Friday, September 03, 2010








Y ENCIMA DIOS NO EXISTE







Dios no existe. Lo acaba de decir Stephen Hawking, que estarán de acuerdo conmigo en que no es un cualquiera. Se trata de una de los científicos más afamados del planeta, y su prestigio está acreditado por haber atado algunos de los cabos más intrincados de la Teoría del Big Bang, por haber aparecido en la serie Los Simpsons y, sobre todo, porque parece que, a pesar de padecer ELA (esclerosis lateral amiotrófica), fue capaz según la prensa sensacionalista de engañar a su cónyuge con otra mujer, lo cual supera las mayores genialidades de Arquímedes, que incendió las naves romanas que asaltaban Siracusa con un ingenioso juego de espejos, de Vladimir Nebokhov, un sabio ruso que en 1954 consiguió a posta que naciera un perro de dos cabezas, o el genio injustamente olvidado que inventó el turrón de petas zetas . Por si Hawking no les convence para abandonar la fe, puedo decirles que hay otras celebridades del mundo del espectáculo que están en su misma sintonía, como Fidel Castro y Bill Clinton, por no hablar de algún procer de la derecha española, como Pedro J.Ramírez, que lleva años sin acudir al confesionario y no parece tener cargo de conciencia.








Hay quien sin embargo no está dispuesto a conceder crédito al autor de Historia del tiempo. A estos les parece que todo lo que cuenta el físico sobre la clausura de la lógica del espacio y del tiempo en los agujeros negros no es mucho más que una especulación que permite a los charlatanes inventar estrafalarias aventuras sobre viajes al futuro, lo cual mola mucho, ya que permite ganar pasta o, en su defecto, atraer la atención en las cenas de empresa. (Hay quien incluso ha llegado a llevarse a la cama a una compañera de trabajo tras impresionarla con las teorías de Hawking sobre los "agujeros de gusano", que es algo que suena muy bien pero que nadie entiende) Afirman que se trata de un científico "demasiado mediático", a lo que yo añadiría la sospecha de que está resentido con los curas porque no le han dejado casarse con su nueva mujer por la Iglesia, que es una cosa que hace ilusión incluso a los genios de la cosmología.


A mí todo esto me recuerda un poco a aquello que dijo el Vaticano hace unos años de que el limbo no existe. Vamos, que cerraban un chiringuito abierto durante siglos y dejaban a sus habitantes sin ninguna explicación... así, en la calle, sin finiquito ni nada. A mí, la verdad, eso de que gente como Platón o Séneca no pudieran ingresar en el Cielo por la mala suerte de haber nacido antes que Cristo siempre me pareció una injusticia, pues resulta que si por ejemplo al Carnicero de Rostock le daba por confesar sus pecados un par de segunditos antes de morir, entonces igual encontraba sitio a la diestra de Dios Padre, mientras que Sócrates ya podía hacer obras de caridad por los barrios chungos de Atenas que nadie se lo iba a tomar en cuenta. "Bueno, pero al menos los del limbo no van al infierno", me dirá un partidario. Sí, querido, pero ahora lo cerráis y ¿qué pasa con toda esta gente? Porque de ingresarlos definitivamente en el cielo o -¿qué menos?- hacerlos bedeles ni hablemos, claro.

Hay otro problema, y es que este tipo de estrépitos periodísticamente tan suculentos me arruinan algunas clases de Ética. Una mañana, explicando a mis chicos la diferencia entre la noticia y la opinión, y entre la labor periodística y la científica, pregunté si les sorprendería que un día un diario apareciera en portada con un titular del tipo: "Se descubre que los homosexuales no son malvados". Intento hacerles ver en estos casos que, si bien la ciencia viene muy bien para clonar ovejas y prevenir el sarampión, es mejor no esperar que saquen de las probetas de un laboratorio la respuesta definitiva a la cuestión de cómo hacer un mundo más decente o si Héctor merecía algo mejor que lo que le ofreció el bárbaro de Aquiles. Hawking, al conseguir que los tabloides nos desayunen con la frase del momento -algo así como "Dios sobra"- me acaba de reventar el argumento. Por lo visto, se puede llegar a conclusiones definitivas sobre cuestiones de fe tras una investigación sobre las elipses planetarias, de manera que debemos esperar que próximas investigaciones sobre la fusión fría o sobre los agentes microbianos de la Antártida resuelvan el problema de si es un pecado practicar el sexo oral o basta con desearlo, cuestión sumamente seria y que antes te resolvía el sacerdote.






La celeridad con la que influyentes líderes religiosos han cargado contra Hawking justifica mi sospecha de que el caballero ha dado en el clavo con sus declaraciones, si es que lo que pretendía era montar lío, algo que por cierto entiendo muy bien cuando uno se aburre tanto si poder moverse sobre una silla de ruedas. Dado que se le atribuye condición de tipo listo, presumo que muchos fieles acudirán angustiados a las parroquias para que su Pastor les tranquilice y, de paso, para exigirles que hagan pública la indignación de los distintos rebaños de la fe. Así, hemos escuchado ya las críticas airadas del Arzobispo de Canterbury, además de algún imam por parte islámica, y, para no ser menos, algún importante rabino por la comunidad hebrea (Lo cual alimenta mi sospecha de que los jefazos de los grandes credos monoteístas fingen estar peleados para disimular que tienen un contubernio cuyo fin es amargarnos la vida lo más posible a todos)




He de reconocer, sin embargo, que en estos asuntos andan bastante más puestos que el caballero de los agujeros de gusano. No pretendo que un científico no pueda opinar sobre materias religiosas. Lo que no termino de tragarme es que sus últimas observaciones de las criaturas celestes valgan para confirmar la teoría de que el universo puede muy bien arreglárselas sin Dios, que es por cierto lo contrario de lo que el interfecto dijo hace unos años, cuando afirmó que la Física del momento "no hace descartable la presencia de una inteligencia creadora". A mí me pareció aquella afirmación tan gratuita como si hubiera dicho que Clinton no debería haber aprovechado el Despacho Oval para hacer gorrinaditas o que Villa juega mejor en el centro que en la banda, pero, desde que Newton aseguró aquello de que la Gravitación Universal era la prueba fehaciente de que existe un diseño original inteligente, parece que a los grandes físicos hay que pedirles su opinión sobre estas cosas tan trascendentes.

El caso es que a mí no me hace falta Hawking para seguir sumergido en mi triste escepticismo religioso. Suelo decir que perdí la fe el día que, tras varios padrenuestros en el wc del bar a escondidas de mis amigotes, vi a Oliver Kahn -portero del Bayern Munich- pararle aquel penalty al Valencia en la final de la Champions. Quizá no fue la mano de Kahn sino la del Supremo Hacedor la que frenó aquel balón para castigarme por las fechorías cometidas, pero me asalta la sospecha de que la cosa hubiera sido distinta si Pellegrino hubiera lanzado un poco más a la esquinita... Y ahora yo ya no tendría esta cara de amargado que se me ha quedado desde entonces. Pero no es cierto, lo que ocurre es que nunca me tragué aquello de la Cruz y la Resurrección que me contaba el Padre Pacual en el cole porque siempre me sonó a cuento chino. Y en cualquier caso, aquello de que los Reyes eran los padres, joder, aquello si que fue un trauma de verdad que me previno contra este tipo de decepciones. No necesito saber que los movimientos estelares hacen "innecesaria y redundante", como dice Hawking- "la presencia de un Creador". Yo no he creído jamás en Dios porque siempre he tenido la sensación de que no tenemos salvación.






No es nada personal. Es cierto que el mundo de la fe está repleto de gilipollas, manipuladores, indeseables y, sobre todo, de fanáticos. Pero, tranquilos, entre los ateos conozco también bastantes majaderos. (Todo sea dicho, desde tiempos inmemoriales se mata y tortura más gente, se silencian más voces y se queman más bibliotecas en nombre de la existencia de algún dios que de su inexistencia, pero esa es otra historia) En realidad, es que a mí me gustaría creer. Entiéndanme, me pasa como con ser gay, que me gustaría serlo pero no me sale. Sería acaso más feliz siendo gay y creyendo que hay un Dios cuidando del ganado y asegurando que todo este embrollo de la vida y la muerte tiene un sentido predefinido y que mi presencia aquí se justifica para algo... y eso por no hablar de mis sensaciones respecto a la evidencia de que tras la muerte no hay más que la nada. Es, ciertamente, una convicción un tanto escandalosa, no crean si son ustedes religiosos que los ateos somos de piedra. A mí, por ejemplo, la perspectiva de que mis mayores desaparezcan y no me guarden un lugar en Walhalla para poder encontrarme un día con ellos no solo me parece desagradable, es que me atrevo a calificarla indignado como una inmensa cabronada. El problema es que también me pareció una cabronada que los Reyes Magos no existieran y no por eso pienso que lo que me contó un día al respecto mi hermano mayor -que siempre fue algo aguafiestas, por cierto- fuera una mentira.

Claro que, quizá, después de todo, sí que haya un dios y esté riéndose un poquito de las tontadas de Hawking. Acaso sea indulgente con él, pobre, e incluso conmigo, que le respeto lo suficiente como para saber que -aunque no exista- si existiera, desde luego que no sería un necio. No creo que puedan decir lo mismo muchos creyentes que conozco. Por ejemplo, fíjense en la convicción con la que dirigentes demócrata-cristianos aumentan su popularidad exigiendo la expulsión de los gitanos (un horroroso asunto repleto de ecos bíblicos), llenando con más pinchos las vallas que separan a Europa de los pobres o lanzando guerras contra países que supuestamente albergan terroristas cuando lo que fundamentalmente albergan es miseria. No creo en Cristo, ya ven, pero pienso que si me lo encontrara en el check-in de un aeropuerto o en la cola del mercadona lo reconocería antes que tantos y tantos meapilas que se dan golpes en el pecho los domingos y se olvidan de que lo que Dios les pide es que no le peguen a su mujer, no financien las minas anti-persona o, simplemente, no dejen que su perro orine justo bajo mi balcón.







Tampoco creo en Stephen Hawking, desde luego. Creo simplemente que su actual mujer tiene caprichos caros y que este lío le va a venir muy bien para vender el próximo libro porque, amigos, no hay dios tan poderoso como el Señor Dinero, un dios que moviliza con la misma facilidad a papistas y a apóstatas. El hecho de que, al lado de la propuesta de abandono de la religión, sitúe a la Filosofía, que al parecer habría de ser sustituida también por la fe en los científicos como él, demuestra que Hawking no solo no entiende que la Filosofía y la Religión son cosas muy distintas -yo diría que contrarias- sino que tampoco las preocupaciones que gobiernan la aventura filosófica se agotan en las que se plantean los físicos. Claro que sería mucho pedirle al caballero que entendieran tantas sutilezas cuando su especialidad es la cosmología o, por lo menos, el marketing literario.


Volviendo al tema de Dios y la evidencia de que nos abandona -y hace bien, ya lo creo, porque somos insufribles-, se me ocurre una última reflexión. Que no haya nada allá arriba supone que Hitler, BarbaAzul y Stalin no tendrán mejor ni peor suerte tras abandonar su cuerpo mortal que, por ejemplo, la Madre Teresa, lo cual es, ciertamente, desolador. No habrá premio ni castigo de postgrado, digámoslo así, como -insisto- siempre hemos sospechado sin necesitar al tonto de Hawking diciendo memeces. Con los tipos que he nombrado, como ya están muertos, no va a poderse hacer nada. La propuesta sería entonces ir contra los malvados mientras están vivos, es decir, desde ya: ¿qué les parece?

15 comments:

David P.Montesinos said...

Justo Serna me ha enviado un post sumamente interesante y bastante extenso, cosa que agradezco infinitamente y que sospecho que arrastra algo de agradecimiento por las frecuentes intervenciones que tengo en su prestigioso blog, aquí linkeado, con las que intento suscitar alguna sonrisa entre sus numerosos lectores y contertulios. Me deja algo contrariado el hecho de que, por las peculiaridades del sistema empleado por blogger, parece que se las ha visto moradas para poder colgar el post. La razón es que blogger solo acepta comentarios de una determinada extensión, la cual quedaba desbordada en este caso, lo cual hizo que algunos de los párrafos se duplicara o triplicara, como podéis ver en la sección de comentarios sobre la entrada anterior "Bonito", que es a la que corresponde la intervención de don Justo. Eso y el hecho de que no tengo más manera de filtrar los comentarios que dar yo la orden de que aparezcan -su blog sigue otro sistema de control de email-, ha determinado que aparezca el comentario entrecortado y en desorden. Lo he leído cuidadosamente y lo he reordenado, de manera que aquí tenéis su intervención al completo. Versa sobre el tema de mi última entrada, la belleza, y creo que merece la pena publicarlo aquí.

David P.Montesinos said...

1. Como y cuándo empleamos “bonito”? Como dice David P., hoy en día, lo bonito es una expresión socorrida: lo mismo sirve para describir lo bello, lo bueno o lo que sale bien. Es una fórmula gastada y acaba siendo un concepto vacío o, al menos, anodino. Es lo bello sin estridencias, lo bueno sin gran virtud, las cosas que salen pasablemente, aceptablemente bien. En casa podemos tener cosas bonitas, esas que hemos ido acumulando en nuestros viajes y que consideramos representativas, simbólicas: los 'souvernirs', por ejemplo. Como sucedía en los viajes europeos de los padres de Homer y Langley ('Homer y Langley, de E. L. Doctorow). Pero vemos los 'souvenirs' como productos kistch, objetos con pretensiones estéticas que acaban siendo copias degradadas. No hay nadie que escape de esta situación.

David P.Montesinos said...

Yo mismo, cuando estuve en Londres, lo primero que me compré fueron adminículos inservibles. ¿Dónde? En el 221B de Baker Street: 'souvernirs' de Sherlock Holmes adquiridos en la tienda que han abierto en la residencia que el detective ocupó en las ficciones de Conan Doyle. Esos objetos son una 'monada' y he empezado a repartirlos por casa para que me sirvan de referencia, de reclamo: para que devuelvan el placer que obtengo cada vez que leo un relato protagonizado por Sherlock Holmes. ¿Son bonitos? Seguramente: son objetos bellos sin estridencias, objetos de belleza propiamente circunstancial e inducida, producto de la celebridad del detective. Nada más. Por ello son trastos comunes que he acumulado. Yo leo y acumulo libros, igual que Langley Collyer (de 'Homer y Langley', de E. El. Doctorow) acumulaba periódicos, principalmente periódicos. ¿Por qué? Langley esperaba reunir todas las noticias relevantes en una especie de diario eterno. Con ello no haría falta salir de casa, pues tendría todo lo que hay que saber... Yo no espero tanto. O sí. Los libros que acumulo no son la huella de mis saberes, sino la prueba de mis ignorancias. Si los tengo, alimento la esperanza de que algún día podré leerlos para saber. Pero, en fin, dejemos esto.

David P.Montesinos said...

2. Umberto Eco publicó dos volúmenes complementarios: la 'Historia de la belleza' y la 'Historia de la fealdad'. No sé por qué: sólo compré la 'Historia de la fealdad'. Lo horroroso, lo desagradable, lo espantoso, lo que nos perturba, lo que hiere nuestra sensibilidad me atraen más. ¿Quizá porque tengo algo patológico? ¿Quizá porque padezco alguna malformación? No creo tener mayor curiosidad que otros: me interesa lo que rompe las costuras y me interesa lo que se sale de los márgenes. Quiebran mi expectativa y, por eso, atraen mi atención. A ese efecto, Roland Barthes lo llamaba 'punctum': lo que rasga, lo que hiere la vista. Inmediatamente los ojos se nos van detrás de lo insólito, de lo imprevisto, de lo inaudito.

Recuperemos una expresión deliciosamente antigua: “una mujer de rompe y rasga”. Por ejemplo, Anita Ekberg en 'La dolce vita'. Con esa expresión aludimos precisamente a eso, a un 'punctum' femenino, a una dama que se sale de los canones, que se sale del modelo común, que quizá rompe las costuras: pero no porque esté necesariamente gruesa, sino porque el vestido no puede contener sus turgencias o porque sus rasgos exageran ciertas partes de la anatomía. ¿Llamaríamos bonita a una mujer así, a una mujer de rompe y rasga? ¿La llamaríamos 'bonica', como hacen en Valencia? No, supongo que no. La bonita sería una chica de belleza contenida, de finas formas: una chica fina, en efecto. Y si de un varón decimos que es bonito, ¿qué queremos decir? Poca cosa, ciertamente. Fíjense en esta expresión: niño bonito. Nos referimos usualmente a un jovencito pudiente, seguramente mono, ataviado con ropa de marca. ¿Un pijo, tal vez?

¿Diríamos lo mismo del joven que altera a Gustav von Aschenbach en 'La muerte en Venecia', de Thomas Mann? En principio, Tadzio es un muchacho bello, de formas armoniosas, de cutis angelical, de rizos dorados. Pero lo que tiene de 'bonito' lo tiene de perturbador. O tal vez no: tal vez la perturbación está en la mirada de Gustav von Aschenbach. En Thomas Mann, la belleza burguesa es algo decadente, apolíneo, contenido, formal, académico: algo que puede ser destruido por la irrupción de lo sensorial, de lo instantáneo, de lo primitivo, de lo latino. O de polaco, como es Tadzio. Dentrás de la mirada del joven, detrás de su posible coqueteo, hay una insinuación salvajemente lasciva. O al menos así la vive, así la experimenta Gustav von Aschenbach. Tocarse, lamerse, frotarse como posibilidad carnal: eso es todo lo que se insinúa y que le acaba matando, por decirlo así.. En principio, ese roce de las epidermis no es algo “bonito”, sino eventualmente sucio: los fluidos, la transpiración.. ¿Sucios los fluidos? Lo que lubrica y lo libidinoso tienen su belleza líquida. Pero vamos a dejarlo aquí...


Justo Serna

Mila Solà Marqués said...

Un post muy interesante y nada superficial para ser postvacacional -se nota que has descansado trabajando-
Opinar sobre una cuestión de fe como la existencia de un dios o varios debe ser muy complicado para "los expertos" que pueden mover masas con el poder que da una fama sin duda merecida. Y como una servidora pertenece a los esteparios de esa masa anónima,constato mi agnosticismo apático al respecto...Ya que la existencia de dios/ses no se ha podido verificar, "la posible inexistencia o existencia me parece completamente irrelevante".
Ateístas y agnósticos aceptan que la existencia de Dios puede tener un significado, los ignósticos parten de la infalsabilidad o mala definición del concepto y los o las apateístas -entre quienes me incluyo- optan por la postura: "No sé si existen dioses, y no creo que sea importante". saberlo".
No obstante y como decía al principio, quizás las cuestiones de fe se escapen al conocimiento. Saludos cordiales y aplausos a Justo y a ti. Saludos cordiales, Mila.

David P.Montesinos said...

Saludos cordiales también para ti, Mila. "Apateísmo", no se me habría ocurrido acuñar término tan original y adecuado para el caso. Pienso en ello...

Anonymous said...

Que Dios exista o no es algo que no se puede demostrar, ya que en caso de existir, es un "ser" inmaterial, etéreo(o almenos así seria, ya que no hemos percibido señales suyas). Me gustaría saber en que se ha basado para demostrar que Dios no existe y que estudios ha realizado..
Mientras no sea fiable, seguiré creyendo que existe Dios, ya que toda esa teoria de que "de la nada salió el todo" no me acaba de convencer.

Anonymous said...

Sr. Montesinos, dice que he "enviado un post sumamente interesante y bastante extenso, cosa que agradezco infinitamente y que sospecho que arrastra algo de agradecimiento por las frecuentes intervenciones" que usted tendría en mi blog. Yo no escribo en su blog para agradecerle sus intervenciones en el mío, sino porque sus intervenciones son sutiles y contundentes, con guasa y con su anécdota para ilustrar. ¿Qué más se puede pedir?

Quiero comentar su escrito sobre Dios, pero no sé si finalmente acabaré escribiendo un post en mi propio blog poniendo un enlace al suyo. Usted no para de darme ideas... Ya veremos.

Justo Serna

David P.Montesinos said...

Simplemente, gracias, señor Serna.

David P.Montesinos said...

Estimado amigo. Quiero en primer lugar agradecerle su intervención.
Veamos, creo que usted, si ha leído el texto de principio a fin, habrá detectado en él un tono más bien irónico. Cuando digo "y encima Dios no existe", es evidente que ironizo sobre el hecho que después critico argumentadamente, y es que una materia tal no debe objeto de una aseveración como la que dicen que ha hecho Hawking (al leer sus verdaderas palabras resulta que ni siquiera ha dicho eso, pero las autoridades de las distintas grandes religiones monoteístas ya se han apresurado a hacer como si así lo fuera), una aseveración que, por cierto, aparece en titulares con la misma rotundidad que si se dice que el Barça ganó la Champions o que Zapatero se reunió con no sé quien en la Moncloa. Creo que en estos asuntos se mezclan inadecuadamente distintos territorios del saber.

Hablamos de Dios si usted quiere, y vaya por delante que no tengo ninguna intención de convencerle, pues nada se presta menos a la labor evangelizadora que el escepticismo. No es tanto que me dé igual que usted crea o no, como que pienso que el principio que de verdad merece extenderse -más que el de la fe en un dios o, su contrario, el ateísmo- es el del laicismo, ese del que tanto habla la derecha española y que parece empeñada en no entender.

David P.Montesinos said...

Sigo.

El ideal laico pretende disociar la institución religiosa de las civiles, lo cual -en contra de lo que se nos intenta hacer creer- supone que se puede ser laico y creyente, y que usted puede ser tan laico como yo. En mi opinión el laicismo es una de las mayores conquistas de la modernidad occidental, cuyo ideal regulativo es la conquista de la libertad y la autonomía moral, y tan regresivo me parece el empeño de los empleados del Vaticano en entremezclar el poder de la Iglesia con la política como el ateísmo a la fuerza que durante el siglo XX han intentado imponer algunos regímenes supuestamente marxistas. (Y ello por no hablar del mundo árabe, algunos de cuyos mayores problemas para salir del atolladero del subdesarrollo y la inoperancia económica y política provienen en gran medida de su incapacidad histórica para operar dicha escisión entre razón y fe)

David P.Montesinos said...

Como ve no es mi intención convencerle a mi fe, o mejor, a mi falta de ella. Sí me gustaría hacerle una sugerencia: creo que los católicos son escasamente críticos con las jerarquías que gestionan oficialmente la fe. No puedo entender que alguien como Ratzinger o como algunos de los altos prelados españoles sean aceptados en su autoridad por personas razonables, cuando con cada una de sus intervenciones públicas no hacen sino desautorizarse y dar señales de dogmatismo, inmovilismo e intolerancia. No se equivoque, algunas personas a las que aprecio enormemente son creyentes. Por eso mismo no entiendo porque se toman mis ataques contra estos personajes como si se les atacara a ellos. Espero que no sea su caso.

David P.Montesinos said...

Acabo contestando a su pregunta. ¿Razones en favor de la inexistencia de Dios? Yo no las tengo... y ni siquiera creo que haya que tenerlas. Si usted diera razones como las que dio Sto Tomás, ciertamente sesudas, para demostrar la existencia de Dios, no le quepa duda de que yo seguiría sin creer. Sería como cuando mi madre me dio todo tipo de razones, ciertamente de peso, para que quisiera a la hija de una amiga suya, después de lo cual, y como usted imaginará, seguí sin amarla.

Creo en suma que no se trata de hacer eruditos estudios sobre Dios como usted me reclama, por más que, dicho sea de paso, llevo dos tercios de mi vida estudiando metafísica, con lo que al menos en este tema no me considero precisamente un indocumentado.

Sí le haré una confidencia personal. Creo que no "necesito" a Dios. Necesité a mis padres durante mucho tiempo, ahora los quiero, pero no los necesito, con lo que ya los reconozco como humanos. Jesus de Nazareth me parece una figura esencial, pero no creo que fuera quien decía ser, no necesito creer eso que Pablo de Tarso se empeñó en escampar por Occidente de que era el dios de los judíos y que se había encarnado para salvar a toda la humanidad. Creo, simplemente, que es una leyenda, por la misma razón que creo que es una leyenda que nos visiten los ovnis o que Kuculcán pedía sacrificios humanos para detener su ira. Temo a la muerte, a la desaparición de todo, como cualquiera, pero ¿sabe? hay algo muy hermoso, un desasosegante eco de aventura y de incertidumbre en la convicción de que estamos solos y desamparados en este lugar olvidado del cosmos, sin más tribunal que el de nosotros mismos para juzgar qué decidimos hacer con nuestras vidas.

Marisa Bou said...

Mi estimado David P.: sus comentarios, siempre, me resultan sumamente refrescantes y estimulantes, tsnto más cuando habla usted de creencias con la naturalidad y el desparpajo que le caracterizan.
¿Creer, o no creer? ¡He aquí la cuestión! Yo creo que se puede creer -valga la drendrundrancia- en las personas (aunque no en todas) y en los sentimientos (que no en los sentidos, porque éstos, a veces, nos engañan) pero no en las creencias (por seguir drendrundrando), ya que ellas pertenecen al mundo de lo personal y no pueden ser avaladas más que por nosotros mismos, en cuanto personas.
Saludos post-vacacionales.

David P.Montesinos said...

Pienso como usted, Marisa, y vuelvo a felicitarla, usted ya sabe por qué.