
EL SEXO
Tengo la sospecha de que en los próximos días este blog va a ser más visitado de lo habitual. No es porque contenga nada especialmente interesante, es que tengo comprobado que la inclusión de determinadas palabras en el título determinan que, aplicados los algoritmos de búsqueda de google, caigan en esta orilla perdida toda suerte de desconocidos. Ocurre si, por ejemplo, uno incluye términos como "Joaquín Sabina", "Marilyn Monroe" o -no es broma- "Francisco Camps".
Creo que, por ejemplo -y disculpen la inmodestia, pero mi abuela ya murió- estuve razonablemente inspirado en un post de hace tiempo al que titulé "Octubre"http://lacuevadelgigante.blogspot.com/2008/10/octubre-bajo-la-amenaza-de-gota-fra.html , pero no recuerdo que registrara un elevado número de entradas.
Sin embargo, tengo comprobado que si soy estratégico en el título recibo numerosas visitas, aunque luego el post sea una sarta de gilipolleces. Por eso, me barrunto que titular "El sexo" va a incrementar el número de visitantes, y no les digo nada si me diera por llamarlo "Conejos rabiosos" o "Zorras en celo". Lamentablemente no va a servir para aumentar el número de mis lectores de calidad, pues, en cuanto se dejen caer y comprueben que no he pirateado la foto de una moza con dos tetas como dos capazos que se acaricia lubricamente sus partes, abandonarán rápidamente esta página tan sosa con rictus de desprecio y el fastidio de haber perdido unos segundos que, para internautas avezados, constituyen un por lo visto todo un tesoro.
Pero no. Resulta que lo del título viene a cuento porque ayer mismo por la mañana visité junto a mi mujer el hospital para conocer el sexo de nuestro hijo. Al saber que no va a ser hijo sino hija, me vino a la cabeza inmediatamente aquella imagen final de una de mis películas fetiche, El Doctor T. y las mujeres, de Robert Altman. El protagonista, ginecólogo de profesión, tiene unas relaciones algo tormentosas con el género femenino. Tras abatirse un huracán sobre la ciudad, va a parar volando dentro de su coche -recordemos a Dorothy y El mago de Oz- a una pequeña aldea perdida en un desierto mexicano. Dos lugareñas, al descubrir que lleva bata y estetoscopio, le cogen del brazo y le llevan a una cabaña donde hay una parturienta. El Doctor T., que siente haber fracasado como marido, como amante y como padre de sus hijas, se pone manos a la obra de inmediato en el único terreno de la vida en que se siente cómodo. Cuando aparece la criatura le mira la entrepierna y empieza a carcajearse: resulta que es un niño. Qué alivio.
La vida no me ha deparado la misma ironía, sino la contrario -el destino siempre ironiza con nosotros, con nuestros deseos y nuestros prejuicios- pero tengo exactamente la misma sensación que el Doctor T. respecto a mis relaciones con las mujeres. Con los de mi propio sexo suelo entenderme mejor. Los varones -si me dejo llevar por el tópico- están bien: les gusta el fútbol, leen tebeos de guerreros, haces con ellos concursos de pollas y no se ofenden a la primera broma, sino que, en todo caso, te sueltan dos hostias como dos panes, que es una cosa muy edificante que aprenden en cuanto llegan a la guardería y los demás niños les hacen entender que en la selva el depredador recula solo si le muestras los dientes. Todo esto es mentira, o verdad, no lo sé, pero hay algo incuestionable, y es que, en cualquier caso, prefiero a las chicas, qué vamos a hacerle.
Pero lo de los tópicos no está sólo en mí. Cuando comunicas a tus allegados el sexo de tu futuro hijo uno escucha más o menos siempre cosas similares. Si dices que es un niño, la gente te razona que son menos problemáticos, que es más fácil tratarlos, que enferman menos... Si es una niña, te dicen que son más cariñosas, que no dan tanto trabajo, que son menos revoltosas. Está bien, pero -¿saben?- algo que he aprendido en la vida es que nada está escrito y que cualquier previsión deberíamos hacerla con la boca bien pequeñita o directamente ahorrárnosla, al menos cuando se trata de prever comportamientos humanos. No sólo son farsantes los que publican horóscopos, lo somos todos en la medida en que creemos poder someter el laberinto de la vida a los corsés de las generalizaciones previsibles. Así es cuando le decimos de forma petulante al vecino que su hijo será tal o cual otra cosa o que el mundo va en tal o cuál dirección.
Pero lo de los tópicos no está sólo en mí. Cuando comunicas a tus allegados el sexo de tu futuro hijo uno escucha más o menos siempre cosas similares. Si dices que es un niño, la gente te razona que son menos problemáticos, que es más fácil tratarlos, que enferman menos... Si es una niña, te dicen que son más cariñosas, que no dan tanto trabajo, que son menos revoltosas. Está bien, pero -¿saben?- algo que he aprendido en la vida es que nada está escrito y que cualquier previsión deberíamos hacerla con la boca bien pequeñita o directamente ahorrárnosla, al menos cuando se trata de prever comportamientos humanos. No sólo son farsantes los que publican horóscopos, lo somos todos en la medida en que creemos poder someter el laberinto de la vida a los corsés de las generalizaciones previsibles. Así es cuando le decimos de forma petulante al vecino que su hijo será tal o cual otra cosa o que el mundo va en tal o cuál dirección.
Nada está escrito. Hoy mismo, viendo un capítulo de Mad men, descubro que en los años sesenta se daba por hecho que la Nasa proyectaba fabricar robots que viajarían al espacio para no arriesgar vidas humanas. O recuerden aquel hilarante capítulo de Los Simpson en que un sabio de los años setenta muestra al público una nueva y sofisticada supercomputadora que ocupa varios pisos de un enorme edificio de la administración norteamericana. "¿Les parece grande, eh? Pues en el futuro serán muuuuucho más grandes". Un crack el tío, sí, más o menos como los gurús neoliberales de las finanzas, que no se dieron cuenta del que la economía mundial estaba al borde del colapso. O todos esos novelistas que situaban un mundo lleno de androides replicantes y naves espaciales en el año 2001, o en 1984, o en 2012. Yo creo que la previsión más sensata es que la que encuentra en la bola de cristal las mismas gilipolleces y las mismas debilidades en los humanos de dentro de cincuenta años que las que hemos tenido siempre.
No seré cómo será mi hija. No sé qué será de todos nosotros.

Pero me ha gustado verla ahí en el monitor del ecógrafo. Ese latido tenue pero enérgico, esa misteriosa manía de venir al mundo... El inagotable enigma de la existencia... No dejaré nunca de maravillarme ante ello.