CUADERNO DE VIAJE
1. Un día entero cuesta llegar a O Grove desde Valencia. Descubro que, en realidad, esta pequeña peninsula que parece querer aventurarse sola en el Mar Tenebroso es espiritualmente una isla, pues la lengua de tierra que la enlaza con el continente -la praia de A Lanzada- emerge del mar hace apenas unos cientos de años. Unas leguas mar adentro -o ría afuera- se encuentra la isla de Ons, que me recuerda a aquella otra donde el Conde de Montecristo encontró la fortuna que le permitió administrar su venganza. Temo que no llegaré a Ons, recorreré más de mil kilómetros para llegar a un lugar que terminará quedando para siempre entre mis sueños... Como tantas otras veces en la vida.
2. Madrid es el nudo gordiano de todos los desplazamientos. Y lo asume con naturalidad. El bostezo con que recibe esas legiones caóticas de gente de todas partes es el mismo con el que ve pasar -todavía- los rebaños de la trashumancia.
3. Grupos de gays regresan de las últimas resacas del Día del Orgullo, transmutado en un festival de gente más o menos guay o más o menos vulgar que exhibe su absoluta banalidad... Poco que ver con una jornada reivindicativa. Tienen razón: no iríamos a Chueca en ese fin de semana si no pensáramos que es divertido. Pero todo tiene un precio: el de convertirse en otra tribu más que exige su derecho a consumir, producir signos vendibles y hacer el ganso por las calles... el precio en suma de la normalidad más tediosa. Quizá la Cultura Rosa deje de fascinar cuando haya dejado atrás todas las cicatrices de su legendaria condición proscrita, cuando ya sólo produzca los signos de lo guapo, lo joven y lo exitoso, más o menos como Mango o como la serie Gossip girl. Les entiendo, como yo, el gay medio pretende vivir tranquilo y divertirse... pero no es así como los héroes forjan su prestigio. Quizá sea éste el momento oportuno para reivindicar al gay disidente.
4. Otras tribus se lanzan al abordaje del metro en la estación de Chamartín con la dirección opuesta. Mientras un guardia de seguridad detiene a un carterista rumano, cientos de chicos con camisetas del Real Madrid se acercan al Santiago Bernabeu para asistir a la presentación de Cristiano Ronaldo. "¿A dónde vais?", pregunta un periodista: "a ver al Tío Bueno", dicen unas crías con pinta de no distinguir el offside de la magnesia. C.R. es un placebo y Florentino Pérez lo sabe mejor que nadie. Probablemente termine siendo un fichaje ruinoso -por más que el imponente ejército de periodistas que compiten por arrimarse más al sol del florentinato nos obliguen a creer lo contrario- y sólo contribuirá a degradar aún más la imagen de institución seria que el Real forjó a fuego durante cincuenta años. Sorprende la unanimidad de la prensa nacional al subir al trono de los cielos a este Hombre Superior cuyo verdadero aval publicitario no es el éxito -como gestor futbolístico es un ejemplo de lo que no hay que hacer-, sino la osadía y la capacidad de endeudamiento. Buen aprendizaje para los tiempos: no soy rico por mi fortuna, sino porque los bancos me permiten llenarme de números rojos. Pero hay una agenda oculta en todo este circo: al final pagaremos todos la ruina megalómana del madridismo. Los bancos lo saben y por eso fían a FP. Lo que en el fondo buscan todos estos fichajes millonarios es incrementar la autoestima de la plebe, cuya demanda de sugestión y de razones para creer va más allá de lo que supuestamente es eso del fútbol como evasión o panem et circenses: los fichajes del Madrid hacen creer a la gente que es posible reactivar la deprimida economía, la parálisis de la sociedad civil, el fracaso de la escuela, la corrupción de la Iglesia, qué sé yo, todo es superable si un Guía como Florentino nos demuestra que es posible despilfarrar el dinero en fruslerías. Kaká, Benzema y Cristiano son un placebo. ¿No terminará la clínica convirtiéndose en suministradora de placebos?
5. No queda prensa seria en la estación de trenes y compro el diario Público. Algunos articulistas parecen dirigirse a adolescentes, un poco como los programas presuntamente de izquierda que emite la Sexta. Diríase que Pedro J.Ramírez ha sacado a su niño díscolo y leninista a pasear y se ha comprado otro periódico con el objeto de demostrar que para ser rojo hay que amontonar tanta estupidez como para ser lector de El Mundo. Claro que Público parece una gamberrada inofensiva, mientras que El Mundo es cada día más el nombre de algo muy siniestro.
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