Friday, September 10, 2010








NADIE ACABARÁ
CON LOS LIBROS...
NI CON LA VANIDAD







1. En la última entrada, deslumbrado por la sabiduría de Stephen Hawking, me alborocé precipitadamente al confirmarse con rigor científico las sospechas que siempre he albergado de que Dios no existía, en parte por chinchar a los papistas y en parte porque, honestamente, creo que si Dios existe nos la vamos a cargar, con lo que mejor seguir así, en este sindiós de guerras preventivas, ayuntamientos endeudados y videos frikis en youtube. Y digo que fue precipitado porque, si bien es cierto que Dios no existe, al menos existe Billy Wilder, o, mejor dicho, sus películas. Fernando Trueba no dudó en llamar "Dios" al creador de Sunset Boulevard o La vida privada de Sherlock Holmes. Ya puestos, yo incorporaría a ese Olimpo a muchos otros... Por ejemplo a uno que, creo que por su buena relación con el Maligno y para que rabie Berlusconi, ha optado por no morirse: Umberto Eco.


Podría hablarles de cómo iluminó mi trayectoria intelectual (mola lo de "trayectoria intelectual", ¿eh?) en tiempos mozos con aquellos ensayos -Obra abierta y Apocalípticos e integrados-, el descubrimiento que supusieron sus novelas, en especial la celebérrima El nombre de la rosa o la para mí infravalorada Baudolino, sus artículos de prensa -muchos de ellos recogidos en extensos volúmenes como La estrategia de la ilusión o A paso de cangrejo- ... No debo ser un gran lector de U.Eco porque su bibliografía abarca demasiadas páginas que aún me son ajenas, en cualquier caso se trata de un escritor con unas dotes de seducción irresistibles. Por cierto, es uno de los pocos personajes de los que en wikipedia, tras los apartados de "Biografía" y "Obras", aparece un tercer apartado denominado "Curiosidades", en el cual se nos relata que el escritor italiano se hace llamar así mismo "Bondólogo" -por especialista en James Bond- o que es fanático de la comida polaca.


No sé si su obra es tan significativa como a mí me parece, no sé si tiene un componente excesivo de prestidigitador y una inquietante facilidad para manejarse en los media... Lo que sí sé con certeza es que siempre me he divertido mucho leyéndole, e incluyo muy especialmente aquí sus declaraciones y entrevistas, en las que demuestra -mejor cuanto más anciano- una finura analítica y una disposición a la ironía ante las que no puedo sino admirarme.


Pues bien, resulta que estoy volviendo a divertirme barbaridades con este señor gordito del Piamonte: el libro se llama Nadie acabará con los libros. Se trata de un largo diálogo con Jean-Claude Carrière, que presume -yo en su caso también presumiría- de haber trabajado como actor y, sobre todo, como guionista en muchas de las películas rodadas por Luis Buñuel a partir de los años sesenta. No me olvidaría de su guión de Cyrano de Bergerac o del de La caja china, film dirigido por Wayne Wang e interpretado por Jeremy Irons, en mi opinión uno de las mejores películas que se han rodado en los últimos veinte años. El diálogo es moderado por Jean-Philippe de Tonnac, un reputado intelectual francés que tiene alguna obra traducida al castellano y que dice en la introducción algo tan interesante como esto: ""Más que nunca, entendemos que la cultura es lo que queda cuando todo lo demás ha desaparecido". La edición de Lumen, uno de los sellos de Random House Mondadori, es ciertamente bonita, y merecen especialmente la pena las ilustraciones a cargo de André Kertesz, un reconocido maestro de la fotografía.



El contenido del texto es tan luminoso, tan ocurrente, hay tanta inteligencia y, al mismo tiempo, tanto sentido del humor en los dos interlocutores, que uno termina fastidiando a quienes comparten su vida, pues les promete dejarles el libro cuando acabes de leerlo, pero por el camino no puedes evitar ir destripándoselo. Ambos relatan episodios realmente sorprendentes sobre el mundo de la bibliofilia, la cual, más allá de la adicción a veces patológica por incunables y antigüedades literarias -patología que los dos reconocen sufrir-, abarca la larguísima historia del amor por los libros. Amor y también odio, pues episodios como el del incendio de la mítica Biblioteca de Alejandría han sido tristemente frecuentes a lo largo de los tiempos. Sometido a la presión, la vigilancia y la animadversión de toda suerte de inquisidores, el libro ha sufrido lo que Tonnac llama su "bibliocausto". Llegamos a fascinarnos ante episodios delirantes de enloquecidos que cruzaban en el año mil cordilleras y desiertos para llegar a cierto monasterio del norte de Italia que albergaba una copia anterior a Cristo de la Poética de Aristóteles. Eco insinúa hasta dónde sería capaz de llegar él mismo por conseguir una de las Biblias de Gutemberg...



Pero de los quince temas de conversación que estructuran el texto creo que me quedo con el titulado Nadie detendrá la vanidad. Umberto Eco es conocido entre otras muchas cosas por su condición de coleccionista de rarezas literarias. Le han fascinado desde siempre los libros que descubren maravillas científicas que resultaron ser completamente falsas, las obras maestras de farsantes que inventaron máquinas tan disparatadas como la "limpiadora de volcanes", las cartografías estrambóticas de tierras remotas que supuestamente se habían explorado... Eco tiene en casa una enciclopedia de la estupidez ( de la bêtise, insiste en decir) en potencia, quizá porque sospecha que nada de lo que una época escribe sobre sí misma es más verdadero que sus mentiras.



Especialmente memorable es el pasaje en el que conversa con Carrière sobre el género denominado vanity press. Se refiere a esas empresas -en número creciente con la galaxia internet- que se dedican a explotar arteramente la vanidad de las personas haciéndoles creer que van a editar, publicitar y distribuir el libro que han escrito, para lo cual se sirven de estrategias que parecen burdas a quienes nunca han experimentado el deseo de figurar al lado de los grandes escritores. Habla por ejemplo de una enciclopedia italiana que admitía dinero por incluir el nombre del cliente junto a los de los grandes escritores. Así, al lado de Cesare Pavese, del que apenas se cita su lugar y fecha de nacimiento y alguna de sus obras, aparece un personaje completamente desconocido del que se glosa largamente su fecundísima relación epistolar nada menos que con Einstein y con el Papa Pío XII. Ciertamente, el hombre escribió largas cartas durante años a ambos, lo que la enciclopedia no cuenta es que ni el científico ni el Pontífice le contestaron jamás.



Podemos reírnos de aquel pobre infeliz, de los esfuerzos patéticos que haría para que alguna visita consultara el libro en algún estante privilegiado de su casa y descubriera que su anfitrión era en realidad una de las glorias de la literatura italiana, con más líneas de atención a su obra que Giovanni Pappini o Italo Calvino. Yo he visto cosas increíbles en el mundo de la vanidad. Deambulando como profesor interino por la meseta, conocí a un tipo que hacía huelgas de hambre periódicas de cuarenta días -como Nuestro Señor- para protestar porque un grupo de reconocidos intelectuales le habían robado la autoría de un ensayo bastante exitoso sobre cierto tema sociológico. Hubo otro que explicaba su incapacidad para ser profesor en una facultad de Filosofía como el resultado de un gigantesco complot entre distintos personajes poderosos de la universidad, los cuales al parecer no parecían vivir para otra cosa que para hundirle.


En cuanto a la vanidad literaria... Hay personas que jamás han publicado una línea y que viven obsesionadas con los numerosos desaprensivos que tienen la intención de robarles sus obras, de ahí que se pasen continuamente por la SGAE para asegurar su autoría. Hay quien, tras habérsele editado un puñado de ejemplares, se obsesiona con que la modesta editorial pretende robarle sus derechos de autor y vende los libros en secreto sin comunicárselo. Pero mi preferido fue un profesor de Latín, el tipo más estrafalario que he podido conocer jamás. Una noche decidió leernos a un grupo de compañeros sus poemas de amor. Mientras recitaba aquellos ripios infumables creíamos estar asistiendo a una broma... Pero no: dos noches después, ante lo que él consideraba un gran éxito entre nosotros, optó por leernos su "antología". Había una oda a Goya, un poema de admiración a la belleza de las invitadas al recital, églogas, sonetos... Terminó leyéndolos subido a la mesa del bar donde habíamos cenado ante la incredulidad general de todos los habitantes del local.

Aquel joven poeta se ha perdido en la noche de mi pasado, ya no supe nada más de él, pese a que me consta que dejó huella entre quienes allá le conocieron. Creo que Umberto Eco le habría amado.





2. Ha sucedido esta semana en un programa de la televisión inglesa, Factor X, uno de esos reality donde supuestamente se buscan jóvenes talentos de la música. Aparecen dos chicas gorditas y que ya en las entrevistas previas demostraron tener cierto desparpajo. Salen al escenario, a la gente le hacen mucha gracia por su descaro. De pronto, la cosa empieza a calentarse, dan alguna respuesta "inadecuada", se dedican a criticarse entre sí. El presentador del show opta por que se pongan a cantar. Parece una broma, es imposible cantar peor. Al acabar, cuando una de las componentes del tribunal del programa, una bella y conocida cantante, juzga negativamente la caótica actuación de las chicas, una de ellas le contesta "who are you?" con evidente mueca de desprecio. Al final se echan mutuamente las culpas por la cacofonía y una de ellas, antes de abandonar el escenario llorando, le suelta una hostia a la otra... Se ve que el presentador habla con el realizador por si conviene poner publicidad ante la evidencia de que los espectadores que asisten al programa están poniéndose algo violentos, soliviantados por el comportamiento provocativo de las dos aspirantes a estrellas.


Creo que preferiría ser arrollado por una estampida de búfalos antes que protagonizar una escena como esa y ante millones de espectadores. Mis padres me enseñaron algunas cosas sobre el sentido del ridículo, el pudor, la vergüenza... Es probable que tales cosas no hayan conseguido sino debilitarme. En estas últimas horas me entero por el servicio de noticias de Yahoo que la próxima semana Ablissa, que así se llama el esperpéntico duo musical que han formado, tiene una actuación en Bristol.


Creo que el mundo que tenemos se resume en historias aparentemente tan estúpidas como ésta. Es cuestión de saber sacar conclusiones.




3. Un sacerdote norteamericano nos tiene en vilo en las últimas horas. Nadie tendría por qué dedicar una sola línea a un pobre imbécil como éste de no ser porque ha conseguido que todos nos sintamos rehenes de sus ocurrencias. Tras anunciar que había desistido de quemar ejemplares del Corán después de haber supuestamente negociado con distintas autoridades islámicas de Nueva York, lo que le habría convencido de que, finalmente, no se erguirá una mezquita en la Zona Cero, parece que en las últimas horas está replanteándose de nuevo su propósito inicial, encolerizado porque sospecha que le han mentido. Vamos, que todos somos rehenes de su estado de ánimo. Recuerda a una de esas películas donde un friki con el cuerpo lleno de dinamita tiene aterrorizada a una ciudad entera y anuncia el desastre si no le permiten entrevistarse con el Presidente de los USA o cenar con Britney Spears.

¿Cómo alguien tan insignificante, tan despreciable, puede concitar la atención planetaria en la conmemoración del 11-S? De Terry Jones -a quien podríamos confundir con uno de los Monty Python, leemos que dirige una congregación pentecostal de cincuenta personas, pero lo que todo el mundo sabe, lo que le identifica es que se proclama "antimusulmán". Lo relevante de que al tipo le pegue por quemar coranes no es el hecho en sí, ni siquiera lo es por su supuesto valor simbólico, pues todo barrio tiene a su loco que abjura de Dios desde una esquina... No, la cuestión es que los fanáticos de la religión a la que supuestamente odia Jones no acaban de entender que la mejor manera de enfrentarse al personaje sería simplemente olvidarse de él y ningunear sus patochadas.

Temo que a un Hitler le dé por apilar libros en una hoguera de Alexander Platz para quemarlos porque lo que han pretendido siempre este tipo de inquisidores es protegernos de dichos libros, un poco como sucede con los bomberos de Fahrenheit 451, aquel relato futurista de Ray Bradbury que Truffaut convirtió en un atractivo film y que advertía contra el riesgo de que un estado totalitario se cebara con los libros por miedo a la libertad de criterios. Pero no es este el caso, lo que pretende este Torquemada de opera bufa es simplemente adquirir notoriedad, satisfacer su vanidad haciendo ver que está llamado a una misión redentora y que es dueño de un enorme poder, hasta el punto de tener poco menos que a su disposición a importantes líderes políticos, los cuales no cesan de advertirle del daño que puede hacer con esta provocación hacia el terrorismo islamista.

Me resulta difícil entender que alguien se ofenda porque otro queme un libro, sea el que sea. Si mi vecino se dispusiera a echar a la hoguera un libro de Umberto Eco, le diría que me lo regalara a mí, pero no sentiría que se me estaba hiriendo u ofendiendo con ello. Si yo fuera religioso, dudo que la quema de un libro sagrado me provocara deseos asesinos, salvo que pensara que Dios efectivamente se duele con las brasas de la hoguera montada por algún fantoche, lo cual por cierto revelaría una imagen bastante disminuida de dicho Dios. En todo caso sentiría lástima por el incinerador, pero poco más.

¿Cómo alguien puede pensar que -cita textual de Jones- "el islam es el diablo"? No, no es esta la pregunta correcta. La pregunta es más bien, ¿por qué tantas líneas para este bufón? Por cierto, es cuestión de días, si no de horas que empecemos a enterarnos de que se queman coranes por aquí y por allá. Al tiempo.

6 comments:

Fra said...

Grande "La caja china"!!!! Te olvidas de aquel libro sobre cómo hacer una tesis de Eco, es fundamental... aunque uno no se haya embarcado en la aventura de las tesis...

Hace un tiempo que he descubierto a Nussbaum...
En los institutos se debería llegar a las nuevas corrientes filosóficas... ¿qué opinión de merece?

David P.Montesinos said...

Coincido plenamente en el elogio a La caja china y te agradezco la mención a una obra que yo olvidé en la entrada y que, como tú dices, hay que leer aunque uno no pretenda jamás escribir una tesis.
En lo de Martha Nussbaum tengo que decepcionarte: tan solo tengo referencias... vamos, que no la he leído. Tiendo a asociarla con el feminismo de la diferencia y con estudios sobre el valor de las emociones, las capacidades... También creo recordar que trabajó con Amartya Sen y que trataron de trazar las cualidades de una vida realmente apropiada para las gentes en una sociedad desarrollada, subrayando aspectos que tienden a arrinconarse en el actual modelo del capitalismo -especialmente crudo en Asia- como esperanza de vida y salud, la libertad para comerciar, la participación democrática. También sé que la editorial Katz, que lleva una serie realmente magnífica desde hace años, le publicó un libro recientemente. Lo siento.

Anonymous said...

Suscribo todo lo que dice, sr. Montesinos. Llevamos ya varios años compartiendo lecturas y escrituras sin tener que vernos frecuentemente. Esto de Internet es simplemente maravilloso. Siempre estoy deseando leer lo escribe: por ejemplo, sobre el bellísimo e imprescindible ‘Nadie acabará con ellos, de Umberto Eco y Jean-Claude Carrière, que usted glosa en su blog...

Justo Serna

David P.Montesinos said...

Gracias Justo, me gusta coincidir con usted... y también discrepar.

Anonymous said...

Toda la semana queriendo decir algo acerca de la vanidad... me temo que la mía puede hundirse.

Divertido el libro de "cómo se hace una tesis" además de didáctico , claro.
Un saludo
R.

David P.Montesinos said...

Algunos sucesos de mi vida me han persuadido de que soy tan idiota, que he optado por vacunarme contra la vanidad, o mejor, contra sus exhibiciones públicas, porque, justo es decirlo, somos humanos y envanecernos nos encanta. Me prevengo contra la vanidad por la misma razón por la que me prevengo contra las drogas: son peligrosas porque pueden gustarte.