MARTA DOMÍNGUEZ Y
EL BÁLSAMO DE FIERABRÁS
"¿Y cómo condenarte si somos juez y parte todos de tus andanzas?", cantaba Joaquín Sabina de una amada destruida por la adicción a la heroína y compulsivamente entregada al crimen. No sé hasta qué punto somos todos cómplices de los deportistas que se dopan, pero creo que tanto de ingenuidad hay en quienes se escandalizan por las noticias de las últimas horas y exigen repletos de dignidad que "se castigue duramente a los tramposos" como cinismo en quienes insinúan que las instituciones no tienen autoridad moral para sancionar a nadie, pues "todos los atletas van dopados".
Hoy mismo, en su plana de El País, Vicente Verdú desactiva el principio desde el que se establece la ética de la competición deportiva en relación al doping: la capacidad para diferenciar la interioridad y la exterioridad del organismo humano. En otras palabras: se entiende que el objetivo de los controles anti-dopaje es detectar aquellas prácticas que determinan un incremento artificial del rendimiento. Esa "exterioridad" es lo que a Verdú, creo que con parte de razón, le parece un concepto abstracto y, por tanto, hipócrita.
Ya he leído esta argumentación otras veces, y creo que parte de un supuesto crítico sumamente certero, pero que desemboca peligrosamente en el cinismo. La "exterioridad" es problemática porque el trabajo de los médicos de un deportista de élite consiste justamente en proporcionar al atleta todos aquellos tratamientos que le permitan rebasar los supuestos límites de su cuerpo. A nadie le dicen: "usted no bajará nunca de tal marca porque su cuerpo no se lo permite". Un deportista de élite recibe de su entrenador las cargas de entrenamiento que le pueden llevar a alcanzar tales marcas. Para lograrlo no solo necesita una dieta particular, también se le administran todo tipo de complejos vitamínicos y fármacos de variada y sofisticada índole que le permitirán trabajar durante más horas, mejorar más rápidamente sus lesiones, superar antes dolencias simples pero fastidiosas como los catarros, aumentar su masa muscular, etc, etc...
Es importante saber de qué estamos hablando. La gente piensa que uno se droga o no se droga sin más, y que si lo hace, luego ya se las ventila para intentar que no le pillen. No es tan sencillo. Hay fármacos que incrementan, por ejemplo, la resistencia a la fatiga, induciendo la secreción de una sustancia que yo ya tengo en mi cuerpo. A lo mejor ese producto es indetectable, de manera que se castiga a aquel deportista que produce una cantidad de, por ejemplo, nandrolona, que se entiende que no puede ser producida desde la normalidad biológica. ¿Dónde ponemos el límite biológico razonable de dicha cantidad? Aquí está el problema, que un miligramo diferencia la condición de heroico campeón de la de vil tramposo.
Pero drogas son drogas, claro... Sí, de acuerdo, pero deberíamos empezar por plantearnos que prácticas como la de congelar la propia sangre, que se carga de glóbulos rojos en altura y que luego puede serte devuelta mediante transfusión la noche antes de la carrera, no supone administrar ningún tipo de sustancia "exterior", pues ha sido el propio organismo el que ha producido el plasma enriquecido que después te administras. Todos tenemos claro que se trata de trampa y nos alegramos que se fulmine a los culpables. Sin embargo, hay un médico al que sistemáticamente se detiene cada vez que la gendarmería española lanza una operación contra el narcotráfico en el deporte de élite, así sea en el ciclismo como en el atletismo o en cualquier otro deporte. Ese médico es un indeseable al que todos deseamos ver fuera de la circulación, pues él y quienes forman parte de su trama llevan décadas lucrándose impunemente a costa de hacer peligrar la salud de mucha gente y de ensuciar la imagen del deporte. Sin embargo, dicho especialista es contratado o consultado sistemáticamente por estrellas incluso de deportes como el fútbol, lo cual quiere decir que se le considera un crack. ¿En qué? Él, de quien estoy convencido que no tiene el más mínimo problema de conciencia, se considera un maestro en el arte de mejorar la capacidad competitiva de sus clientes, algo así como un "conseguidor", un realizador de esos sueños de triunfo que todos albergamos; sus detractores, por contra, le consideran un narcotraficante y un tramposo.
No pretendo reclamar ningún tipo de equidistancia ni hacer caer en el cinismo de la impotencia un debate que me parece apasionante porque desborda los confines de lo puramente deportivo. Lo que sí creo es que lo que hay en juego es algo más que si Marta Domínguez ha hecho trampas. A mi entender estamos ante eso que un freudiano llamaría un problema de "malestar en la cultura": por una parte, fomentamos entre los jóvenes la idea de que no hay términos medios entre el fracaso y el éxito y que este último es claramente objetivable a través de resultados -tal y como sucede en el deporte-, por otra cultivamos una filosofía de lo higiénico y lo saludable que cree poder separar las manzanas podridas del cesto de los ganadores limpios.
Fíjense. Esta mañana, en el mismo diario donde publica Vicente Verdú, leo un reportaje sumamente interesante sobre ciertos productos milagrosos con los que se estafa al consumidor. Se habla de productos milagro relacionados con el adelgazamiento, calzoncillos con neopreno que combaten la impotencia, pulseras que restauran el equlibrio orgánico o artilugios que "magnetizan" el agua, entre otras muchas gilipolleces con las que los desaprensivos invisten de jerga científica la vieja costumbre de timar a los tontos, esos que aún no entendieron que la hechicería es cosa de cuentos de niños y que los milagros son cosa de la Biblia. Todos nos echamos unas risas en su momento por la credulidad con la que Don Quijote se refería a la omnipotencia del bálsamo de Fierabrás. "Pobre Caballero", decimos, "es que, claro, estaba loco". Pero va y resulta que hasta la ministra Leire Pajín se compró la pulsera "holográfica" aquella que últimamente hemos visto tanto y que te permitía mejorar el equilibrio y la flexibilidad así tuvieran ochenta años: clonc-clonc, clonc-clonc... (es el sonido que producen las monedas al ir cayendo sobre la hucha de quienes viven de la estupidez ajena)
El artículo en cuestión habla de la dificultad que encuentra la judicatura para condenar este tipo de prácticas de venta fraudulenta. Pero es evidente que el problema está en el mercado, que es a fin de cuentas lo que -legalidad o ilegalidad al margen- sucede siempre con las drogas. La realidad es que la gente adquiere estos productos, y los adquiere porque necesita creer que tienen los principios activos que prometen. Una vez oí decir a un célebre músico ex-yonqui algo que debería hacernos reflexionar: "el problema de las drogas es que están buenas". Más allá del placer o la evasión que reportan las llamadas drogas recreativas, lo que pedimos a los fierabrases del mundo es que nos proporcionen algo que nos permita "rendir". Y así, creemos que un fármaco nos librará sin efectos secundarios del insomnio que últimamente padecemos porque no ganamos todo el dinero que queremos ganar, o que otro hará que se nos ponga dura aunque el sexo haya dejado de interesarnos, o que al menor dolor de cabeza hay que embutirse una pastilla, o que el miedo que tengo a suspender un examen se me quitará con un traquilizante, etc, etc...
La teoría de que es hipócrita o ingenuo castigar el doping me parece cínica y nihilista. Es cierto que son las autoridades deportivas las que determinan qué es hacer trampas y qué no lo es, y que eso determina injusticias tan grandes como la de que dos deportistas que han hecho exactamente lo mismo acaben etiquetados respectivamente como "héroe" y como "villano" simplemente porque a uno le pillaron y al otro no. Y es que resulta tremendamente difícil proporcionar una definición de la práctica dopante más allá de lo que las instituciones de control deciden convenir. Y sin embargo hemos de hacerlo. No se trata solo de perseguir al que burla las normas, el cual merece sin duda el escarnio público y la sanción, pues está tomando atajos para derrotar ilícitamente a competidores que tienen derecho a ser derrotados en buena lid.
Hay algo mucho más importante y que tiene que ver con la salud pública. El doping debe ser perseguido porque si se aceptara que un deportista pudiera hacerse autotransfusiones, al día siguiente veríamos a niñas aspirantes a estrellas de la gimnasia comprando en las farmacias paquetes para almacenar su propio plasma. Y no les quepa duda que lo harían con la aquiescencia de sus padres, sin duda encantados con que la cría sea feliz derrotando a sus rivales y preparándose para hacerse rica y famosa como la Sharapova.
Sería interesante, hablando de gimnasia, si es lícito retrasar la primera regla y el crecimiento de una adolescente en pro de unos resultados deportivos, si no es repugnante que los padres de un crío de doce años dejen que se juegue la vida sobre una moto en un circuito de promesas, si no es inquietante que el médico más buscado sea aquél que diseña las técnicas más eficaces para sortear controles antidoping... Yo creo que sí es una obligación de las autoridades diferenciar entre prácticas saludables y prácticas insanas, y creo que, pese a las dificultades, es posible hacerlo. El problema es que deberemos entonces preguntarnos si no es el llamado "deporte de élite" -subsumido en un insano trasfondo cultural de culto al éxito rápido, la celebridad y el dinero fácil- la verdadera droga que determina todas las demás toxicidades. Y si se trata de una cultura perniciosa habremos de luchar contra ella. Aunque España deje de ganar medallas.
Entre tanto, y por más que Vicente Verdú insinúe que estamos "todos dopados", yo sigo pensando que hay una diferencia sustancial entre el antigripal que me permite pensar claramente esta mañana y el consumo de una sustancia que, tras treinta kilómetros de maratón, hará que mi cuerpo no experimente sensación de fatiga, un logro que me permitirá mejorar mi marca y que solo podré alcanzar gracias a un médico experto en dopar atletas, es decir, en hacer trampas y destruir la salud de la gente.
2. El próximo miércoles, a las 19.30, nuestro amigo Francisco Fuster presentará su primer libro, una colección de artículos al hilo de los USA y que hábilmente ha llamado América para los no americanos. Fuster es experto, entre otros temas, en "Obamología". De hecho, tuvo la profética ocurrencia de ocuparse de investigar la figura del actual presidente de la nación más poderosa del mundo antes incluso de que, contra pronóstico, derrotara a Hillary Clinton en las primarias del Partido Demócrata. El libro es estupendo, no les decepcionara. Será presentado por Justo Serna y David P.Montesinos -servidor de ustedes- en La casa del Libro de Valencia. Están por supuesto todos invitados.
6 comments:
Hola, David, el problema creciente del empleo de drogas -o como se quiera llamar- en el deporte está relacionado con lo que tú señalas: "el deporte de élite está subsumido en un insano trasfondo cultural de culto al éxito rápido, la celebridad y el dinero fácil". Lástima no poder estar en la presentación del libro de Fuster, aunque me haré rápidamente con un ejemplar.
Saludos. Notorius.
No dudes que haré la crónica del evento, querido Notorius. Y, sobre todo, no dudes que te merecerá la pena comprarte el libro. Garantizado.
Amigo Notorius, gracias por interés en mi libro. Me gustaría hacer una gira presentando el libro - como la que hizo Obama, verbigracia - que pasara por Murcia, donde tengo buenos amigos. Por desgracia, no será posible: ni la editorial tiene medios, ni creo que yo sobreviviera. Eso sí: queda pendiente ese encuentro histórico-filósofico en Valencia o en Murcia, con nuestro amigo Montesinos, y con nuestro amigo José Antonio Molina, a quien hace tiempo que no veo y con quien tengo muchas ganas de charlar. Un abrazo.
Leo su interesante reflexión que inicia con “Princesa”, y me detengo, como no podía ser de otra manera, en su alusión a “el malestar de la cultura”. Permítame que le diga que le ha faltado traer a colación un texto que conocí por usted y que creo que aunque no directamente -o sí –tiene cabida en esta reflexión, se trata de “el mago y el científico” de Umberto Eco. Al final todos acabamos buscando una puñetera fórmula mágica que nos satisfaga el siempre-eterno y renovado deseo de ser omnipotentes y llegar dónde no podemos. Ya sé que es cuestión de grados y que en este caso, tiene además otras implicaciones y una trascendencia social importante, pero al final el medicamento, la cirugía, lo biológico, tranquiliza a todos y no hay que cuestionarse nada más .Convengo con usted en que lo que hay en juego “es algo más que si Marta Domínguez ha hecho trampas”.
No hace mucho leía “Psicoanálisis y el malestar del hombre en el mundo actual” retomando en su título y en sus planteamientos aquel viejo -pero siempre nuevo- texto freudiano de El malestar en la cultura. Una compilación de doce artículos donde se abordan la articulación del malestar humano de siempre con el malestar de hoy desde ángulos muy variados. Me llamó la atención aquello que denominaban “el mal de la banalidad” un producto altamente tóxico que se caracteriza porque favorece la no discriminación entre “el bien y el mal” difumina los límites de la ley y favorece la transgresión como forma de vida. Es un libro muy interesante para comprender porqué en esta sociedad del bienestar el malestar del hombre no disminuye.
Saludos
Hola, R, me alegra mucho verla de nuevo por aquí. Permítame que le conteste citando el artículo al que usted muy oportunamente se refiere:
"¿Qué era la magia, qué ha sido durante los siglos y qué es, como veremos, todavía hoy, aunque bajo una falsa apariencia? La presunción de que se podía pasar de golpe de una causa a un efecto por cortocircuito, sin completar los pasos intermedios. Clavo un alfiler en la estatuilla que representa al enemigo y éste muere, pronuncio una fórmula y transformo el hierro en oro, convoco a los ángeles y envío a través de ellos un mensaje.
La magia ignora la larga cadena de las causas y los efectos y, sobre todo, no se preocupa de establecer, probando y volviendo a probar, si hay una relación entre causa y efecto. De ahí su fascinación, desde las sociedades primitivas hasta nuestro renacimiento solar y más allá, hasta la pléyade de sectas ocultistas omnipresentes en Internet.
La confianza, la esperanza en la magia, no se ha desvanecido en absoluto con la llegada de la ciencia experimental. El deseo de la simultaneidad entre causa y efecto se ha transferido a la tecnología, que parece la hija natural de la ciencia."
El malestar al que usted se refiere -y tomo nota del consejo bibliográfico- me hace pensar en aquel de las esposas de clase media en la América de los sesenta, eso de lo que tanto habló Betty Friedan y que ha recuperado un común amigo nuestro, Francisco Fuster. Como usted sabe, justamente hoy presenta su libro. Me alegraría mucho verla en esa presentación.
Querría felicitar a Paco Fuster por el éxito de la presentación de su libro; por el privilegio de contar con esos dos presentadores -Montesinos y Serna- a los que tanto admiro; por la publicación de 'América para los no americanos', que es el fruto de mucho trabajo y esfuerzo; y cómo no, por esa intervención suya tan sentida y entrañable que no ha dejado indiferente a nadie.
Isabel Zarzuela
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