Friday, May 07, 2010









POR QUÉ NO TENGO MÓVIL







La escena que les relato es completamente verídica, y no creo en cualquier caso que les resulte extraña porque deben haberlas visto similares en innumerables ocasiones.

Asisto a una actuación de ballet en el Teatro Principal. No soy experto en danza, de manera que la sensación que se apodera de mí cuando -en medio de la Sonata Claro de Luna de Beethoven- el grupo rodea con unos movimientos de una belleza única a la pareja protagonista tiene algo de experiencia nueva e irrepetible, una magia especial que acaso nunca antes había sentido. La joven bailarina salta en el aire de tal manera que se diría que ha encontrado, como los ángeles, el secreto de la ingravidez. En ese justo momento ocurre algo que me devuelve a la prosa del mundo, algo que me recuerda por qué dijo Cioran que la Naturaleza, al crear a este mamífero engreído llamado sapiens, "se traicionó a sí misma": es un teléfono móvil.







El protagonista del suceso es un anciano. Sospecho que sus familiares le han convencido de que debe portar permanentemente el trasto de marras. Y debe ser el más hortera de todos ellos el que le ha asignado el tono o politono o como demonios llamen ahora a la alarma del aparatito. Como en cuestiones musicales soy muy vulnerable a las interferencias, mi cerebro deja de percibir a Beethoven, y en cambio se inunda de Yurop laivin a selebreision, todos juntos vamos a cantar; Yurop laivin a selebreision, nuestro sueño una realidad. Tras acordarme de las madres de Bisbal y Rosa de España, que por cierto no tienen ninguna culpa de que sus estúpidas canciones se conviertan en tonos de móvil, pienso en preguntarle al simpático anciano qué parte del repetido mensaje auditivo y visual -"Por favor, se ruega apagar sus teléfonos móviles"- no ha terminado de entender. Es posible -pasa mucho en suelo patrio- que crea que la advertencia no es para él, sino para negros, maricones o jovenzuelos melenudos. Aunque lo más probable es que, como la mayoría de los viejos, no sabe cómo utilizarlo, lo cual supone que ni lo sabe desconectar, ni recuerda en qué bolsillo de la chaqueta lo ha puesto, ni sabe siquiera a qué teclita darle para apagarlo.

Gracias de todo corazón, me ha jodido usted el momento más sublime de las últimas semanas. Por suerte, he vivido tantas veces esta situación que ya estoy psicológicamente preparado para ella, de manera que cuando consigue, tras un tiempo interminable, dar con la teclita dichosa, la danza vuelve a apoderarse de mi alma... Beethoven se ha abierto camino entre sus enemigos con la misma pasión con la que en vida derrotó a los puristas que decían que la suya era música para bárbaros. Bárbaros son los que inventan instrumentos de tortura, y el móvil es una de ellas.





No sé si recuerdan aquel anuncio en que una pareja cena en un restaurante. La situación es idílica, ella le mira con cara de haber encontrado por fin al hombre de sus sueños, él está a punto de declararse. De pronto, le suena el móvil. "Disculpa un momento", dice el cacho de burro, y se pone a hablar. "¿Por dónde íbamos?". La situación se recompone, regresa el amor...¿Y? El puto aparatejo otra vez. A la joven se le empieza a acabar la paciencia. A la tercera vez, su sonrisa ya no es ni siquiera de desesperación, es de cinismo: ya sabe, y tiene toda la razón, que no es ese el hombre de su vida.


Razones para dejar de amar a un hombre hay muchas, he compartido toda mi vida con mujeres, de manera que puedo hacerme cargo sin apuros. Estropeamos un fin de semana gritando "Gooool" ante un televisor, miramos el culo de una que pasa tras decirle a alguna de ustedes que la amamos, nos tiramos pedos... Ustedes suelen tener el buen gusto de detestar el fútbol y no se quedan embobadas ante el primer macarra que pasa. Pedos sí se tiran algunos, todo hay que decirlo, pero menos y, sobre todo, no lo hacen con nuestra suficiencia, que parecemos hasta orgullosos si conseguimos que retumbe. Pues bien, en eso de hacer el subnormal con un teléfono móvil no tienen nada que envidiarnos.







Yo ya he dejado de escandalizarme cuando veo cada mañana a los chavales encaminarse al Instituto con el móvil en la oreja. ¿A quien coño llamas a estas horas, niña? ¿a tus compañeras para decirles que os veis dentro de un minuto y medio? El metro, por ejemplo, está lleno de jovencitas qué hace todo tipo de cosas con el móvil... porque resulta que eso de hablar ya solo es uno más de los usos del mágico aparato. Además, lejos de propiciar la discreción -en un tiempo como el nuestro, en el que la intimidad parece ser un valor apreciado solo por las minorías-, la comunicación a través del móvil nos permite asistir a todo tipo de devenires ajenos,pues la gente habla más alto que nunca, de manera que yo puedo enterarme de que Cristian tiene phoskitos -"regalos y pastelitos"- para merendar,y que "tía, cágate en las bragas, que la Jessi ha cortao con el Lolo".

No pasa un mes sin que tenga el habitual rifirrafe con mis alumnos sobre el asunto. Como buen profesor de Filosofía, tengo todavía esa presunción heroica de que las normas requieren ser explicadas. De manera que intento hacerles ver que se debe sancionar la tenencia de móviles en el recinto escolar, norma que, por razones obvias, termina haciéndose efectiva solo cuando la musiquita dichosa interrumpe la clase. El diálogo es recurrente:

-"¿Y si nos llaman para una urgencia?


Y yo les digo que el concepto "urgencia" es difícilmente definible, y que no podemos ponernos a decidir si una urgencia es que tu abuelo está en el hospital, o que tu novio te deja, o que el Valencia ha marcado un gol... De forma que, cuando realmente pasa algo grave, lo recomendable es que tu familia se preocupe de llamar al Centro, que tú bajes a conserjería... Más o menos como pasaba cuando yo era un crío y casi nunca te llamaban, pues si lo hacían era para decirte que se te había muerto alguien, con lo que resultaba bien poco deseable que acudiera el conserje con la frase famosa: "que baje López, que tiene una llamada de casa".

-"Pero si lo tenemos en modo vibrador" -la palabreja se las trae- "no interrumpe la clase".





Y es entonces cuando les intento hacer ver que es su atención lo que verdaderamente importa en una clase, que en el fondo lo que pretendo es que entiendan que un aula es un lugar de respeto, un espacio de convivencia donde se deben guardar especialmente ciertas normas sin las cuales cualquier tipo de vida pública queda absolutamente estrangulada. No sé si les ha pasado, pero muchos de los mejores momentos de mi vida -una interesante conversación, un atardecer en la cama con una hermosa mujer o una bella película- son estúpidamente interrumpidos por el odioso sonido de un teléfono. No concibo mayor derrota que la de que mis clases pudieran ser impunemente interrumpidas porque a uno le llaman para decirle que se le ha olvidado el bocadillo o que Chanquete ha muerto.

Y ¿saben?, creo que si al final no conseguimos pasar de aquello de "la norma es la norma y si no la cumples te castigo", es simplemente porque este problema no lo han inventado mis alumnos.

Me explico. Hace años, en una sesión de Consejo Escolar donde supuestamente se determina la gestión de algo tan serio como para mí es un centro de enseñanza pública, se nos presentó la nueva presidenta de la Asociación de Padres. Bienvenida, y todas estas cosas. Al cabo de un rato, a la individua le sonó el móvil. "Bueno, la inexperiencia", pensé... Media hora después le volvió a sonar. Esta vez se levantó de la mesa y contestó. La tercera vez aparentó cara de fastidio y murmuró algo así como "qué pesado es", lo cual no le impidió contestar y decirle a Kevin que se comiera las galletas, que hiciera los deberes o que dejara de hacerse pajas con el Penthouse de su padre.


Supongo que ya ven por donde voy. Es ridículo pretender que nuestros adolescentes interior¡cen principios morales que sus padres son los primeros en enseñarles a conculcar. Y no solo sus padres. Mientras algunos profesores pierden el tiempo intentando hacer entender a sus alumnos el carácter hasta cierto punto sagrado que debemos otorgar a esas pequeña ágoras modernas que son las aulas -como los cines, los teatros o las salas de conferencias- hay profes muy simpáticos que hacen ostentación de su móvil de colores y salen obscenamente del aula en medio de la clase para hacer eso a lo que sus alumnos no tienen derecho. Como le dijo una a un alumno que le cuestionó en una de estas situaciones por lo que le parecía una evidente discriminación: "es que tú y yo no somos iguales"... y se quedó tan pancha. Lo que no sé es por qué a continuación no le dio por fumarse un porro o a escribir en la pizarra "alumnos hijos de puta"... En eso consiste lo de no ser iguales para esta señora: que los profes podemos hacer marranadas y nuestros alumnos no.





No uso teléfono móvil, soy seguramente un desgraciado y me debo estar perdiendo cosas maravillosas. En cualquier caso soy la prueba viviente de que se puede vivir sin móvil en 2010.Es lo que he elegido, el problema es que no estoy seguro de poder ser libremente desgraciado durante mucho tiempo. Con frecuencia, seres que me quieren me intentan obligar a comprarme uno, y hay quien incluso se plantea regalármelo. Y el caso es que yo tuve móvil un tiempo. Lo tiré a la basura. Había un amigo, al cual conocí muchos años antes de que existieran los telefoninos, con el que solía quedar. Nos citábamos en tal sitio y a tal hora. Cuando yo ya estaba en la calle, me volvía a llamar y me decía que mejor un poco más tarde, que tenía que hacer no sé qué cosas. Ya en el lugar se retrasaba, conque me volvía a llamar y me decía que mejor en tal sitio, que le pillaba más cerca. Yo acudía al nuevo emplazamiento. El tipo volvía a llamar y me preguntaba que por qué no había llegado yo aún... En ese momento aparecía doblando una esquina y con el móvil en la oreja... Levantaba la mano con gesto de "ah!, áhí estás" y apagaba el móvil. Una pesadilla, vamos.


Últimamente quedamos poco.


12 comments:

Anonymous said...

Vaya, vaya, con mister Steinbeck. Esa imagen final de las uvas de la ira, con esa mujer amamantando a un hombre moribundo tiene ecos lejanos, del otro lado del Atlántico. No recuerdo si Ovidio en sus Fastos, pero desde luego sí Valerio Máximo, recoge la historia de una mujer romana llamada Pero que se dedica a visitar su padre, condenado por la ley a morir de hambre en una celda. Al pasar las semanas, los guardias se extrañaron de que el anciano aún no haya muerto y deciden controlar las visitas de Pero a su padre. En una de ellas descubren, al fin, que Pero se dedica a alimentarle con la leche de sus pechos.

Si eso hoy en día resulta obsceno no lo sé, quizá sea así, pero para los romanos fue motivo de admiración y orgullo.

A. Lillo

8:18 PM

David P.Montesinos said...

Desconocía esta historia, Alejandro, pero la materia prima de los relatos contemporáneos es con frecuencia herencia de tiempos lejanos, tiempos fundacionales en este caso, diría yo. He recordado hace muchos años haber estudiado la pintura flamenca en Historia del Arte y que, en aquellos tiempos hiperhormonados, nos llamó la atención cierto cuadro de Rubens. Pues bien, ese lienzo, en el que, por supuesto, se ve a una joven madre con generosos pechos dando su leche a un viejo, se refiere justamente a la aventura de Cimón y Pero que tú me cuentas. "Caridad romana" es el nombre. Por cierto, con el nombre de "Cimón y Pero", Rubens, especialmente impresionado por ese mito en el que la simbología de la protección maternal se da la vuelta sobre sí misma, pintó por segunda vez la misma escena años después del primer cuadro.

Anonymous said...

Un móvil desencadena la trama de Habitación en Roma, la última e infumbale película de Medem. Alguien debería decirle a este hombre que ha perdido el norte. Salir de la sala con el sentimiento de vergüenza ajena no es algo que me suceda a menudo. Con Medem es la segunda vez.

BT

David P.Montesinos said...

No soy quien para hacerte reproches, pero creo que confirmas aquello, querido BT, de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Digo que no soy quien porque yo, errores de este tipo he cometido muchos. Entiendo que tengas sensación de estafa. Hace ya mucho que llegué a la conclusión de que el tal Medem es un cara, un tipo sin ideas que se las apaña para hacer creer a la gente ilustrada que tiene cosas muy originales que decir. Me encanta cómo el tipo se las arregla para crear pornografía fina para incautos y vestirla de rollo estético. Una joven a la que se follan en Formentera, dos niñas monas que se hacen gorrinaditas en Roma... lo próximo será un padre que se enamora de su hija y deciden casarse en una playa de Ibiza.

Anonymous said...

¡Esas faltas de ortografía, profesor!
La premura no es buena para nada. Con ser, ¿qué? Hay alguna más... Pero, bueno. Tienes un blog espléndido.

David P.Montesinos said...

Pues sí, es "conserje", gracias por el jocoso aviso y por el elogio.

Justo Serna said...

¿Por qué siempre me parece tan chispeante e inteligente lo que dice, incluso cuando no estoy de acuerdo? Tiene un don, el de de analizar las cosas pequeñas, ejercicio dificílisimo. ¿Un ejemplo? La diatriba contra el telefonino, en su blog. Es divertida y es analítica, pero me parece contradictoria.

Yo tengo móvil y lo uso, pero aún recuerdo cuando me escandalizaba si divisaba a un bañista hablando con el aparatito en la playa o si veía a alguien haciendo ostentación de ese adminículo. No hace tantos años. Me parecía el colmo de la esclavitud ridícula. Hoy no prescindo del telefonino, como no prescindo del ordenador. Sólo una cosa: detesto hablar por teléfono. Tengo el oído duro.

Sr. Montesinos, ¿cómo puede disponer de blog y a la vez ‘fardar’ de no tener móvil?

David P.Montesinos said...

Sí, hay una cierta contradicción, aunque habito con relativo confort en mis contradicciones. En cualquier caso, amigo Justo, mi problema no es tanto con la tecnología en general como con el móvil en particular. Quizá es que, en realidad, nunca me gustaron los teléfonos, ni siquiera los fijos. Como en todo, creo que hay que hacer un uso razonable de las cosas. Fíjese, un trasto tan beatífico e inofensivo como la bicicleta se convierte últimamente en manos de algunos energúmenos en una máquina odiosa, no hay más que ver como van algunos, muchos disfrazados de Induraín, por caminos rurales o incluso aceras como si fueran velódromos y arrasando con sus bocinitas a cualquiera que haya tenido la imprudencia de simplemente caminar por dichos lugares, originalmente concebidos para quienes simplemente desean caminar. Hay que educar a la gente en el uso de la bicicleta, como hay que educarla en el uso del móvil. Lo que pasa es que a veces me canso de tan ingente faena.

Joaquín Huguet said...

“Érase un hombre a un móvil pegado”. No sabemos dónde comienza el hombre y donde acaba el móvil o viceversa. Los móviles son prolongaciones de nuestro cuerpo –oreja gigante y gran laringe-, como muchos aparatos. La palabra apropiada es “periféricos”. A través de todos estos periféricos no nos hace falta salir de casa, ni tener un contacto directo con la realidad. Hoy Howard Hughes sería feliz, porque se sentiría a salvo de los virus. No necesito viajar porque lo hago a través de la televisión o internet. Hasta lo más sagrado se puede hacer a distancia. Puedo asistir a misa, como el personaje de José Luis López Vázquez, desde mi casa viendo la televisión. (¿Cómo es posible que el papa Ratzinger permita semejante herejía?) Preveo matrimonios a través de la webcam y seguro que nuestros informáticos inventaran orgasmos telemáticos como el orgasmatrón de “El dormilón” para evitar embarazos no deseados. Pero lo más absurdo es que, en vez de comentar contigo todas estas cosas tomando unas cervezas, estoy en el ordenador escribiendo unos comentarios que multiplicaran los bites en la red y harán las delicias de Bill Gates y Cía. La bitácora, ¿ha sustituido al café o a la cervecería? ¿Te imaginas a Valle-Inclán lanzando sus pullas en la red? No se habría quedado manco. ¿Y su imagen barbuda? Le habría costado menos esfuerzo. Habría bastado con que se hubiera puesto una barba postiza cuando hablara por la webcam.

David P.Montesinos said...

Bueno, Joaquín, pero ya recuerdas aquel spot en que se promocionaba internet por la posibilidad de adoptar cualquier personalidad, lo cual significa que uno puede tomarse gracias al aparatito unas vacaciones de uno mismo. Yo, no obstante, no tengo nada contra internet ni contra el móvil, aunque pueda dar esa impresión. No, a mí lo que me molesta es que, pudiendo hacernos adictos a cosas dignas terminemos intoxicándonos por cosas tan ñoñas como la de querer estar siempre "localizable". Esa idea me parece siniestra.

Ricardo Signes said...

El problema del móvil es su impertinencia. Ya sea en una conversación con un amigo o en un espectáculo de ballet en el teatro, su sonsonete arruina la fascinación e inunda de banalidad y estupidez el momento. Es esta capacidad, unida a las innegables ventajas de su uso, lo que convierte al aparato en algo perverso. Recuerdo una escena de una película de Almodóvar en la que el sacerdote celebra la eucaristía con un cigarrillo en la mano, en un gesto que desacralizaba el rito. Pero ahí el riesgo de confundir la patena con el cenicero era solo una posibilidad (o un temor) asociada a lo cómico. En cambio, lo del móvil es un hecho constatado todos los días.

David P.Montesinos said...

Creo que prefiero al cura con el cigarrillo que con el móvil, Rick.