CREER Y NO CREER
Dice el tonto a las tres de Cristo Mejide "sed buenos, pero no idiotas". Es su manera de justificar el programa que hace en la tele, divertido en ocasiones porque raja despiadadamente de todo bicho viviente -más o menos lo mismo que hacemos todos cuando nos juntamos y hablamos de cómo van España y el mundo-, pero que llega a hastiar y a resultar un poquito plano cuando compruebas que las razones con las que pone a parir a alguien se convierten en las opuestas cuando hay que meterse con otro, o sea, que el rollo es pelar a todo Dios y embolchacarse con ello una buena pasta. Profetizo al amigo Mejide pocos años de supervivencia televisiva: cuando solo se sabe ser un cabrón se termina aburriendo al personal, por más que sea justamente esa condición la que le ha puesto en la pomada. Todo cansa.
Pero ahora me asalta una angustiosa incertidumbre: ¿no será que yo tampoco sé hacer otra cosa que rajar de todo y de todos? "¡Soi uno detructore!", gritó en una ocasión una folklórica a los paparazzi que la acosaban día y noche a la puerta de su casa. ¿No seré yo también un Mariñas de la vida? Quizá me refugio en la sana lucidez filosófica del escepticismo para disimular que, en realidad, lo único que sé es destruir. Digo todo esto porque, en medio de la Navidad, descubro que no es mentira eso de que a la gente le entra un espíritu algo hipocritón y un poquito cursi y empalagosillo cuando conmemoramos tan entrañables fechas. Ver que verdaderos hijos de puta te desean feliz navidad con sonrisa beatífica como si se lo creyeran es toda una experiencia, como el del noveno piso de mi bloque, quien me felicita efusivamente mientras pienso "paga lo que debes a la comunidad, pedazo de mierda y métete tu felices por donde yo te diga".
Hay quien se toma tan en serio esta bonita época del año que podríamos hablar tranquilamente de un "síndrome de la Navidad Interminable". Es el caso del actor Antonio Ozores. Según cuentan, el tipo tiene la casa permanentemente decorada con miles de motivos navideños, todos los que ha podido ir recogiendo a lo largo de su larga vida. Duele a la vista y al alma pensar en dejarse caer por casa de un caballero que tiene papás noeles de estuco, bolitas doradas y velas de colorines delirantes en pleno agosto. "Habitar para siempre el espíritu de la Navidad, ese es el mundo de paz y concordia con el que sueño, un eterno reino navideño." Seguro que el tío dice alguna cosa por el estilo y se queda tan pancho. Yo, que siempre he pensado que las pesadillas consisten en la repetición machacona e inmisericorde de lo Mismo, no imagino nada peor que una Navidad que no se marchara. Es lo mismo que me pasa con el verano o con las Fallas, que las soporto solo porque sé que están un rato y luego se marchan.
Bien es cierto que no todo el mundo sabe guardar las formas. Tengan ustedes la ocurrencia suicida de deambular en estos días por una gran ciudad con el coche como me tocó a mí ayer a media mañana. Es el efecto del viernes, que paradójicamente la gente se estresa y se vuelve agresiva más de lo habitual ante la cercanía del descanso, pero elevado a la ene potencia, de manera que uno no sabe si la gente va a comprar viandas y regalos a la Calle Colón o a pelearse con media humanidad. Me hizo pensar la situación que les relato. En uno más de tantos embotellamientos, una chica joven y guapa, muy bien vestida, maquillada y con pelo de peluquería, salió de su coche, corrió femeninamente -que es como con zancos y con los brazos extendidicos- y se abalanzó ante mi sorpresa sobre el taxi que tenía delante para empezar a soltar desgarradores alaridos "-¡¡¡¡¡HIJO LA GRAN PUTA!!!!- mientras arañaba con sus uñas de porcelana roja los cristales. Regresó al coche y siguió adelante con cara de "soy un lujo para esta ciudad", qué mona. Vamos, que la violencia es un clásico de la Navidad tanto como lo son los buenos deseos de paz, qué enrevesada es la vida, joder.
Pese a todo debemos absolver a la Navidad. Es cierto que celebramos una cosa en la que no creemos, pero eso es más o menos lo mismo que pasa con el matrimonio o con la educación, y sin embargo la gente sigue casándose con la sonrisa en la boca y enviando a los niños a la escuela. La prueba es que, por lo general, no hacemos mucho más que comer, beber, comprar cafeteras inútiles en el Corte Inglés, pelearnos y matarnos con el coche en Nochevieja.
...Y, sin embargo, yo veo que mi madre está contenta de que estemos todos al cordero... conque nihil obstat.
Además, ya descubrí hace muchos inviernos que es la ilusión lo que sostiene esta bola giratoria llamada Tierra sobre sus goznes. Puede parecer poca cosa, pero lo que hace realmente valiosa la vida no son las cosas buenas que nos pasan, los éxitos, las pruebas superadas... es más bien la promesa, la luminosa alegría de creer, esos momentos tan dulces que nos detienen en las estancias de la espera. Ese es el único espíritu de la Navidad en que me doy el derecho a creer.
En el peor de los casos, es suficiente motivo para mantener engañados a los niños con los Reyes Magos... Consumismo y todo lo que ustedes quieran, sí, pero es la única conspiración universal en la que vale la pena participar.
12 comments:
Lo mejor de la navidad es el paseo a casa de mi madre después de salir del trabajo a eso de las 19'45. Ese momento puntual en que la tropa está en retirada y la ciudad ofrece una versión de si misma nada habitual me parece suficiente. Todo lo demás apenas me roza.
BT
Pero al finál nos dejas con una duda : ¿ te gusta o te disgusta la navidad ?.
Comparto esa sensación, BT. Nunca me gusta más quedarme en la ciudad que por ejemplo en Semana Santa, cuando uno se siente al fin dueño de las calles, vacías de toda esa gente que ya no hace sonar el claxon ni empuja en la cola del mercadona... simplemente no hacen todo eso porque no están, se han ido. Y es cierto lo del 24, la gente a esas horas ya no está en la calle. Me prometo degustarlo en los próximos años, la verdad es que no lo había pensado.
Hola, Rodericus. Yo tuve un amigo punki en los ochenta. Un día le puse, para fastidiarle, un disco llamado "Noche flamenca en el tablao de Mariquilla".
-"No me molesta", dijo, "...a los punks nos gusta lo que no nos gusta"
Lo podemos llamar inconsecuencia o, si quieres, pura estupidez, pero a mí me parece mejor decir que "habitamos en los recovecos de la paradoja" (¿a que mola la frase?)
Mi problema mayor con la Navidad no es la Navidad misma, sino más bien su ausencia. Hay una maldición en mi familia por la cual siempre nos sobreviene algún tipo de desgracia que nos amarga las Navidades. Los años en que no ha sido desgracia familiar el infortunio se ha concentrado privadamente en mi persona. Es así sistemáticamente desde hace 25 años, el destino no ha fallado ni una sola vez. La sola posibilidad de cantar villancicos e ir al corte inglés a hacer el tonto me parece un manjar de dioses comparado con quedarme en un sofá llorando porque me han dejado tirado mis novias o pasar las noches en un hospital por un infortunado trance familiar.
Sí, lo sé, no es una respuesta a la pregunta, pero creo que lo honesto es reprochar a la Navidad todos los males que causa para, a continuación, "absolverla". ¿Por qué? Porque aparte de que les hace ilusión tanto a mi madre como a mis sobrinas -lo que no es poca cosa- tiene el atractivo del rito, la liturgia colectiva, las costumbres que se comparten con la tribu. Y no me refiero a hábitos estereotipados, heterodirigidos e inducidos por la ley del consumo, como ir a comprar gilipolleces, sino a algo que tiene más que ver la memoria emocional de la colectividad y que nos hace recordar que quizá no estamos tan solos como a veces creemos.
Bueno, vale, sí, me gusta la Navidad de los cojones, qué vamos a hacerle.
En esa clásica y dicotómica encuesta sobre la Navidad, confieso que yo me alineo decididamente en el bando de los que pasan olímpicamente. No es que me disguste (he pasado ochos trabajando de camarero en día de Navidad y el de Nochevieja y nunca me he quejado), pero es cierto que tampoco me convence ni hace especial ilusión.
Leyendo a Baroja se ha acentuado una tendencia de mi personalidad (aunque confieso que ya existía de mucho antes) que es la de ir sistemáticamente en contra de las convenciones. Odio a la gente que se empeña en que en Navidad se tiene que comer necesariamente marisco, cordero o turrones. Recuerdo que en mi casa mi madre me decía que elegiese para comer en Nochebuena lo que más me gustase. Ella pensaba que lo suyo era el mero, el salmón y todas esas cosas, mientras que mi hermano no paraba hasta que no l traían un entrecot de medio kilo. Yo por mi parte, recuerdo haber cenado varias veces pechuga de pollo empanada con patatas y huevos fritos. No necesitaba más.
El otro día me preguntaba una compañera de la facultad si había comprado los regalos de Navidad. ¿Regalos de Navidad?, le dije yo. Yo cuando quiero algo - o cuando quiero regalar algo - me lo compro y no miro la fecha. Como tú bien dices, paso de ir al Corte Inglés (aun así y todo, es curioso que el otro día tuve que ir a cambiarme una pila del reloj) y sucumbir al consumismo forzado por la conveción social.
Y sobre eso de que a todos nos gusta rajar, qué quieres que te diga. Acostumbrado a leer a Baroja, Risto Mejide me parece un principiante de la ironía. Ayer precisamente leía una magníficas palabras de Baroja que resumen ese espíritu crítico que dices que habita en todos nosotros. Aunque habla en concreto de su aversión a la Iglesia, es extrapolable a todo, porque Baroja sí que rajaba de todo:
"A mí, cuando me preguntan qué ideas religiosas tengo, digo que soy agnóstico - me gusta ser un poco pedante con los filisteos -; ahora voy a añadir que soy dogmatófago. [...] Mi primer movimiento en presencia de un dogma, ya sea religioso, político o moral, es ver la manera de masticarlo y de digerirlo"
Pío Baroja, "Juventud, egolatría".
"A
Hola, Paco, dado que tú hablas del hombre de tu tesis, yo hablo del mío. Hablaba Baudrillard del "infierno de las vacaciones". Nada se me antoja más desagradable, más lejos de la paz y el descanso que se asocia a las fiestas que esa procesión acelerada de enloquecidos que se agolpan en los grandes almacenes o las entradas de las autovías para satisfacer toda esa retahila de obligaciones que nos impone la Navidad. De entre estas fechas señaladas, que incluyen desde cualquier viernes del año o los puentes hasta el inicio del verano o la semana santa, mi predilecta, por la perplejidad que siempre me ha causado es la Nochevieja. Ningún día del año asocio tanto a la muerte, la violencia, las imágenes patéticas de maltrato a los vecinos, la barbarie alcohólica y las aglomeraciones absurdas. Es curioso que accedamos a divertirnos por decreto, "divertirse hasta morir", como dice Neil Postman. Con gasto espectacular en cena-cotillon y vestido de lentejuelas incluido. Es tan obligado divertirse que a la gente mayor le ponen en la tele programas horteras hasta las tantas para que se sumen también al esperpento. Y no digo que sea mala la excusa de las campanadas para celebrar algo; a fin de cuentas hay quien se sube a una fuente en calzoncillos porque su equipo ha ganado la Copa del Pez-Polla. No, como tampoco estoy en contra de que la gente se divierta. Yo lo que creo es que la gente no se divierte, cree que está obligada a divertirse, que es una cosa muy distinta.
En realidad el placer surge espontáneamente, cuando menos lo planificamos. Nada más lejos de ello que este tipo de movidas donde uno ha de reservar sitio con antelación y luego quejarse en recepción de que no le han puesto la copa que ponía el ticket. Se me ocurre que es como un campo de concentración donde te dieran órdenes como "ahora, sed felices"o "enamoraos" o "sentíos muy bien con vosotros mismos".
David P.Montesinos
Llevaba varios años escapándome de mi habitat, en nochevieja, por cuestiones pseudofilosóficas parecidas a las que han señalado ustedes en sus alegatos... hace dos inviernos andabamos, mi prole y yo, en las inmediaciones de Trafalgar Square intentando encontrar un establecimiento hostelero(habiendo incluido Mcdonald´s en dicha lista) en el que repostar a las 22h´30 del 31 de diciembre...
les ahorraré la fatua peripecia, nunca un adjetivo fue tan exacto en su calificación, en la que se convirtió aquella noche diciendoles que pasadas, y bien pasadas, las 12,00 del 31, bien entrado el 1, del año siguiente, o sea del pasado... y no quería hacerme pesado...
un desastre, amigos... créanme.
Afortunadamente el resto del viaje anduvo por otros derroteros, incluso en los itinerarios más susceptibles de generar cochambre espiritual en un alarde, por otra parte inutil, de falso eclecticismo... vease visita a Camden por la mañana y Harrods... por la tarde.
Así que, para este año he decidido no escapar, ¿para qué?... si, total, para pasarlo mal prefiero saber con lo que me voy a encontrar por tópico que esto sea... se acabaron los inventos, quiero volver a ser el borrego de otros años... quiero mis uvas, mi Igartiburu (echaré de menos Ramón Garcia), mis entrantes, los gambones, el turrón del mercadona...
y es que jode un huevo comerte doce gominolas a palo seco, muerto de frio y hambre, en Picadilly Circus, por extravagante y esnob que pueda resultar... más esnob que extravagante, he de reconocer.
Por primera vez... y vuelvan a creerme, me siento feliz con sólo pensar lo poco bien que me lo voy a pasar en fin de año...
y que se joda Baroja y su tontería, también un poquito esnob... y extravagante... que es que algunos con tal de ser diferentes...
Infeliz nochevieja tengan todos ustedes, y no menos jodido 2010.
un abrazo.
En realidad, querido Imperfecto, uno lo pasa mal casi siempre. Lo que pasa es que la mayoría de veces es por aburrimiento, y otras, las menos, porque se mete en charcos que en ocasiones llegan a resultar bastante fangosos. Tu episodio londinense, siento discrepar, me parece bastante más emocionante que el de la Igartiburu. Lo pasastéis mal entonces, sí, se os puso cara de tontos con el hambre y el frío, de acuerdo, pero ¿y lo que os reiríais? ¿Y lo que mola después contarlo? Yo tengo bastantes así, no darías crédito si te contara alguno, porque yo he hecho el paleto espantosamente en algunos de los lugares más renombrados del orbe... como para enorgullecer a mi patria.
Pero también creo, caro amigo, que las únicas vidas tristes son las de quienes, por evitarse ciertas incomodidades que son inherentes a la aventura, han optado por no moverse ya jamás de sus zapatillas de andar por casa. Creo, afortunadamente, que no es tu caso. Por cierto, me están entrando ganas de irme a Londres. Feliz 2010.
Sr Montesinos le ha costado reconocerlo, pero al final en la respuesta a Rodericus lo ha hecho, le gusta la navidad. Bueno, no es tan malo el que nos guste la navidad, me gusta sobretodo si se la descarga de su significado religioso, su fiebre consumista y la exigencia de pasarlo bien…y nos quedamos con estar con los nuestros, con los que verdaderamente representan y configuran nuestros afectos, con tratar de disfrutar de aquello que nos rodea. Ciertamente alguien puede decir que para eso no es necesario que sea navidad, es verdad, pero parece que aunque solo sea por el hecho de que uno dispone de algo más de tiempo es más fácil que uno pueda dedicarlo a disfrutar, a cuidarse a uno mismo y a los que quiere, a regodearse en la placer de la lectura, de la música, o en sacar de nuevo a pasear a ese niño que encerramos yéndonos al cine a ver una película. Convencionalismos cada uno cae en los que quiere o en aquellos de los que no ha logrado escapar. Quizá en la navidad como en la vida, lo que sobran son los clichés, las exigencias, el cumplir con un modelo establecido. La navidad, como la vida, es plural, hay muchas formas de vivirla, se trata de que cada uno encuentre la suya. De todas formas le tomo prestadas unas palabras a María Zambrano (aunque miedo me da traerle a usted una cita filosófica)”allí donde empieza la vida, empieza también la astucia, la simulación y la mascara”
No comparto del todo eso que dice que es la ilusión lo que sostiene la tierra y que “lo que hace realmente valiosa la vida no son las cosas buenas que nos pasan, los éxitos, las pruebas superadas... es más bien la promesa, la luminosa alegría de creer, esos momentos tan dulces que nos detienen en las estancias de la espera”.La vida también es todo eso, o sobretodo, es eso, lo que nos ocurre, nuestros fracasos y nuestros exitos, nuestros proyectos…
Vas a tener razón, David, en que la mayoría de los poquitos momentos de felicidad de los que gozamos a lo largo de nuestra penosilla existencia suelen ser fabricados por la febril creatividad de una memoria empeñada en edulcorar su propia autobiografía... ahora que lo pienso... si que es verdad que nos echamos unas risas a cuenta de Picadilly, sobre todo recordandolo...
bueeeeno... Feliz año, querido profe.
Feliz,también para alguien que tiene la lucidez como para reconocerse en su imperfección.
Hola, R. Me parece especialmente certero su comentario, sobre todo cuando lo culmina concluyendo en que "cada uno ha de tener su navidad". Quizá es algo de lo que yo quería decir en el artículo y no he sabido encontrar las palabras adecuadas, cosa que usted sí ha hecho.
Yo creo que no es malo habitar dentro de ciertos referentes que, por su condición tribal se prestan a todo tipo de apropiaciones, manipulaciones y malos entendidos, a veces por simple visión mercantil y a veces porque mantenernos a todos un poco idiotas y aborregados evita conflictos. Resulta cursi porque es una idea muy fetichizada ya por la publicidad, pero el de que a uno no le robe el corte inglés la Navidad me parece un propósito loable. Y, cuidado, los "anti" a veces tienen también sus peligros, sobre todo cuando se ponen estalinistas y deciden, con el mismo tono machacón y autoritario de los obispos o los publicistas, que celebrar la navidad o los Reyes es de "debiles y adocenados". Me produce las mismas sospechas esa actitud que la de quienes se pasan la vida -que los hay- clamando contra el matrimonio. Yo creo que, en ambos casos, tanto la navidad como el matrimonio, someterse a su liturgia por principios es tan estúpido como no someterse a ella por principios, no sé si me explico.
No discrepo de lo que dice al final. En realidad, no pretendo excluir de mi vida la trascendencia de las experiencias consumadas, por supuesto. Lo que intento decir -es algo difícil de aceptar, lo sé- es que son las significaciones, ese valor connotativo del que los investimos el que da su auténtico valor a objetos y experiencias. Y ese es un "efecto de ilusión", lo cual no tiene porque entenderse en el sentido peyorativo de "espejismo" o de puerilidad. Lo diré con más claridad: me gustan estas fechas porque, irremediablemente, las asocio a ese momento en que llegaban los Reyes... la espera, la intriga, la ilusión en suma. No pienso ser estalinista con cosas tan serias. Me alegra que usted tampoco, felices reyes pues, R.
Feliz año, David. Mis mejores deseos para todos.
Abrazos.
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