesta es la aplicación del Plan de Bolonia a las universidades españolas. Teniendo en cuenta que dicho plan es de aplicación obligatoria en todo la Unión Europea desde 2010, no parece descabellado, muy al contrario, que sean precisamente los actuales alumnos de enseñanza secundaria o bachiller los que se manifiesten. De entrada, no comparto la alergia que algunos padres tienen ante este tipo de situaciones. El “tú te vas a clase” por sistema, presuponiendo que toda movilización es una pura insolencia y que los chicos no saben bien porque se manifiestan, de manera que utilizan la huelga como una excusa para tomarse un día de fiesta, parte de la premisa equivocada de que el único lugar donde transcurre la vida escolar es el centro físico de la vida académica. No pretendo convencer a nadie de que la calle es también una escuela, pues se trata de una obviedad que ustedes conocen de sobra, en todo caso creo que la huelga y la consiguiente manifestación es una manera de que la escuela se extienda a las calles, y no nada mejor puede ocurrirle a estos centros en que transcurre la vida académica, convertidos desde hace años en hermosos y tecnologizados centros de detención donde mantenemos confinados a los alumnos sin poder salir ni a comprar bollycaos, sin que nosotros mismos, los “docentes”, sepamos tampoco a ciencia cierta si somos encargados de guardería o carceleros… nada en cualquier caso que suene bien si nos olvidamos de toda la jerigonza pedagógica que disfraza de ultramodernidad lo que no es sino un complejo y siniestro dispositivo de poder cuya lógica y cuyos objetivos tan solo empezamos a vislumbrar.
Los alumnos tienen razón cuando protestan. No saben bien el porqué, pero tampoco saben muy bien por qué están en el Instituto o por qué escogerán tales o cuáles estudios futuros. El modelo de sociedad que presume de basarse en la información se alimenta justamente de la ignorancia en que se mantiene a los ciudadanos respecto a los fines generales de las instituciones en que transcurren sus vidas y, supuestamente, proyectan su futuro. Hasta el más “ACI” (alumno con dificultades de aprendizaje y necesidad de adaptaciones curriculares específicas) de mis niños sabe manejarse con un ordenador más hábilmente que yo. Las respuestas que dan a cualquier pregunta que les haga sobre sus vidas o sobre lo que sucede en su entorno vital inmediato demuestra que son por lo general despiertos e inteligentes. Ni siquiera estoy ya demasiado seguro de que sean tan indolentes o amorales como a veces se dice… en todo caso, si exhiben con frecuencia desmotivación o cierta impermeabilidad a la disciplina o reconocimiento de la autoridad es porque nunca se les ha explicado correctamente qué demonios hacen en un pupitre. Y eso, créanme, desmotiva mucho.
Por si acaso, trataré de ayudarles a encontrar motivos a su legítima inquietud. (Tengo la impresión desde hace mucho que cuando la gente sale a la calle a gritar no es tanto por chulería como más bien porque tiene miedo, a veces no sabiendo muy bien de qué, pero de algo que, en cualquier caso, se intuye que merece ser temido)
De entrada, el Plan de Bolonia tiene el defecto de que, como ya sucedió con las grandes leyes educativas españolas de los ochenta, ha sido gestada por brillantísimos especialistas, pero sin contar con quienes van a sufrirla a pie de obra, docentes y alumnos, cuya opinión en estos casos suele ser considerada más que nada como un estorbo. Bolonia es pues algo que “os van a hacer”… y ante ello, salir a la calle es no solo legítimo sino estrictamente necesario… se trata de algo tan simple como recordarles a los mandarines europeos aquello de “aquí estoy yo”.
Me he empollado el Plan de Bolonia. Si lo he entendido bien, lo que se proyecta es una verdadera revolución en las universidades europeas. Por más que a veces nos cuente entenderlo, cualquier historiador sabe que las universidades apenas han cambiado su modelo de funcionamiento en cinco siglos. Bolonia, si se aplicara en todas sus consecuencias, supone sacarlas de la Edad Media, así de tremendo es el asunto.
¿Quieren que concrete? Adiós a las clases magistrales por sistema –su relevancia pasa a ser menor en el currículum-, adiós por consiguiente a la lógica de los apuntes. Lo que habita en este trasfondo es el propósito de rentabilizar de verdad las nuevas tecnologías, no ya para hacer más fácil y rápido lo mismo de siempre, sino para hacer otra cosa. La universidad abierta y permanente deja ahora de ser un concepto residual y entramos en la era del aula virtual. Las implicaciones se abren al infinito: yo podré recibir clases a la hora que me convenga, el bilingüismo -e incluso el trilingüismo- se convertirá en práctica cotidiana, completaré mi currículum con clases de un profesor de la Sorbona que me gusta y se me examinará al respecto, las famosas becas Erasmus, que posibilitan el intercambio de alumnos entre países dejarán de ser una práctica presente para convertirse en poco menos que una obligación, las facultades se verán obligadas a dotarse de cursos de postgrado que financiarán las empresas interesadas, lo cual obligará a los departamentos –si no quieren ahogarse por falta de financiación- a garantizar el vínculo entre sus titulaciones y el mercado laboral, habrá empresas o particulares –es decir, cualquiera- que podrá ofertar cursos y aspirar a obtener financiación… Y esto es solo lo más llamativo, pero suficiente para hacernos idea del torbellino que se acerca, del que solo hemos empezado a despeinarnos con sus primeros aires y que amenaza con derribar a su paso a todo aquel que no tenga la capacidad de adaptación suficiente.
Mi conclusión es sencilla. La Universidad va a dejar de ser el estudio superior por excelencia de la élite de la sociedad, o incluso de la masa, como ya había empezado a ser, y pasa a convertirse en otra cosa que probablemente está por definir. Lo que sí alcanzo a intuir es que se traza a sí misma la obligación de atender a una demanda mucho más heterogénea y compleja. Así, un profesor podrá estar impartiendo su asignatura a un adulto, a un extranjero incapaz de hablar fluidamente las dos lenguas locales, a una persona que está pero no asiste, a uno que trabaja en un burger pero asiste cumplidamente a las tutorías, a un chico que vive en Venezuela y al que ha visto a través de una web cam… Una universidad en suma más flexible capaz de acomodarse a un entorno social de creciente complejidad, la complejidad propia de una sociedad globalizada, tecnológica y dominada por la sofisticada lógica del tardocapitalismo.
¿Les suena bien? A mí hace tiempo que no dejaron de ilusionarme estos saltos hacia la modernidad, tanto como resultan las píldoras que dicen garantizar la felicidad o aquel champú que acababa con la calvicie y te agrandaba además el pene. Si ustedes conocen bien la universidad española, seguramente ya intuyen que el motivo de mi escepticismo no es el Plan Bolonia en sí, sino la imposibilidad de aplicar su espíritu a un entorno ecológico tan peculiar como es el de nuestros estudios superiores. Algún genio decidió un día que la introducción de los conejos en Australia garantizaría un futuro de prosperidad y sin hambre para los nuevos pobladores del continente… y ya saben ustedes lo que pasó.
Les cuento una pequeña historia. Un amigo llegó recientemente a una escuela categorizada como de Innovación Tecnológica. Qué guay. Niños que han crecido en el aula con un portátil individual desde los cinco años. Impresionante dotación tecnológica y premio de no sé qué Consejería cada año, con las consiguiente prebendas para quienes dirigen el centro, especialmente interesados en que profesores como mi amigo, que da Lengua Española, continúe en el aula con críos que se niegan en redondo a coger un bolígrafo y un papel. El curso empezó el quince de septiembre… hasta hace unos días los ordenadores del centro no funcionaban. Ni uno. Todos estaban infectados por virus que ni los encargados del centro ni la empresa a la que le entregaban los artefactos enfermos sabían cómo curar. Mi amigo, antes de caer en la desesperación o suicidarse viendo cómo los niños ven pasar inútilmente las horas sin hacer nada, se ha planteado enseñarles a escribir, pero como ya les digo se muestran refractarios. Le he aconsejado que los saqué del aula y les enseñé a andar, pues es posible que no sepan. Cabe la esperanza de que por fin alguien mate a los bichitos y vuelvan a funcionar los ordenadores. Así, al final de curso, otro premio de Innovación Tecnológica.
Manifiéstate, aunque a tus padres no les guste.
El motivo fundamental de su protesta es la aplicación del Plan de Bolonia a las universidades españolas. Teniendo en cuenta que dicho plan es de aplicación obligatoria en todo la Unión Europea desde 2010, no parece descabellado, muy al contrario, que sean precisamente los actuales alumnos de enseñanza secundaria o bachiller los que se manifiesten. De entrada, no comparto la alergia que algunos padres tienen ante este tipo de situaciones. El “tú te vas a clase” por sistema, presuponiendo que toda movilización es una pura insolencia y que los chicos no saben bien porque se manifiestan, de manera que utilizan la huelga como una excusa para tomarse un día de fiesta, parte de la premisa equivocada de que el único lugar donde transcurre la vida escolar es el centro físico de la vida académica. No pretendo convencer a nadie de que la calle es también una escuela, pues se trata de una obviedad que ustedes conocen de sobra, en todo caso creo que la huelga y la consiguiente manifestación es una manera de que la escuela se extienda a las calles, y no nada mejor puede ocurrirle a estos centros en que transcurre la vida académica, convertidos desde hace años en hermosos y tecnologizados centros de detención donde mantenemos confinados a los alumnos sin poder salir ni a comprar bollycaos, sin que nosotros mismos, los “docentes”, sepamos tampoco a ciencia cierta si somos encargados de guardería o carceleros… nada en cualquier caso que suene bien si nos olvidamos de toda la jerigonza pedagógica que disfraza de ultramodernidad lo que no es sino un complejo y siniestro dispositivo de poder cuya lógica y cuyos objetivos tan solo empezamos a vislumbrar.
Los alumnos tienen razón cuando protestan. No saben bien el porqué, pero tampoco saben muy bien por qué están en el Instituto o por qué escogerán tales o cuáles estudios futuros. El modelo de sociedad que presume de basarse en la información se alimenta justamente de la ignorancia en que se mantiene a los ciudadanos respecto a los fines generales de las instituciones en que transcurren sus vidas y, supuestamente, proyectan su futuro. Hasta el más “ACI” (alumno con dificultades de aprendizaje y necesidad de adaptaciones curriculares específicas) de mis niños sabe manejarse con un ordenador más hábilmente que yo. Las respuestas que dan a cualquier pregunta que les haga sobre sus vidas o sobre lo que sucede en su entorno vital inmediato demuestra que son por lo general despiertos e inteligentes. Ni siquiera estoy ya demasiado seguro de que sean tan indolentes o amorales como a veces se dice… en todo caso, si exhiben con frecuencia desmotivación o cierta impermeabilidad a la disciplina o reconocimiento de la autoridad es porque nunca se les ha explicado correctamente qué demonios hacen en un pupitre. Y eso, créanme, desmotiva mucho.
Por si acaso, trataré de ayudarles a encontrar motivos a su legítima inquietud. (Tengo la impresión desde hace mucho que cuando la gente sale a la calle a gritar no es tanto por chulería como más bien porque tiene miedo, a veces no sabiendo muy bien de qué, pero de algo que, en cualquier caso, se intuye que merece ser temido)
De entrada, el Plan de Bolonia tiene el defecto de que, como ya sucedió con las grandes leyes educativas españolas de los ochenta, ha sido gestada por brillantísimos especialistas, pero sin contar con quienes van a sufrirla a pie de obra, docentes y alumnos, cuya opinión en estos casos suele ser considerada más que nada como un estorbo. Bolonia es pues algo que “os van a hacer”… y ante ello, salir a la calle es no solo legítimo sino estrictamente necesario… se trata de algo tan simple como recordarles a los mandarines europeos aquello de “aquí estoy yo”.
Me he empollado el Plan de Bolonia. Si lo he entendido bien, lo que se proyecta es una verdadera revolución en las universidades europeas. Por más que a veces nos cuente entenderlo, cualquier historiador sabe que las universidades apenas han cambiado su modelo de funcionamiento en cinco siglos. Bolonia, si se aplicara en todas sus consecuencias, supone sacarlas de la Edad Media, así de tremendo es el asunto.
¿Quieren que concrete? Adiós a las clases magistrales por sistema –su relevancia pasa a ser menor en el currículum-, adiós por consiguiente a la lógica de los apuntes. Lo que habita en este trasfondo es el propósito de rentabilizar de verdad las nuevas tecnologías, no ya para hacer más fácil y rápido lo mismo de siempre, sino para hacer otra cosa. La universidad abierta y permanente deja ahora de ser un concepto residual y entramos en la era del aula virtual. Las implicaciones se abren al infinito: yo podré recibir clases a la hora que me convenga, el bilingüismo -e incluso el trilingüismo- se convertirá en práctica cotidiana, completaré mi currículum con clases de un profesor de la Sorbona que me gusta y se me examinará al respecto, las famosas becas Erasmus, que posibilitan el intercambio de alumnos entre países dejarán de ser una práctica presente para convertirse en poco menos que una obligación, las facultades se verán obligadas a dotarse de cursos de postgrado que financiarán las empresas interesadas, lo cual obligará a los departamentos –si no quieren ahogarse por falta de financiación- a garantizar el vínculo entre sus titulaciones y el mercado laboral, habrá empresas o particulares –es decir, cualquiera- que podrá ofertar cursos y aspirar a obtener financiación… Y esto es solo lo más llamativo, pero suficiente para hacernos idea del torbellino que se acerca, del que solo hemos empezado a despeinarnos con sus primeros aires y que amenaza con derribar a su paso a todo aquel que no tenga la capacidad de adaptación suficiente.
Mi conclusión es sencilla. La Universidad va a dejar de ser el estudio superior por excelencia de la élite de la sociedad, o incluso de la masa, como ya había empezado a ser, y pasa a convertirse en otra cosa que probablemente está por definir. Lo que sí alcanzo a intuir es que se traza a sí misma la obligación de atender a una demanda mucho más heterogénea y compleja. Así, un profesor podrá estar impartiendo su asignatura a un adulto, a un extranjero incapaz de hablar fluidamente las dos lenguas locales, a una persona que está pero no asiste, a uno que trabaja en un burger pero asiste cumplidamente a las tutorías, a un chico que vive en Venezuela y al que ha visto a través de una web cam… Una universidad en suma más flexible capaz de acomodarse a un entorno social de creciente complejidad, la complejidad propia de una sociedad globalizada, tecnológica y dominada por la sofisticada lógica del tardocapitalismo.
¿Les suena bien? A mí hace tiempo que no dejaron de ilusionarme estos saltos hacia la modernidad, tanto como resultan las píldoras que dicen garantizar la felicidad o aquel champú que acababa con la calvicie y te agrandaba además el pene. Si ustedes conocen bien la universidad española, seguramente ya intuyen que el motivo de mi escepticismo no es el Plan Bolonia en sí, sino la imposibilidad de aplicar su espíritu a un entorno ecológico tan peculiar como es el de nuestros estudios superiores. Algún genio decidió un día que la introducción de los conejos en Australia garantizaría un futuro de prosperidad y sin hambre para los nuevos pobladores del continente… y ya saben ustedes lo que pasó.
Les cuento una pequeña historia. Un amigo llegó recientemente a una escuela categorizada como de Innovación Tecnológica. Qué guay. Niños que han crecido en el aula con un portátil individual desde los cinco años. Impresionante dotación tecnológica y premio de no sé qué Consejería cada año, con las consiguiente prebendas para quienes dirigen el centro, especialmente interesados en que profesores como mi amigo, que da Lengua Española, continúe en el aula con críos que se niegan en redondo a coger un bolígrafo y un papel. El curso empezó el quince de septiembre… hasta hace unos días los ordenadores del centro no funcionaban. Ni uno. Todos estaban infectados por virus que ni los encargados del centro ni la empresa a la que le entregaban los artefactos enfermos sabían cómo curar. Mi amigo, antes de caer en la desesperación o suicidarse viendo cómo los niños ven pasar inútilmente las horas sin hacer nada, se ha planteado enseñarles a escribir, pero como ya les digo se muestran refractarios. Le he aconsejado que los saqué del aula y les enseñé a andar, pues es posible que no sepan. Cabe la esperanza de que por fin alguien mate a los bichitos y vuelvan a funcionar los ordenadores. Así, al final de curso, otro premio de Innovación Tecnológica.
Manifiéstate, aunque a tus padres no les guste.
5 comments:
Lo del plan de Bolonia lo han hecho fatal. Además de que, no solo es que no nos hayan preguntado si nos interesa cambiar el plan educativo sino que no han dado ningún tipo de información. Lo poco que se sabe, lo saben los alumnos de historia y filosofía, fundamentalmente. El otro día, una amiga de pedagogía me comentó que habían dado una charla en su facultad, pero que obviamente solo habían resaltado las ventajas del plan, y para nada los inconvenientes (que ni los cometaron).
No sé que futuro tendré con este dichoso plan. Tal vez esté siete años estudiando, por no decir más, una carrera que en principio debería ser de cuatro o como mucho de cinco (en el caso de querer completar una licenciatura).
Me explico: estoy en segundo de carrera, dijeron que podíamos elegir si terminar cambiándonos al plan y tener la titulación de grado o acabar la licenciatura, pero solamente si acabas los cinco años enteros de esta misma carrera. Yo pensaba hacer un segundo ciclo de otra carrera, pero esa carrera que en principio todavía es de segundo ciclo, van a convertirla en una carrera de cuatro años, lo cual significa que cuando yo acabe el año que viene tercero de lo que estoy haciendo ahora, tal vez cuando intente cambiarme a la otra, que ya será carrera, en vez de entrar en cuarto (ya que ahora al ser de segundo ciclo, contiene los cursos 4º y 5º) podría entrar en tercero o incluso en segundo porque no me convalidasen las asignaturas que hice.
En fin no sé que beneficios tiene el plan de Bolonia, pero inconvenientes se le ve bastantes, sino no habría tanta huelga y tanta queja.
Por la facultad de historia se habla de ocupar la universidad, si no lo han hecho ya, no les quedará mucho, es una acción completamente desesperada, pero mientras se pueda luchar, se luchará hasta el final.
Un saludo
Todavía no sé exactamente qué es lo que pretende el plan Bolonia, pero por lo que leo en el blog y en el comentario de Amanda, no veo tantos inconvenientes.
Perdóname Amanda, pero lo que cuentas de tu carrera parece tan sólo un ajuste, o desajuste, de números.
Bolonia, ciertamente, debería ser algo más, y para ello sería necesaria la participiación de las comunidades implicadas.
Una vez más, amigo David, tu "post" llega en el momento adecuado. El pasado miércoles también hubo manifestación contra el plan de Bolonia delante de mi facultad. Esta tarde he ido a la Facultad de Filosofía y me he encontrado el hall como nunca lo había visto: ¡vaya panorama! Esta literalmente lleno de tiendas de campaña, sacos de dormir y colchones echados sobre el suelo. Eso por no hablar de un especie de cuerdas (de las que cuelguen pancartas y camisetas colgadas con pinzas) que unen ambos lados de lo que es el primer piso del edificio, sobrevolando las cabezas de los que suben las escaleras. No me ha hecho falta preguntar nada: esta todo lleno de expresivas pancartas e incluso me ha parecido ver lo que -se supone- eran un par de mesas de "Información" sobre la huelga, "sentada" o "dormida" (no sé muy bien lo que es).
Por pura casualidad, he comido también con dos licenciados en Filosofía. Han pasado por allí unos alumnos de filosofía, que nos avisaban de próximas sentadas y acampadas, de unas lecturas públicas de textos, me ha parecio escuchar. La verdad es que veo mal futuro para tu gremio, aunque, la verdad sea dicha, los profesores de instituto podeis estar orgullosos de los universitarios porque son de los pocos que estan armando ruido, un poco de forma descoordinada, pero ruido al fin y al cabo.
Si a alguno de los lectores de tu blog le pilla cerca, que se pase por esa facultad (Blasco Ibànez, 30) lo verá. Al margen del típico cachondeo de los tres o cuatro que aprovechan la excusa para pelarse las clases y pasarse el dia jugando a las cartas y fumando, la verdad es que no debe ser muy agradable eso de despertarte por la mañana en pleno hall de la facultad. En fin, queríamos ser europeos...
Lo que comenta Amanda es un problema puntual, pero, claro, es que en lo que se traduce el plan es en este tipo de problemas particulares del tipo, "es que a mí nadie me aclara si con este aparcamiento van a tirar mi casa y me voy a tener que ir a otro sitio". Suponga Bolonia o no una revolución cultural -y yo creo que su espíritu es ese- lo que a cada uno le preocupa es en que va a afectar a su vida. Amanda tiene un proyecto a largo plazo absolutamente razonable y que ahora queda en situación de incertidumbre. Esa es una razón para la inquietud -lo irresponsable aquí sería el pasotismo-, es un "quiero que ustedes me expliquen en que me afectará todo esto"... como cuando van a los foros los gestores del asunto se dedican a ponerlo todo de color de rosa, la gente se pone a sospechar. Y sospechar es de sabios.
Creo que Bolonia es algo más que un reajuste, como insinúa Margarita, el problema es que no estoy seguro de que estemos preparados para recibir su impacto sin que el efecto a la larga sea el de tener una educación -y me refiero en este caso a la universidad pública- peor de la que teníamos antes de la hermosa revolución que nos proponen. Yo conozco bien la LOGSE. Parecía el triunfo de la Razón, y al final ha sido el triunfo del caos. No sé si era un buen plan, posiblemente se le encargó a sabios tan sesudos como los de Bolonia, pero al final, lo que la logse ha conseguido es incorporar tan solo unas pocas ventajas que el sistema anterior eludía, pero cargarse todas, absolutamente todas las virtudes -que también las tenía- de aquel sistema tan denostado y anticuado. Revolución e integración en Europa -como dice Fuster-, vale, pero cuidado, los augurios más pesimistas que se hicieron respecto a reformas anteriores han tendido a confirmarse después en la práctica. ¿Confiamos ahora en los sabios? Yo creo que hay que protesta, y protestar, antes que lanzar pedradas, es exigir información de calidad. Y yo creo que no se está informando a los estudiantes de lo que se va a hacer con ellos, lo cual por cierto, se va a hacer "sin ellos".
Hace unos días estuve en la facultad de filosofía, y como dicen por arriba lo que te encuentras es flipante, tienes que esquivar colchones, tiendas, encuentras mesitas con fotos, lámparas, y libros, incluso pude ver una guitarra eléctrica y un amplificador, pancartas, ropa colgada, citas reivindicativas, reuniones de los alumnos, impresionante…
Lo del plan de Bolonia no es solo un reajuste, es estar unos años para ser un simple graduado universitario, y gastarte un pastón para ser algo mas, son más créditos, mas horas, carreras que probablemente con el tiempo desaparecerán (porque…¿ a que empresa le interesa un filósofo?) y mas inconvenientes para trabajar y estudiar a la vez, es tener mas dinero para poder estudiar…
¿Ciudadanía en ingles, prueba oral en ingles cuando el nivel no es lo suficiente alto, Bolonia…? Pues claro que hay que salir a la calle, el problema es cuando en los institutos los alumnos de un curso solo acuden el 5 % a clase y solo un 1 % de estos que no han ido acude a la manifestación…
Nos vemos en la calle…
Salud
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