Friday, November 06, 2009









1. EL INVIERNO se anuncia matando a nuestros viejos: López Vázquez, Ayala, Levi-Strauss. Desde que murió Lola Flores ya no encuentro a ninguno de esos de los que uno piensa que le van a acompañar siempre... esos que, si les asoma la Muerte por la puerta, al verle va a asustarse y saltar por la ventana.
José Luis López Vázquez...no recuerdo un sólo día de mi vida sin haber conocido ese nombre. Cuando, siendo crío, le veía en las revistas vestido de calle y no de actor me parecía un hombre extraordinariamente triste y aburrido, un señor calvo y sin fortuna que caía en manos de mujeres despiadadas que terminaban desplumándole... Lo más lejano imaginable de un hombre feliz. Pero después, mi madre ponía la tele y le veíamos en una tele en blanco y negro. Qué gran actor tiene que ser quien es capaz de interpretar tan magistralmente a alguien que no tiene nada que ver consigo mismo. Con tan poco apellido, con tan poca estatura, tan poco pelo... tan lejos del glamour como Aleixandre y tantos otros que levantaron una inteligente sonrisa en un país acomplejado, López Vázquez fue capaz de deslumbrar dirigiendo el atraco a un banco de lo que cuarenta años después habríamos llamado un hatajo de freakys, a la vez que encarnaba al más odioso y servil de los pelotas de algún oligarca del franquismo: "descuide, nos ocupamos de todo... y póngame a los pies de su señora". Inútil seguir, es preciso mirarle y escucharle. No dejo de asociarle a todas aquellas historietas de Pulgarcito o Mortadelo. Todos aquellos tipos humanos tan risibles, Pepe el Hincha, Petra -criada para todo-, las Hermanas Gilda, el Botones Sacarino, el Profesor Tragacanto... todo eso estaba en el cómic satírico tanto como en la comedia cinematográfica. Me pregunto si queda algo de todos aquellos años de hierro en los Bardem, Cruz y Amenabar a los que ahora vitorean en los centros neurálgicos del mundo. Quizá no, y ¿quien sabe?, a lo mejor vale más olvidarse de aquel paisaje celtibérico tan gris y aquellos hombres subdesarrollados. Pero yo... me temo que envejeceré con aquel sonsonete agudo en la cabeza: "Para servirle, Fernando Galindo, un admirador, es esclavo, un siervo, un amigo."





2. EN LA MUERTE de Claude Levi-Strauss... indulgencia para quienes, al enterarse, dicen eso de "pero ¿es que todavía estaba vivo?". Un hombre puede morir de vejez y, sin embargo, pertenecer a la generación posterior a la del anciano que agoniza al mismo tiempo en la habitación de al lado. El momento de máximo esplendor y poder del autor de Le pensament sauvage en París, más concretamente en el College de Francia, está tan lejos ya en el tiempo, que cuesta imaginar que un hombre haya sobrevivido tanto tiempo al declive de las propias ambiciones. La de Levi-Strauss es un biografía muy siglo XX. Judío belga y francófono de origen, se formó en La Sorbona, en la que ya empezó a trabajar como agregado con la edad de un inexperto estudiante. Después vinieron los nazis y los problemas serios. Huyó y alimentó su docencia como antropólogo en la Universidad de Sao Paulo pasando largo tiempo en el Mato Grosso junto a distintas tribus amazónicas. Pasó a Nueva York y, finalmente, para cerrar el círculo, todavía con todo por llegar, regresó a París, donde su trayectoria termina convirtiéndole en una de las mayores autoridades de la historia del pensamiento francés contemporáneo.

Presiento que algunas cosas de mi vida habrían sido distintas sin él. Hice mi tesina sobre el lugar de Michel Foucault en el escenario filosófico francés, y mi tesis sobre la relación entre el análisis de la cultura del mundo tardoindustrial hecha por el propio Foucault y por Jean Baudrillard. Ambos se esforzaron en incontables ocasiones por marcar sus distancias con respecto al padre del Estructuralismo. No es desagradecimiento, es voluntad de supervivencia, necesidad de una identidad reconocible: había que decir que no se era estructuralista o que no se compartía el presunto desprecio de Levi-Strauss por la historia o, de lo contrario, uno se quedaba sin derecho a existir como autor: había, en suma, que matar al Padre. Curioso: ha sobrevivido a todos sus hijos, los leales y los fugitivos. Lo que sí sé es que nada sería hoy lo mismo en el pensamiento francés sin el anciano que acaba de morir.



No soy capaz de explicar a Levi-Strauss en unas líneas. Pero creo que, más allá de la tradición estructuralista, de la revolución epistemológica operada a partir de Saussure y de Jakobson, del terremoto antropológico, de la ruptura con toda una gigantesca imagen del Sujeto Occidental basada en la filosofía de la historia de Hegel, más allá de lo ridículo que resulta aquel sarcasmo que en los primeros setenta habló de la revuelta estructuralista como de "otra moda parisien", lo que creo que nos enseñó fue una nueva manera de mirar. Aquel profesor llegado de Sao Paulo no intentaba redimir a los indios ni recuperar la santidad del Buen Salvaje ante la corrupción moral de nuestras urbes... Lo que logró Levi-Strauss fue proyectar una mirada sobre la cultura que, al liberarse de los prejuicios interpretativos de los tradicionales viajeros europeos, logró descifrar los signos de la cultura a la luz de los códigos específicos desde los que emergían. Cada símbolo, cada tatuaje, cada gesto de ceder el vaso, cada regla de parentesco, cada don y contra don, cada incineración ritualizada... son elementos que no pueden traducirse por sí mismos, que no remiten a nada que podamos entender de por sí, salvo que los insertemos dentro de un gran sistema -una estructura- que les da vida y sentido.


Insisto, no se trataba sólo de respetar a los indígenas -esos llamados "pueblos sin historia"-, aunque haya algo de eso en la herencia de este antropólogo. Sólo al regreso de la estancia entre esos hombres que llaman "estúpido" a quien no va tatuado, o ritualizan el nacimiento o la muerte como parte de un ciclo simbólico que nada tiene que ver con nuestra imagen científica del mundo, llegamos de verdad hacernos idea de lo que realmente hemos ganado: ahora puedo observarme a mí mismo como miembro de una "tribu", pueblo primitivo o salvaje en cierto modo, puesto que lo que entendí como "verdad objetiva", visión literal de lo real, se articula sin embargo como una densa red simbólica tan sometida al influjo de los mitos, los chamanes, el intercambio ritual o las fuerzas del destino como el de los nambikwara.








(La caricatura es de Maurice Henry, en la época de mayor celebridad del movimiento estructuralista. Los "salvajes" son de izquierda a derecha Foucault, Lacan, Levi-Strauss y Barhtes)

12 comments:

Justo Serna said...

Por qué leí a Lévi-Strauss

En Lévi-Strauss, yo encontré un autor deslumbrante, de prosa bellísima ('Tristes trópicos') y de paradojas racionales. Alguien que te baja del pedestal (el sujeto es un ser de determinaciones) y alguien que es capaz de los análisis culturales más sutiles. Pero en Lévi-Strauss siempre hallé algo que me incomodaba...

Lévi-Strauss decía ser kantiano: ponía su fe en el conocimiento científico. Pero era un rousseauniano rezagado, un discípulo remoto de Jean-Jacques Rousseau. Eso lo podemos apreciar una y otra vez en las páginas de ‘Tristes trópicos'. En ese volumen deploraba el curso del Novecientos, la aceleración de los tiempos modernos; lamentaba el ‘intercambio generalizado’ que la comunicación, el colonialismo y los modernos medios de transporte facilitan hasta desnaturalizar la identidad de culturas que se habían preservado, patrimonios incorruptos que la civilización de la técnica ha acabado por mezclar.

“Es la diferencia de las culturas la que hace fecundo su encuentro”, insiste el antropólogo. Así se lo expresa a Didier Eribon en 1988, en ‘De cerca y de lejos’. “Ahora bien, este juego en común [este encuentro] entraña su uniformización progresiva: los beneficios que las culturas sacan de esos contactos provienen ampliamente de sus desvíos cualitativos”, añade. “¿Qué concluir de todo esto sino que es deseable que las culturas se mantengan diversas, o que se renueven en la diversidad?, insiste Lévi-Strauss. “Cada cultura se desarrolla gracias a sus intercambios con otras culturas. Pero es preciso que cada una ponga cierta resistencia, porque en caso contrario, muy pronto, no tendría nada que le pertenezca propiamente para intercambiar. La ausencia y el exceso de comunicación tienen sus peligros”, concluía.

Pues sí y no...

David P.Montesinos said...

He leído con motivo de la muerte de Levi-Strauss el interesante artículo que publicó Justo Serna hace tiempo sobre él. Lo del "pues sí y pues no", uhmmm. Sospecho que la relación de este autor con la historiografía es problemática. Sin embargo, no comparto el tópico de que el programa estructuralista, al menos no en Levi-Strauss y mucho menos en Foucault, cuyas obras conozco razonablemente, se propone "destruir la historia", como muchas veces se ha dicho, a veces incluso por ciertos excesos de los propios estructuralistas. Creo que es más bien la filosofía de la historia heredada desde Hegel y la Ilustración lo que aquí queda puesto bajo interrogantes.La razón es sencilla: el pensamiento francés, en la medida en que hereda el discurso de Nietzsche y Heidegger mucho más declaradamente que la propia filosofía alemana -pensemos en la aversión de Habermas por el autor de Zaratustra- denuncia como una nueva mitología el Gran Relato iluminista del Progreso. Esto se hizo ya desde la Escuela de Francfurt, pero en Levi-Strauss, Barthes y compañía se empieza a plantear en otros términos. Ya no se insiste en lamentarse por la tragedia de repensar un trayecto histórico de la Razón que se habría terminado revelando como tiránica y opresiva, ya no declarar la modernidad como un proyecto inconcluso, tal y como recogen los segundos francfurtianos. El discurso crítico de la filosofía -desde la antropología, la semiótica, el psicoanálisis...- se plantea ahora pensar lo impensado de nuestra tradición a la luz del principio de la Diferencia.

En cuanto al asunto de la disolución del sujeto en las redes culturales... Sí, pero tampoco lo interpreto en el sentido de dejar morir los principios de constitución del sujeto desde los principios de libertad y responsabilidad. No creo que el descubrimiento de las estructuras simbólicas que determinan la emergencia de los sujetos a partir de lo colectivo aboquen necesariamente a la solución cínica que denuncian quienes piensan como Habermas. En todo caso, el estructuralismo que a mí me interesa es el que nos prepara para el análisis -y en ese sentido es un discurso crítico- de las estructuras de dominación que, a veces con el discurso de la racionalidad como estandarte, empiezan a desarrollarse antes y, sobre todo, después de Auschwitz. En este sentido, no sólo Levi-Strauss, todo el pensamiento francés que conduce al postestructuralismo, la postmodernidad o la deconstrucción me parece que tiene mucho que decirnos.

En cuanto a Rousseau, uf, figura ciclópea y llena de matices. Me interesó siempre su impugnación de la corrupción moral a la que podía abocarnos el desarrollo de las ciencias y las artes sino se contrapesaban desde la virtud, una virtud que el ginebrino encontraba en la inspiración de la ley natural. Pero creo que en esto hay mucho más que la reivindicación del Buen Salvaje. Más bien entiendo que Rousseau intenta fundamentar el Estado a partir del principio moral que se sustancia en el concepto del Contrato. Es difícil de entender el miedo de Rousseau al desarrollo del programa ilustrado, que es en definitiva el del Estado moderno, sin hacerse eco de la necesidad de reaccionar a derivas como las que se apuntan desde Hobbes, cuyo Leviatán se erige como opresor y punitivo -horizonte totalitario en definitiva- precisamente porque lo que Hobbes encuentra en la naturaleza solo es la violencia y la maldad congénita del simio que somos.

Creo que hay un Rousseau palpitando en el impulso de Levi-Strauss, pero le entiendo mejor a la luz de la tradición de los viejos estudiosos de los signos y la comunicación -el "sentido" a fin de cuentas- como Jakobson o Saussure, y especialmente a la de los llamados epistemólogos franceses, empezando por Bachelard, Koyré o Canguilhem... figuras esenciales y cuya lectura, en especial de Bachelard, me parece altamente recomendable.

Justo Serna said...

Sr. Montesinos, mi lectura de Claude Lévi-Strauss no es la enésima debelación de su antihistoricismo. Yo no critico al antropólogo por ser supuesto rival de la historia, de la perspectiva histórica. Lo que me incomoda en Claude Lévi-Strauss es esa mirada nostálgica del pasado premoderno, ese sentimiento de que lo hemos echado a perder todo. Les recomiendo que lean De cerca y de lejos, el libro-entrevista que le hiciera Didier Eribon. Supongo que usted lo habrá leído. Hay un dolor por una pérdida: la del origen prístino de las cosas, la de la identidad incontaminada. Hay en Lévi-Strauss un repertorio vasto, vastísimo, de libros inolvidables que a los historiadores les haría mucho bien leer. Yo no creo que mis colegas deban despachar al antropólogo diciendo que destruye la perspectiva histórica, el enfoque diacrónico o la noción misma de sujeto. Creo, por el contrario, que la permanencia milenaria de lo mismo, las reglas desconocidas que rigen la conducta, el código del que esas reglas forman parte, la conciencia infinitesimal de lo que somos, prácticamente nada, son lecciones muy provechosas. En Lévi-Strauss hay, además, una prosa bellísima y, como ya decía, Tristes trópicos es lectura placentera en la que el lector se admira y se enrabieta. Al menos, yo como lector que no quiere dejarse arrastrar por la belleza rousseauniana de lo premoderno.

David P.Montesinos said...

Nada que objetar, señor Serna. Probablemente he cometido un pequeño abuso, pues, más que argumentar para refutar lo que usted dijo, me he servido del pretexto de que es usted historiador para jugar con la leyenda de la recusación estructuralista de la historiografía. Digamos que utilice como excusa su oficio sin acudir directamente a sus argumentos, lo cual vale también respecto al asunto Rousseau. Mi intervención, más que una refutación de sus argumentos, cosa difícil porque no encuentro grandes puntos de desacuerdo con ellos, ha sido consecuente a la suya como un "a propósito de Levi-Strauss y los historiadores".

No se me escapa en cualquier caso que el enfoque analítico del antropólogo choca antes o después con la mirada del historiógrafo. ¿Por qué? Porque el pensamiento salvaje no se construye a partir de un relato histórico, no al menos en el sentido en que nosotros lo entendemos. Ya sé que usted no se siente cómodo en tales reduccionismos, no es su estilo, pero esta batalla atraviesa irremediablemente la imagen que nos hemos hecho del estructuralismo francés y sus, igualmente franceses, herederos.

Por ser muy sintético, y dejando claro que no intento refutar su intervención, creo que lo que se pretende es analizar la cultura a la luz de sus redes significantes. Este programa requiere un modus operandi que, por pura cuestión metodológica, se desembarace del presupuesto de que lo verdadero es la resultante de un gran proyecto colectivo que va saliendo de las sombras gracias al ardid de la Razón en el tiempo. A partir de ahí, creo que el tamiz rousseauniano condiciona los escritos de Levi-Strauss en un sentido cercano al que usted advierte. Era necesario ir por muchas razones contra la dialéctica en aquel tiempo, y en especial contra la versión sartreana del discurso hegelo-marxiano y su visión de la historia. Eso hizo que Levi-Strauss se rebelara contra la categorización de "pueblos sin historia" que, sospecho, reproduce el viejo prejuicio etnocéntrico que convierte a los pueblos no occidentales en proyectos interrumpidos o mal desarrollados. El error es infectar a los salvajes con el prejuicio de atribuirles toda una serie de categorías -universales humanísticos, diría Foucault- como la ciencia, la economía, la religión o el sujeto como si tuvieran sentido dentro de su estructura simbólica. Como no lo tienen, concluimos que se hallan en un estadio infantil de desarrollo. Si va por ahí la influencia de Rousseau en Levi-Strauss, bienvenida, siempre que no nos lleve a ciertos abusos. En cualquier caso, si hablamos del presunto antihistoricismo de los estructuralistas -e insisto en no acusarle a usted de según qué cosas-, tales abusos de la antropología estructural no se extienden a otros como Althusser o Foucault. Recuerdo en este sentido cierta frase de este último:

"¿Negación de la trascendencia del acontecimiento? Si esto es estructuralismo, nadie es entonces menos estructuralista que yo.2

imperfecto said...

¡ay de los vencedores!...

al respecto de mitos que nos dejan, muros que caen, socialismos limpios y centrifugados por la moderna y eficaz industria occidental...

disculpad este pequeño parentesis en el tema originario planteado por David, pero el recorte que os traigo me ha sugerido cierta analogía con el adios al idealismo de algunos de quienes nos han dejado...

http://www.lavanguardia.es/lv24h/20091110/53820824816.html

personalmente... no por obvio me ha resultado menos revelador.

un saludo

imperfecto said...

http://www.lavanguardia.es/lv24h/20091110/53820824816.html

espero lo podais abrir, he intentado pegarlo pero supera el número de caracteres, ruego disculpeis mi torpeza con las nuevas tecnologías.

David P.Montesinos said...

Gracias, imper. aún no he conseguido encontrar el enlace que nos facilitas.

imperfecto said...

http://www.lavanguardia.es/lv24h/20091110/53820824816.html


no sé si este se copiará correctamente, por si no es así, tienes que agregar 816.html a lo ya escrito en el post anterior a este.


que desastre, coño...

David P.Montesinos said...

Empieza a tener morbo la cosa, la verdad es que no lo consigo. ¿Por qué no me das una clave de búsqueda de Google, por ejemplo el título del artículo o algo así? he buscado en la hemeroteca del diario, pero casi todo lo de ese día se dedicó al tema del muro, de manera que si me concretas un poco quizá podamos encontrarlo. Gracias por la paciencia.

imperfecto said...

gracioso el tema...

"ay de los vencedores" así, tal cual en google, la primera noticia, artículo de la vanguardia, ahí lo tienes... de Rafael Poch, corresponsal en Alemania.

de parecerte una bazofia te rogaría evites comentarla... jajaja

un abrazo, amigo.

David P.Montesinos said...

Bueno, esta vez sí, y a la primera. Yo suelo tener también problemas para proporcionar links y cosas de éstas, de manera que más fácil así, con el título del artículo y el nombre del autor, porque siempre aparece, y más este artículo, que por lo que veo ha creado, como decimos en Valencia, bastante rebombori.

Te lo habría comentado igual aunque me hubiera parecido, como tú dices, una "bazofia", entre otras cosas por las molestias que te has tomado en que lo compartiéramos. El caso es que es cualquier cosa menos una bazofia, y te agradezco tu interés por compartirlo -no suelo leer La Vanguardia- porque francamente merece la pena.

Sí, sí, yo creo que pone el dedo en la llaga. Celebramos alborozados el reino de la libertad y el fin de las viejas dictaduras europeas, como si eso de someter a la gente por la fuerza quedara ya solo en la memoria desde la Caída del Muro. Es interesante la forma en que nos induce a mirar de otra manera el problema. Parece como si con la derrota por puro desistimiento del rival oriental, Occidente se hubiera quedado sin enemigos naturales, de manera que es justamente su victoria -su incapacidad para gestionar dicha victoria- lo que le llevaría a la catástrofe. Me recuerda un poco a aquello de los conejos de Australia. Sin depredadores, no tienen que preocuparse por limitar su propio crecimiento, no tienen que andarse con cuidado ni tener vergüenza de exhibir sus miserias, así proliferan sin control y terminan desequilibrando el sistema y destruyéndose a sí mismos. El capitalismo se hace hoy salvaje, es decir, obsceno, precisamente porque ya no tiene que demostrar que es mejor que nadie. Ese es el auténtico peligro, no tanto el fin de una vieja esperanza frustrada, el comunismo, como la imposibilidad de ponerle límites al capitalismo global, que ahora ha desvelado la peor de sus caras sin azoro: la explotación y la ley del más fuerte. La crisis actual, surgida de dentro del mismo sistema, como una especie de alergia del sistema hacia su propia neurosis, habría sustituida al antiguo peligro rojo que se exteriorizaba desde el telón de acero.

Voy a recomendar el texto por ahí con tu permiso.

imperfecto said...

Efectivamente, David, una necrosis en el sistema provocado por el propio sistema, una especie de enfermedad autoinmune... y lo que es peor, con la muerte de su opuesto caemos irremediablemente en manos de Gödel, "ningún sistema puede ser usado para demostrarse a sí mismo"...

no quisiera parecer pesimista... pero creo que unicamente una regeneración extensiva puede hacer factible la continuidad de nuestro "estilo de vida", el problema es que toda regeneración pasa por una sistemática destrucción de todo aquello que no sirve y el ser humano ha demostrado no ser demasiado sutil cuando de destruir se trata...

me alegra que te haya resultado interesante.

un abrazo.