Friday, December 09, 2011









CÓMO PERDER
TONTAMENTE LA MAÑANA.



1.Una noche, mientras tomaba pacíficamente un agua de Valencia en una terraza, se me acercó un tipo que, sin solicitar mi permiso, se sentó a mi mesa. Aparte de que tengo un imán para los pelmas -es culpa de mi madre, que me educó para ser amable-, y de que el interfecto estaba borracho y más loco que una cabra, el encuentro tuvo sus aspectos positivos. Me enteré de que en Holanda, país de origen de Hans, que así dijo llamarse, cuando alguien plantea de forma recurrente problemas en el trabajo por razones como desarreglos psíquicos o alcoholismo, se lo piensan poco antes de concederle una baja y una pensión que puede perfectamente durar hasta el resto de su vida. Hans, obviamente, estaba gozando de tal situación, de ahí que pudiera permitirse el lujo de vagabundear por tierras mediterráneas dándole a la gente la tabarra. A mí, y así se lo hice saber, que un país jubile a sus locos y borrachos me parece una muestra de entrañable espíritu civilizado. A él no, me dijo que no era por razones humanitarias, sino de puro pragmatismo: "Holanda es un país de judíos", dijo, "calculan que un tipo como yo les va a hacer perder más dinero si sigue estorbando en el trabajo, de manera que prefieren retirarlo y darle una pensión para que no moleste."


Obviamente no insistí en mi réplica, pero la verdad es que ni siquiera las patadas que De Jong le dio a Xabi Alonso en la final del Mundial me han alejado de la idea que concebí aquella noche de que Holanda es un pequeño paraíso. Hans, por cierto, añadió otra cosa: "Me encanta España, aquí puedes hablar con la gente, no es como allí, que las personas se meten en sus casas y se evitan, no hay trato humano en Holanda." Era por lo visto una razón suficiente para que Hans se gastara su pensión de minusvalía viviendo entre nosotros, que somos muy simpáticos, si bien sospecho que aquel infeliz no había caído en que de haber sido español nunca le habrían dado la oportunidad de vivir sin trabajar por la fruslería de estar un poco tocadito del perolo. Se me ocurre pensar también que, quizá, a los legisladores de la Celtiberia no se les ha ocurrido nunca retirar con sus correspondientes pensiones a los sujetos problemáticos por razones tan calculadas como las de los holandeses: en ese caso andamios, oficinas y cuarteles estarían tan llenos de tipos simulando estar locos que la prima de riesgo para la inversión extranjera estaría más o menos al nivel de la de Tanganica.

Déjenme que les hable de otro personaje que conocí: Serafín. Resulta que Serafín es otro desocupado nacido en Europa y que viene a nuestro bonito país con cierta frecuencia. Es hijo de un emigrante español que prosperó mucho en Suiza, de manera que Serafín nació y ha vivido siempre en Zurich, pero dice estar muy a gusto cuando pasa temporadas en la patria de su progenitor. Su diagnóstico sobre nosotros era similar al de Hans, pero creo que bastante más lúcido y mejor fundamentado: "Me he preguntado muchas veces por qué España funciona peor que Suiza o que otras naciones europeas. He descubierto, tratando mucho con ustedes, que los españoles no son poco inteligentes, ni siquiera vagos como a veces se piensa. Lo que creo es que tienen un serio problema de organización. Ustedes funcionan mal porque pierden tiempo y enormes energías en la administración de sus asuntos."


2 Ayer pasé la mañana en un departamento de la administración educativa valenciana. El Registro estaba colapsado, en este caso porque, según pude saber, se agotaba el plazo del concurso de traslados para docentes de Primaria y Secundaria. Da lo mismo, en cualquier otro momento hay otra razón para que el Registro se colapse. Lo razonable cuando uno acude a ese lugar es asumir que va a perder la mañana. Es algo que está calculado, salvo que te den alguno de los primerísimos números: la organización de la oficina ya tiene previsto que la cantidad de empleados que van a estar atendiendo a la gente va a ser precaria durante toda la mañana, excepto, en todo caso, en el último tramo del turno, por aquello de que antes de ir a comer habrán de quedar atendidos todos los que han recibido el número hasta una cierta hora. Ello, paradójicamente, premia a los que llegan tarde, pues si usted consigue el número a las nueve y media, es posible que no haya sido atendido hasta la una, pero si llega a la una, es posible que haya podido concluir antes de las dos. Se me ocurre pensar, en atención a la teoría holandesa, si es rentable para un país que tantas personas estén desatendiendo sus trabajos durante tantas horas por una gestión simple que podrían resolver en cuestión de minutos.

Este tipo de esperas, tan comunes en nuestro país, dan para mucho. Yo acudí con mi bebé y la madre de mi bebé. Mientras le hacía carantoñas -a la niña, la madre no estaba de humor para mariconadas- y la paseaba por las dependencias del lugar, ella tomó la resolución de cagarse. No entraré demasiado en detalles -ustedes son así de delicados-, pero los lactantes cagan muy líquido, de manera que, salvo que el pañal esté ajustado como un torniquete, corre uno el riesgo de que su joven vástaga se llene de caca hasta lugares inimaginables de su anatomía. Es muy vodevilesca la resolución de este tipo de enredos. Mientras te preguntas si se te pasará el turno - ése por el que llevas tanto tiempo esperando- y tras tener que saludar a un viejo compañero al que despides rápido sin explicarle demasiado bien la causa de tu urgencia, entras al WC y, como no está pensado para este tipo de gestiones, tumbas a la niña sobre tu chaqueta y, finalmente, consigues limpiarla con unas toallitas y cambiarle el pañal. La niña queda impoluta, no así tu chaqueta, cuyo reverso se llena de porquería del suelo, tanto como el anverso se llena de cacas de la niña. En cualquier caso, tú eres feliz, sobre todo si no te ha pasado el turno.


No sé si detectan en mi relato -completamente verídico, lo juro- cierta rabia interior muy recocida por los años. De joven yo creía tener un problema patológico con las cuestiones burocráticas. Me molestan tantos los papeleos, las ventanillas, los duplicados y las instancias que he llegado a sufrir un amago de depresión la noche antes de tener que acudir a la mañana siguiente a alguno de estos encantadores lugares. Pero no, resulta que, bien observado el asunto, lo que me pasa a mí es lo que le pasa a casi todo el mundo. Hay quien no llega a ponerse histérico y gritarle a uno que abusa de su tiempo en la cola de las fotocopias, como ayer puede presenciar, y hay quien directamente se pone enfermo ante estos trances, pero a todo el mundo le molesta sobremanera este asunto y todos están de acuerdo en que hay que cambiarlo. El caso es que, en cuanto acaba el proceso y los papeles están entregados, salimos a escape del lugar y tratamos de olvidarlo cuanto antes... Hasta la próxima tortura, claro.

No me engaño, no tengo esperanzas de que esto cambie, no me hago ilusiones de que este país funcione bien algún día. He viajado bastante y he visto reinos donde las cosas se hacían rematadamente mal, pero, ¿saben?, se llaman Egipto, Cuba o Marruecos... Y eso que no he visitado Tanganica. España, desde aquel arreón de querer racionalizar la cosa pública que tuvo el primer gobierno socialista, casi ha conseguido dejar de parecerse a estos países llamados tercermundistas. Ahora bien, cuando, antes de la crisis, se extendió por la nación la idea de que nos estábamos convirtiendo en poco menos que un ejemplo para el mundo, creo que se nos olvidó un pequeño detalle: un país mal organizado es un país lento y destinado a que se bloqueen y malogren sus mejores inspiraciones.

¿Quién tiene la culpa? Verán, soy empleado público y sé cómo funciona la administración. La inmensa mayoría de los que trabajan en ella son personas responsables y razonablemente eficaces. Ahora bien, basta que en un equipo de diez nos encontremos un inepto más un caradura para que todo empiece a complicarse. La cosa se puede sobrellevar si queda en eso, pues siempre hay quien hace más de lo que le toca, solucionando los desaguisados que hacen estos dos personajes... La catástrofe llega cuando, como por desgracia sucede mucho en España, uno de estos dos ostenta un cargo con responsabilidad en el departamento en cuestión. En España no se fiscaliza, no se controla ni se vigila ni se le piden cuentas a este tipo de caballeros, de tal manera que pueden escaquearse de sus funciones sin que les pase nada, y sintiendo además que son mucho más listos que los tontos que, pese a que tampoco son fiscalizados -ni tampoco premiados, claro- se dedican a hacer el trabajo que no hace el desvergonzado de su jefe.


3. El nuevo Presidente del Gobierno encarna para muchos la decidida voluntad de reducir el grosor de la supuestamente hipertrofiada administración española. "Mariano", murmuran, "es un tipo con agallas para echar a miles de funcionarios, es decir, de vagos". Ya ha empezado a hacerlo en las comunidades donde gobierna su partido, sin olvidarnos de la catalana, gobernada por la derecha más dura de todo el Estado, por más que los nacionalistas tienen una extraña habilidad para que creamos que sólo son reaccionarios los españolistas. Temo que el sector de la función pública que va a ir a parar a la cola del paro o que va a ver más endurecidas sus condiciones laborales es el que menos puede presumir de los privilegios de ejercer la función pública. ¿Ven a dónde quiero ir a parar? No tengo ninguna duda de que la cosa pública debe ser objeto de una profunda racionalización, lo cual debe suponer considerables esfuerzos de organización. Ahora bien, si creemos que se trata de echar gente a la calle, entonces no solucionaremos el peor de nuestros problemas, lo empeoraremos.

Una vez oí a alguien decir que desde que había más policías había también más crímenes. Le contesté que entonces la cosa era muy sencilla: disminuimos los policías y disminuirá la delincuencia. Teatro del absurdo, sí, pero este razonamiento digno del Barón de Munchaussen es el que hacen millones de españoles cuando, tras quejarse por el mal funcionamiento de la administración, creen encontrar en los empleados públicos la cabeza de turco perfecta con la que cebarse. Claro, luego las cosas van a peor, se pierden más mañanas tontamente, se ralentiza la Justicia, desaparecen derechos como el de la ayuda a la dependencia, los colegios dejan de tener personal de atención para alumnos discapacitados o no llegan las ayudas para los damnificados por un terremoto, por citar unos pocos ejemplos de situaciones que a todos -excepto a los que son tan ricos que pueden solucionar cualquier contratiempo a golpe de talonario- les parecen indeseables en un estado civilizado y moderno.

La administración no debe ser adelgazada porque no está gorda, debe ser reorganizada, que es una cosa muy distinta. Si la hacemos más débil sólo tendremos más lentitud y más injusticia. Conviene pensarlo. Aunque la derecha haya arrasado en las elecciones.

6 comments:

Anonymous said...

Excelente artículo don David. Excelente, excelente, para enmarcar; junto a la caquita de su hija, sí señor.

No puedo estar más de acuerdo con su argumentación ni sentirme más identificado con su experiencia. Hace algunos años pasé una mañana terrorífica en la Dirección General de Tráfico; terrorífica y surrealista. Afortunadamente gran parte de esa experiencia, como los traumas infantiles, ha quedado sepultado en mi inconsciente, así que si un día que nos veamos advierte que empiezo a hacer tics raros o gestos obscenos hacia su persona, no me lo tome a mal.

Recuerdo perfectamente mi entrada en aquel lugar. Había que hacer una cola considerablemente larga sólo para que te dijeran en qué cola tenías que hacer cola. Le juro que pasé por tres o cuatro ventanillas sólo en el primer piso. Pero el superar aquellas colas era sólo un preparativo, una pequeña prueba ante lo que me (nos) aguardaba en el segundo piso: las fauces del dragón, la Gran Cola, la Madre de Todas las Colas, la madre que los parió...

Imagínese. Todos los presentes aguardábamos nuestro turno cantando y agitando los brazos, con una sonrisa en el rostro, el pecho henchido de orgullo, felices sólo de estar allí, en tan agradable ambiente y compañía. Como todos vivimos de rentas... Las ventanas acristaladas, por fortuna, estaban cerradas herméticamente, por lo que la opción de arrojar a alguien o a uno mismo como forma rápida de finiquitar las gestiones quedaba descartada. Tampoco había objetos punzantes a la vista, aunque estuve examinando con atención un boli que llevaba, rememorando con añoranza cierta escena de "El Padrino tercera parte". Finalmente, las sillas, de plástico, estaban pegadas a las estructuras metálicas que las sustentaban, y no era plan ponerse a hacer el hoolligan arrancándolas y/o quemándolas sin parar de barritar, sobre todo porque había un guardia de seguridad a cinco metros más alto que un pino. Si es que estos de tráfico lo tienen todo pensado. Resignación.

Total, que al llegar el momento decisivo, la hora de la verdad, la luz al final de túnel, me acerqué a la ventanilla con un ligero temblor en los labios, los ojos llorosos, y entonces ¡zas!, un cuño en el papel, otro en mi frente y en tres segundos si te he visto no me acuerdo. Descendí las escaleras cabizbajo. Al dirigirme hacia la puerta miré inexpresivo y aún conmocionado la interminable cola que había para hacer cola, y abandoné aquel lugar extraño y misterioso. Me alejé por la acera sin echar la vista atrás.


Qué perra es la vida.

Saludos.

Magno.

David P.Montesinos said...

Sí que es perra, sí, señor Magno. La aventura que usted cuenta la hemos pasado todos, pero aparte de que no todo el mundo la cuenta con su sorna, es que tengo la impresión de que hay sistemas nerviosos que, al contrario que el suyo o el mío, sufren menos con estos asuntos. Yo, tan machorrón que parezco, he estado a punto de ponerme a llorar en alguna ocasión por un asunto de estos. Una compañera se dirigió a los servicios territoriales de Alicante para entregar unos papeles. Le di los míos para que los entregara, a lo que ella accedió. Pensé que yo estaba allí, en el pueblo donde trabajábamos, entregándome a causas tan amables como hacer la comida o barrer el suelo, mientras ella me hacía el trabajo sucio. Cuando regresó, la miré con esperanza: "¿Ya está?", le inquirí. "Pues no, se te ha olvidado firmar la página tres y tienes que llevarlo tú otro día." Mis gritos de frustración fueron similares a los de Mike Corleone cuando matan a su hija en la peli a la que usted se refiere. No creo haber sentido tanto dolor hasta la muerte de Marlon Brando.

Muy perra, sí.

Anonymous said...

Hans sabe, No tengo del todo claro si sus judios son los de Judea o aquellos que tan solo son capaces de llorar minusvalías, en cualquier caso, Hans no es Hans. Es serafín cuando está sobrio.


Seguramente Hans envidie nuestra inclinación al lloriqueo. Es una infamia que te roben toda una mañana para decirme o no si me embargan... Ciertamente se necesita mas eficacia (en el país de los trabajadores públicos)

Aunque el cómo lo haces parece menos importante que el qué estas haciendo.

Mi discusión con Serafín podría ser catalogada incluso de nacionalista defendiendo nuestra costrumbre: no se llega a tiempo pero se llega bien.


Con la mitad de eso yo mismo sería nacionalista.(tal vez muy) Es preocupante que los que lo son no tengan ni mitad de cuarto.

Hironias.

Joaquín Huguet said...

1. No mezclemos churras con merinas. Funcionario es el médico de un hospital público, el agente judicial, el policía o el profesor; no sólo el funcionario de ventanilla o simple burócrata. El médico, el juez, el profesor no se puede escaquear, porque ahí está su “clientela” presionando para que cumplan su trabajo. El médico funcionario es la garantía de un servicio público sanitario, de lo contrario nos encontraremos con una atención sanitaria como la norteamericana, con servicios tercermundistas para pobres.
2.Cuando se habla de adelgazar el estado, no se menciona a los funcionarios fantasmas; esos que figuran en la nómina pero no aparecen en el trabajo más que para repartir una sonrisa e irse. Son canonjías por servicios prestados entre políticos chanchulleros. Algunos de ellos incluso reciben ERES millonarios tras una década de acudir al trabajo para estampar su firma. Estos señores, ¿desaparecerán con las reformas anunciadas?
3. Respecto a la eficacia de la administración europea, permíteme algo de escepticimo. Un funcionario alemán- nada holgazán por cierto- me decía: “En el estado no se trabaja nunca”. ¡Y eso me lo decía un funcionario de Prusia, uno de los países más disciplinados y adictos al trabajo!

David P.Montesinos said...

Es usted, Hironias, particular en la manera de expresar sus ideas. Creo entenderle. Un amigo, después de uno de esos días en que uno tiene la sensación de que aquí todo funciona fatal, y en medio de un episodio de ventanilla surrealista de esos en los que a fuerza de líos todo parece un vodevil y terminas riéndote, me dijo: "Cada vez estoy más convencido de que éste es un país encantador"

David P.Montesinos said...

Suscribo punto por punto todo lo que dices, Joaquín, no añado ni una coma. En todo caso no confundo churras con merinas, creo, precisamente subrayo mi condición de empleado público para que, a partir de ahí, sepamos hacer las distinciones oportunas. Sólo una cosa, por increíble que parezca, y con lo difícil que debería ser escaquearse en nuestra profesión, conozco simpáticos compañeros que tienen una increíble facilidad para hacerlo.