Saturday, February 11, 2012






EL JUEZ GARZÓN



1. "En este país hay demasiadas opiniones", oigo decir a un prestigioso catedrático de Historia en una conferencia sobre el progreso y la herencia ilustrada. Tiene gran parte de razón, pero su aseveración arrastra un peligro, el de la disuasión, el del silencio, que, como bien se ha demostrado a lo largo de los tiempos, es la peor de las complicidades cuando se hace insistente y multitudinaria. Lo que sobran no son opiniones, en todo caso sobran exabruptos... De eso sí hay en exceso, y cuesta a veces abrirse camino en la telaraña que abren de injuria, calumnia y bajos instintos. De ello podríamos acusar a ese taxista que, dos segundos después de acomodarnos, ya ha encontrado la excusa perfecta para despotricar contra los navajeros, los inmigrantes, los socialistas, los maricones y los funcionarios. Pero lo preocupante es que, por ejemplo en estos días al hilo de la condena de Garzón, estamos viendo cómo no sólo la infantería cavernícola habitual, sino incluso responsables políticos de alto nivel se permiten el lujo de jalear el fin de la carrera de un juez que tiene toda la pinta de molestarles porque persigue a los "suyos", entendiendo que los suyos pueden ser los corruptos o los criminales del franquismo.

No creo que sobren opiniones, creo en todo caso que faltan opiniones bien fundamentadas, las cuales, no por serlo, resultan necesariamente acertadas, pero sí merecen entrar en el debate, al contrario que los simples exabruptos, que deben ser tranquilamente ignorados y no suscitar más que un profundo desprecio moral. El peligro contrario al del exabrupto es el de la falta de autoestima del ciudadano de a pie, es decir, del lego en tales o cuales materias, el cual, abrumado por expertos demasiado aficionados a silenciar a los discrepantes, puede tender a refugiarse en la comodidad de la opinión teledirigida o incluso del silencio. Y miren, en casos como éste el silencio me parece vergonzante.

Yo animaría a todos a leer la sentencia de Garzón, a analizar las circunstancias tan complejas que rodean este asunto, a hacer examen de la relación que a lo largo de nuestras vidas hemos tenido cada uno con los medios jurídicos, a valorar el estado de salud del que en la actualidad goza aquel viejo principio de la separación de poderes... Preguntémonos, en definitiva, si la función esencial que atribuimos a las magistraturas, salvaguardar los derecho de los ciudadanos, en especial los más débiles, frente a los abusos está siendo cumplida de forma equitativa y con arreglo a principios democráticos.

2. Me informo concienzudamente, consulto la sentencia*, leo opiniones de personas a las que merece la pena escuchar y, finalmente, escucho con suma atención la interpretación técnica de expertos en Derecho con muchos años de ejercicio profesional... Después establezco mis propias conclusiones, y de ellas sólo yo soy dueño y responsable.

Veamos. La sentencia da a entender que el juez Garzón ha cometido abusos intolerables sobre el derecho de defensa de las personas a las que tenía imputadas por el caso Gurtel. Quienes me asesoran, y confío en ellos, aseguran que en este sentido la sentencia es impecable, demasiado impecable quizá. Los miembros del tribunal han sido extremadamente pulcros y exhaustivos con el evidente objeto de construir un dictamen al que no hubiera manera de buscarle las vueltas. Correcto, si eso constituye delito de prevaricación, parece razonable que Garzón sea expulsado de la carrera judicial. ¿Lo es?

Aquí es donde aparecen mis dudas porque a este ciudadano, lego en derecho pero convencido de que debe exigir justicia, no le cuadran demasiado algunas cosas.

a. ¿Son tan pulcros y exhaustivos los jueces españoles siempre que sentencian? Sí, ya lo sé, este caso requiere una especial atención, pero también la requieren los casos de corrupción, y tengo muy serias dudas de que los corruptos de este país estén siendo perseguidos con la misma dedicación y contundencia con la que lo está siendo este juez que supuestamente abusa de las reglas del juego cuando pretende obtener pruebas de sus imputados. Mi opinión es que las instituciones de este país son indulgentes con los corruptos, que por la calle pululan impunes personas muy poderosas que han malversado fondos públicos y se han enriquecido ilícitamente con el dinero de todos, y creo que eso se debe, en gran medida, a que no se les ha perseguido adecuadamente.

b. Observo que la fiscalía y el juez que se hizo con el caso Gurtel cuando Garzón se inhibió dieron por buena la instrucción que éste había realizado y que sus acusadores calificaron de "monstruosa". Dicho calificativo es ratificado por la sentencia, cuyos autores no dudan en dar lecciones al sentenciado -y a todos nosotros, incluyendo a quienes nos observan atentamente desde el extranjero- respecto a las esencias éticas de la democracia cuando comparan los procedimientos de Garzón con los propios de estados totalitarios. Fiscalía y juez sustituto necesitan por lo visto esa moraleja, tanto como los numerosos y prestigiosos juristas que consideran que Garzón es objeto de una cacería y que el objeto de la misma no es tanto defender derechos ciudadanos como apartar a este personaje de la carrera judicial y, de paso, amedrentar a aquellos a los que a partir de ahora toque investigar la corrupción, especialmente si afecta al partido político que en la actualidad goza de un poder omnímodo en nuestro país.

c. Cuando a los jueces españoles les llega un caso con acusaciones de prevaricación hacia un colega, ¿se aplican a la elaboración de argumentos incriminatorios con tan encarnizado afán de proteger los derechos de defensa como en este caso? Si así fuera, yo me sentiría muy tranquilo, pues sabría que nunca van a ser conculcados por la arbitrariedad de un juez. Pero la verdad, es que no me siento muy tranquilo, me siento todo lo contrario, más bien tengo la sensación de que a partir de ahora la judicatura puede permitirse el lujo de ser más caprichosa, plutócrata y tendenciosa de lo que ha sido hasta ahora, cuando el acusado de caprichoso y tendencioso va a ser eliminado.

3. Tengo sospechas y dudas, no me siento en condiciones de hacer aseveraciones taxativas sobre ciertos temas, y sé muy bien lo que, por ejemplo en mi área profesional, pueden dañarnos ciertos enfoques mal informados y peligrosamente cargados de prejuicios hostiles. Me pasa como docente de un instituto de enseñanza secundaria y me pasaría si fuera juez o abogado. Ahora bien, que debamos despreciar los exabruptos de un energúmeno no quiere decir que considere inaceptable el derecho de los ciudadanos, es decir, de quienes hacen uso de los servicios públicos, a cuestionar y criticar nuestro trabajo, por más que nosotros seamos los expertos en la materia. Digo esto porque la pretensión de algunos miembros del Consejo General del Poder Judicial, indignados por la profusión de ataques sin fundamento que le están llegando a la casta judicial, o la llamada a la "responsabilidad" de la vicepresidenta del Gobierno (hay que tener desfachatez tras los ocho años de oposición al gobierno de Zapatero para ahora exigirnos ser serios y respetuosos con los poderes públicos), transmiten una voluntad disuasoria respecto a la crítica que arraiga en una concepción patrimonialista y antidemocrática de las instituciones, cuando es precisamente falta de respeto a la democracia lo que estos caballeros imputan a quienes critican la labor de los jueces.

4. Una conclusión. Este asunto no ha acabado. Garzón no volverá a ser juez, al menos en España, eso lo tengo claro, pero quienes creen que su figura está ya completamente desactivada demuestran valorar muy poco la determinación y el amor propio del personaje, sin olvidarnos de los apoyos absolutamente leales con los que cuenta dentro y fuera de este país. En cualquier caso, no debemos enfocar las implicaciones de este caso sólo en lo que pase con la vida de Garzón; lo que realmente me preocupa es lo que podemos aprender de este asunto en el que, sospecho, está en juego mucho más que la supervivencia profesional de un juez que se obsesionó con la exigencia moral de ser un hombre de justicia y no un burócrata. Lo que de verdad debe preocuparnos es si realmente tenemos un estado de derecho y si estamos dispuestos a luchar por defenderlo.


5. Otra. Pido por favor a quienes desde actitudes moderadas y reflexivas dicen ser reticentes desde hace mucho hacia Baltasar Garzón que dejen de utilizar calificativos irónicos o despectivos respecto a quienes expresamente alientan al juez, declarándole su admiración y comprometiéndose a no dejarle solo en las batallas que tiene que librar. Garzón no es muy "majo", ni es un juez estrella, ni quienes le elogiamos somos "fans". Fan se puede ser de David Bisbal, y yo en todo caso lo soy de Messi o de Loquillo, pero a Garzón no le admiro por ser guapo o por que marque goles. No seamos mezquinos. El veterano periodista Miguel Ángel Aguilar, por ejemplo, se burla de esta actitud llamándo al personaje desde hace años "el juez Campeador". Quizá debería preguntarse por qué mucha gente cree en tanto en ese caballero. Quizá debería escarbar en su propia conciencia y, como muchos veteranos incondicionales del felipismo, preguntarse si la determinación de Garzón de investigar en su momento los crímenes de estado acaecidos durante el gobierno socialista ya le ha sido perdonada o si, por el contrario, quienes se alían ahora con Esperanza Aguirre o Francisco Camps en eso de jalear la defenestración del juez son capaces de superar sus viejos deseos de venganza. Claro que Aguilar y Garzón son personas hechas de muy distinta pasta, así es la vida, qué vamos a hacerle.

Insisto, no seamos mezquinos, que otros hagan leña del árbol caído y sonrían satisfechos al paso de su féretro. Admiramos a Garzón porque, ante el coraje con el que ha sido capaz de perseguir a muchos de los poderes más dañinos y siniestros, no nos queda otra que reconocer que nosotros no hemos sido capaces de lo mismo. Garzón no es el Cid, es un ser humano como yo, y eso es lo que me inquieta, pues a su lado palidecen las atribuciones de valor y determinación que de vez en cuando alguien me hace. Admiramos a Garzón porque se cree capaz de luchar contra la impunidad. Qué desfachatez, creer -como rezaba el título de su libro- que podemos esperar vivir en "un mundo sin miedo" gracias por ejemplo a la labor de los jueces.

Seguramente estaba equivocado.

4 comments:

Justo Serna said...

Sr. Montesinos, porque confiamos en usted. Póngamos entera la sentencia. Piense en nosotros como perezosos. Quiero leerla con su 'plantilla'. Un abrazo

David P.Montesinos said...

Teniendo en cuenta su extensión, que por cierto ya ha sido por eso mismo materia de debate entre juristas, no puedo hacer mucho más que aportar el enlace de El País, que tuvo el buen criterio de ofrecerla en cuanto se conoció la noticia. Incluyo ese enlace en el post.

Tobías said...

No sé, David, tengo la sensación de que nos estamos metiendo de lleno en un momento determinante. Nunca había sido tan consciente de que este país se juega su futuro como ahora y que, en efecto, esto será lo que merezcamos que sea.

En alguna ocasión te dije que tenía mis reticencias sobre Garzón, sigo teniéndolas, pero precisamente por eso considero que lo que se ventila no es la honorabilidad de un juez o la actuación irreprochable en un procedimiento jurídico, estamos hablando de la reacción de todas las fuerzas que han tratado este país como su predio personal contra quienes han empezado a poner en cuestión ese poder. Y han golpeado primero y con poco disimulo.

David P.Montesinos said...

Tengo la misma sensación. Es, por decirlo así, una sensación de fondo, pero insistente y, sobre todo , alarmante. Si la acción de instituciones tan básicas como la judicatura se vuelven sospechosas a ojos de la opinión pública, una de dos: o es que no saben explicarse y les falta un esfuerzo de pedagogía considerable, o es que, en ocasiones, la evidencia de su corrosión moral les salta a la cara. Esta podría ser una de esas ocasiones, y ello se explica porque, a mi entender, lo que ha conseguido Garzón en estos años es justamente poner al desnudo las derivas menos honestas y democráticas de unas instituciones de justicia que -como sucede con las de la política, temo que por causas similares- tienen problemas muy serios para asimilar con todas sus implicaciones la exigencia de una praxis honesta y democrática. La indulgencia respecto a la corrupción, cuyas evidencias se multiplican en la actualidad hasta niveles insoportables, me parece un ejemplo flagrante y, lo que es peor, me generan un profundo sentimiento de indefensión.

Por otra parte me gustaría insistir en los porqués de mis sentimientos hacia Baltasar Garzón. En alguna ocasión dije que estamos ante la figura más noble y relevante que ha dado la democracia española. Lo signo creyendo, y lo sigo creyendo a pesar de todo. Todos los seres humanos estamos hechos de la misma pasta, todos tenemos miedo, por eso los que son capaces de afrontarlo y dan cada mañana el paso adelante para proteger a la comunidad contra los bandidos -en especial los que guarecen su bandidismo desde su condición de mandarines- sólo pueden merecer mi admiración, incluso aunque, en ocasiones, su propia desmesura les haga cometer excesos que no debemos tolerar.

Ayer escuché al ex-presidente Camps hablar con desprecio de Garzón, a Esperanza Aguirre celebrar alborozada su victoria, a un político separatista catalán sacar a recalentar viejos caldos contra el Juez... Qué pequeños son, qué pequeños.

El tiempo pondrá a cada cuál en su sitio, de momento debería llamarnos la atención el hecho de que en el extranjero la imagen de las instituciones españoles con este asunto empieza a discurrir en paralelo a la de nuestra economía. En el mismo día defenestramos al mejor valor de nuestra joven democracia y nos comemos una reforma laboral que nos va acercando un poco más a la condición de siervos. No me parece que sean cosas completamente ajenas entre sí.

Algún día les tendremos que explicar a nuestros hijos lo que ocurrió en este febrero del 2012, seguramente porque serán ellos los que nos lo pregunten.