Friday, October 22, 2010







OBITUARIOS



1. BOY. Esta semana ha muerto Johnny Sheffield. A ustedes este nombre les dirá muy poco, pero si les digo que se trata del actor que encarnó a Boy, el hijo de Tarzán, bastará que miren la fotografía adjunta para que comience en sus mentes esa operación de anámnesis para la que a veces pienso que se inventó Hollywood. Yo ya no vi a Tarzán en aquellos cines enormes donde comprabas zarzaparrilla y esas habas rojizas que por estas tierras han llamado siempre fabes de la cella negra. Lo vi en la tele, como todas sus secuelas: aquellas series de dibujos, aquellas películas de segunda fila con tarzanes pecho palomo como aquél que parece que estuvo casado con la actual Baronesa Thyssen.


No sé cuál es la razón de mi debilidad por esta saga de Edgard Rice Burroughs. En el serial cinematográfico cada película era casi idéntica a la anterior, sobre todo a partir del momento en que, con el estrellato del nadador olímpico Johnnie Weismuller, la historia se estiraba como un chicle. La misma expedición de engreídos petimetres en busca de oro o marfil, los mismos tambores amenazantes en la selva, la falda corta de Maureen O´Sullivan, las monerías de Cheetah, los elefantes que respondían al grito del Ape-man para defender la supervivencia de la selva frente a la codicia del hombre blanco y las asechanzas de la civilización.







Recuerdo muy bien aquella escena en que un ex-novio de Jane intentaba seducirla con las últimas prendas y joyas de la moda de París para hacerle regresar a la civilización. Ella, sin dejar de probarse aquellas medias de encaje, terminaba siempre negándose, sabedora de que la pureza del amor de su ingenuo marido no habría de encontrarla jamás en su antigua vida burguesa.




Es básico y pueril, de acuerdo. Pero cuando este verano acudí a la Universitat Vella a ver Tarzán y su compañera no pude evitar una mueca de desprecio cuando una cenutria ignorante que ponía sus pezuñas sobre la silla se cachondeaba por la supuesta ingenuidad de aquella historia de los años 30, aquella época en que, cielo santo, creo que mis abuelos aún eran una hermosa y joven pareja. Supongo que le deben parecer mucho más maduras las gilipolleces de Avatar, qué vamos a hacerle.


"Weismuller siempre me trató bien, fue como un padre para mí", dijo Sheffield algún tiempo antes de morir. Tenía setenta y nueve años. Hace unos días se subió a una palmera de su jardín para coger un coco. Cayó, se rompió la crisma y ya no pudo recuperarse. No se me ocurre forma más tarzanesca de morir. Por desgracia, el hombre-mono -el Marqués de Greystoke en origen- ya no estaba allí para ayudarle. En realidad, ya es tarde para que Tarzán nos salve convocando a las fuerzas más oscuras de la selva.


Pero es bonito, por un momento, seguir creyéndolo.





2. BOB GUCCIONE es el nombre de otra celebridad cuyos obituarios han podido leerse en estos días. Fundador y eterno director de la publicación erótica Penthouse, Guccione fue un personaje de mi adolescencia en la misma medida en que Tarzán lo fue de mi niñez. Penthouse fue la primera revista de tías en bolas seria que se difundió masivamente en España. Todo un símbolo de la Transición en la misma medida, aunque desde otros parámetros, que lo fue Interviú. Los rojos como mi padre compraban Interviú con cierto orgullo, como pensando que sus reportajes eran realmente polémicos y que sus desnudos -ahora Marisol, ahora Rocío Jurado, después Amparo Muñoz- eran algo así como un gesto de emancipación política, el premio por haber sobrevivido al dictador y a las mamarrachadas de eso tan cutre y tan patético que fue la censura franquista.
Penthouse se compraba entonces como una revista elegante con fotografías de grandes profesionales y mujeres bellísimas que no parecían putas. Ahora, cuando se vuelven a ver aquellos reportajes, alguno esboza una sonrisa de ternura ante aquellos sexos no depilados y los pechos sin operar, o el cigarro en la boca y el dedo índice rondando peligrosamente el atrio de la vagina, más o menos lo mismo que cuando volvemos a ver Garganta profunda. Hoy las modelos de revista son perfectas, quirúrgicas, depiladas y no huelen a mujer. Por eso ya no merece la pena comprar comprar Penthouse o Interviú . Ya no se celebra con ella la fiesta de la liberación de un yugo miserable. Ya forman tediosamente parte de la normalidad democrática. Acabó pues la edad de los héroes de la pornografía. Descanse en paz.


3. El DE Mª TERESA FERNÁNDEZ DE LA VEGA no es, por suerte, más que un obituario político, suponiendo -como supongo- que una vez alejada del gobierno de la nación dejará inteligentemente de ser un personaje influyente incluso en la sala de máquinas del Partido Socialista. Lo deseo sinceramente porque el personaje ejerce sobre mí una misteriosa seducción, y resultan demasiado oscuras estas faenas de fontanería dentro del aparato en la que tan confortados vemos a quienes como José Blanco o Leire Pajín -dignos herederos del gran ideólogo de la disciplina de partido, Alfonso Guerra- parecen haber entendido que si se quiere vivir profesionalmente de la política hay que ser, por encima de todo, disciplinado y obediente y poner cara de pit-bull cada vez que se habla del enemigo.





Mª Teresa ha sido durante todos estos años insultada y calumniada sistemáticamente por la derecha, lo mismo que cualquier otro miembro del gobierno, pero con los agravantes, en su caso, de irritar mucho por ser mujer y poseer un porte señorial y distinguido, ese con el que siempre, cuando bajaba el micro en el Parlamento tras contestar a la última retahíla de necedades de la bancada rival, se sentaba con cara de estar pensando "pero mira que llegáis a ser botarates". Eso sí, ella nunca lo hubiera dicho: Fdez de la Vega me ha parecido siempre una aristócrata en la izquierda.




Acaso sea ese el síntoma de su fracaso. Acaso la número dos del gobierno durante la era Zapatero haya sido la encarnación del espíritu de esta izquierda postmoderna que parecía sentirse como pez en el agua casando homosexuales, quitándonos de fumar y mareando tanto con el lenguaje y la dichosa corrección política, pero que jamás tuvo claro como se atajaban los llamados problemas estructurales. Quizá porque en el fondo siempre sospechó que los actuales gobiernos son impotentes ante la tiranía de los mercados o, lo que es lo mismo, que la política ya no reside donde esperamos encontrarla. Y, pese a todo, hay algo hermoso, algo que parece muy sincero y creíble en los siete años de la vicepresidenta: nunca como con ella fue tan claro que era necesario defender desde el gobierno los derechos de las mujeres. Probablemente haya fracasado, pero mereció la pena intentarlo.


4. LA MUERTE DE ARTURO TUZÓN, Presidente del Valencia entre 1986 y 2003, no me puede dejar indiferente. Es tópico decir de alguien sobre su cadaver aún caliente que fue un hombre bueno. Yo creo que se debe decir sólo cuando lo era de verdad, como es el caso, y callar el resto de las veces. Pero Tuzón es sobre todo la marca de una manera de entender la gestión de los clubes de fútbol que hoy, desgraciadamente, parece perdida. En Valencia, el "Tuzonismo" encarna la humildad, el trabajo y la ética del gobernante que, lejos de los aspavientos demagógicos tan al uso en el mundo del fútbol y en los que no son el fútbol, considera que cada duro que le dan los socios debe ser protegido con un mimo casi religioso. Le llamaron "cicatero" porque no quiso fichar a Romario y, con ese argumento tan pueril, Paco Roig terminó por apoderarse del club, que había dejado ya de ser eso -un club de fútbol-, para declararse "Sociedad Anónima", es decir, la excusa perfecta para convertirlo en la cueva de Alí Babá.





Cuando llegó Arturo -y hablamos de hace más de veinte años-, el Valencia era un club devastado, con dos mil millones de deuda, heredados de la irresponsable cultura de la ostentación de los años anteriores, y el equipo en segunda división. Saneó al club en un tiempo record y lo devolvió primero a la división de honor y luego a Europa. Jamás exhibió afán de protagonismo y siempre tuvo el señorío del que carecieron sus enemigos. Yo lo vi a veces, últimamente, dirigiéndose a las localidades del palco de Mestalla. Qué lejos me parecía verlo del mal estilo, de ese patrioterismo mal entendido de los Roig y los Soler, de ese sector del graderío que sólo parece vivir para el rencor, de toda esa miseria humana de los coches caros, las estrellas con coches deportivos y los proyectos faraónicos que se quedan en agua de borrajas.


4 comments:

Anonymous said...

Permítame que me lleve su homenaje a don Arturo al ultimes vesprades...

BT

Anonymous said...

Qué bonita evocación, la de Boy, la de Tarzán. Qué barbaridad. Me ha enternecido. De verdad. Si no me equivoco, yo vi el primer Tarzán y King Kong en el cine Vallejo, la terraza de verano que estaba en la calle Alboraya.

Justo Serna

David P.Montesinos said...

Simplemente gracias, como siempre, por tu generosidad conmigo, BT.

David P.Montesinos said...

El cine Vallejo, tengo que preguntar a mi padre... Aquello de los cines de barrio, qué gran pérdida.