SANGRE
1. Presencio la escena nada más abandonar el patio del bloque donde tramo mi vida con la intención -les aseguro que sincera- de no hacerle daño a nadie. Un tipo de unos veinticinco -con músculos de gimnasio, tatuajes, sin camiseta, con un automóvil de alta cilindrada y con alerones y pegatinas de discoteca y la música para lobotomizados a toda hostia- saca su cabeza por la ventana y empieza a insultar y amenazar al de delante porque, habiéndose detenido más tiempo del conveniente, está ralentizando el paso del descerebrado en cuestión. La carga de violencia que, sin mediar provocación, exhibe este último es tan desproporcionada que uno pierde el tiempo pensando que el consumo de drogas está haciendo enloquecer a un gran sector de la juventud. Con o sin cocaína -esa que hace "perder la calma a gente sin alma", como dice Joaquín Sabina- ese tipejo acabará pegando a la incauta que intime con él o enviando al hospital a cualquier viejales desgraciado que le plante cara en una calle estrecha. Tampoco me interesa si hay demasiada presión laboral, hipotecas que pagar y miedo al paro, todo lo cual, según algún psicólogo indulgente, predispone a la violencia que últimamente se detecta de forma creciente en nuestras calles y, sobre todo, en nuestras calzadas. Todos vivimos en cárceles de prisa y estúpida urgencia, pero no todos nos dedicamos a amedrentar a la gente y a intentar sacar de la carretera a los débiles, los lentos y los que titubean, práctica muy común entre tanto y tanto Fernando Alonso de pacotilla que cabalga por las carreteras. Me divierte mucho esa tendencia tan extendida entre la plebe de rechazar las normas de tráfico y la labor sancionadora de policías y guardia civil porque "solo tienen afán recaudatorio". Yo creo que hay que sacar a los violentos de las carreteras... Los sacaría también de las calles, pero creo que al volante son mucho más peligrosos.
2. Esta primera reflexión sobre la violencia que nos rodea me asalta recurrentemente al inicio del verano. Empieza el calor, así tituló Chester Himes a uno de sus más sangrientos relatos. No sé si el incremento a veces muy abrupto de la temperatura hace subir igualmente el termómetro de la irritabilidad, aunque creo que tiene que ver más con el efecto paradójico que provoca la proximidad de las vacaciones, un efecto que quizá ya hayan observado ustedes los viernes por la tarde, cuando la gente, ambicionando el reposo, se introduce en el atasco de tráfico con más urgencia y más agresividad en el alma de la que arrastra cualquier otro día. Curioso simio el humano, sí.
3. El final de mi lectura de Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, coincide con la visita a Valencia de la exposición de los grabados de Goya. Este pintor fue una anomalía salvaje, una figura irrepetible, uno de esos genios tronantes capaces -como Beethoven, curiosamente ambos eran sordos- de convertir la cólera en inspiración y en belleza. No es sin embargo la belleza lo que caracteriza a los grabados, en especial los de la serie titulada Los desastres de la guerra, cuya maestría en describir minuciosamente los paisajes del horror y la crueldad nos lanzan un estremecedor interrogante : ¿realmente vio todo aquello que dibujó?
4. Meridiano de sangre es, como La carretera o No es país para viejos, un relato conmovedor: puede abandonarse su lectura, pero no deja indiferente. Se trata de una historia de frontera. Un joven del que no llegamos a saber su nombre -el chaval- es protagonista de una historia repleta de cadáveres donde, a veces, el mayor problema parece ser si quedan vivos suficientes para enterrar a los muertos. Pese a algunas deficiencias propias de un narrador algo asilvestrado, Meridiano tiene la fuerza imponente de los grandes relatos, de lo cual es síntoma la sensación que el lector tiene de que el autor ha vivido efectivamente los hechos que van acaeciendo ante sus ojos espantados.
Hay autores sin los que uno ya no puede vivir. McCarthy puede hacernos llegar a creer que este es un planeta inhóspito y que nuestra raza está, con todo merecimiento, destinada a la desaparición y el olvido. La sangre no corre en su historia de cuatreros y mercenarios de frontera con "justicia y honor", como en los viejos cantares de gesta o en el western cinematográfico clásico... Las páginas se tiznan de rojo tan solo porque la vida se vende barata en aquellos territorios entre mexicanos, indios y blancos desalmados. Enviado a la "causa justa" -limpiar ciertos territorios de aborígenes hostiles- el grupo de Glanton y el Juez Holden terminarán revolviéndose contra quienes les pagan y convirtiendo cada pozo de agua, cada aldea, cada moneda de oro en una buena excusa para exhibir la propia fuerza, que no es otra que la de aterrorizar a todos los que le rodean.
5. ¿Se construyen las naciones gracias en parte a grupos como éste? ¿Aseguran nuestra fronteras y nuestra prosperidad civil bandas de asesinos sin escrúpulos? Lo que llamamos Estados Unidos, España, Paisos Catalans... ¿son el resultado del puro derecho de conquista? La identidad colectiva de la que disfrutamos apaciblemente, ¿se ha levantado desde la derrota, la esclavitud o incluso el exterminio de otros muchos que estuvieron antes y que tenían, por tanto, más derecho a quedarse?
6. El filósofo francés Alexandre Kojeve, prestigioso intérprete de los textos de Hegel en los años treinta, diseñó una teoría a la que se ha denominado "Terrorismo histórico". Según Kojeve, verdadero en historiografía es aquello que los ganadores deciden que es verdadero. El planteamiento va mucho más allá de aquella vieja y sensata advertencia de que la historia la escriben los ganadores. No, no, Kojeve afirma que no hay protesta ni impugnación posible hacia la Historia, que son la sangre y la conquista la que imponen su criterio y que no hay verdad accesible más allá de ello. Así, las idelogías miden su grado de verdad por su "éxito" en la historia, de tal manera que la realización en la praxis de su proyecto sería suficiente para absolver a un tirano. Lo que tiene de nazi o de estalinista está visión es directamente proporcional a lo que tiene de apología de la violencia.
7. Mi problema con McCarthy es que su decidida vocación de no ofrecer paz al lector se asocia a medida que uno corre sobrecogido las páginas a una atmósfera tóxica donde nada, absolutamente nada, justifica nuestra presencia en este rincón del cosmos. Tras los momentos de paz de los que frágilmente disfrutamos ahora mismo usted y yo, sólo se encuentran la violación y el asesinato de las mujeres, el extermino de los niños y los huesos de tantos y tantos que quedaron en el camino arrollados por el "Progreso", cuyo secreto designio no es otro que perfeccionar las tecnologías destructivas. No hay humor, solo cinismo; no hay un proyecto moral, solo supervivencia. Si leen La carretera entenderán por qué creo que es la mejor novela de MacCarthy. Su paisaje es el más desértico y desolador de toda su obra, la vivencia que relata no puede ser más pavorosa... Y sin embargo, en ese padre, que cruza junto al niño miles de kilómetros de una carretera con un carro de supermercado rumbo al mar, hay algo, un objetivo, siquiera el cumplimiento de una promesa, que no aparece en Meridiano. Por eso el final de esta, pese a todo, maravillosa novela me dejó helado.
8.Hubo un tiempo en que creí demasiado en serio esa idea atribuida a Heráclito de que la conflagración es el principio y la madre de todas las cosas. Lecturas planas y abusivas de Nietzsche parecen encontrar en él el principio de que el sentido y la sabiduría surgen del campo de batalla. Lo que llamamos la verdad no son sino "chispas que se levantan de las espadas enfrentadas". Hoy entiendo los textos de Nietzsche y del de Efeso de manera muy distinta, desde luego, y se me ocurre si este tipo de interpretaciones tan simplistas no sirven para mucho más que justificar la afición de algunos por los videojuegos sangrientos o por esos entretenimientos pueriles de fin de semana donde hombres hechos y derechos se dedican a tirarse pintura o balas de juguete. Ojalá, en cualquier caso, se conformen con eso y no les dé por invadir Polonia, bombardear Iraq, matar a golpes a su señora o atropellarme con su cochazo rojo con alerón.
7 comments:
El post de David P. Montesinos se presta a numerosos desarrollos. De momento, me permito tratar uno concretamente. Lo que vemos...
Partiendo de la genialidad de Goya, de la precisión de 'Los desastres de la guerra', Montesinos se regunta: "¿realmente vio todo aquello que dibujó?"
La pregunta es definitiva. Si las moscas pudieran pintar, ¿que saldría de su ojo abarcador? La pintura reproduce lo que el observador cree ver y reproduce lo que las miradas han codificado como percepción. ¿Pintamos lo que vemos o lo que creemos ver y sólo sabemos?
Yo creo que vemos lo que sabemos a partir de lo que vemos y de lo que nos han dicho que podemos ver. Umberto Eco en 'Kant y el ornitorrinco' cuenta una pequeña historia de Marco Polo: en Java se tropezó con rinocerontes. ¿Cómo nombrarlos? Jamás los había visto. Dijo que eran unicornios.
Yo también veo unicornios.
Se hace imperioso, David, encontrar el equilibrio, el punto medio entre tanto medio hostil.
Saludos
Os pido disculpas por haber tardado tanto en publicar vuestros posts, queridos. Me encuentro lejos, muy lejos -solo en el espacio- de vosotros, y mi alma está transitoriamente unplugged. Voy no obstante a pegar un vistazo en vuestros respectivos blogs.
Rafael del Barco Carreras me envía un post que, si no me equivoco, forma parte de su blog. No tengo tiempo ahora mismo para analizarlo, de manera que, de momento, os enlazo su blog y os recomiendo que acudáis, pues parece interesante. www.lagrancorrupción.blogspot.com
Un artículo brillante que te envuelve y se lee con la misma faciliad que se lanza un suspiro. Menos farragoso de lo habitual en su autor y más preciso y claro, que te acompaña desde la violencia individual hasta la violencia en la construcción de las naciones, desde una reflexión sobre la historia hasta el nihilismo imperante. Acertadas referencias a Goya, C.Macarthy, y la extraordinaria "No es país para viejos". Quizá tan sólo, como es habitual en su autor, demasiados temas sugeridos.
Un saludo afectuoso. Notorius.
Otro para ti, Notorius. Creo que en breve, en cuanto vuelva de las Rías Baixas, tendré trabajo contigo y tus últimas conquistas... tu actividad últimamente es, por lo que veo, delirante.
Gracias por la cita y opinión.
Un abrazo, Rafael
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