CAMBIO CLIMÁTICO
La historia de la ciencia es tan antigua como la del poder… y como la de la estupidez.
Cuando Edison presentó su fonógrafo en una convención de sabios, uno de los ilustres, en el momento en que el aparatito empezó a demostrar sus capacidades, gritó desde el fondo de la sala: “¡Farsante, no seremos víctimas de un ventrílocuo!” Claro que, en ese caso, el impostor no fue el entusiasta inventor, sino el oligarca de los círculos del saber establecido que confundió la exigencia del rigor y la seriedad con el dogmatismo y la cerrazón de mente.
Wegener, por ejemplo, se pasó la vida tragándose insultos y agresiones de todo tipo por la osadía y la tenacidad con la que insistió en convencer a los científicos de su tiempo de la teoría de la deriva continental. Los avances que la cartografía venía registrando desde dos siglos antes daban a entender que su presunción de que los perfiles continentales encajaban no era ni mucho menos descabellada. Además, los estudios de Taylor, que demostraba la afinidad entre los materiales rocosos de las costas de América y Africa, apoyaban la infinidad de datos empíricos de índole geofísica, paleontológica o climática con los que Wegener trató de probar su teoría. Murió entre los hielos de Groenlandia, tras una serie de incursiones imprudentes, determinadas por el afán de saber, cuando todavía resonaban en su cerebro acusaciones como la de “conducta inmoral” recibidas por su insistencia en sostener y propagar sus delirantes concepciones. Eppur si muove, dijo en sordina Galileo tres siglos antes cuando su túnica ya había empezado a oler a chamusquina. Pues sí, los continentes se mueven, qué putada, sobre todo para todos aquellos sátrapas con poder en la comunidad científica cuya visión del mundo, por ejemplo en geología, los convirtió en reliquias de un modelo de conocimiento en desuso y destinado al olvido.
“La teoría de la deriva continental es un cuento de hadas. Una fantasía fascinante que ha cautivado la imaginación de mucha gente.” Esto lo dijo un tal Bailey Mills, prestigioso geólogo americano… ¿Saben en qué año? 1943… Y Willumssen, acompañante de Wegener en Groenlandia y cuyo cuerpo nunca fue hallado, se agitó furibundo en su tumba entre los hielos.
No me resulta nada placentero referirme al ex-Presidente del Gobierno José María Aznar, ya que el personaje me resulta insignificante y sus opiniones en cuestiones intelectuales son las propias de un indocumentado. Sentí vergüenza ajena el día en que, con el asunto de Al Qaeda como transfondo, habló en cierta prestigiosa universidad americana sobre “los moros que invadieron España” con el mismo acento paleto que se le pone cada vez que visita a Bush en su rancho de Texas. En estos días, nuestro amigo se ha descolgado revelando su posición negacionista respecto al cambio climático. Es curioso que los actuales dirigentes del PP se hayan desmarcado de tales posicionamientos, pues hace algunos meses, en plena campaña electoral, Rajoy echó mano de la autoridad de su primo –al parecer muy versado en estos asuntos- para ironizar sobre el alarmismo de las teorías en cuestión.
El primer posicionamiento de esa índole que recuerdo es de hace cerca de una década, cuando el tema de la contaminación atmosférica y las estadísticas referentes a subidas de temperaturas medias y a perturbaciones en las grandes corrientes oceánicas empezaba a plantear la hipótesis de un calentamiento global del planeta. Un veterano “Hombre del Tiempo” de la televisión franquista visitó la escuela para ilustrar a los niños en meteorología. Preguntado sobre el asunto, echó por tierra la polémica aprovechando para fustigar a los ecologistas con el argumento de que cuando un bosque se quema y se construye en los terrenos “los dueños de los chalets plantan árboles que sustituyen a los bosques que había”… a lo que añadió sin cortarse un duro que “la acumulación de sustancias contaminantes en la atmósfera dejaría sentir sus negativos efectos no antes de varios miles de años”. Y como dice mi madre en estos casos: “a vivir, y a comer pasteles.” Era un señor con bigote que salía en la tele años ha y algunos se convencieron de que podemos seguir haciendo todas las marranadas que nos apetezca que cuando el planeta se dé por enterado no quedarán sino las cucarachas o las bacterias.
Por lo general, estas formas de oscurantismo se alimentan de una imagen esperpéntica del ecologismo como un grupo de melenudos histéricos que lloran cuando matan a las focas en el Ártico y se lavan la cara por las mañanas con mierda de vaca para no gastar agua. Si conociéramos el currículum de quienes dirigen asociaciones con un historial tan admirable como Greenpeace, probablemente agrandaríamos la mueca de desprecio ante este tipo de intervenciones. No están en el fondo muy alejadas de las de aquel sargento chusquero y con bigote que dirigía la instrucción en el cuartel donde mi padre hizo la mili. El día en que les enseñó a disparar el dichoso cetme, iluminó a los reclutas con su visión sobre “la teoría del tal Newton que tanto se creen últimamente” (pese a haber sido enunciada en el XVII, hablaba de la teoría en cuestión como si se tratara de una moda reciente): “Vean ustedes, cuando disparo la bala termina cayendo… ¿Creen ustedes que lo hace por la gravedad esa? Pues no, señores, la bala cae por su propio peso” Y ahí quedó el tipo con sus santos huevos, gallardo y orgulloso mientras los quintos sudaban al sol del mediodía.
Me llama la atención la costumbre que tiene la derecha de buscar en sus oponentes los vicios de los que siempre –con razón- se les ha acusado a ellos. En su lejana juventud, Aznar se sintió muy cómodo con el franquismo, régimen de gobierno caracterizado, como toda dictadura, por mantener el miedo en el cuerpo de cualquiera que tuviera ganas de disentir del poder. Muchos como él, y en general la mayoría de los votantes veteranos del PP, han necesitado décadas de aprendizaje para darse cuenta de que la democracia no está tan mal –otros lo sabían antes, y por eso lucharon contra Franco-, pero les ha quedado la manía de advertir síntomas liberticidas en todos los que no comparten sus opiniones. Con cierta amargura, Aznar denuncia el espíritu inquisidor con el que los defensores del cambio climático persiguen y excomulgan a quienes dudan de la evidencia de dicha teoría. Probablemente haya entre los expertos en cambio climático algunas actitudes dogmáticas y poco dadas al debate. Pero, qué quieren que les diga, he encontrado a lo largo de mi vida muchos más inquisidores fuera del mundo de la ciencia que dentro de ella. Y los he encontrado sobre todo en ámbitos ideológicos ultraconservadores y ultracatólicos donde el matrimonio Aznar nada como pez en el agua.
En cualquier caso, el ilustre conferenciante, puestos a buscar la paja en el ojo ajeno, hubiera podido referirse al espíritu inquisidor de las viejas dictaduras del telón de acero, más en concreto de la de Stalin. Un biólogo llamado Lyssenko, hizo fortuna en la Unión Soviética como defensor de concepciones evolucionistas de corte lamarckiano, ya totalmente superadas por las de Darwin, lo que retrasó durante décadas el avance soviético en biología. La concepción de Lyssenko fue protegida y difundida en las escuelas del país debido a su amistad con Stalin y al hecho de que al dictador le parecían más adecuadas a la ideología del Partido Comunista que las defendidas por el darwinismo, que al parecer le sonaban mucho a “pro-capitalistas”. Ya lo ve, señor Aznar, los rojos también tienen cadáveres en el armario cuando de poner la ciencia al servicio de los intereses políticos se trata.
Dado que no me considero suficientemente documentado en esta materia, no seré yo quien aporte aquí argumentos a favor de la teoría del cambio climático. Sí tengo algunas intuiciones, empezando por la de que nunca se ha acumulado tanto dióxido de carbono en la atmósfera. La explicación que los divulgadores dan respecto a los efectos de tal fenómeno y su incidencia en el clima y, por tanto, en el equilibrio medioambiental, son perfectamente entendibles para cualquier crío de 4º de la ESO. Ahora bien, quizá Greenpeace y Al Gore nos manipulan a todos. Yo, sin embargo, tengo otras sospechas. Por ejemplo la de que muchas grandes empresas y, por qué no decirlo, grandes Estados, están especialmente interesados en pagar a personajes destacados para propagar la idea de que el cambio climático es un invento de cuatro profetas locos. De esa manera, la sociedad tardará más tiempo en obligar a los contaminadores a cargar con la responsabilidad de pagar por los males que causan sus sucias prácticas, desde los vertidos al mar y a la atmósfera, hasta el asfaltado abusivo de territorios, pasando por la tala intensiva de árboles o la sobreexplotación de recursos naturales. Y hasta que eso llegue, los beneficios de no pagar por ensuciar ya estarán a buen recaudo en los paraísos fiscales correspondientes. También alimento la sospecha de que, en el fondo, a la gente nos resulta más cómodo pensar que nuestros hábitos de consumo no tienen ninguna incidencia sobre la salud de este planeta que tan generosamente nos alberga. En todo caso, siempre puedo echarle la culpa a las grandes empresas del desastre mientras yo voy en pleno invierno en calzoncillos gracias a la potente calefacción que me he instalado en casa. El mensaje ecologista consiste precisamente en eso, en recordarnos que todos tenemos una responsabilidad para con nuestro entorno.
Cuando Edison presentó su fonógrafo en una convención de sabios, uno de los ilustres, en el momento en que el aparatito empezó a demostrar sus capacidades, gritó desde el fondo de la sala: “¡Farsante, no seremos víctimas de un ventrílocuo!” Claro que, en ese caso, el impostor no fue el entusiasta inventor, sino el oligarca de los círculos del saber establecido que confundió la exigencia del rigor y la seriedad con el dogmatismo y la cerrazón de mente.
Wegener, por ejemplo, se pasó la vida tragándose insultos y agresiones de todo tipo por la osadía y la tenacidad con la que insistió en convencer a los científicos de su tiempo de la teoría de la deriva continental. Los avances que la cartografía venía registrando desde dos siglos antes daban a entender que su presunción de que los perfiles continentales encajaban no era ni mucho menos descabellada. Además, los estudios de Taylor, que demostraba la afinidad entre los materiales rocosos de las costas de América y Africa, apoyaban la infinidad de datos empíricos de índole geofísica, paleontológica o climática con los que Wegener trató de probar su teoría. Murió entre los hielos de Groenlandia, tras una serie de incursiones imprudentes, determinadas por el afán de saber, cuando todavía resonaban en su cerebro acusaciones como la de “conducta inmoral” recibidas por su insistencia en sostener y propagar sus delirantes concepciones. Eppur si muove, dijo en sordina Galileo tres siglos antes cuando su túnica ya había empezado a oler a chamusquina. Pues sí, los continentes se mueven, qué putada, sobre todo para todos aquellos sátrapas con poder en la comunidad científica cuya visión del mundo, por ejemplo en geología, los convirtió en reliquias de un modelo de conocimiento en desuso y destinado al olvido.
“La teoría de la deriva continental es un cuento de hadas. Una fantasía fascinante que ha cautivado la imaginación de mucha gente.” Esto lo dijo un tal Bailey Mills, prestigioso geólogo americano… ¿Saben en qué año? 1943… Y Willumssen, acompañante de Wegener en Groenlandia y cuyo cuerpo nunca fue hallado, se agitó furibundo en su tumba entre los hielos.
No me resulta nada placentero referirme al ex-Presidente del Gobierno José María Aznar, ya que el personaje me resulta insignificante y sus opiniones en cuestiones intelectuales son las propias de un indocumentado. Sentí vergüenza ajena el día en que, con el asunto de Al Qaeda como transfondo, habló en cierta prestigiosa universidad americana sobre “los moros que invadieron España” con el mismo acento paleto que se le pone cada vez que visita a Bush en su rancho de Texas. En estos días, nuestro amigo se ha descolgado revelando su posición negacionista respecto al cambio climático. Es curioso que los actuales dirigentes del PP se hayan desmarcado de tales posicionamientos, pues hace algunos meses, en plena campaña electoral, Rajoy echó mano de la autoridad de su primo –al parecer muy versado en estos asuntos- para ironizar sobre el alarmismo de las teorías en cuestión.
El primer posicionamiento de esa índole que recuerdo es de hace cerca de una década, cuando el tema de la contaminación atmosférica y las estadísticas referentes a subidas de temperaturas medias y a perturbaciones en las grandes corrientes oceánicas empezaba a plantear la hipótesis de un calentamiento global del planeta. Un veterano “Hombre del Tiempo” de la televisión franquista visitó la escuela para ilustrar a los niños en meteorología. Preguntado sobre el asunto, echó por tierra la polémica aprovechando para fustigar a los ecologistas con el argumento de que cuando un bosque se quema y se construye en los terrenos “los dueños de los chalets plantan árboles que sustituyen a los bosques que había”… a lo que añadió sin cortarse un duro que “la acumulación de sustancias contaminantes en la atmósfera dejaría sentir sus negativos efectos no antes de varios miles de años”. Y como dice mi madre en estos casos: “a vivir, y a comer pasteles.” Era un señor con bigote que salía en la tele años ha y algunos se convencieron de que podemos seguir haciendo todas las marranadas que nos apetezca que cuando el planeta se dé por enterado no quedarán sino las cucarachas o las bacterias.
Por lo general, estas formas de oscurantismo se alimentan de una imagen esperpéntica del ecologismo como un grupo de melenudos histéricos que lloran cuando matan a las focas en el Ártico y se lavan la cara por las mañanas con mierda de vaca para no gastar agua. Si conociéramos el currículum de quienes dirigen asociaciones con un historial tan admirable como Greenpeace, probablemente agrandaríamos la mueca de desprecio ante este tipo de intervenciones. No están en el fondo muy alejadas de las de aquel sargento chusquero y con bigote que dirigía la instrucción en el cuartel donde mi padre hizo la mili. El día en que les enseñó a disparar el dichoso cetme, iluminó a los reclutas con su visión sobre “la teoría del tal Newton que tanto se creen últimamente” (pese a haber sido enunciada en el XVII, hablaba de la teoría en cuestión como si se tratara de una moda reciente): “Vean ustedes, cuando disparo la bala termina cayendo… ¿Creen ustedes que lo hace por la gravedad esa? Pues no, señores, la bala cae por su propio peso” Y ahí quedó el tipo con sus santos huevos, gallardo y orgulloso mientras los quintos sudaban al sol del mediodía.
Me llama la atención la costumbre que tiene la derecha de buscar en sus oponentes los vicios de los que siempre –con razón- se les ha acusado a ellos. En su lejana juventud, Aznar se sintió muy cómodo con el franquismo, régimen de gobierno caracterizado, como toda dictadura, por mantener el miedo en el cuerpo de cualquiera que tuviera ganas de disentir del poder. Muchos como él, y en general la mayoría de los votantes veteranos del PP, han necesitado décadas de aprendizaje para darse cuenta de que la democracia no está tan mal –otros lo sabían antes, y por eso lucharon contra Franco-, pero les ha quedado la manía de advertir síntomas liberticidas en todos los que no comparten sus opiniones. Con cierta amargura, Aznar denuncia el espíritu inquisidor con el que los defensores del cambio climático persiguen y excomulgan a quienes dudan de la evidencia de dicha teoría. Probablemente haya entre los expertos en cambio climático algunas actitudes dogmáticas y poco dadas al debate. Pero, qué quieren que les diga, he encontrado a lo largo de mi vida muchos más inquisidores fuera del mundo de la ciencia que dentro de ella. Y los he encontrado sobre todo en ámbitos ideológicos ultraconservadores y ultracatólicos donde el matrimonio Aznar nada como pez en el agua.
En cualquier caso, el ilustre conferenciante, puestos a buscar la paja en el ojo ajeno, hubiera podido referirse al espíritu inquisidor de las viejas dictaduras del telón de acero, más en concreto de la de Stalin. Un biólogo llamado Lyssenko, hizo fortuna en la Unión Soviética como defensor de concepciones evolucionistas de corte lamarckiano, ya totalmente superadas por las de Darwin, lo que retrasó durante décadas el avance soviético en biología. La concepción de Lyssenko fue protegida y difundida en las escuelas del país debido a su amistad con Stalin y al hecho de que al dictador le parecían más adecuadas a la ideología del Partido Comunista que las defendidas por el darwinismo, que al parecer le sonaban mucho a “pro-capitalistas”. Ya lo ve, señor Aznar, los rojos también tienen cadáveres en el armario cuando de poner la ciencia al servicio de los intereses políticos se trata.
Dado que no me considero suficientemente documentado en esta materia, no seré yo quien aporte aquí argumentos a favor de la teoría del cambio climático. Sí tengo algunas intuiciones, empezando por la de que nunca se ha acumulado tanto dióxido de carbono en la atmósfera. La explicación que los divulgadores dan respecto a los efectos de tal fenómeno y su incidencia en el clima y, por tanto, en el equilibrio medioambiental, son perfectamente entendibles para cualquier crío de 4º de la ESO. Ahora bien, quizá Greenpeace y Al Gore nos manipulan a todos. Yo, sin embargo, tengo otras sospechas. Por ejemplo la de que muchas grandes empresas y, por qué no decirlo, grandes Estados, están especialmente interesados en pagar a personajes destacados para propagar la idea de que el cambio climático es un invento de cuatro profetas locos. De esa manera, la sociedad tardará más tiempo en obligar a los contaminadores a cargar con la responsabilidad de pagar por los males que causan sus sucias prácticas, desde los vertidos al mar y a la atmósfera, hasta el asfaltado abusivo de territorios, pasando por la tala intensiva de árboles o la sobreexplotación de recursos naturales. Y hasta que eso llegue, los beneficios de no pagar por ensuciar ya estarán a buen recaudo en los paraísos fiscales correspondientes. También alimento la sospecha de que, en el fondo, a la gente nos resulta más cómodo pensar que nuestros hábitos de consumo no tienen ninguna incidencia sobre la salud de este planeta que tan generosamente nos alberga. En todo caso, siempre puedo echarle la culpa a las grandes empresas del desastre mientras yo voy en pleno invierno en calzoncillos gracias a la potente calefacción que me he instalado en casa. El mensaje ecologista consiste precisamente en eso, en recordarnos que todos tenemos una responsabilidad para con nuestro entorno.
Tengo una vecina que se queja de que los perros del vecindario vienen a cagarse en la pequeña parcela de tierra que hay en torno a un hermoso árbol junto al patio del edificio. Me dijo que habría que asfaltar la parcela y talar el árbol, pero que los ecologistas se oponían: “a mí es que me caen muy mal los ecologistas”. Sí que son cabrones, sí, no quieren talar el único árbol que queda en la zona. Yo, personalmente, prefiero echarles la culpa a los indeseables que llevan a los perros a cagar en mi casa y no en la suya, a los cuales por cierto no se les ocurre activar la bolsita correspondiente para que la cosa no se quedé a unos metros de mi balcón toda la noche, como viene pasándome desde que llegué a este barrio. A Aznar también le caen mal los ecologistas. Seguro que si tiene perro lo envía a cagar a mi casa… la culpa es del árbol.
“Seguir discutiendo sobre esa fantástica teoría es perder el tiempo y confundir las mentes de los estudiosos”. Esto también lo dijo el ínclito Bayley Mills sobre Wegener y su teoría de la deriva continental. ¿No les suena?
6 comments:
Bueno, David, lo del ciudadano Ánsar no tiene nombre. Yo creo que va a estar dando por saco hasta el fin de sus días. Cuanto más lo veo más me avergüenzo, pero bueno, ¡qué le vamos a hacer! Habrá que soportar sus barbadidades y ridiculeces con estoicismo y sin perder el humor, que de todo tiene que haber en la viña del señor. Pero lo de este muchacho es digno de estudio, sobre todo clínico, te lo aseguro.
Con respecto al cambio climático es más de lo mismo: risas, cachondeo, murmullos, miradas condescendientes... y luego, ¡pum!, lamentos, lloros y desviación de responsabilidades. Cuando no haya agua dulce y nos limpiemos la cara con mierda de vaca (¡qué bueno, tío!) más de uno se la tendría que tragar.
Por cierto, lo del perro también es buenísimo. ¡Vaya razonamiento lógico! Isabel está pensando en adelantarse al cambio climático y restregarles por la cara a los dueños de los chuchos la mierda que sus perros dejan en medio de la calle. Saludos.
En primer lugar creo, que como siempre pasa con la política y los medios de comunicación, se ha sacado de contexto lo que dijo Aznar. No creo que quisiera decir exactamente que lo del cambio climático es un mito y una teoría no fundamentada. Yo creo que más bien quería hacer una crítica a los ecologistas extremos... esos que piensan que todos deberíamos ser vegetarianos, y que es perfecto que multen a todos aquellos que no reciclen en casa (que ya me dirán ustedes cuantos de nosotros separamos la basura en casa)... esos ecologistas que son capaces de casi cualquier cosa (incluso de volver a la vida del siglo XV con tal de contaminar lo menos posible), no hemos de olvidar que estamos en una sociedad que avanza gracias a las nuevas tecnologías (que en realidad son la principal, no exclusiva obviamente, causa del cambio climático, por eso de los vertidos y el CO2 que envían a la atmósfera)¿y por ello deberíamos retrodecer para acabar con esa causa y volver a la situación de siglos anteriores? Quiero decir que, estoy de acuerdo con que hay que hacer algo y ya es hora de actuar para poder hacer que las futuras generaciones de la Tierra
puedan disfrutar del mundo como lo hemos hecho nosotros; pero tampoco tenemos que exagerar y sacrificar cualquier cosa por reducir la emisión de gases en un 1%, además de que ningún político estaría dispuesto a sacrificar cualquier cosa. La opinión de Aznar es la que tienen muchas más personas... no veo por qué ahora que no gobierna sigue teniendo tanta repercusión lo que él piensa, cuando se trata de una persona completamente normal cuya opinión es tan válida como la mía o la de ustedes, y no creo que se le deba dar una mayor importancia.
Respecto a los perros que cagan en la puerta de tu casa... a mi también me dan rabia esos dueños de perros que creen que son lo bastante responsables para criar a un perro y luego no son capaces de recoger esos regalitos, que ahora en época de lluvia, son más desagradables que nunca.
Un saludo
Saludos, Amanda, al menos estamos de acuerdo con lo de las cagadas de los perros. Lo siento, pero el ciudadano Aznar se ríe del cambio climático... no hay más que mirar el contexto de sus declaraciones. Afortunadamente los que intentan mandar ahora en el PP ya no le hacen mucho caso, pero no vayas a creer que porque no sea Presidente, no tiene influencia dentro de su partido. Saludos.
Hola, queridos Alejandro y Amanda, y gracias por vuestros comentarios. Antes que nada quiero Alejandro disculparme porque espero que no te moleste la alusión que pienso hacer en el blog de Justo Serna de la librería Viridiana -tu competencia- que cumple cuarenta años y me parece una empresa admirable y ejemplar.
No sé si vistéis el film "Gracias por fumar". Un tío listo cobra de empresas impresentables, como Philip Morris, máxima expendedora mundial de tabacos, para defender públicamente asuntos intolerables. Así, el tipo tiene la cara dura de aparecer en debates de la tele o en los periódicos diciendo que el tabaco es muy beneficioso para la salud y que todo lo del cáncer y demás enfermedades asociadas es una leyenda de cuatro colgados interesados en perjudicar a las tabaqueras. Cuando se pelea con Morris, el tío recibe una oferta creo recordar que de una asociación de defensores de la pederastia... Ahí acaba la película, por suerte, porque no quiero imaginarme al tipo en debates públicos cobrando fortunas por defender la conducta de tales señores.
Bien, a donde quiero ir a parar es a que la opinión de Aznar, como dice Amanda, es irrelevante en estos asuntos... La pregunta es ¿por qué entonces se pronuncia al respecto si no tiene ni idea? Podríamos decir lo mismo de la verborrea de un taxista que habla sobre lo que no sabe... sí, pero es que al taxista no le hacemos caso, nadie se lo toma en serio, por contra el ex presidente Aznar es una persona a la que hace caso muchísima gente en este país, ha desempeñado un cargo de máxima responsabilidad y debería ser consecuente con el poder que el mismo ha ejercido, por ejemplo cuando firmó el protocolo de Kyoto sobre el control de la emisión de gases a la atmósfera. ¿Lo firmó pese a no compartirlo? Si no fuera una figura influyente su opinión no merecería ni una línea, el problema es que sí es influyente y, por desgracia, muy influyente.
No pareces Amanda desconocer el tema por la manera en que te refieres a él. Ahora bien, que la gente no sea consecuente con el ecologismo más o menos aceptado mediáticamente no significa que haya que abandonar la partida. Actos y no palabras ni anuncios bonitos en la tele, estoy de acuerdo. Ahora bien, el concepto de consumo responsable me parece sumamente válido. Ayer mismo leí un estudio en internet que evidenciaba la imposibilidad de mantener el ritmo actual de producción de desechos no reciclables, hasta el punto de que habríamos de encontrar un planeta nuevo antes de unas décadas. Es más cómodo hacer caso a la gente como Aznar, cuyas relaciones con agentes altamente contaminantes son muy fluidas, y pensar que podemos seguir como hasta ahora sin que pase nada... pero, qué voy a deciros, a mí me parece irresponsable.
Hey David, que tal makina?
Que sepas que sigo a diario tu blog!
Estoy intentando mandarte el cómic que hice el año pasado sobre el cambio climático. Aunque el dibujo lo encuentro bastante desfasado el guión sigue gustándome mucho, creo que está bastante documentado.
El problema es que no encuentro tu e-mail por ningún sitio. Mandame tu dirección a carlesesquembre@hotmail.com.
Me hace mucha ilusión que lo leas y que me des tu opinión.
Un abrazo!
P.S: Si subes a Barcelona ya sabes que tienes casa donde quedarte y lo que haga falta!
Carles Esquembre
Gracias por el cómic, Carles.
Gracias a quienes de vez en cuando os acordáis de mí.Me alegra siempre saber de algunos ex-alumnos que me dejaron huella desde mi guarida del aula 18. Ojalá nos veamos pronto. David.
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