
POR QUÉ NO ME GUSTAN NI LOS INGLESES,
NI MOURINHO
NI, ESPECIALMENTE, LADY GAGA.
1.Cuando uno adopta la costumbre de deambular por el mundo tomando apuntes de las maravillas y miserias que alberga, termina dándose cuenta de que el impulso que domina su escritura viene a ser el de la perplejidad. Llega un punto en que, cuando dices a voz en grito que detestas a Lady Gaga, a Bebe, a Florentino Pérez o a Penélope Cruz -y en verdad los detestas-, es como si te escucharas desde fuera de ti mismo y el sentimiento aversivo quedara extrañamente mitigado, como si en el fondo entendieras que formas parte de una escena donde todos -incluyendo a quienes te fastidian, y quizá ellos en mayor medida- forman parte de la escena.
Un escenario, nunca mejor dicho, es lo que se ha montado en Londres con motivo de la boda de William y Kate, cuyos nombres habrán de ser castellanizados desde ya. Supongo que Jaime Peñafiel, bufón de la Corte por excelencia, nos aleccionara respecto a tal cuestión, exigiéndonos que, respetando el protocolo, llamemos a la nueva princesa Catalina o Caterina, un rato antes de ponerse a despellejarla, que es a lo que se dedica el simpático periodista, es decir, a recordar a las princesas de origen plebeyo que Cenicienta es un cuento.
Un escenario, nunca mejor dicho, es lo que se ha montado en Londres con motivo de la boda de William y Kate, cuyos nombres habrán de ser castellanizados desde ya. Supongo que Jaime Peñafiel, bufón de la Corte por excelencia, nos aleccionara respecto a tal cuestión, exigiéndonos que, respetando el protocolo, llamemos a la nueva princesa Catalina o Caterina, un rato antes de ponerse a despellejarla, que es a lo que se dedica el simpático periodista, es decir, a recordar a las princesas de origen plebeyo que Cenicienta es un cuento.
No puedo evitarlo: descreo de las bodas en Westminster desde que vi, hace ya mucho, a Lady Di y a Carlos darse el sí con mirada candorosa. Parte de la culpa la tiene Shakespeare, que implantó en mí el imaginario de una Corte real empapada de la sangre vertida por traidores, intrigantes y bastardos. Para colmo me imagino al deán de Canterbury como un tipo gordo y taimado que, unos segundos después de casar a
Catalina, le dice al oído algo así como esto:

-"Ahora te crees muy lista y muy mona, pero irás a la Torre y te pondremos en el tajo si se te ocurre dedicarte a golfear... Mira como acabaron Ana Bolena y Lady Di."
No me gustan los ingleses... Lo siento, llámenme racista, xenófobo o cualquiera de esas cosas con las que ahora te insulta cualquiera a bajo precio, pero me resultan irritantes, qué vamos a hacerle. Es cierto, han ganado todas las guerras, siempre salen a flote en las mayores adversidades sin perder la compostura, inventaron el fútbol, parieron a Dickens, Defoe, Stevenson, Shakespeare, Conan Doyle o Hitchcock... Sí, vale, pero, qué quieren que les diga, a mí me pone enfermo tener un quintacolumnista de Norteamérica en Europa. Siempre me parece que están deseando que se hunda el euro para tener razón con aquello de mantener la libra esterlina, lo que equivale a autocomplacerse por ser más insolidario que nadie. Tampoco me mola pero que nada esa costumbre tan de gentleman -esto ya me ha pasado con ingleses- de guardar las formas hasta la exageración pero no mojarse el culo ni una gota si de lo que se trata es de socorrer a alguien en apuros.
Podría igualmente referirme a lo tontos que me parecen Paul Mccrtney, Elton John o los Beckam y todo ese rollo tan estirado y que promete hastíos atroces. En realidad, no hay que tomar en serio todo este catálogo de rechazos tan personales, pues por cada cosa que odio de un país, una ciudad o una persona, aparece inmediatamente otra que amo. A fin de cuentas, por cada inglés insoportable hay una parodia suya en Benny Hill, los Spritting image o los Monthy Python, lo cual compensa mucho, desde luego. No, lo que en verdad me molesta de los ingleses es el thatcherismo, esa hipocresía supuestamente liberal con la que han reforzado la idea de que la prosperidad sólo es posible si devastamos las administraciones públicas, liberamos de cargas fiscales a las grandes firmas, reducimos los derechos laborales y nos cargamos los servicios públicos. Margaret Thatcher y Ronald Reagan -estrellas de la política en los ochenta- son dos de los gobernantes más dañinos y delirantes de la historia contemporánea. La buena fama de la que extrañamente goza todo lo que viene de los centros neurálgicos del mundo anglosajón ha hecho que, incluso hoy, gocen de cierto predicamento su fórmula, el llamado neoliberalismo.
Seré xenófobo, no sé, pero me pregunto qué pasaría si el hatajo de bárbaros que revientan de alcohol sus sonrosados cuerpos en la playa de Lloret de Mar fueran hispanoamericanos o magrebíes en vez de adolescentes ingleses que celebran con alcohol barato el fin de curso.
En fin, yo he hecho todo lo posible para envenenar los fastos de la boda del par de tontuelos. Y ahora, pongan la tele, cenutrios.
2. MOURINHO nos divierte siempre, reconozcamoslo. Como técnico es bastante mas vulgar y previsible de lo que indica su brillante currículum; su retórica es pobre y sus argumentos simplistas; sus gestos y actitudes deterioran la imagen del Real Madrid; su capacidad de implicación en la empresa que le paga es siempre cara, condicional y quebradiza... Vamos, una joya, pero para la prensa es un chollo. ¿Y si en realidad se tratara de eso y no de ganar partidos de fútbol? Si cualquier técnico al que no llamen The special one hubiera planteado los últimos partidos ante el Barça como lo ha hecho él lo hubieran enviado a los leones. Pero Mou puede hacer lo que le dé la gana: poner al Madrid a defender en su área como un equipo de pueblo, exigir al club futbolistas carísimos y después, tras fracasar estrepitosamente, echarle la culpa a los árbitros o a la malevolencia del rival...Y lo más increíble es que la gente le cree. Los estudios sobre liderazgo deberían interpretar esta nueva vuelta de tuerca: un líder que conduce a las masas directamente hacia el fracaso y que, incluso entonces, consigue que le amen.
Se me ocurre pensar -y ahora no hablo de fútbol- que José Mourinho ha llegado a España en el momento más propicio. Nos estamos acostumbrando a los insultos, la calumnia, la demagogia barata, la corrupción, el fanatismo apesebrado... Mou se mueve como pez en el agua dentro de esa atmósfera tóxica que induce a los futbolistas a simular agresiones, pelearse sistemáticamente con los contrarios y con el árbitro, sobreactuar, mentir en las ruedas de prensa, insultar al oponente... ¿De qué nos extrañamos? Cuando deje el banquillo Mourinho podría dedicarse al periodismo, o mejor, a la política. En los dos ámbitos tendría seguidores acérrimos a cascoporro. Más o menos como Belén Esteban.
3. Los gays tienen una predilección por Lady Gaga que no pienso tragarme sin disputa. No voy a criticarla por meterse una hostia morrocotuda cada vez que se le ocurre dar un giro en el escenario, pues a mí también me pasaría si me calzase sus plataformas. Tampoco me molesta que cultive el mamarrachismo ni que su música y sus letras sean una sarta de gilipolleces pretenciosas. No, con Lady Gaga me pasa lo mismo que con Madonna, que huelen a producto de laboratorio por todas partes. A veces tengo la impresión de que hay alguien diciéndome: "Fíjate cómo se contonea, qué posturas tan lúbricas adopta y cuánta transgresión contiene...¿No te sientes provocado?".
Pues no, lo que me siento es aburrido. Ya hace tiempo que me cansa este rollo tan de la cultura gay del consumismo irónico: "Sí, sí, ya sabemos que es una payasa, pero es que es esto lo que nos gusta, el transformismo, el simulacro, la sobreactuación, el juego con los signos de lo femenino, la ironía sobre la fama...". Me he tragado este discurso unas cuantas docenas de veces. Molaba en los sesenta, cuando tenía un verdadero poder corrosivo en boca de Andy Warhol. Ahora empieza a sonar a excusa barata para consumir productos de masas sin complejo de culpa.
...Yo, por mi parte, me voy a ver el Madrid-Barça. O una peli de vaqueros.