ESPECULACIÓN
Resulta tentador formar parte del lloroso ejército de las víctimas. Son otros entonces los culpables de mis males... Lobos de mirada aviesa y a los que, si uno se fija un poco, resulta que les brilla un colmillo. La crisis económica que se ha instalado a lo largo y ancho del planeta se desencadenó a partir de las subprimes -hipotecas basura norteamericanas-, o lo que es lo mismo, ha sido la inagotable codicia de banqueros y especuladores la que nos ha llevado irresponsablemente a la ruina. Es posible que por el camino hayan caído con estrépito algunos cuerpos orondos, pero estamos muy lejos de tener que ir mirando al cielo cuando paseemos por Wall Street por si se nos echa encima algún millonario precipitado al vacío tras saber que sus acciones ya no valen nada. La razón, partiendo de la base de que quien se ha forrado de pasta es el más pillo, es que los grandes ejecutivos e inversores de este gran casino de especuladores en que se había convertido el capitalismo tenían ya muy bien pertrechados los paracaídas.
Este fenómeno explica por qué cuando se han intervenido bancos por los gobiernos en distintos países como EEUU o Gran Bretaña, los irresponsables gestores que habían llevado la empresa a la catástrofe hubieron de ser "despedidos" con multimillonarias indemnizaciones porque ya se habían encargado ellos anteriormente de blindarse por si esto pasaba. Paradojas estamos presenciando unas cuantas últimamente. Por ejemplo, se habla alegremente del regreso de la doctrina Keynes, aplicada con éxito desde el crack del 29 y que supone otorgar al Estado poder de intervención real en la economía. No se trata ya solo de funcionar como entidad reguladora, sino de convertirse en genuino inversor, todo lo cual supone la liquidación definitiva del sueño dogmático del liberalismo heredado de la tradición de Adam Smith: el principio de la Mano Invisible o, lo que es lo mismo, la idea de que el Mercado genera prosperidad en las sociedades sin requerir más regulación o control que su propia dinámica interna. Tengo la sospecha de que el renacer liberal de las dos últimas décadas, propiciado a partir de las doctrinas Reagan-Thatcher, era un poco de mentirijillas, un salto con red... Los grandes financieros siempre pensaron que podían aumentar la burbuja especulativa, pues el día que estallara ellos estarían blindados, y en cualquier caso el Estado acabaría interviniendo para reflotarlas y evitar el desastre. La paradoja consecuente la hemos presenciado en los últimos meses: al inyectar liquidez sobre las bancos, lo que está haciendo el ejecutivo español es pedirnos dinero para dárselo a los banqueros de manera que estos puedan después prestárnoslo... obviamente con un magnífico interés.
Claro que toda esta trama surrealista solo es una parte del relato de la crisis. Acabo de terminar el último ensayo que la admirable editorial Anagrama publica a Vicente Verdú, El capitalismo funeral. La crisis o la Tercera Guerra Mundial. Verdú cultiva un estilo de análisis que, dependiendo del humor del que uno se levante, puede llegar a resultar hipnótico o irritante, lo cual le acerca -todavía más- a su verdadera fuente ideológica: el filósofo francés recientemente desaparecido Jean Baudrillard, cuya mirada resultó siempre particularmente sugestiva pero también, en ocasiones, delirante. La prosa de Verdú guarda mucho del sabor los mejores textos de Baudrillard, una lógica misteriosa que parece hacerse fuerte a partir de su propia paradoja, un discurso seductor y que, de alguna extraña manera, se hace sitio solo a partir de su radical imposibilidad, como si sólo se pudiera decir lo que se dice a partir de la metáfora. ¿Retórica hueca y esteticista? Se recusa el pensamiento francés desde Lyotard y desde antes en esos términos, en gran medida por una asimilación simplista y por tanto cómoda de la etiqueta de "postmodernidad" . Leamos pues.
La metáfora que hace posible interpretar el mensaje del texto es la que asocia la crisis global que padecemos con ese concepto ya convertido en categoría filosófica llamado Tercera Guerra Mundial. Después de una larga fase de economías expansivas, las grandes potencias estarían ya maduras para dirimir sus diferencias a cañonazos. Si eso no ocurre -aparentemente- es porque ahora los cañones disparan algo peor que obuses de mortero y, sobre todo, porque los efectos devastadores de la guerra sobre el enemigo se están consiguiendo por otros canales menos sangrientos. Cierre empresarial masivo, colapso de la actividad inversora, paro, conflictividad social... Diríase incluso que la presencia masiva en nuestros arrabales de grandes edificios vacíos, de los que no pudo venderse ni una vivienda, son efecto de la bomba de neutrones, que mata a todo bicho viviente pero deja incólumes las instalaciones (cómo mola). En todo, y sobre todo en las mentes, nos hallamos en medio de una nueva gran guerra global. Esta hipótesis puede parecer sugerente -a mí, una vez leído el libro, me lo parece francamente- o la boutade de un sociólogo sin rigor académico y muchas ganas de epatar y vender libros.
No obstante, el punto en el que este luminoso escrito de casi doscientas páginas empieza de verdad a dejarme poso es ese en el cual pone entre interrogantes los clishés a los que hemos acostumbrado nuestro pensamiento en relación a la crisis. ¿Especulación y dinero tóxico? En realidad el capitalismo fue especulativo siempre. Jamás hubiera alcanzado el éxito si, junto a la mesura y el equilibrio del inversor tradicional, no hubieran aparecido esos aventureros que se dispusieron como visionarios a arriesgar capitales, mercancías y vidas para abrir una nueva veta de mercado en las selvas y los desiertos donde nadie se atrevía a internarse. La prosperidad que asociamos al capitalismo y de la que disfrutamos no se habría conseguido sin esa necesidad de aumentar el valor del dinero que obsesionó a quienes, como Luis de Santangel, tuvieron luces y osadía para financiar viajes tan delirantes como el de Cristobal Colón a las Indias. El ciclo se repite de forma recurrente, dice Verdú: cuando sobreviene una nueva crisis, el dedo acusador se lanza sobre los especuladores como genuinos responsables del desastre.
Este razonamiento, discutible pero sumamente astuto, conduce mi reflexión hacia la cuestión que da sentido a este artículo: ¿somos los ciudadanos simples víctimas de la maldad de los depredadores del capitalismo? No pretendo refugiarme en la comodidad del "todos son culpables", maximalismo que lleva la búsqueda de causas a un terreno tan difuso que estrangula la posibilidad de distribuir responsabilidades, pero creer que los culpables de todo son unos cuantos malvados es también una manera de no asumir las propias.
Seamos claros, la mayoría de las personas que conozco han vivido durante la última década por encima de sus posibilidades. La máxima de que endeudarse es sano, correlativa a la de que solo los cutres dejan de pedir préstamos al banco, ha sido un factor vertebrador de la conducta de los españoles durante estos años. Dejenme que les haga una pequeña radiografía del asunto.
Conozco personas que, cada vez que un inmigrante ilegal roba en el supermercado, la hija de los vecinos se queda embarazada o dos gays se casan, insiste en el remoquete de que "con Franco vivíamos mejor", pero se olvida entonces de que en los últimos años ha instalado un sistema de calefacción maravilloso en toda la casa, se ha comprado un coche de veinticinco mil euros y paga televisión por cable para ver el canal de Play Boy y los partidos del Madrid. Conozco a tipos muy grises y muy paletos que me han explicado cómo poner la boca para beber vino y la diferencia entre el caviar de esturión y el de salmón... ellos, que jamás supieron distinguir el tocino de la velocidad y que se pasaron la vida viendo películas de Ozores. Algunos se consideran expertos en invertir en bolsa y se han llenado la casa de libros hermosos que no piensan leer y DVDs que jamás visionarán.
Este país está lleno de listos. Conozco a funcionarios muy traumatizados por las últimas debacles electorales de la izquierda que se las arreglan para pillar duros de las maneras más corruptas y mezquinas. Hay simpáticas ancianitas que alquilan casas como las de el piso que tengo arriba, y que pueblan sin contrato y de forma cíclica de prostitutas que simulan orgasmos tremendos a las cinco de la mañana, solteros que organizan fiestas y me inundan de agua el balcón... Cada vez que pido cuentas a la ancianita se me escapa por peteneras, me reconoce que son "una gentuza", pero no parece tener la más mínima intención de reprenderles ni pierde la alegría que mensualmente le supone cobrar una buena pasta en negro a fin de mes con la que se va con sus amigas a jugar al bingo. Eso sí, las vecinas que le conocen "de toda la vida" dicen que es una gran persona y que comulga semanalmente y me ponen mala cara cuando les muestro mi visible irritación.
Las frases típicas de usureros se extienden a toda la ciudadanía, lo cual quiere decir que también se extiende el espíritu y la ideología de tales hijos de puta: "Su dinero me interesa", "la empresa debe ganar siempre" o mi preferida "Ese no es mi problema"... Fórmulas de este tipo, por lo visto aprendidas en libros de autoayuda para convertirse en líder me llegan y no de labios de depredadores de Wall Street, sino de mis vecinos, mis amigos y mis compañeros de trabajo. Este país está lleno de listos que creen poder vivir sin trabajar, merecer ostentar grandes fortunas, robar impunemente a la comunidad... y que no tienen después ningún recato en echar la culpa de todo a ZP o a los inmigrantes.
Seamos sinceros: es la alegría con que la gente común ha acudido al banco a pedir gigantescos créditos para comprarse casas nuevas con garaje a las que creían tener derecho lo que ha propiciado la actual angustia. Conozco muchas personas que han comprado varias casas pensando que el precio seguiría subiendo y que después las venderían y se forrarían. Es un procedimiento muy astuto y perfectamente aceptable dentro de la lógica del capitalismo financiero en que nos hallamos, pero democratizar los procedimientos especulativos no los hace más nobles ni menos tóxicos. Si la culpa es de Madoff, entonces la culpa es de todos los que especulan, es decir, de millones de ciudadanos.
Dice Verdú: "Para que una burbuja financiera se forme no basta con el ansia y la astucia del especulador, sino que es indispensable la colaboración entusiasta de mucho público"
No dejo de acordarme de lo que me contó un viejo cajero de banco cuando el episodio de la estafa del Forum Filatélico, cuyos afectados parecen estar muy convencidos de que debe ser el Estado, es decir todos, los que sufraguemos su insensata genialidad de creer a quienes les ofrecían duros a dos pesetas. "Me venían clientes del banco de toda la vida que querían acciones del Forum ese... Yo les decía que eso no estaba claro, que tuvieran cuidado... Y todos me contestaban lo mismo, que su vecino se había forrado y que ellos no querían quedarse atrás, que era de tontos no invertir"
Verdú explica este fenómeno magristralmente en El capitalismo funeral: "Se afirma también en las informaciones sobre la crisis que ha sido la extrema codicia de unos cuantos desalmados la que ha llevado la economía al abismo, y efectivamente los vicios de la avaricia o la codicia pueden abocar a la perdición (del cuerpo, del alma, del equilibrio mental), pero intervienen otros factores menos prestigiosos como el miedo a perder dinero, la imitación del vecino o la confianza en la multitud que resultan ser consustanciales en los diferentes crashes. Estilos del tiempo que crecen en periodos de estabilidad y llegan a la euforia a través de catalizadores como pueden ser la facilidad para fantasear -gracias a la prosperidad y el crédito fácil- con los cambios de vida, las transformaciones de estatus, las traslaciones de lugar y, en general, con toda la ideología propia de una cultura de consumo, dentro del capitalismo de ficción"
Hay que leer y reflexionar. No he conocido un tiempo en que la reflexión y el debate fueran tan necesarios como éste. Fue Ortega quien lo dijo hace casi un siglo, pero la frase no tiene ni una arruga: "lo que nos pasa es que no sabemos qué es lo que nos pasa".
7 comments:
David, seré muy breve, extenderme en mi comentario sobre tu escrito no conseguiría más que profanarlo...
brillante, amigo.
lo siento, fui tan breve que no escribí mi nick, no es importante... excepto para mi.
¿Recuerdas aquel magnífico texto de Groucho en el que explicaba el crack de Wall street? Aquello de "descubrí que era un negociante muy astuto, todo lo que compraba aumentaba de valor". Muchos años después la gente sigue siendo igual de astuta.
Ya me dejarás el libro de Verdú.
Gracias Imperfecto, un placer leerte, y más cuando te explayas algo más que hoy. Gracias en cualquier caso por tu generosidad.
No es un problema dejarte el libro, Tobías, lo leí en dos tardes y me parece imprescindible.
Si, brillante, pero yo me siento profanador, con permiso de David, claro.
En mi opinión, no se deberían buscar responsables, culpables o colaboradores necesarios entre quienes han sustituido una estufa oxidada por un sistema de calefacción mas moderno.
Lejos de haber sufrido un frenazo, el liberalismo ha conseguido su ratificación con póliza de seguro incluida. Quienes no puedan pagar los plazos de la calefacción o el mantenimiento de su coche, tendrán que poner de nuevo en marcha la obsoleta y peligrosa estufa de butano y viajar en un vagón de metro colapsado, aunque misteriosamente, quien le vendió la estufa no solo terminará de cobrarla, si no que además se la venderá a otro.
La regla fundamental de este sistema es el titulo de su artículo, lo que ocurre es que debe llegar al torrente sanguíneo para ser totalmente eficaz; si una clase social no puede pagar una vivienda que se revaloriza un 30% anual, una energía que puede subir de un día para otro un 200% o un sistema de calefacción cuyo costo necesitó de un crédito que como por magia subió un 10% el tipo de interes dos meses después de concedido, habremos de revisar las condiciones laborales de esa clase social y como no... pedir la congelación de sus salarios, el despido mas barato o gratis, el aumento en la jornada laboral, ah, y como no, si es posible que la fuerza laboral disponible aumente considerablemente mediante la importación.
Creo que si no podemos culpar al ratón por querer comerse el queso del cepo, tampoco al experto en muecas para beber de la bota, los dos estan ahora cogidos del cuello.
Un saludo.
No hay profanación porque no hay nada sacro en el escrito. Oportuno comentario porque introduce matices necesarios. Un viejo amigo me dijo que la sociedad de consumo constituía el movimiento democrático más profundo y real de la historia, pues había popularizado el acceso a bienes que en otros tiempos eran privativos de las élites. Si yo no supiera ver que la posibilidad de acceder a ciertas pautas del bienestar está asociado históricamente al modelo capitalista de las sociedades opulentas, estaría ignorando aspectos básicos de la cuestión... y no pienso hacerlo.
Lo que planteo es que la burbuja recién reventada no es solo responsabilidad de unos cuantos pillos que se han llevado su dinero a las Islas Caimán. (En realidad, incluso quienes disponemos de magros ahorros tenemos nuestro dinero sin saberlo en las Islas Caimán, sospecho, pues no sabemos por qué laberintos financieros del planeta circulan los valores que depositamos en los bancos y que cándidamente esperamos que nos renten) Lo que intento plantear es que no somos simples víctimas de la crisis, aunque es obvio que cuánto más pobre sea uno, peores serán para él las consecuencias de la crisis. Creo que todos deberíamos replantearnos nuestros hábitos de vida, antes que pasarnos el día buscando culpables del tsunami.
Desde luego, la tesis de Verdú no va nada desencaminada. Otra cosa es que sea incómoda de la leche. Lo cierto es que la el tema de las subprimes y el colapso del sistema financiero mundial, no es la causa de la crisis, sino uno de sus efectos. De lo que se trata es de una crisis del modelo de crecimiento llamado neoliberal que a todas luces era, es y seguirá siendo insostenible, inasumible y profundamente injusto. En la medida en que se trata de una crisis del sistema, la responsabilidad –como parece que apunta Verdú- debe repartirse entre todos y cada uno de los actores de ese sistema. Aunque eso sí, el grado de culpa debería ser proporcional al nivel de daño causado, al nivel de egoísmo demostrado, de inmoralidad hecha patente, de sinvergonzonería exhibida, de hijoputismo demostrado. Vamos, que la perversión y la responsabilidad en todo este asunto de un tipo egoísta que quiere aprovecharse de los demás sacándoles los cuartos y/o especulando, nunca puede ser la misma que la que debe atribuirse al funcionamiento de todo un sistema, colectivo y anónimo, que incita constantemente y sin tregua a todos a cada uno de los miembros del mismo a ganar más dinero, a tener más beneficios, a especular más y a joder más al prójimo al grito de tonto el último.
Dicho esto, y respecto a los millonarios precipitados al vacío, han sido pocos, demasiado pocos. Como apuntas, a prácticamente nadie se le ha exigido responsabilidad alguna. ¿Cómo se les va a exijir si quienes deben hacerlo son también gobiernos noeliberales? Y entonces ahora resulta que quienes tienen que promover políticas y tomar medidas para hacernos salir de la crisis son los mismos que nos han metido en ella. NINGÚN responsable económico, ni gubernamental, ni de algún organismo internacional, ni de ningún Banco Central ha dimitido. Como tampoco ha ocmparecido ningún banquero ante la justicia, esos que han hecho perder sus inversiones a sus accionistas y que tan inútiles e incompetentes han demostrado ser. ¿La solución? Inyectar dinero a todos esos sinvergüenzas, que siguen en sus puestos con sueldos millonarios. Millones y millones de euros del dinero público destinados a la recapitalización de la banca y aquí no ha pasado nada. Pelillos a la mar. Por eso digo que si se hubieran pedido responsabilidades los suicidios habrían sido tantos, que esto parecería la película de El Indidente, en el que la gente comienza a quitarse la vida masivamente. ¿La ventaja? Que hubiéramos presenciado la subasta masiva de yates, enormes mansiones, aviones privados, palos de golf, limusinas, jarrones chinos, obras de arte a precios de ganga.
Una de las palabras claves del neoliberalismo es “desregulación”. Por tanto, la escasa regulación de los mercados financieros no ha sido accidental, sino necesaria para lograr las cuotas de crecimiento económico neoliberal: sin estas modalidades de crédito, no hubiéramos asistido a este apabullante crecimiento económico. Pero ojo, crecimiento no significa necesariamente desarrollo. Simplemente se trata de aumentar la producción, es decir las ganancias y la riqueza de la empresa, para nada hablamos de desarrollo social ni de sostenibilidad (pensad, aparte de en las corporaciones actuales, en la Unión Soviética de la Guerra Fría, o en la China actual). Así que no me vengan con pamplinas. Esto tiene que cambiar de manera radical. Si no lo hacemos nosotros intentado paliar los daños y el desastre, lo hará la propia dinámica del sistema, y ella, os lo aseguro, no atenderá a razones. Nos mandará a todos a pastar al campo, como nuestros primos cromañones.
Lo que estaría por ver es a qué se refiere Verdú con el título de su libro. A qué hace referencia “Capitalismo funeral”. Si a la muerte del capitalismo, o a si va a ser él quien va a acabar con todos nosotros.
Saludos, Chapulín Colorado.
Post a Comment